viernes, 29 de octubre de 2010

Cáncer



Ella entró en mi vida de improvisto, enfermándola.

Intenté todo para subsanar el daño. Intenté extirparla. Pero fue mi cáncer y el tejido necrosado del tiempo que tuvimos juntos me acompañará por siempre.

No importa cuánto lo intente.

Lo que viene de la oscuridad regresa siempre a las tinieblas.

jueves, 28 de octubre de 2010

Esta nada sin tregua



(El que no le de al play... ¡gay!)



El cantante melancólico, en su habitación. Escuchando una canción de Gloria Estefan. Lágrimas como pétalos cercenados de sus ojos. Lo que no tenía claro era si acudían a sus ojos por haberse emocionado o por estar escuchando a Gloria Estefan en la intimidad. ¿Tristeza o vergüenza propia? Jamás confesaría tamaño desliz emotivo.

Cogió la guitarra y comenzó a sacar los acordes de la canción. En poco tiempo aprendió la estructura. Atendió después a la letra, víctima de su desamparo interior. De la angustia de saberse conmovido ante semejante mariconada. Parecía mentira que se emocionara escuchando cosas así. Se estaba haciendo viejo. Perdía facultades. Se reblandecía. Como un sabañón largo tiempo en remojo, su integridad se desmoronaba.

“Tengo una frase colgada entre mi boca y mi almohada que me desnuda ante ti”.

Vaya, se dijo, o sea que Gloria es una muerdealmohadas de las buenas. Le va la mandanga. Y el bueno de Emilio (pensando bien), todo un soplacuellos. Trató de llegar más allá, al sentido último de la lírica poética implícita en la letra. Bien, ella le quiere proclamar su amor, pero no le da tiempo porque él la aplasta la cabeza contra el catre y la sojuzga con su lacerante alfanje de carne. Autoritarismo marcial casco alemán mediante. ¡Palabras las menos, cariño! ¡Se las lleva el viento! ¡Te daré todo mi amor con mi palo de alcanfor! Qué romántico, pensó. Luego lo dejó, no sintiendo devaluada su tristeza.

Salió a la terraza y miró ese vientre gris como coño de delfín que es el firmamento en otoño. Un cielo de mierda, pensó. Tanto mejor. Cuando lo de fuera es un cagarro, resulta vital recurrir a la introspección y es de ahí de donde se sacan las cosas que realmente merecen la pena. La esencia. El arte. Las tripas. La verdad pura que todos albergamos y sólo unos pocos aventuramos a dejar expuesta al imperio de las alimañas.

El problema siempre es lo otro. Lo inaprensible. Lo inextricable. Ésta forma venial de mentirnos cuando ignoramos lo que intuimos. El dolor. Lo que no alcanzamos a entender. Esta nada sin tregua. Esta ausencia criminal de olvido.

La tarde, como su ánimo, decaía. Custodiaba un corazón viejo tratando de irrigar un alma joven. Se asomó a la barandilla. Creyó en el suicidio como forma de vida. Comprendiendo que el mundo carecía de sentido, resolvió seguir vivo. A fin de cuentas, daba lo mismo. Posteriormente, demudado ante la luna, una lágrima solitaria le sorprendió contemplando la nada hueca que vivía en su pensamiento. Él nunca había sido sentimental, pero no intentó alejar al desconsuelo. No contuvo el llanto. No temió a lo distinto. Hay que estar preparado para el cambio. Hay que resguardarse en el vacío. Es el único consuelo que nos queda.

Cuando todo se ha perdido.

viernes, 22 de octubre de 2010

Pajaritos


Pío, pío. Que yo no he sido.

Pío. Pío. Pajaritos.

El disturbio que no cesa. Niños que no descansan. Vehículos que nunca se detienen. Mañanas que no hallan fin si no desnudan el ocaso en pos de una nueva alborada. Muerte en la carne. Cirrosis en las circunvoluciones varadas de un espíritu hueco. Desconcierto en los compartimentos viciados del alma. Bebo, luego insisto. Afónico de cantar Camilo Sexto. Me repito. Palimsesto. Del sentido trágico de la bebida. Destierro hepático. Tártaro en vida. Deceso de frenopático. Objetor de cogorza. A beber que son dos días.

A veces siento un pinchazo. No me doy por aturdido. Pero no en la conciencia ni en el alma, sino en el costado. Si es el derecho, estás jodido porque es del hígado. Si es en el izquierdo como en mi caso peor, porque ahí está el páncreas, y eso no se opera. Es el laboratorio del cuerpo. Si falla, cuando te quieres dar cuenta estás en una urna y te esparcen al viento. Con un poco de suerte puedes meterte en los ojos de algún peatón desprevenido, si es que aspiras a trascender un poco después de muerto. Cuando te quieres dar cuenta, ya no te das cuenta. Al final, hagas lo que hagas estás jodido. Estupendo.

Resto y sigo.

viernes, 15 de octubre de 2010

En mi sueño siempre es verano

(Trucha el que no escucha)



En mi sueño siempre es verano. Está ese sol, enorme como llaga de corazón harto de desamor. Ese salitre imperante. Esa brisa que desnuda el alma del vencido antes de presentar batalla. Esa armonía cosificada, ese equilibrio inexistente. Esa inmortalidad quebrada. Nebulosa. Algo parece viciado en el engranaje, de tan puro. Por eso es un sueño. Por eso es la realidad. Otra realidad. Todo es inconexo de un modo hermoso, trágico. Tal vez sea el encanto funesto de lo que podría haber sido. El sonido de las olas meciéndose suavemente sobre el añil manto del mar en calma. Iniciando el ceremonial decadente de las mareas que comienzan en el zócalo de nuestro dolor más íntimo y encuentran su muerte en el litoral de los porvenires más equívocos.

En aquel sueño no existían barreras. Lo nuestro era posible de un modo natural. Nuestros turbios negocios. Oscuro objeto de deseo ser tuyo. Desgárrame. Destrúyeme. Jode las barreras. Hagamos una construcción de nuestra destrucción. Como si nunca hubiéramos sufrido. Como si nos quedara un alma que asesinar. Corazón exangüe de crucial latido. Saliva. Rubor. Tibieza. Cúmulo físico. Penetración. Remolino. Nubes de arena de playa enturbiando un deseo lascivo. Degradante. Vívido.

Es esta soledad tan grande que acarreamos todos. No importan esos niños en traje de baño. Sombrillas. El cubo y la pala. Son artificios para intentar distraer a la muerte en vida. Luces trasnochadas que nos dejan todavía más solos. Cuerpos como zombis, mentes como solares en venta. El hombre es un bobo para el hombre. Como fuera del mundo, en ningún sitio.

El hombre que susurraba a los hipocampos. Cercenado entre las algas, vivo y muerto, asesinado por la danza turbia del olvido. Tu cuerpo bronceado, envuelto en sal, tamizando los últimos días del verano, mi sed de eternidad, de carne y vid, nunca depuesta.

Pero llegará el día en que perdamos todo. Hasta eso. Cuando muere la sed, se agotan los pozos últimos del tormento. Alfeizares de cartón piedra. Decorado de nuestra derrota. Especies que desaparecen. Pamela caída sobre el andén del tiempo disipado.

Una fina pátina de lluvia. Sonata de otoño. Tragicomedia de invierno.

Ahora empiezo a estar mejor.

En mi sueño siempre era verano.

miércoles, 13 de octubre de 2010

Tiovivo



(¡Dale al reproductor, moñigo de alcanfor!)



Una luz resplandeciente. Impróvida. Durante un haz de tiempo la habitación se ilumina. Después se apaga. Probablemente algún coche cruzando a gran velocidad. Tumbado en la cama, en silencio. Esperando. En ocasiones la vida es eso. Tantas veces. Es salir con certeza de Nochevieja esperándolo todo y nada. Y nada. Pues nada.

Su cabello. Su olor. Su rastro. El vacío que deja dentro de uno cuando abandona las habitaciones. Es la tensa espera. El no sé bien qué, que no cesa. Tener o no tener. Lo que se ha ido perdiendo. Lo que nunca volverá. Lo peor del desengaño. Temer que al punto final de los finales no le sigan dos puntos suspensivos. Es una rara sensación. La noche anterior ella estuvo aquí. Ahora parece a eones de distancia. Pleistoceno. Tan cerca y tan lejos. Eterno tira y afloja. Pero a veces no soporto el juego. A veces no es divertido. No te ajunto. No te digo.

A la tarde estuve leyendo. Algo que me resultó curioso. Comparto muchísimos rasgos con los superdotados: alta sensibilidad, excesiva cantidad de energía, pérdida de atención, aburrimiento fácil. Resistencia a la autoridad, si no es democrática. Placer por la lectura. A menudo, emocionalmente inestable. Creatividad, curiosidad. Gran sed de conocimientos. Individualismo. Sólo me falta una cosa: inteligencia. Soy un imbécil.

Agua.

Nadie es perfecto. Los ricos también lloran. Querer es no poder. A veces las camas son tiovivos. Vueltas y más vueltas. A veces volvemos a ser niños cada noche, montados en la atracción que nos quita el sueño. Permanecemos tanto tiempo como podemos girando sobre el eje maltrecho de los sueños, para al final no dormir ni despertar del todo de la pesadilla. Nos bajamos y ya no es una atracción sino una decepción. De pronto nos hemos hecho mayores. No hay sueños sino desvelos. No hay vueltas sino requiebros. Quiero bajarme. Ya no quiero esto. Ya no quiero lo otro. Pero tal vez lo quiero. Tal vez lo quise. Quizás no sé lo que quiero. Quizás nunca lo sepa. Sólo sé que hemos estado tanto tiempo subidos que ya no es divertido. Nos bajamos al fin, con un nudo en el estómago y llorando un poco. Entrecortado el resuello. Sorbiéndonos los mocos. Pero descubrimos que ya no somos niños. Que las vueltas las daba la vida. Que el tiovivo era este mundo. Que ahora estamos más perdidos que al principio y ya no tenemos los brazos de papá o mamá para ampararnos ante lo desconocido. Sólo nos tenemos a nosotros mismos. De pronto hemos crecido. Qué nos han robado. Cómo ha sucedido. Súbitamente somos nuestro desconcierto. La balsa de la ingenuidad en el océano del sinsentido. Un timón desasido. Suspiro.

Lágrimas devienen legañas. Caigo rendido. Sin todavía resolver nada. Sin todavía perder el sentido.

Tiovivo.

jueves, 7 de octubre de 2010

Ricky Martin y la mermelada



(Ricky Mari-trini el que no la escuche)



Ricky Martin contempló melancólicamente las amplias laderas de su dominio que se extendían ante sus ojos y se dijo a sí mismo: “antes, todo esto era armario”.

Atrás quedó su mayor momento de popularidad, que no fue, como se cree, cuando cantó “La copa de la vida” para el mundial de fútbol de Francia ni cuando llenó el Madison Square Garden tres noches seguidas con su “Livin’ la Verga Loca”. En absoluto. Su cima mundial la alcanzó aquella noche que participó en el programa “Sorpresa, Sorpresa” de Isabel Gemio, durante el cual la pasión se desató entre una adolescente rijosa y un can ávido de mermelada. Aquella anécdota recorrió el mundo y el nombre de Ricky estuvo en boca de todos. Ya sabéis, él esperaba escondido en un armario (para variar) de la casa de una fan que, al acceder a la vivienda, debía ser sorprendida por tamaño artista internacional. ¡Vaya impulso que supuso aquel incidente tórrido para su carrera!

Pero los designios del destino son inescrutables y ante tamaño revuelo formado, se recibieron órdenes directas desde arriba para ocultar el escándalo social subsiguiente. Los servicios secretos de inteligencia españoles se pusieron manos a la obra haciendo desaparecer todo documento visual o gráfico del episodio; Isabel Gemio fue tratada con electrodos en el clítoris para ser inducida a shock post traumático y que olvidara todo; todo el equipo del programa recibió terapia de electroshock anal con una pica metálica por mero entretenimiento y el incidente fue hecho desaparecer del mapa y de la psique consciente de todos aquellos que tuvieron algo que ver con su realización. Pero, ¡ay, queridos amigos! Es imposible silenciar por completo a la opinión pública y pese a todos los esfuerzos gubernamentales, todos supimos de la existencia del amigo de un amigo que a su vez tenía un conocido que presenció in situ el capítulo del programa que aquí nos ocupa.

Pero el tiempo pasó. Los pocos visionarios que conocían la verdad fueron desacreditados y ninguneados y aquella emisión de “Sorpresa, Sorpresa” fue cercenada del mundo. La mismísima Isabel Gemio, al ser interpelada públicamente, negaba que se hubiera producido tal filmación (al tiempo que daba un respingo quejándose de unos extraños calambres púbicos).

Por esto, Ricky tenía una severa crisis metafísica. Recordaba nítidamente aquel perro pachón de ojos exorbitados lamiendo profusamente aquella edulcorada región púbica adolescente. Sin embargo, ahora todo el mundo parecía negar que aquello hubiera ocurrido realmente. Ricky sufría con sus razonamientos. Si él podía recordar haber estado escondido en aquel armario (tantos años) y luego ver a la niña ungida especialmente para ser complacida por su mascota, ¿por qué ahora lo desmentía todo el mundo? Y otra duda metafísica más importante: si aquello no había ocurrido pero él sí recordaba estar allí, ¿era Ricky un sujeto imaginario? ¿Tal vez una construcción teórica en un universo cosmocócico ficticio, integrante de una realidad onírica paralela? ¿Y qué significaba esa última frase que acababa de pensar y cómo había podido llegar a formularla si no tenía ni aprobada la EGB?

Ricky amanecía pericárdico, bañado en sudores, tras experimentar las más tenebrosas pesadillas. En una ocasión se visionó postrado en una camilla mientras una legión de gnomos velludos sexaban pollos sobre su torso desnudo. Otra vez se encontró practicando patinaje sobre hielo con dos tupidos mostachos de ministro tardofranquista a modo de patines, sobre una pista de arenques en salmuera extendidos, al tiempo que se precipitaba sobre un abismo, al final del cual se encontraba Aramis Fuster en picardías y tanga de leopardo, suplicando por una sesión de cunnilingus desenfrenado. Esto último era una clara alegoría de la muerte, no hacía falta que se lo explicara ningún psicoanalista.

Tal vez la realidad, o lo que nosotros entendíamos por realidad, no fuera más que la creación macabra de algún loco enardecido. ¿Qué sentido tenía pues todo? ¿Las acciones de nuestra vida eran recreaciones? ¿Pantomima sin sentido? ¿Existía un destino? ¿Era posible un libre albedrío? ¿Pitita Ridruejo era clitoriana o vaginal? Un mar de dudas cartesianas le asaltaba.

Se entristecía al pensar que tal vez aquellos trenecitos de seis vagones en los que él siempre participaba eligiendo uno de los de por el centro pudieran no haber existido en realidad. ¡Cuánto gozo vano y fútil! ¿Era entonces también el placer per sé entelequia ilusoria? ¿Tanta paja rabiosa a mano cambiada podía no ser más que un montón de falsedad inerme?

Y luego reflexionaba sobre esa extraña sensación que todos tenemos de vez en cuando: los deja vu. Sí, en efecto. Sabéis lo que son. Esos eructos de chorizo criollo dos horas después de ser ingeridos que te hacen pensar “este sabor y este olor, ¿no los he vivido yo antes?”.

Ricky, ojeroso y maldormido se miró en el espejo y no disfrutó con lo que vio. Un hombre enfrentado a su propia incertidumbre, un alma descarriada henchida de no gloria, un perseverante artista tras la búsqueda incesante de reconocimiento y gloria, un grano de pus con entidad corpórea propia en el centro mismo de la napia. Con cuidado acerco los dedos índices de ambas manos al diminuto promontorio amarillento estrechando el cerco sobre la impureza infinita que asola la fe de los que aún se atreven a creer en los sueños (húmedos). Apretó con precisión quirúrgica y una explosión purulenta hizo eclosión sobre la epidermis de su tabique nasal. Se deshizo del detrito resultante bajo el agua del grifo y abandonó la estancia.

Salió a su jardín, rodeó su coqueta piscina olímpica y contempló el atardecer sobre las laderas de las 70.000 hectáreas que integraban su humilde finca de viñedos y playas paradisíacas privadas. “La vida es un cagarro seco”, se dijo. Nada tiene sentido, todo se estanca cuán esmegma macerado en postpucio de rata camboyana. ¿Por qué la vida puede ser tan inicua conmigo? ¿Qué macabro designio es el que nos trae a este valle de lágrimas donde las desigualdades y las injusticias nos voltean por doquier? Se tumbó en su jardín de césped balinés importado y notó sobrevenir el llanto ante tanto dilema irresoluble.

Y tendido sobre la hierba, lloró.

lunes, 4 de octubre de 2010

El corifeo no tiene quien le escriba


El corifeo no tiene quien le escriba. Rehén de la sombra, partenaire de la nada hueca que vive de las multitudes. Carne de neón. Como un fantasma sin atmósfera, su voz canta sin canción. Deambula por las calles desabridas de la noche esquiva, se pregunta, duda, siente más hondo lo que no siente: padece.

Hace algún tiempo, en su vida, existía algo. No sabe bien el qué, pero fue algo que al perderse ha dejado un vacío. Un compartimento estanco imposible de completar sin alimentar una mentira auto infligida. Tal vez hubo amor. Quizá fue deseo, ternura, bajas pasiones. Algo que expresaba un alma de la que hoy carece.

Nada dura en la vida. Tan sólo conservamos los pedazos de lo que una vez tuvimos.

El corifeo se extravía por las avenidas, los parterres del tiempo perdido, el sustrato baldío de un huracán interior que no cesa. Prevé la tormenta pero ansía desatarla. Mira los rostros, espectros anónimos, sin estampa. Apura los licores ambiguos que abren interrogantes en el futuro inmediato. Con rabia. Sin recatar el estrago. Desnuda su alma de cintura para abajo. Espera lo inesperado. Su única constante es la inconstancia. Hace de la pena un sable. De la añoranza un alarido. Ya no confía en las estaciones, pero aguarda al estío. Quiere que no sobreviva el desengaño.

La desesperanza es lo último que se pierde.