jueves, 7 de octubre de 2010

Ricky Martin y la mermelada



(Ricky Mari-trini el que no la escuche)



Ricky Martin contempló melancólicamente las amplias laderas de su dominio que se extendían ante sus ojos y se dijo a sí mismo: “antes, todo esto era armario”.

Atrás quedó su mayor momento de popularidad, que no fue, como se cree, cuando cantó “La copa de la vida” para el mundial de fútbol de Francia ni cuando llenó el Madison Square Garden tres noches seguidas con su “Livin’ la Verga Loca”. En absoluto. Su cima mundial la alcanzó aquella noche que participó en el programa “Sorpresa, Sorpresa” de Isabel Gemio, durante el cual la pasión se desató entre una adolescente rijosa y un can ávido de mermelada. Aquella anécdota recorrió el mundo y el nombre de Ricky estuvo en boca de todos. Ya sabéis, él esperaba escondido en un armario (para variar) de la casa de una fan que, al acceder a la vivienda, debía ser sorprendida por tamaño artista internacional. ¡Vaya impulso que supuso aquel incidente tórrido para su carrera!

Pero los designios del destino son inescrutables y ante tamaño revuelo formado, se recibieron órdenes directas desde arriba para ocultar el escándalo social subsiguiente. Los servicios secretos de inteligencia españoles se pusieron manos a la obra haciendo desaparecer todo documento visual o gráfico del episodio; Isabel Gemio fue tratada con electrodos en el clítoris para ser inducida a shock post traumático y que olvidara todo; todo el equipo del programa recibió terapia de electroshock anal con una pica metálica por mero entretenimiento y el incidente fue hecho desaparecer del mapa y de la psique consciente de todos aquellos que tuvieron algo que ver con su realización. Pero, ¡ay, queridos amigos! Es imposible silenciar por completo a la opinión pública y pese a todos los esfuerzos gubernamentales, todos supimos de la existencia del amigo de un amigo que a su vez tenía un conocido que presenció in situ el capítulo del programa que aquí nos ocupa.

Pero el tiempo pasó. Los pocos visionarios que conocían la verdad fueron desacreditados y ninguneados y aquella emisión de “Sorpresa, Sorpresa” fue cercenada del mundo. La mismísima Isabel Gemio, al ser interpelada públicamente, negaba que se hubiera producido tal filmación (al tiempo que daba un respingo quejándose de unos extraños calambres púbicos).

Por esto, Ricky tenía una severa crisis metafísica. Recordaba nítidamente aquel perro pachón de ojos exorbitados lamiendo profusamente aquella edulcorada región púbica adolescente. Sin embargo, ahora todo el mundo parecía negar que aquello hubiera ocurrido realmente. Ricky sufría con sus razonamientos. Si él podía recordar haber estado escondido en aquel armario (tantos años) y luego ver a la niña ungida especialmente para ser complacida por su mascota, ¿por qué ahora lo desmentía todo el mundo? Y otra duda metafísica más importante: si aquello no había ocurrido pero él sí recordaba estar allí, ¿era Ricky un sujeto imaginario? ¿Tal vez una construcción teórica en un universo cosmocócico ficticio, integrante de una realidad onírica paralela? ¿Y qué significaba esa última frase que acababa de pensar y cómo había podido llegar a formularla si no tenía ni aprobada la EGB?

Ricky amanecía pericárdico, bañado en sudores, tras experimentar las más tenebrosas pesadillas. En una ocasión se visionó postrado en una camilla mientras una legión de gnomos velludos sexaban pollos sobre su torso desnudo. Otra vez se encontró practicando patinaje sobre hielo con dos tupidos mostachos de ministro tardofranquista a modo de patines, sobre una pista de arenques en salmuera extendidos, al tiempo que se precipitaba sobre un abismo, al final del cual se encontraba Aramis Fuster en picardías y tanga de leopardo, suplicando por una sesión de cunnilingus desenfrenado. Esto último era una clara alegoría de la muerte, no hacía falta que se lo explicara ningún psicoanalista.

Tal vez la realidad, o lo que nosotros entendíamos por realidad, no fuera más que la creación macabra de algún loco enardecido. ¿Qué sentido tenía pues todo? ¿Las acciones de nuestra vida eran recreaciones? ¿Pantomima sin sentido? ¿Existía un destino? ¿Era posible un libre albedrío? ¿Pitita Ridruejo era clitoriana o vaginal? Un mar de dudas cartesianas le asaltaba.

Se entristecía al pensar que tal vez aquellos trenecitos de seis vagones en los que él siempre participaba eligiendo uno de los de por el centro pudieran no haber existido en realidad. ¡Cuánto gozo vano y fútil! ¿Era entonces también el placer per sé entelequia ilusoria? ¿Tanta paja rabiosa a mano cambiada podía no ser más que un montón de falsedad inerme?

Y luego reflexionaba sobre esa extraña sensación que todos tenemos de vez en cuando: los deja vu. Sí, en efecto. Sabéis lo que son. Esos eructos de chorizo criollo dos horas después de ser ingeridos que te hacen pensar “este sabor y este olor, ¿no los he vivido yo antes?”.

Ricky, ojeroso y maldormido se miró en el espejo y no disfrutó con lo que vio. Un hombre enfrentado a su propia incertidumbre, un alma descarriada henchida de no gloria, un perseverante artista tras la búsqueda incesante de reconocimiento y gloria, un grano de pus con entidad corpórea propia en el centro mismo de la napia. Con cuidado acerco los dedos índices de ambas manos al diminuto promontorio amarillento estrechando el cerco sobre la impureza infinita que asola la fe de los que aún se atreven a creer en los sueños (húmedos). Apretó con precisión quirúrgica y una explosión purulenta hizo eclosión sobre la epidermis de su tabique nasal. Se deshizo del detrito resultante bajo el agua del grifo y abandonó la estancia.

Salió a su jardín, rodeó su coqueta piscina olímpica y contempló el atardecer sobre las laderas de las 70.000 hectáreas que integraban su humilde finca de viñedos y playas paradisíacas privadas. “La vida es un cagarro seco”, se dijo. Nada tiene sentido, todo se estanca cuán esmegma macerado en postpucio de rata camboyana. ¿Por qué la vida puede ser tan inicua conmigo? ¿Qué macabro designio es el que nos trae a este valle de lágrimas donde las desigualdades y las injusticias nos voltean por doquier? Se tumbó en su jardín de césped balinés importado y notó sobrevenir el llanto ante tanto dilema irresoluble.

Y tendido sobre la hierba, lloró.

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