jueves, 23 de diciembre de 2010

La noche oscura del alma






La moribunda imagen desamparada de una esperanza que se pierde tras la noche oscura del alma.

Chet Baker transitando por el mundo, casi flotando. Como un espíritu extirpado de un cuerpo que ya no era capaz de habitar. Vivo pero muerto. Sin agallas. Sin polla. Sin nada que hacer salvo esperar algo indefinido e improbable. Marchitarse despacio asistiendo a esta grotesca tragicomedia que es la vida.

Mirada sin vida tras las oscuras cuencas de los ojos; apagadas. Esta turbia distorsión del tiempo jodiéndose a nuestras almas sin un mal beso. Perdámonos: “Let’s get lost”. Nunca más nos encontremos. No sirve de nada. Tarde o temprano vuelve la desesperación. Aguja certera que apuñala a un corazón medio derrotado. Desangrado. Henchido de no gloria.

Chet era un cadáver. Muerto pero vivo. Más vivo que la mayor parte de todos los imbéciles que nos atrevemos a llamar existencia a esta montaña de mierda que alimentamos cada día con nuestra mediocridad consentida. Un fugitivo de esa atemporal casa de putas siempre abierta que es el infierno, tocando como los ángeles: ángeles a la deriva. Qué hermoso es perderte cuando tener rumbo fijo no te lleva a ningún sitio. Todo cobra sentido.

Como la picadura de la serpiente a modo de elixir contra el olvido. Como el aguijón de las vidas cuadriculadas inoculando el veneno de lo gris. De lo plano. Culto al sinsentido.

Luego está la política. Están los amigos. La cultura. El arte. Las letras del coche. La hipoteca del piso. Esa estúpida diarrea sangrante de la jornada laboral mil veces repetida. Dentro de la rueda de la vida estándar sin solución de continuidad estamos nosotros. Los ratones desbocados corriendo como pollos sin cabeza. En pos de lo que se supone que es una vida adecuada, digna de ser vivida. En pos de aquello a lo que tantos y tantos dedican todas sus energías. Yo digo que os jodan. Yo digo, cuidado con esa rueda. Cuidado con esa jaula. Cuidado con este mundo. Gira sobre un eje podrido. Pasará sobre vosotros como el rodillo que amasa las vidas de los cobardes que no se atrevieron a jugarse las entrañas persiguiendo sus más profundos anhelos.

No hay que capitular. Hay que ir hacia lo que nos hace sentir vivos. Luego os joderán, por supuesto. Tenedlo por seguro. Pero no intentarlo tritura el alma. Depaupera vuestra dudosa y escasa valía.

Knut Hamsun estaba desesperado pero tenía que hacer lo que hacía. Necesitaba escribir sus novelas porque no entendía otra forma de vida. Malvivía, más pobre que las ratas. Porque ellas al menos atesoran la basura de los hombres, que es infinita.

El bueno de Knut ideaba historias mientras el hambre le carcomía. Un día no supo cómo continuar y comió carne de su propio cuerpo para sobrevivir. Se fagocitó a sí mismo. Como tantos oficinistas, contables, comerciales, agentes de seguros, brokers, publicistas, economistas, banqueros, representantes de la nada; engullidos por su hedionda ambición. Mártires del capitalismo. Con una diferencia. Knut se fagocitó en pos de un sueño. Buscaba redimir su alma. Escribía como el que vomita la amarga bilis del arte que corroe, que no consiente malograrse un día más allí dentro. Y alcanzó su sueño.

Desde su residencia de verano en Noerholm, ya anciano, se carcajeaba de los ineptos que ahora le otorgaban el premio Nobel. Ellos no sabían nada. Nunca lo habían sabido. Ni lo sabrían. Cuando era un pobre idiota soñador escribiendo como un demente del alba al ocaso en una destartalada cabaña en Lom a nadie le importaba: los virtuosos heredarán la tierra. Los menesterosos heredarán la mierda. El estiércol del destino. Pero eso es lo bonito de las pasiones verdaderas. Que son irracionales. Desesperadas. Extremas. Subyugantes. Nos fuerzan a transgredir los límites. A partir de ahí, todo y nada es posible. La distinción carece de auténtica relevancia.

Lo demás está muy bien. Reuniones con los viejos amigos. Esos a los que ya nunca ves porque no consigues sacar tiempo. Paseos por el parque los domingos por la tarde. Cenas de empresa. Los plazos de un televisor grande que te cagas. Vacaciones en Punta Cana. Un segundo coche. Tal vez niños. Tal vez, después de bastantes años, un apartamentito en la playa. Unas necesidades inventadas más grandes. Un consumo más grande. Una esclavitud aprendida. Un vacío más grande. Esa ajeneidad tan nuestra. Esa alienación tan consentida. Todo eso está muy bien. Genial. En serio. Pero si no hay de lo otro, para mí no hay nada.

Meteos lo superfluo donde os quepa, quedaos con lo esencial y entonces sabréis cuál es la verdadera medida de vuestras vidas: es esa extraña polla que tenéis metida en el culo sin daros cuenta. Y no os habéis percatado porque sois vosotros quienes os habéis sodomizado. Porque tal vez hayáis estado tan preocupados por todo eso que en vuestra vida quizá no haya más. Espero que no. Si es así, os compadezco. Os deseo suerte, de cualquier modo.

Y sí. En cierto modo, a mí también me la han metido. Soy otro puto inepto. No soy mejor que ninguno de los demás. Me han vencido. De momento. Pero no desisto. Puede que yo también esté perdido. Pero qué hermoso es perderte cuando tener rumbo fijo no te lleva a ningún sitio. Todo cobra sentido.

Hasta la muerte. Hasta el vacío.

lunes, 20 de diciembre de 2010

De algún modo


(Dale al play antes de leer si quieres entender)



Míralos correr. Como si la vida tuviera algún sentido. Míralos empaparse. Perdidos en su absurdo devenir. Bajo la lluvia. Presas de una confusión que no cesa. Sombras en la noche. Como todos nosotros. Mientras ellos gritan y arman alboroto, sé que ella aún sueña conmigo. Yo miro al cielo y espero al sentimiento que nunca llega. Cuando ella me llama me recuerda que me gustaría ser más fuerte. Pero sigo asustado por mis monstruos. Los de siempre. Son tantos. Miro al cielo. Su oscuridad, tan triste. Miro, pero no consigo ver nada.

Sabes que no puedes llamarme ahora. No estando tan lejos de mí. Ojala pudiera ser mas fuerte. Pero habito mi propia aflicción, de la que tal vez nunca sepa escapar. Como un interno desquiciado inicio la huida atropelladamente. Recorro los pasillos, las galerías, inmerso en la noche, en el ocaso de mi precaria conciencia. Temo tanto la oscuridad que tal vez me lance a ella para defenestrar la demora.

Hace semanas que no visito al especialista. En sus ojos podía leer la decepción, la resignación del que vuelve a la batalla a esperar el sino último de la muerte. Tiempo atrás dejó de creer en mi recuperación. Cree que soy la encarnación pura del pesimismo. No le culpo. Él no puede entender. Nunca podrá llegar a penetrar en mis pensamientos. No se lo permito. Pesimista es aquel que mira al cielo y piensa que lloverá. Yo hace ya demasiado tiempo que estoy empapado. Él solo cree en continuar. No le importa el precio. Y cree que todos debemos querer eso. Pero yo soy distinto. Me recreo en la antesala del vacío. Vivo gracias a la voluntad de mantenerme en las posiciones perdidas de la vida.

Soy un idealista en el desierto.

Cuando ella me llama sé que está herida. Pero no puedo hacer nada. No en este momento. Me gustaría ser un poco más fuerte. Pero son demasiados los demonios. Demasiado insignificantes nosotros.

La lluvia continua, implacable. Fuera y dentro. La gente sigue sumida en este espejismo. Porque nosotros, las personas, no somos lo que creemos. Porque quizá no existe la muerte. Tal vez todos integramos una conciencia colectiva experimentándose a sí misma subjetivamente. Esta vida es solo un sueño y apenas somos la imaginación de nosotros mismos.

Sé que alguna vez ella percibió calor en mí. Yo no pretendí desprenderlo. Hoy me siento como el hielo. Desprendo un vaho gélido. Amenazante. Generador de desapego.

Todavía veo monstruos. Habitan el recuerdo. Quizá acuda a su encuentro.

De algún modo.

Nada es original



«Nada es original. Roba de cualquier lado que resuene con inspiración o que impulse tu imaginación. Devora películas viejas, películas nuevas, música, libros, pinturas, fotografías, poemas, sueños, conversaciones aleatorias, arquitectura, puentes, señales de tránsito, árboles, nubes, masas de agua, luces y sombras. Selecciona sólo cosas para robar que hablen directamene a tu alma. Si haces esto, tu trabajo (y robo) será auténtico. La autenticidad es incalculable; la originalidad es inexistente. Y no te molestes en ocultar tu robo, celébralo si tienes ganas. En cualquier caso, siempre recuerda lo que dijo Jean-Luc Godard:

“No es de donde sacas las cosas, es en donde las pones.”»

—Jim Jarmusch,The Golden Rules of Filming.

viernes, 17 de diciembre de 2010

La vida

(Oooh, ¡qué tierno! ¡está para comérselo..!)
FRASE DEL DÍA:

La vida es una enfermedad de transmisión sexual.

Seguir tirando




(Dale al play primero o que te la muerda un carnero)



Un frío de cojones. Un frío que desnuda el absurdo, como juez perspicaz desmantelando coartada de culpable. El mundo es quizá, de nuevo, un lugar extraño. Menesterosos ateridos guarecidos en cubículos de cartón, mirando a través del melancólico vestigio del presente pasado, aquellos que olvidaron que hay caminos sin retorno, que a veces hay que aprender a vivir extraviado de recuerdo. Esquiador fuera de pista protegido por el manto combo de la avalancha, cuando cesa. Un tipo sentado en el metro. Percute con los dedos de las manos sobre algo que parece un casco de moto entre sus piernas. Cuando me acerco ya no sé si es un casco. Si es un instrumento muy raro. Una mujer se para a observarle. No parece sonar, aunque yo no puedo saberlo por los auriculares; los ventriculares. El estruendo desacompasado que mesura mi tiempo tasado.

Mi ilusión, mi esperanza, de algún modo yerma, vana. Irreal. Contrahecha. El parto triste de un niño concebido pero nunca alumbrado: nacido muerto. Presente del pasado.

Inicio la presión, exagero el gesto: sostengo la manivela del Cinexín de mi vida. Ese que proyecta un alma de la que carezco sobre un muro resquebrajado, podrido de penumbra, inhumano.

Lo demás es intentar asir lo que se pueda, este cáliz desperdiciado que se va perdiendo entre nuestras inútiles manos, este torrente sin cauces, este camino sin recodos, este vendaval desaforado.

Pasamos muchas horas a oscuras pero hace tiempo que soñar nos es negado.

Tantas veces morimos. Tantas veces deambulamos hacia ningún sitio. A veces no quedan fuerzas ni para equivocarnos. Sólo para hacernos daño, quedamente. Sin solución de continuidad, amigos, pues nuestra propia continuidad corpórea está en eterno entredicho. Que os la pique un bicho. A sacarle la lengua al desencanto.

Presentir el amor como el convicto ve la concesión del amnistiado: un imposible.

Asumir el absurdo y seguir tirando.

jueves, 16 de diciembre de 2010

Líbranos del bar, himén.



(Dadle al play antes de leer, ¡cenutrios!)



Trasnochar. Ser malo. Excederse. Incontenerse. Ensalmuerarse hepáticamente. Proyectar valores transaminasales hasta el infinito y más acá.

A quien madruga dios le ayuda. A quien trasnocha dios le empluma. Cuando nos sobrevienen estos pensamientos tan manidos, tan putrefactos de cotidianeidad, esas necróticas prospecciones de conciencia en las que se perjura que no se volverá a incurrir en los errores sempiternos, cíclicamente cometidos, nos sonreímos un poco. Así. De tapadillo. Tengo un familiar que más o menos una vez al mes, en su “estado” del Caralibro pone lo mismo: “no vuelvo a beber”. Yo os propongo un título alternativo que me parece infinitamente más realista y constatable de facto:

“No vuelvo a vivir”.

¿Qué por qué os cuento esto? Pues primero porque esta noche he dormido más o menos lo que dura una siesta larga y no sé qué hacer para no fenecer. Bueno. Sí sé qué hacer. Verborrear. Y segundo porque no estáis ahí. Me consta que tengo, como mucho, tres lectores o cuatro. Ello depende de si me salto alguna pastilla de mi medicación para lo del trastorno múltiple de personalidad o no. ¡Qué emoción jugar con el peligro y dejar que entren en escena esas vocecitas que conspiran en mi cabeza para que lleve a cabo las tropelías más disparatadas, tales como patentar el cóctel de ginebra con espumillón de hamster ruso y una pizquita de napalm restregada por el borde, mezclado, no sacudido!; o cardarme al estilo setentero el bello rectal. O qué sé yo. O qué yo sé. Sea como fuere, fuere como suele. Lo mismo me da que me da lo mismo. Cómo me gusta cuando entra justa. No se me pone dura cuando hay holgura. Pasapatraña. Comodín del público. Del bello público. Que alguien trate de detener esto, por dios.

Lo sé, lo sé. El engaño este del narrador. No cuesta tanto. Podría intentar conmover vuestras ateridas almas con frases pestosas pseudo literarias en plan:

“En aquella hora decisiva, Tulip se regocijó contemplando, quizá, la alborada más hermosa que sus avezadas pupilas habían aspirado jamás a aprehender: su humor vítreo reverberaba ante tamaña solemnidad visual manifiesta. Después aseguró la manguera al cierre de elevalunas eléctrico, encendió el contacto y realizó una profunda inspiración mientras el CO2 iniciaba su cadenciosa expansión por el interior del vehículo. Sabía que se hallaba poseído por una desmesurada determinación suicida, pero no cabía otra opción. La redención de sus pecados no era posible. Debía pagar el precio por haberse dejado llevar por la lujuria, acariciando furtivamente a un queso Gouda sin el consentimiento de su legítimo comprador.”

Pausa dramática para excretar. (Momentos de gran emoción). Ahora vuelvo.


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¡Esto es el no va menos! Escritura automática a tiempo real. ¡Increíble-ble!

Y a todo esto, ¿por qué leches sigo escribiendo y para contar qué y a quién? Me he autoconvencido: a cagar. ¡Ah, no puedo, si acabo de ir! (jujjujj, ¿habéis visto qué astucia la mía?, ¿cuán ponderable mi intelecto? ¡Qué desparpajo perifrásico y qué desenvoltura prosódica gasto!

Y no sé qué más. Bueno, sí. Me gustan los garrapiñados. Eso lo tengo claro, algo nada desdeñable en estos tiempos de naufragio moral e idiosincrático.

Y líbranos del bar, himén.

miércoles, 8 de diciembre de 2010

El otro yo

(Dadle al play antes de leer, ¡espantasuegras!)



El otro yo.

El significante hueco, evadido. Lo que verdaderamente somos, aunque evitemos asumirlo. Carcasa baldía rehuyendo el desencanto como a la patria el proscrito. Can esclavo de su ineludible báculo. Paciente crónico de priapismo. Visionario enfermo de presciencia. Polizonte del vacío, tratando de permanecer vivo en el ancho Mar de los Sargazos: interfecto de un tiempo antiguo. Emisario de las profundidades. De lo imperfecto. Cincelador de lágrimas como surcos de olvido. Rapsoda del desaliento. Cronista del desatino. Juggernaut del ser querido. Equilibrista del tedio. Encantado de ser desconocido. Sístole sin diástole de corazón pretendido. Apócope de la verdad. Liaison de tus descuidos.

Ése soy yo, el verdadero. No el otro. El fingido.

martes, 7 de diciembre de 2010

No sé qué más (chapter tú)


(Dadle al play antes de leer, ¡perros Sarracenos!)



¡Ah, sí! Ya me acuerdo de qué más.

Proseguí con mis reflexiones de ultrarumba. Se me iba a arreguñar el cacumen de tanto pensar del tirón. No sé por qué razón, evoqué la vez que más había llorado de tristeza en mi vida. Fue en el festival de Benicassitecaesporunpeñascomendrugo. Aún sentía, como celulitis en las anfractuosidades del alma, las lágrimas de dolor que me asaltaron cuando anunciaron por megafornica que se cancelaba la actuación de Donato y Estéfano. El camello que me vendió el peyote con el que intentaba sobreponerme de tan ominoso desajuste en el corazón me miró compasivo y me dijo: “Son cosas que pastan. En la pradera. Del dicho al hecho, berberecho. Be-derecho. Que sino te saldrá joroba. Y no querrás darle ese disgusto a tu madre, ¿verdad? Mal rollo. Luis XV”. Atendí a sus sabias palabras, me erguí ostentosamente y dejé de ser monárquico en el acto.

Mientras, en algún otro lugar allende los suburbios de la ciudad, Honorato Camelaunrato rasgueaba su ukelele melancólicamente a la luz de la luna. También tocaba su instrumento musical, sisando notas afligidas a la sonrisa sardónica que enarbola el desconsuelo al contemplarnos. Enfrentado al mundo. Enfrentado a la incomprensión. Enfrentado a cinco dedos prensiles de mandril que le asían la chistorra, como corbata talla S de Sepu al cuello (de pavo) de un pocero de Guarromán. Cuento esto (sin venir a) cuento, por jugar a la palindromía un rato. Adviértase con carácter previo la existencia del palíndromo, (excluyendo entreparentesizado anterior) y venérese la extraordinaria sapiencia, genialidad y modestia sin parangón del amanuense que aquí consigna. Pero enseguida retomamos la narración donde la habíamos dejado, en la casa de lenocinio y blenorragia, que luego se me duermen.


“¡Perdone las disculpas!” le dije a Cucufata, la meretriz que discutía sobre Heidegger y sus posibles concomitancias unimodales sinalagmáticas con la Crítica de la Razón Pura de Kant(o como el culo) con Aniceto. Interrumpí la animada charla. “¿Querida trabajadora bucal, adalid de la involución labial, me permite tomar prestado a su contertulio por unos breves instantes...? Graciaaas”.

Así al bueno de Mr. Hall de la levita como a un nabo por las hojas, como a un senegalés por el tronco; como a un caucásico por el tallo; como a un pekinés por el brote (de soja cárnica). Consternado se hallaba. “¡Es increíble, intolerable, insufrible, indignante, inaceptable, inadmisible, inenarrable, inasumible, insoportable, inextricable, incognoscible, inaprensible, infarto de miococo, in-bécil el que lo lea!”, mascullaba. Al parecer, Cucufata estaba totalmente a favor de la última emanación legislativa del Parlamento, que acababa de aprobar por mayoría mayoritaria la Ley de la Selva y la Ley del Embudo. Ella consideraba que, ante tamaña crisis que se cernía como una negra sombra sobre nuestras despreocupadas inconsciencias, lo más práctico era dar cobertura legal a lo que indudablemente iba a regir el comportamiento socioeconómico de los poderosos empresarios, multinacionales y entidades financieras supracomunitarias en relación a las clases trabajadoras (esclavas) en las fechas venideras. Tras sus abusivas prácticas empresariales de riesgo, se planteó refundar el capitalismo, hasta que descubrieron que era notablemente más fácil refundar a los siervos del sistema quitándoles un poquito más. Grandes fortunas contentos: todos contentos. Nada como subsistir en el fango para aprender a valorar lo bueno de la vida. En el fondo lo hacemos por vuestro bien. Habéis estado viviendo por encima de vuestras posibilidades y ahora os toca apretaros el cinturón. Por insensatos. Cuando los bancos obteníamos unos beneficios del 66% y los especuladores del suelo nos hacíamos millonarios tabicando las orillas del mar, ahí no os quejabais, ¿eeeh? Pues ahora, cuando vienen mal dadas por vuestros despilfarros en tiempos de bonanza, a recortar tocan. ¡He nicho!

Así estaba el mundo, pero en fin, hay que seguir bebiendo, ¿no? Pues dos tazas. De güisqui, a ser posible.

Horas después, transcurrida nuestra apasionante escapada nocturna al serrallo para debatir las abstrusas dialécticas que habitan tras el dinamismo moral en el matrimonio de lo gutural y lo divino, marchamos a contemplar, a las claritas del día, las vistas del amanecer sobre el viaducto. Una colorida paleta entre rojizo coágulo menstrual y rosado forro de vagina de bonobo del Kilimanjaro salpimentaba el hemoglobínico firmamento. Era como encontrar a tu agente de seguros atropellado por un trailer frente a tu puerta: una vista maravillosa. Los primeros suicidas de la mañana, intentando contravenir a las impertinencias de la muerte, trepaban ya sobre las placas de polimetacrilato instaladas para que los suicidas, poniendo un poquito de esfuerzo de su parte, cayeran desde mayor altura y se hicieran más daño. ¡Ah! ¿Acaso no era hermoso este mundo de mierda? ¿Acaso no podíamos por menos que congratularnos ante tantas beldades como acaecían a cada minuto a la humanidad merced de su propia idiosincrasia? Improvisé un poema mental, de tanta belleza prosódica como percibía en la condición humana:

Violación, violencia, ablación.
Zoofilia, zoquetez, zurraspas.
Pederastia, pedofilia, rinoplastia.
Genocidio, magnicidio; magnum almendrado.
Celulitis, celulares, colitis auditiva.
Políticos, policías: polla en tu culo.
Crímen, costas de Crimea, ¡crí-crí! (afirmó la cigarra)
Me la comían. Melancolía. Me la sacudo.


El lirismo sacudía mi ser como látigo de iraní los lomos y culos de los declarados judicialmente infieles. La creatividad bullía en mi interior como esperma en recto de oveja en celo de pastor soltero. Aniceto también se hallaba visiblemente perturbado por los estertores finales de la juerga que nos habíamos corrido aquella noche. Me confesó que le había tocado la patata una epatante frase de amor sincero que le había sido confesada aquella noche. “¡Sácamela más para adentro, tunante!”. ¡Ay! No somos nada, peleles desmadejados por las veleidosas sendas por las que nos extravía el amor. Pobres mortales al albur de las noches perdidas.

En mi caso, no hubo tal grado de catarsis metesacosa. Lo más bonito que me habían dicho era “¡Aaay! ¡No me hagas cagar para dentro, hijo de putativo!”. Esto es porque mi padre, Alfrenillo, no llegó a conocer a su verdadero padre, Quinquenario. Se sabe que mi abuelo marchó una vez a comprar tabaco, hallándose su esposa en estado y que jamás regresó. Mi abuela hubo de criar sola a mi padre. Se especuló con varias teorías. Unos dijeron que el motivo de su desaparición era su adicción al juego. De la rayuela. En repetidas ocasiones mi abuela sorprendió al abuelo en la intimidad dando saltos precisos y ordenados sobre las baldosas de la cocina al tiempo que entonaba extraños cánticos: “una, dola, trela… ¡catola!”. También fue sorprendido numerosas veces hurtando tizas de la pizarra cuando asistía a las reuniones de padres del colegio Nuestra Señora del Cenagal. El caso es que la semana que desapareció, casualmente se organizaba un torneo mundial de rayuela en Kuala Lumpur al que asistirían los más insignes y consumados especialistas en dicha suerte. Un amigo de Quinqué (tal era su apodo-logo) sospechó que tal vez éste tuviera pensado viajar a dicha localidad al ver asomar un billete de avión de “Kuala Lumpen Airlines” del bolsillo de su pechera. Al ser interpelado por la naturaleza de tal adquisición, Quinqué farfulló que había dejado pendiente una cuenta de finos y altramuces en el bar de las Torres Petronas y que tal vez se pasara una tarde para saldar la deuda. Los amigos no ocultaron su recelo, más si cabe al descubrir que corría el año 1940 y tan famosas torres ni siquiera se habían concebido sobre plano.

Y bueno, se especuló con otras teorías menos contrastadas, como un posible ajuste de cuentas por tráfico ilegal de mapaches estonios por la costa oriental de Torrepacheco, o alteración biomórficogenética de fertilizantes industriales fecales para su posterior uso como carne de hamburguesas en cadenas de comida rápida (esto posteriormente se supo que lo hacía Mc’Donalds, pero respetando puntillosamente todos los controles sanitarios exigidos para el tratamiento industrial de la caca animal). El caso es que ante tanta ignominia como pesó contra la familia y ante el impopular hecho de que mi abuela criara en soltería a mi padre Alfrenillo, éste, llegado el momento de la responsabilidad paternal para conmigo, decidió seguir la tradición iniciada por su patriarca y abandonar a mi madre como mandaban los cánones. Eso sí, fue mucho menos ingenioso en su huida. Montó un puesto de estalactitas recién hechas en Roquetas de mar que incomprensiblemente quebró y más tarde se recicló trabajando de temporero del fresón sus últimos años, hasta que falleció tiempo después en un poblado yonki, víctima de su adicción al algodón de azúcar de las ferias (era diabético).

Pese a todo, he de confesar que tuve suerte, pues poco tiempo después un agricultor de semillas de opio afgano que se hallaba de intercambio cultural con España (intercambiaba una estancia temporal en nuestro país por unos presentillos para un narcotraficante gallego en forma de heroína sin cortar) se hizo cargo de mí al enamorarse perdidamente de mi madre, pasando yo a ser hijo putativo suyo. Los dos tórtolos se conocieron en una pelea clandestina ilegal de poligoneros politoxicómanos encocados que se celebraba en Navalcarnero Ciudad Dormitorio cada noche de las calendas de mayo en la que el endoplasma de la soledad transmigraba en difteria.

Pero dejemos atrás el pasado irrevocable. Centrémonos en la hermosa alborada que nos auspiciaba los más prometedores presagios. Nos fuimos pasando la botella de vino en la bolsa de papel, pegándole buenos tragos mientras nos entreteníamos animando a los suicidas que resbalaban una y otra vez, se magullaban pero continuaban peleando por encaramarse a aquellas placas del averno que hacían tan utópico el abandono último de la oscuridad redentora.

¡Y de repente…!

No sé qué más.

miércoles, 1 de diciembre de 2010

Oh Yes


(¡Ya me diréis a qué leñes de play le vais a dar en este, jajaja! -risa bellaca.)


Charles Bukowski - Oh Yes

there are worse things than
being alone
but it often takes decades
to realize this
and most often
when you do
it's too late
and there's nothing worse
than
too late.


Muy buenas, querido hatajo de ignorantes que no leéis mi blog (y hacéis bien).

Así pues, me entrego a disertaciones solitarias para pensar por escrito en un portal huérfano de audiencia, como debe ser. El día que la mayoría de tus amigos y conocidos se empiezan a interesar por lo que escribes, puedes estar seguro de que estás haciendo algo mal.

Bueno, al turrón. ¿Cómo interpretáis este gran poema minimalista?
Había un soplapollas engreído y beligerante, el General Douglas McArthur, que afirmaba que la mayoría de las contiendas bélicas se pierden por dos palabras, "demasiado tarde".

Y bueno, luego estaba aquella película tan cojonuda, 2046, donde el personaje principal, (Cat)Chow, dice eso de, "El amor es una cuestión de tiempo. No sirve de nada encontrar a la persona indicada si el momento no es el adecuado."

El "Timing", que dicen los magos y los actores. Las cosas tienen su momento ideal concreto y si no eres capaz, por los motivos que sean, de anticiparlo y estar allí cuando debes, simplemente no podrá ser. Date por jodido.

Bueno, ya está bien de reflexiones vanas. Ahí tenéis el poema, que es cojonudo, a mi humilde modo de verlo. Extraed la gema de la duna de la estulticia. Aprehended la esencia. Dejad ya de tocar los cojones con la puñetera soledad: hay cosas peores.

Todos acarreamos nuestra propia tristeza, incomprensión, vacuidad e iniquidad, como un saco de cemento que nos atrae al hoyo. Y lo hacemos generalmente, en última instancia, solos. Yo digo: no es para tanto, zoquetes. Ocupáos del alma. De la melancolía insoportable. De lo que os venga en gana. Pero hacedlo solos. Nadie hará el trabajo por vosotros. Ya está bien de asideros. Ya está bien de dependencias.

Y ahora os tengo que dejar, porque mis hijos están llorando, mi mujer me está echando la bronca por hacer el cateto frente al ordeñador (de paridas escritas), y aún tengo que hacerle la cena, fregar los cacharros y meterme mi ración diaria de opio para soportar la angustia.

A cagar.
Dedicado a Chafardero, esposo y padre ejemplar, jaja.

Derecho de ateísmo


MIGUEL ÁNGEL QUINTANILLA FISAC

Miguel Ángel Quintanilla Fisac es Catedrático de Lógica y Filosofía de la Ciencia


El ateísmo no es una posición intelectual rara, feroz y anticlerical. Tampoco es una doctrina filosófica que necesite ser demostrada o justificada con argumentos refinados y abstrusos. Y desde luego, el ateísmo no es, en absoluto, una postura inmoral. Sin embargo, si uno escucha los mensajes que nos ha dedicado el Papa en su reciente visita a España, o los que propaló en Gran Bretaña, uno se lleva la impresión de que el mundo está realmente amenazado por una doctrina endiablada que defienden los ateos y laicistas.

Los ateos actuales son personas bastante cultas, que respetan que haya otras personas a las que les guste adoptar creencias irracionales que ellos no comparten. En realidad, los ateos no tienen que esforzarse mucho en defender su posición intelectual; lo que sí les resulta complicado es entender que un creyente asuma como propiedades de la divinidad, y sin mayores problemas, cosas mucho más increíbles que las que los niños atribuyen a Papá Noel.
Es verdad que los ateos prefieren el laicismo en la vida pública, es decir, que las leyes no sean confesionales y los poderes públicos no asignen privilegios a los miembros de ninguna confesión religiosa. Pero nadie debe extrañarse por ello: la experiencia histórica demuestra que la mezcla de creencias religiosas y poder político sólo ha servido para provocar guerras y matanzas, sobre todo en la cristiana Europa.

Muchos creyentes religiosos creen que si Dios no existe todo está permitido, y por eso son incapaces de entender el valor moral del ateísmo. Pero la experiencia histórica confirma lo contrario: es en nombre de Dios como se han cometido los mayores atropellos a la humanidad. Los ateos tienen una responsabilidad ética muy exigente, porque no disponen de ninguna coartada para justificar o ver perdonado un eventual comportamiento inmoral.
Si todo esto es así, y yo estoy convencido de que lo es, ya va siendo hora de reivindicar un derecho elemental: el derecho de ateísmo, el derecho a no tener que justificar la no adscripción a ninguna creencia religiosa, el derecho a sentirse ofendido si alguien, aunque sea el Papa o el ayatolá más respetable, identifica el ateísmo con la maldad, y a que esta actitud intelectual y moral sea reconocida y respetada de la misma manera y con el mismo rango, al menos, que las creencias religiosas que el ateo no acepta por considerarlas irracionales, falsas o perniciosas.

martes, 30 de noviembre de 2010

El atlas infinito de un mundo troceado



(Dadle al play, ¡mentecatos!)



Allí estaba. Frente a mis ojos. Con el aplomo de una evidencia sangrante. Destilando el prurito de una estupidez atroz: el atlas infinito de un mundo troceado. Viviseccionado. Contaminado de anodinia. Gente entrando, saliendo. Andando. Jodiendo para aminorar la tristeza. Aplacando el rugiente olvido. Solazando su palmaria derrota. Lo que no logramos ser. Lo que no somos. Esperando. Igual que yo. Aguardando no sé bien qué que nunca terminaba de tener lugar.

Hacía un frío del demonio y yo estaba en un banco de un pseudo parque, mascando el vacío inconfundible. Centinela del minuto desperdiciado. De la ocasión contrahecha. Pensaba en muchas cosas. Como siempre. En aquel lugar donde sólo germinaban hierbajos deslucidos yo revisitaba esquemas mentales ajados. Había bajado pensando en hacer fotografías a la seductora decadencia de unas atracciones pobres, de pueblo, que habían dejado allí empaquetadas, olvidadas, al abrigo de un invierno áspero como corazón de picapedrero. Esos tiovivos, la plataforma vial de los coches de choques. La taquilla cochambrosa de los tickets. Todo eso, de por sí, ya solía parecerme horrorosamente cutre. Pero ahora, con el inestimable hálito de abandono que emanaba de aquella maquinaria industrial grasienta y desmantelada, como vestigios de osamentas en un cementerio de elefantes, todo cobraba una dimensión trágica enormemente fotogénica.

Debía ser hora de salida en los colegios porque algunas madres pasaban con sus niños. Mochilas aparatosas, uniformes. Carreritas, juegos. Gritos, saltos. El incordio que no cesa, siempre a la vera del progenitor responsable. Entonces me sobrevino un pensamiento claro, una certeza sobre todo el asunto aquel: construimos toda nuestra existencia en torno a unidades de dependencia.

Familia. Amigos. Parejas sentimentales. Centros de trabajo. La casa que ansías poseer con tanto esfuerzo y que después pasa a poseerte. La hipoteca que te asfixia. El banco dueño de tus pelotas, que de vez en cuando aprieta un poco para que no olvides al garante de tu esclavitud. Tu barrio. Los centros de ocio que frecuentas y que, en proporción significativa, no distan mucho de tu casa o de tu trabajo. Y así en un contínuo sin fin. La culpa no es nuestra, claro. Al fin y al cabo, es un sistema auto reforzante que se perfecciona con el mero transcurso del tiempo y el surgimiento de la necesidad entendida como vinculación a su solución.

Lo hemos mamado desde la cuna. La única y primera subordinación a la que no podemos renunciar es la primigenia, que nos forja. La total dependencia de los padres al venir al mundo. Esa es irrenunciable, por carecer nosotros de capacidad de autosuficiencia en los primeros años. Normalmente, se perpetúa cultural, afectiva o circunstancialmente por un periodo de duración tendente al exceso. Por lo tanto, en nuestra propia germinación como individuos albergamos ya un condicionante serio, la dependencia adquirida del entorno familiar inmediato.

Posteriormente se van forjando vinculaciones de distinta naturaleza y grado que refuerzan la superestructura completa de la persona y complementan el esquema inicial de supeditación: noviazgos serios. Matrimonios. Amigos antiguos. Lugares de esparcimiento. Hobbies mantenidos en el tiempo. Sigue sin ser nuestra culpa, a fin de cuentas. Es parte de un todo muy bien organizado.

Pero tras esta disección de los estándares sociales y el organigrama cultural imperante, llega la duda apremiante. ¿Dónde coño queda el pensamiento independiente y la libertad de elegir nuestra propia vida?

Se habla mucho de libertad. Reina por doquier, al menos como abstracción, como concepto pendiente de concreción efectiva. Parece que nos acompaña en todo momento, como ente corpóreo, presente de facto. Siempre al alcance de la mano. Se usa en publicidad, en literatura, en periodismo, coloquialmente. Incluso como ente icónico. Como bandera. Como parte de programas políticos. Como derecho constitucionalmente irrenunciable. Pero, me pregunto, ¿es realmente así? ¿Podemos verdaderamente elegir? ¿Podemos diseñar un esquema vital “a la carta” tomando de aquí, quitando de allá y configurando todo a nuestro gusto?

Técnicamente, se debería poder. Pero el pensamiento independiente y la acorrección política son factores de exclusión social. Son opciones reales y en teoría libremente elegibles, pero acarrean reacciones del entorno. Y hay que estar plenamente convencido de lo que se decide defender para poder asumir toda clase de consecuencias imprevistas que generalmente no son positivas, por ser tomado, en principio, lo distinto como agresión, aunque sólo sea porque lo novedoso contiene una semilla de cuestionamiento de la opinión mayoritaria, sea en el tema que sea.

Y, qué cojones, en eso pensaba viendo a las mujeres caminar, siempre con prisa, con sus niños detrás, soldados neófitos, integrantes futuros de esta guerra sin fin. Esas familias como tantas otras, con sus casas grises integrando comunidades de barrios tristes, con sus maridos prostituidos cada madrugada dentro de una gabardina con manchas de soledad, en pos de un trabajo que no pueden permitirse mandar al carajo porque la hipoteca les tiene a todos cogidos de los huevos. Esos barrios, ciudades enteras, países, alimentando cada día el engranaje económico social con el sudor de su sangre, machacando las entrañas de su alma en pos de una ilusión común de asir el timón de sus dependientes vidas, de sus condicionadas almas, de sus lobotomizados ideales que nacen de sus trepanados, infértiles y acríticos modos de diseccionar la propia existencia; no ya la común, sino la supraindividual, la cosmogónica, la que nos permite intentar acercarnos, si no extraer cierta noción de generalidad, de verdad común al género humano, de pensamiento sublime, aforístico, licor destiladísimo, esencia refinada en extremo de lo que intentamos esclarecer como camino indiscutible e inmutable por el que conducirse sin cagarla tanto, para variar.

¿Y qué elegía yo? ¿Me creía mejor por no elegir la que parecía ser elección única con unas pocas variantes circunstanciales no estructurales? Yo vivía en la indefinición. Elegía no elegir. Hacía honor a una estúpida frase hecha, “no sé lo que quiero pero sé lo que no quiero”. Era un insumiso de la decisión, un apátrida de la elección; un renegado del sino último que subyace en el fallo de nuestra sentencia vital. Asía el timón de mi desarraigada barca, desprotegido en éste ancho mar de desconcierto, sin decidirme a elegir una orientación que pudiera llevarme a buen puerto: a algún puerto. Mientras, la gente remaba, hacía un análisis somero de la situación y pasaba a la práctica, no se prestaba a vacilaciones infinitas, no se entregaba a la nada que rige en último término a la duda no resuelta.

Y así seguí, hasta que decidí marcharme, presa del frío invierno ambivalente que fulguraba sobre el témpano de hielo que sirve de base al crepitar de mi accidentada alma. Y así sigo. Pensando mucho sin concluir nada. Instalado en la indefinición. La incertidumbre velada.

Soy el preso que sufre en la casa del amor extraviado.

miércoles, 24 de noviembre de 2010

No sé qué más



(Que le deis al play antes de leer, ¡zangolotinos! ¡Sus lo tengo dicho!)



Con suma delicadeza me la cogí y traté de no echar ninguna gota sobre la tapa. Lo conseguí fácilmente echando todo fuera. Mi madre estaría orgullosa (si me hubiera abortado retroactivamente al ver mi careto salir). Luego me limpié la última gotita en el calzoncillo como mandan los tratados de buenas maneras. No es casual que luego se queden amarillentos por la zona esos slips remeados en un bucle sin fin.

Salí de mi propio autorretrete y me sacudí la huevada profusamente. Me sentía fresco, puro, habano, tabaco de pipa. Por fin la vida comenzaba a sonreírme. Me había hecho una camiseta con la que sólo podía triunfar: NENA, AHORA QUE AL FIN ME HE RECUPERADO DE ESA MALDITA GONORREA, ESTOY LISTO PARA TU AMOR. Todo parecía resuelto y en orden. Mi endocrino me había dado tres semanas de vida. No entendí muy bien cómo había adquirido el don de alargar la vida de sus pacientes a su antojo, pero decidí no hacer preguntas y tomar lo que se me daba con naturalidad. Tonto el que lo lea.

Pensé en matarme. Pensé en ser eterno. Pensé en la beneficencia que ejercía sobre mí la sopa juliana. Y las palomitas de caramelo. Claro que sí. Uno de los inventos del siglo. Luego no pensuve más. A la noche tuve un sueño. Enjundia serena que atormenta las almas de las pocas sierpes solteras que suspiran durante el periodo estril. Una vez me caí desde una roca por hacer el mongolo y me abrí el ojete en la caida. Fue gracioso desde el punto de vista de un observador externo. Por mi parte, tuve punzadas durante semanas al hacer mis donaciones solidarias a Intermoñigo.

¿Qué es la vida? Un fresnadillo. Perdón, un frenillo. No. Un frenesí. Frené. Sí.

Medité sobre el delirio, sobre la licuación cerebral. Sobre el origen de las especies. En concreto del tomillo y la albahaca. Una vez me tomé un chupito de brandy. Acto seguido fui a encender un cigarro y me flambeé las amígdalas. Intenté aplacar el fuego con tequila. Ahora soy mudo. Me ha parecido apropiado recalcar esto.

No encontraba sentido a nada. Por eso, llamé a mi buen amigo Aniceto Hall y le convencí para que me acompañara al lupanar Asun, del que soy socio honorífico: ayudé a levantarlo con el sudor de mis huevos. Vamos, que saqué a Mr. Hall del sofá a pollazos. No he entendido esto: tallarines apesto.

A medio camino, Ani Hall se crujió y nos detuvimos un momento a aspirar el aroma de la crónica de su muerte anunciada. Es importante olfatear los cuescos. Homenajear su hálito putrefacto. Su unicidad fétida singular. Es el único modo de que alcancen la posteridad en su corta pero odorífera existencia. Durante el paseo fuimos manteniendo una acalorada discusión sobre el por qué de la escritura. Yo defendía que escribía porque intentaba explicarme el mundo y realizaba una labor de catarsis creativa para purgarme en el proceso. Él defendía que escribía porque tenía manos. No supimos dilucidar quién tenía razón y quién estaba en lo cierto: tallarines apesto. Qué bonito poema.

Cuando llegamos al Asun’s, nos reclinamos frente a la entrada y elevamos una oración al padrenuestro que habita en los celos. Aniceto hubo de limarse un poco los cuernos, al ser casado. Yo hube de limarme un poco el retraso, al ser de incesto.

Ya en el interior, discutí acaloradamente con una felatriz de nombre sugestivo, Emeteria Concalzador. Yo discutía sobre la musicalidad oculta que habita en los prepucios, tras su solaz recogimiento. Ella cuestionaba uno de los axiomas básicos de mi filósofo griego favorito, Diarrea de Módena. El filósofo dijo (cito sexualmente):

“Tomad un círculo. Acariciadlo y se volverá vicioso”.

Una sentencia a prueba del silogismo mortal de la incordura. Pero M (abreviatura de Emeteria), sostenía con ardor (mi pene) que el vicio ya se halla intrínseco en la naturaleza íntima de la elipse euclidiana y por ende, Michael Ende. No conseguí sacarla de su horror. En su lugar, se la metí más.

¡Y de repente…!

No sé qué más.



CONTINUARÁ.



Dedicado a _______, como te prometí.

martes, 23 de noviembre de 2010

Para otros, que puedan merecerlo…



(Dale al pleis y no te quites el jerseys)



Me reconocerás. Cariño. Soy aquel que te prometió que te correrías cien veces en una y mil noches, pero nunca lo cumplirá. Nunca estará allí para verificarlo, para volverlo cierto…

Sabrás quien soy cuando atisbes el vacío imperativo de la soledad inenarrable que me conduce en los días presentes y persigna mis desalientos inconexos.

Tantas cosas he prometido que nunca sucederán. Hay barras de pan, aquellas de Dimitri, compradas para un condumio irreal con un pasado caduco, inenarrable, irredento. Serán otros los que acudan a la llamada, indiferentes a la melancolía infinita de éste pasado inencontrable. Prestos al pulso cerval del exceso inafecto; directo. Carente de protohistoria, de pudor, de prebendas consagradas a un tiempo incierto…

¿Sabes…? yo te quería. Y aún te quiero. Es muy duro decir adiós a quien aún sigues amando contraversalmente, de algún modo, a sotavento, y tal vez no olvides. Somos retales que aunan un desierto…

Ando, claro, no invisto remedio. Atisbo las caras. Transcribo los silencios. Sueño con un presente irrealizable. Musito. Reverbero. Pierdo. Lloro. Me quiebro por dentro. Estoy muy jodido. Lo siento. Como tantos otros, nada originales, por cierto. Esos otros que versaron mil veces mejor que yo y que alcanzaron el tabernáculo eterno de los perennes del pensamiento.

Podría asomarme al acantilado del incierto, naturalmente. Pero seguiría muerto. Solo soy las cenizas de lo que jamás llegará a buen puerto. Una promesa infinita de acierto. Un fraude inconcreto. Eterno desacierto.

Aún vivo en la mirada de los ángeles…

He llorado tantas veces. He llorado tan pocas para lo que me pudrí por dentro. He sido tan hijo de puta sin serlo. Aún siéndolo.

Creo que nunca podré saldar la deuda del daño que he causado sin quererlo.

Mil perdones. Para otros, que puedan merecerlo…

Dedicado e inspirado por un texto de Javier Gutiérrez Rubio, un grande.

miércoles, 17 de noviembre de 2010

Sin saberlo



(¡Uy esta qué gonita! ¡Tonto el que no la escuche!)



Cuando en mitad de la noche la lluvia golpea contra las ventanas.

Cuando la tenaz oscuridad recorre las avenidas solitarias de esta tristeza que no cesa.

Cuando soy consciente de que nunca volveré a ser ese niño extraviado en algún lugar de un tiempo que nunca se avocaba a transcurrir.

Cuando entiendo que lo que ha quedado atrás no podrá ser recobrado. Nunca los errores subsanados; expiados los pecados.

Cuando un viento frío zarandea caprichosamente las puertas mal engrasadas en las que chirrían los goznes oxidados que sostienen a duras penas mi alma.

Entonces es momento de concebir que todo está lleno de olvido, de pérdida, de derrota silenciada por los portavoces del gobierno de la nada.

Es este firmamento quebrado en el horizonte último de la locura, soslayada inútilmente. Es este hoy inhumano en el que tantos porfiamos contra un futuro perpetuo que algún día nos engullirá sin remedio.

A veces siento que escribo como el que evita un suicidio. Como el que esgrime diques contra un llanto inagotable. Como el que escupe al viento. Como el que ha sido desplazado de todo centro. Desgajado. Inhábil. Desmantelado. Víctima de su recuerdo.

Sigo aquí. Solo. Asomado al acantilado oscuro que nos circunda a todos pero sólo algunos vemos.

En nuestro yo profundo, todos somos islas desiertas.

Zozobramos hace tiempo. Sin saberlo.

jueves, 4 de noviembre de 2010

Novembre toute l'annee



(¡Uy esta qué fermosa! ¡Los pezones pa rallar chopped!)



Llegó a la habitación, le dieron el pijama azul celeste y se sentó abatido en la silla. Nadie fue a verle. Dormía, comía, paseaba por los pasillos y se sometía pacientemente a una tristeza que le iba devorando el alma.

La clepsidra del tiempo, que siempre creyó infinito, oprimía su psique como el cordel ase el vientre de la peonza. Tantas veces se había dicho ya lo haré. Más adelante. No tengo previsto morirme a corto plazo.

Albergamos la ilusión de un cierto control. Espejismo de poder sobre algo. Pero somos marionetas bajo cuerda de un prestidigitador caprichoso e inconstante. Somos guardianes de nuestra fragilidad; orfebres de nuestra inconsistencia. Custodios de una degradación que no cesa. Testigos de un atardecer infinito con final fundido en negro.

Una enfermera le traía la bandeja del desayuno. Un rato después se la llevaba. Cómo se encuentra hoy, le preguntaba. Termíneselo todo, no me haga enfadar. Y no decaiga, que la presencia de ánimo es lo más importante. ¡No hay que venirse abajo! ¡De todo se sale! Agradeció el carácter enérgico de la mujer. Reconfortaba. De todos modos, resulta más fácil ser valeroso viendo los duelos tras la barrera, se dijo.

Novembre toute l'annee. Mirada perdida a través de la ventana. Partículas de soledad anegando la melancolía hueca que habita el corazón de los viandantes. Discurren de un lugar a otro. Siempre con prisa. Siempre abotargados. Aturdidos por la inmediatez descarnada. Perpetuamente de camino hacia algún sitio que no puede esperar. Invariablemente atareados. Sin advertir que mientras, la vida no se detiene.

Éste es el primer día del resto de tu vida. Ya se sabe. Esa frase es cierta todos los días menos uno. El día que te mueres. Él, que tantas veces había intuido a la muerte, ahora la esperaba. Ésta absurda vida como una larga lista de espera del no porvenir.

A media tarde, un pájaro se posó en el alféizar, junto a él, alentando de algún modo algo en lo que ya no podría creer. Coches veloces a través de las autovías del silencio. Dans la Merco Benz c´est de l´espoir que je caresse.

Un nuevo pálpito en el costado. Mucho más doloroso que cualquiera de los anteriores. Todos somos condenados a muerte esperando la ejecución de nuestra sentencia en el corredor de la vida.

Se supo acabado antes de empezar. La vida. Esta gran cárcel con las puertas abiertas. Se despidió de sí mismo, sabiendo que moriría solo. No importa cuánto humor, cuánto sarcasmo, cuánta burla de nosotros mismos podamos albergar: llaves para jaulas sin candado. Al llegar el fin, la muerte siempre nos deja el corazón destrozado.

Desbandada.

viernes, 29 de octubre de 2010

Cáncer



Ella entró en mi vida de improvisto, enfermándola.

Intenté todo para subsanar el daño. Intenté extirparla. Pero fue mi cáncer y el tejido necrosado del tiempo que tuvimos juntos me acompañará por siempre.

No importa cuánto lo intente.

Lo que viene de la oscuridad regresa siempre a las tinieblas.

jueves, 28 de octubre de 2010

Esta nada sin tregua



(El que no le de al play... ¡gay!)



El cantante melancólico, en su habitación. Escuchando una canción de Gloria Estefan. Lágrimas como pétalos cercenados de sus ojos. Lo que no tenía claro era si acudían a sus ojos por haberse emocionado o por estar escuchando a Gloria Estefan en la intimidad. ¿Tristeza o vergüenza propia? Jamás confesaría tamaño desliz emotivo.

Cogió la guitarra y comenzó a sacar los acordes de la canción. En poco tiempo aprendió la estructura. Atendió después a la letra, víctima de su desamparo interior. De la angustia de saberse conmovido ante semejante mariconada. Parecía mentira que se emocionara escuchando cosas así. Se estaba haciendo viejo. Perdía facultades. Se reblandecía. Como un sabañón largo tiempo en remojo, su integridad se desmoronaba.

“Tengo una frase colgada entre mi boca y mi almohada que me desnuda ante ti”.

Vaya, se dijo, o sea que Gloria es una muerdealmohadas de las buenas. Le va la mandanga. Y el bueno de Emilio (pensando bien), todo un soplacuellos. Trató de llegar más allá, al sentido último de la lírica poética implícita en la letra. Bien, ella le quiere proclamar su amor, pero no le da tiempo porque él la aplasta la cabeza contra el catre y la sojuzga con su lacerante alfanje de carne. Autoritarismo marcial casco alemán mediante. ¡Palabras las menos, cariño! ¡Se las lleva el viento! ¡Te daré todo mi amor con mi palo de alcanfor! Qué romántico, pensó. Luego lo dejó, no sintiendo devaluada su tristeza.

Salió a la terraza y miró ese vientre gris como coño de delfín que es el firmamento en otoño. Un cielo de mierda, pensó. Tanto mejor. Cuando lo de fuera es un cagarro, resulta vital recurrir a la introspección y es de ahí de donde se sacan las cosas que realmente merecen la pena. La esencia. El arte. Las tripas. La verdad pura que todos albergamos y sólo unos pocos aventuramos a dejar expuesta al imperio de las alimañas.

El problema siempre es lo otro. Lo inaprensible. Lo inextricable. Ésta forma venial de mentirnos cuando ignoramos lo que intuimos. El dolor. Lo que no alcanzamos a entender. Esta nada sin tregua. Esta ausencia criminal de olvido.

La tarde, como su ánimo, decaía. Custodiaba un corazón viejo tratando de irrigar un alma joven. Se asomó a la barandilla. Creyó en el suicidio como forma de vida. Comprendiendo que el mundo carecía de sentido, resolvió seguir vivo. A fin de cuentas, daba lo mismo. Posteriormente, demudado ante la luna, una lágrima solitaria le sorprendió contemplando la nada hueca que vivía en su pensamiento. Él nunca había sido sentimental, pero no intentó alejar al desconsuelo. No contuvo el llanto. No temió a lo distinto. Hay que estar preparado para el cambio. Hay que resguardarse en el vacío. Es el único consuelo que nos queda.

Cuando todo se ha perdido.

viernes, 22 de octubre de 2010

Pajaritos


Pío, pío. Que yo no he sido.

Pío. Pío. Pajaritos.

El disturbio que no cesa. Niños que no descansan. Vehículos que nunca se detienen. Mañanas que no hallan fin si no desnudan el ocaso en pos de una nueva alborada. Muerte en la carne. Cirrosis en las circunvoluciones varadas de un espíritu hueco. Desconcierto en los compartimentos viciados del alma. Bebo, luego insisto. Afónico de cantar Camilo Sexto. Me repito. Palimsesto. Del sentido trágico de la bebida. Destierro hepático. Tártaro en vida. Deceso de frenopático. Objetor de cogorza. A beber que son dos días.

A veces siento un pinchazo. No me doy por aturdido. Pero no en la conciencia ni en el alma, sino en el costado. Si es el derecho, estás jodido porque es del hígado. Si es en el izquierdo como en mi caso peor, porque ahí está el páncreas, y eso no se opera. Es el laboratorio del cuerpo. Si falla, cuando te quieres dar cuenta estás en una urna y te esparcen al viento. Con un poco de suerte puedes meterte en los ojos de algún peatón desprevenido, si es que aspiras a trascender un poco después de muerto. Cuando te quieres dar cuenta, ya no te das cuenta. Al final, hagas lo que hagas estás jodido. Estupendo.

Resto y sigo.

viernes, 15 de octubre de 2010

En mi sueño siempre es verano

(Trucha el que no escucha)



En mi sueño siempre es verano. Está ese sol, enorme como llaga de corazón harto de desamor. Ese salitre imperante. Esa brisa que desnuda el alma del vencido antes de presentar batalla. Esa armonía cosificada, ese equilibrio inexistente. Esa inmortalidad quebrada. Nebulosa. Algo parece viciado en el engranaje, de tan puro. Por eso es un sueño. Por eso es la realidad. Otra realidad. Todo es inconexo de un modo hermoso, trágico. Tal vez sea el encanto funesto de lo que podría haber sido. El sonido de las olas meciéndose suavemente sobre el añil manto del mar en calma. Iniciando el ceremonial decadente de las mareas que comienzan en el zócalo de nuestro dolor más íntimo y encuentran su muerte en el litoral de los porvenires más equívocos.

En aquel sueño no existían barreras. Lo nuestro era posible de un modo natural. Nuestros turbios negocios. Oscuro objeto de deseo ser tuyo. Desgárrame. Destrúyeme. Jode las barreras. Hagamos una construcción de nuestra destrucción. Como si nunca hubiéramos sufrido. Como si nos quedara un alma que asesinar. Corazón exangüe de crucial latido. Saliva. Rubor. Tibieza. Cúmulo físico. Penetración. Remolino. Nubes de arena de playa enturbiando un deseo lascivo. Degradante. Vívido.

Es esta soledad tan grande que acarreamos todos. No importan esos niños en traje de baño. Sombrillas. El cubo y la pala. Son artificios para intentar distraer a la muerte en vida. Luces trasnochadas que nos dejan todavía más solos. Cuerpos como zombis, mentes como solares en venta. El hombre es un bobo para el hombre. Como fuera del mundo, en ningún sitio.

El hombre que susurraba a los hipocampos. Cercenado entre las algas, vivo y muerto, asesinado por la danza turbia del olvido. Tu cuerpo bronceado, envuelto en sal, tamizando los últimos días del verano, mi sed de eternidad, de carne y vid, nunca depuesta.

Pero llegará el día en que perdamos todo. Hasta eso. Cuando muere la sed, se agotan los pozos últimos del tormento. Alfeizares de cartón piedra. Decorado de nuestra derrota. Especies que desaparecen. Pamela caída sobre el andén del tiempo disipado.

Una fina pátina de lluvia. Sonata de otoño. Tragicomedia de invierno.

Ahora empiezo a estar mejor.

En mi sueño siempre era verano.

miércoles, 13 de octubre de 2010

Tiovivo



(¡Dale al reproductor, moñigo de alcanfor!)



Una luz resplandeciente. Impróvida. Durante un haz de tiempo la habitación se ilumina. Después se apaga. Probablemente algún coche cruzando a gran velocidad. Tumbado en la cama, en silencio. Esperando. En ocasiones la vida es eso. Tantas veces. Es salir con certeza de Nochevieja esperándolo todo y nada. Y nada. Pues nada.

Su cabello. Su olor. Su rastro. El vacío que deja dentro de uno cuando abandona las habitaciones. Es la tensa espera. El no sé bien qué, que no cesa. Tener o no tener. Lo que se ha ido perdiendo. Lo que nunca volverá. Lo peor del desengaño. Temer que al punto final de los finales no le sigan dos puntos suspensivos. Es una rara sensación. La noche anterior ella estuvo aquí. Ahora parece a eones de distancia. Pleistoceno. Tan cerca y tan lejos. Eterno tira y afloja. Pero a veces no soporto el juego. A veces no es divertido. No te ajunto. No te digo.

A la tarde estuve leyendo. Algo que me resultó curioso. Comparto muchísimos rasgos con los superdotados: alta sensibilidad, excesiva cantidad de energía, pérdida de atención, aburrimiento fácil. Resistencia a la autoridad, si no es democrática. Placer por la lectura. A menudo, emocionalmente inestable. Creatividad, curiosidad. Gran sed de conocimientos. Individualismo. Sólo me falta una cosa: inteligencia. Soy un imbécil.

Agua.

Nadie es perfecto. Los ricos también lloran. Querer es no poder. A veces las camas son tiovivos. Vueltas y más vueltas. A veces volvemos a ser niños cada noche, montados en la atracción que nos quita el sueño. Permanecemos tanto tiempo como podemos girando sobre el eje maltrecho de los sueños, para al final no dormir ni despertar del todo de la pesadilla. Nos bajamos y ya no es una atracción sino una decepción. De pronto nos hemos hecho mayores. No hay sueños sino desvelos. No hay vueltas sino requiebros. Quiero bajarme. Ya no quiero esto. Ya no quiero lo otro. Pero tal vez lo quiero. Tal vez lo quise. Quizás no sé lo que quiero. Quizás nunca lo sepa. Sólo sé que hemos estado tanto tiempo subidos que ya no es divertido. Nos bajamos al fin, con un nudo en el estómago y llorando un poco. Entrecortado el resuello. Sorbiéndonos los mocos. Pero descubrimos que ya no somos niños. Que las vueltas las daba la vida. Que el tiovivo era este mundo. Que ahora estamos más perdidos que al principio y ya no tenemos los brazos de papá o mamá para ampararnos ante lo desconocido. Sólo nos tenemos a nosotros mismos. De pronto hemos crecido. Qué nos han robado. Cómo ha sucedido. Súbitamente somos nuestro desconcierto. La balsa de la ingenuidad en el océano del sinsentido. Un timón desasido. Suspiro.

Lágrimas devienen legañas. Caigo rendido. Sin todavía resolver nada. Sin todavía perder el sentido.

Tiovivo.

jueves, 7 de octubre de 2010

Ricky Martin y la mermelada



(Ricky Mari-trini el que no la escuche)



Ricky Martin contempló melancólicamente las amplias laderas de su dominio que se extendían ante sus ojos y se dijo a sí mismo: “antes, todo esto era armario”.

Atrás quedó su mayor momento de popularidad, que no fue, como se cree, cuando cantó “La copa de la vida” para el mundial de fútbol de Francia ni cuando llenó el Madison Square Garden tres noches seguidas con su “Livin’ la Verga Loca”. En absoluto. Su cima mundial la alcanzó aquella noche que participó en el programa “Sorpresa, Sorpresa” de Isabel Gemio, durante el cual la pasión se desató entre una adolescente rijosa y un can ávido de mermelada. Aquella anécdota recorrió el mundo y el nombre de Ricky estuvo en boca de todos. Ya sabéis, él esperaba escondido en un armario (para variar) de la casa de una fan que, al acceder a la vivienda, debía ser sorprendida por tamaño artista internacional. ¡Vaya impulso que supuso aquel incidente tórrido para su carrera!

Pero los designios del destino son inescrutables y ante tamaño revuelo formado, se recibieron órdenes directas desde arriba para ocultar el escándalo social subsiguiente. Los servicios secretos de inteligencia españoles se pusieron manos a la obra haciendo desaparecer todo documento visual o gráfico del episodio; Isabel Gemio fue tratada con electrodos en el clítoris para ser inducida a shock post traumático y que olvidara todo; todo el equipo del programa recibió terapia de electroshock anal con una pica metálica por mero entretenimiento y el incidente fue hecho desaparecer del mapa y de la psique consciente de todos aquellos que tuvieron algo que ver con su realización. Pero, ¡ay, queridos amigos! Es imposible silenciar por completo a la opinión pública y pese a todos los esfuerzos gubernamentales, todos supimos de la existencia del amigo de un amigo que a su vez tenía un conocido que presenció in situ el capítulo del programa que aquí nos ocupa.

Pero el tiempo pasó. Los pocos visionarios que conocían la verdad fueron desacreditados y ninguneados y aquella emisión de “Sorpresa, Sorpresa” fue cercenada del mundo. La mismísima Isabel Gemio, al ser interpelada públicamente, negaba que se hubiera producido tal filmación (al tiempo que daba un respingo quejándose de unos extraños calambres púbicos).

Por esto, Ricky tenía una severa crisis metafísica. Recordaba nítidamente aquel perro pachón de ojos exorbitados lamiendo profusamente aquella edulcorada región púbica adolescente. Sin embargo, ahora todo el mundo parecía negar que aquello hubiera ocurrido realmente. Ricky sufría con sus razonamientos. Si él podía recordar haber estado escondido en aquel armario (tantos años) y luego ver a la niña ungida especialmente para ser complacida por su mascota, ¿por qué ahora lo desmentía todo el mundo? Y otra duda metafísica más importante: si aquello no había ocurrido pero él sí recordaba estar allí, ¿era Ricky un sujeto imaginario? ¿Tal vez una construcción teórica en un universo cosmocócico ficticio, integrante de una realidad onírica paralela? ¿Y qué significaba esa última frase que acababa de pensar y cómo había podido llegar a formularla si no tenía ni aprobada la EGB?

Ricky amanecía pericárdico, bañado en sudores, tras experimentar las más tenebrosas pesadillas. En una ocasión se visionó postrado en una camilla mientras una legión de gnomos velludos sexaban pollos sobre su torso desnudo. Otra vez se encontró practicando patinaje sobre hielo con dos tupidos mostachos de ministro tardofranquista a modo de patines, sobre una pista de arenques en salmuera extendidos, al tiempo que se precipitaba sobre un abismo, al final del cual se encontraba Aramis Fuster en picardías y tanga de leopardo, suplicando por una sesión de cunnilingus desenfrenado. Esto último era una clara alegoría de la muerte, no hacía falta que se lo explicara ningún psicoanalista.

Tal vez la realidad, o lo que nosotros entendíamos por realidad, no fuera más que la creación macabra de algún loco enardecido. ¿Qué sentido tenía pues todo? ¿Las acciones de nuestra vida eran recreaciones? ¿Pantomima sin sentido? ¿Existía un destino? ¿Era posible un libre albedrío? ¿Pitita Ridruejo era clitoriana o vaginal? Un mar de dudas cartesianas le asaltaba.

Se entristecía al pensar que tal vez aquellos trenecitos de seis vagones en los que él siempre participaba eligiendo uno de los de por el centro pudieran no haber existido en realidad. ¡Cuánto gozo vano y fútil! ¿Era entonces también el placer per sé entelequia ilusoria? ¿Tanta paja rabiosa a mano cambiada podía no ser más que un montón de falsedad inerme?

Y luego reflexionaba sobre esa extraña sensación que todos tenemos de vez en cuando: los deja vu. Sí, en efecto. Sabéis lo que son. Esos eructos de chorizo criollo dos horas después de ser ingeridos que te hacen pensar “este sabor y este olor, ¿no los he vivido yo antes?”.

Ricky, ojeroso y maldormido se miró en el espejo y no disfrutó con lo que vio. Un hombre enfrentado a su propia incertidumbre, un alma descarriada henchida de no gloria, un perseverante artista tras la búsqueda incesante de reconocimiento y gloria, un grano de pus con entidad corpórea propia en el centro mismo de la napia. Con cuidado acerco los dedos índices de ambas manos al diminuto promontorio amarillento estrechando el cerco sobre la impureza infinita que asola la fe de los que aún se atreven a creer en los sueños (húmedos). Apretó con precisión quirúrgica y una explosión purulenta hizo eclosión sobre la epidermis de su tabique nasal. Se deshizo del detrito resultante bajo el agua del grifo y abandonó la estancia.

Salió a su jardín, rodeó su coqueta piscina olímpica y contempló el atardecer sobre las laderas de las 70.000 hectáreas que integraban su humilde finca de viñedos y playas paradisíacas privadas. “La vida es un cagarro seco”, se dijo. Nada tiene sentido, todo se estanca cuán esmegma macerado en postpucio de rata camboyana. ¿Por qué la vida puede ser tan inicua conmigo? ¿Qué macabro designio es el que nos trae a este valle de lágrimas donde las desigualdades y las injusticias nos voltean por doquier? Se tumbó en su jardín de césped balinés importado y notó sobrevenir el llanto ante tanto dilema irresoluble.

Y tendido sobre la hierba, lloró.

lunes, 4 de octubre de 2010

El corifeo no tiene quien le escriba


El corifeo no tiene quien le escriba. Rehén de la sombra, partenaire de la nada hueca que vive de las multitudes. Carne de neón. Como un fantasma sin atmósfera, su voz canta sin canción. Deambula por las calles desabridas de la noche esquiva, se pregunta, duda, siente más hondo lo que no siente: padece.

Hace algún tiempo, en su vida, existía algo. No sabe bien el qué, pero fue algo que al perderse ha dejado un vacío. Un compartimento estanco imposible de completar sin alimentar una mentira auto infligida. Tal vez hubo amor. Quizá fue deseo, ternura, bajas pasiones. Algo que expresaba un alma de la que hoy carece.

Nada dura en la vida. Tan sólo conservamos los pedazos de lo que una vez tuvimos.

El corifeo se extravía por las avenidas, los parterres del tiempo perdido, el sustrato baldío de un huracán interior que no cesa. Prevé la tormenta pero ansía desatarla. Mira los rostros, espectros anónimos, sin estampa. Apura los licores ambiguos que abren interrogantes en el futuro inmediato. Con rabia. Sin recatar el estrago. Desnuda su alma de cintura para abajo. Espera lo inesperado. Su única constante es la inconstancia. Hace de la pena un sable. De la añoranza un alarido. Ya no confía en las estaciones, pero aguarda al estío. Quiere que no sobreviva el desengaño.

La desesperanza es lo último que se pierde.


martes, 28 de septiembre de 2010

Crisis



¡¡Que no panda el cúnico!!

¡El que no se consuela es porque no tiene mano!

Y todos tranquilos. Dentro de cien años, ¡ni nos acordaremos de la crisis!

El mar y un cielo azul interminable




El mar y un cielo azul interminable, inabarcable, estragante.

El verano infinito. Salitre en la piel. Brisa fragante. Cabello mecido. Destellos de rayos solares inclinando nuestros párpados. Solaz.

Donde las olas rompen es donde nace el suicidio cotidiano; todos los decesos son el mismo repetido. Ascender a la parte más escarpada de tu desolación y después, simplemente dejarte caer. Caer.

Caer.

Entonces era feliz. Es fácil ser feliz cuando no pasa nada. Ni el tiempo. El niño descubre el mar y exclama. El viejo regresa al mar y suspira. La ola torna espuma y se libera. La lágrima abandona el espectro y se sacraliza. El sueño frágil quiebra y germina el desvelo.

Aún recuerdo, y la memoria es el tormento. El patrimonio último del viejo.

Descenso.

lunes, 27 de septiembre de 2010

jueves, 23 de septiembre de 2010

Del desconcierto





Membranas. Texturas. Cavidades.

Los recuerdos de un escritor ausente. La maldita tristeza del tiempo. Ése engaño. Ésa rueca en el telar que no deja de girar sobre un eje enfermo.

Treinta siglos de mentirosos. No dejan de brotar. Como hongos en verano, allí se les puede ver, medrando, contando sus mentiras, multiplicándose; como el odio cerval. Como el vacío. Todos mudos en realidad, subproductos de sí mismos. Copias de imitaciones. Reproduciendo las mismas ideas, llegando a idénticas conclusiones. Vaciando un todo inhábil con su nada cegadora.

Afuera llueve. Las gotas golpean estúpidamente las superficies. Revierten contra el cristal esmerilado. Pero nada cambia. El cielo sigue siendo una promesa de herrumbre gris, un ancho manto de desespero.

A veces sueño con ella. Entonces, viene a mí y me dice que fue un error. Que aún es capaz de albergar sentimientos. Que no es un jodido lagarto. Que espera que lo entienda, de algún modo, aunque ya sea tarde.

Como si fuera posible.

Sin rencores. No se puede contravenir al pasado.

Cuando me habla así, oníricamente, algo se restituye en mi alma. Dura poco tiempo. Pero es mejor que nada.

Se puede estar finado rodeado de cadáveres vivientes. Se puede agonizar eternamente cuando nada de lo esperado termina sucediendo.

Vuelvo a la lluvia contra el cristal, al hombre frente al espejo. Al misterio de los tejidos, de lo vivo que muere. Del pensamiento llagado. De lo que somos, o tal vez no somos, en esencia.

Menos que cero igual a infinito desierto. Bajo la lluvia. Del desconcierto.

La tristeza


La tristeza vive
en una voz femenina
anunciando estaciones sin nombre
en el interior de un tren
que hiende el corazón de la noche.

La tristeza emana
del cuarteto de cuerda
interpretando “Por una cabeza”
durante el banquete de boda
que desnuda el atardecer.

La tristeza cristaliza
en ocasos como espinas.
Incapacidad de conservar algo
que trascienda al trámite
del latido irrecuperable.

La tristeza es un río
de cauces imprecisos
rayanos al desborde;
que involucra el caudal de tu alma
y la mía,
que compromete el destino
de nuestras riberas
hoy unívocas,
mañana, tal vez,
escindidas
en meandros
distantes:

Éste arenal en el que
nos hundimos.

martes, 21 de septiembre de 2010

Declaración de Intenciones


Bien.


Heme aquí de nuevo. Después de bastante tiempo de mandar la escritura al carajo, resulta que me aburro y tengo que canalizar la ignominia de mi existencia de algún modo. Las redes sociales, el marca.com y tanta soplapollez con la que la gente malgasta el tiempo a mí me acaban alienando más que si me autolobotomizara por el bien de la humanidad. Necesito escribir. Es una de las cosas que te mantiene alejado de acabar cruzado en la vía del tren.


Así que retomo la escritura, pero no con ansias de imprimir líneas inmortales ni trascender cuán pedo de monarca, sino para excretar tanta cosa que me pasa por la cabeza y no encuentra liberación. Liberémonos pues, truñemos palabras. Hagamos un templo a la excreción dorada.


En realidad quiero escribir por deporte, para no anquilosarme, para retomar la prosa fácil, por entrenamiento. Un poco como el tipo que se mata a pajas todos los días para estar en forma el día que ligue y poder echar tres sin sacarla con una diosa del amor que no cobre por servicios prestados.


Aquí comiendo a perorar sin público a la vista, enfrentado a la soledad e incomprensión absolutas de una audiencia ausente. Como a mí me gusta.


Hagan juego, señores.