lunes, 4 de octubre de 2010

El corifeo no tiene quien le escriba


El corifeo no tiene quien le escriba. Rehén de la sombra, partenaire de la nada hueca que vive de las multitudes. Carne de neón. Como un fantasma sin atmósfera, su voz canta sin canción. Deambula por las calles desabridas de la noche esquiva, se pregunta, duda, siente más hondo lo que no siente: padece.

Hace algún tiempo, en su vida, existía algo. No sabe bien el qué, pero fue algo que al perderse ha dejado un vacío. Un compartimento estanco imposible de completar sin alimentar una mentira auto infligida. Tal vez hubo amor. Quizá fue deseo, ternura, bajas pasiones. Algo que expresaba un alma de la que hoy carece.

Nada dura en la vida. Tan sólo conservamos los pedazos de lo que una vez tuvimos.

El corifeo se extravía por las avenidas, los parterres del tiempo perdido, el sustrato baldío de un huracán interior que no cesa. Prevé la tormenta pero ansía desatarla. Mira los rostros, espectros anónimos, sin estampa. Apura los licores ambiguos que abren interrogantes en el futuro inmediato. Con rabia. Sin recatar el estrago. Desnuda su alma de cintura para abajo. Espera lo inesperado. Su única constante es la inconstancia. Hace de la pena un sable. De la añoranza un alarido. Ya no confía en las estaciones, pero aguarda al estío. Quiere que no sobreviva el desengaño.

La desesperanza es lo último que se pierde.


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