lunes, 19 de diciembre de 2016

E. B. n.º 20, XII-1996

ENTREVISTAS BREVES CON HOMBRES REPULSIVOS
E. B. n.º 20, XII-1996

NEW HAVEN, CONNECTICUT

—Y, sin embargo, no me enamoré de ella hasta que contó la historia de aquel accidente increíblemente horrible en el que fue brutalmente asaltada, secuestrada y casi asesinada.

P.

—Déjame que te lo explique. Me doy cuenta de lo que puede parecer, créeme. Te lo puedo explicar. Mientras estábamos juntos en la cama, después de haberse acordado por alguna razón, me contó una anécdota sobre un día en que estaba haciendo autostop y la recogió alguien que resultó ser un delincuente sexual psicótico en serie que la llevó a una zona solitaria, la violó y casi con seguridad la habría matado si ella no hubiera sido capaz de mantener la cabeza serena en aquella situación de miedo y ansiedad terribles. No le importó lo que yo pudiera pensar sobre la calidad y el contenido de las ideas que le permitieron persuadirlo para que la dejara viva.

P.

—Ni yo tampoco. ¿Quién lo haría hoy en día, en una época en que todos…? ¿En que a los asesinos psicóticos en serie incluso les dedican cartas para coleccionar? Dado el clima actual, prefiero eludir cualquier sugerencia de que hay gente que, entre comillas, se busca esas cosas, no hablemos ni siquiera de ello, pero te aseguro que da qué pensar acerca de la capacidad de juicio de alguien que haga semejante cosa, o al menos acerca de la ingenuidad…

P.

—Pero tal vez resultara menos increíble teniendo en cuenta el tipo al que pertenecía, porque era de esas a las que llaman Masticadoras de Avena, o poshippies, o creyentes New Age, lo que sea; en la universidad, que es donde uno se expone por primera vez a las taxonomías sociales, las llamábamos Masticadoras de Avena o simplemente Masticadoras, término que comprende las arquetípicas sandalias, la ropa de fibra sin tratar, la charla extravagante sobre misterios arcanos, la incontinencia emocional, el pelo flamantemente largo, la extrema liberalidad en cuestiones sociales, el apoyo financiero de unos padres a los que detestan, los pies descalzos, las religiones raras de importación, la indiferencia hacia la higiene, un vocabulario empalagoso y vagamente enlatado, todo ese lenguaje predecible poshippie sobre paz y amor que im…

P.

—En un enorme concierto-barra-performance artístico al aire libre en un festival que se celebró en un parque del centro de la ciudad, donde… En fin, me la camelé, así de simple. No voy a intentar representarlo como algo más agradable o más señalado por el destino. Y, a riesgo de parecer mezquino, admitiré que su morfología arquetípica de Masticadora me resultó evidente a primera vista, desde el otro lado del escenario, y dictó los términos del acercamiento y la táctica del ligue e hizo que la cosa fuera criminalmente simple. La mitad de las mujeres… Es una tipología más común de lo que parece entre las chicas con estudios de por aquí. No quieras saber qué clase de festival era ni por qué estábamos allí los tres, créeme. Agarraré el toro político por los cuernos y confesaré que la clasifiqué como objetivo de una noche, y que mi interés por ella se debía casi por completo al hecho de que era guapa. Sexualmente atractiva, sexy. Tenía un cuerpo fenomenal, y eso que llevaba un poncho. Fue su cuerpo el que me atrajo. Su cara era un poco extraña. No resultaba familiar, más bien excéntrica. Tad la describió como un pato realmente sexy. Sin embargo, nolo a la acusación de que la vi sobre la manta en el concierto y la asalté con ansias carnívoras y pensando en ella como un objetivo claro de una sola noche. Y, habiendo tenido algunos tratos previamente con el género Masticador, admito que aquel requisito de una sola noche se debía básicamente a la perspectiva sórdida e inimaginable de tener que hablar con una militante New Age durante más de una noche. Lo apruebes o no, creo que podemos asumir que lo entiendes.

P.

—Es el hecho de que sean tan panolis, como si creyeran que la-esencia-de-la-vida-es-un-lindo-conejito, lo que hace que sea tan difícil tomarlas en serio o no terminar sintiéndote como si te estuvieras aprovechando de ellas de alguna forma.

P.

—Su condición de panolis, su chifladura, cierta flacidez intelectual o cierta ingenuidad que de alguna forma resulta petulante. Elige lo que te ofenda menos. Y sí, no te preocupes, ya me doy cuenta de la impresión que produce lo que digo y me puedo imaginar muy bien las ideas que te estás formando a partir de la manera en que estoy explicando qué es lo que me llevó a ella, pero si te tengo que explicar esto tal como me has pedido que lo haga, entonces no me queda otra opción que ser brutalmente honesto en lugar de limitarme a galanterías pseudosensibles y eufemísticas acerca del modo en que un hombre educado y con una experiencia razonable va a ver a una chica extraordinariamente atractiva cuya filosofía vital es panoli e irreflexiva y, bien mirada, un poco odiosa. Te voy a hacer el cumplido de no fingir que me preocupa si entiendes lo que estoy diciendo sobre la dificultad de no sentir impaciencia e incluso desprecio: por la hipocresía, la contradicción flagrante, el hecho de que puedas saber de antemano que mostrarán el entusiasmo requerido por las selvas amazónicas, la lechuza moteada, la meditación creativa, la terapia psicológica de autosuperación, la macrobiosis, la desconfianza visceral hacia lo que consideran la autoridad sin pararse una sola vez a pensar en el rígido autoritarismo implícito en la rígida uniformidad de su propio, entre comillas, uniforme inconformista, su vocabulario, sus actitudes… Como alguien que ha pasado por la universidad y después por dos años de escuela de posgrado tengo que confesar casi con total seguridad… Esos niños ricos con vaqueros rotos cuya manera de protestar contra el apartheid era boicotear la hierba sudafricana. Silverglade los llamaba los Mirones de su Ombligo. La ingenuidad petulante, la condescendencia que se ocultaba tras la, entre comillas, compasión que sienten por los que están, entre comillas, atrapados o aprisionados en el estilo de vida ortodoxo americano. Y todos esos rollos. Y es que los Mirones de su Ombligo nunca caen en la cuenta de que es la rectitud y el ahorro de esos… No se les ocurre que ellos mismos se han convertido en el producto de todos los elementos de la cultura de los que se burlan y contra los cuales se definen por oposición, del narcisismo, el materialismo y la complacencia y la conformidad irreflexiva… Ni tampoco en la ironía del hecho de que la teleología risueña de esta supuesta nueva era inminente sea exactamente la misma licencia cultural que eran las doctrinas del Destino Manifiesto o el Tercer Reich, o la dictadura del proletariado o la Revolución Cultural, todo es lo mismo. Y jamás se les ocurre que es precisamente el hecho de que estén tan seguros de ser diferentes lo que los hace iguales.

P.

—Te sorprenderías.

P.

—Claro, y la sensación casi de desprecio tiene que ver específicamente con la facilidad con que uno podía acercarse casualmente a ella y agacharse junto a su manta y empezar una conversación y jugar ociosamente con el borde de la manta y crear con facilidad la sensación de afinidad y de conexión que te permitiría ligar con ella, por alguna razón uno casi detesta el hecho de que sea tan puñeteramente fácil lograr que la conversación fluya hacia una sensación de conexión, qué aprovechado se siente uno cuando es tan fácil conseguir que este tipo de mujeres te considere un alma caritativa; casi sabes lo que se va a decir a continuación sin que ella tenga ni siquiera que abrir su linda boquita. Tad dijo que era como una especie de obra de pseudoarte lisa, blanca y perfecta que uno quiere comprar para poder llevársela a casa y man…

P.

—No, en absoluto, porque intento explicar que el tipo de mujer al que ella pertenecía dictaba una táctica basada en una mezcla aparente de confesión avergonzada y de franqueza brutal. En cuanto se estableció la suficiente intimidad en la conversación como para que pareciera remotamente plausible una, entre comillas, confesión, adopté una expresión sensible-barra-dolorida y, entre comillas, confesé que la verdad era que no había pasado casualmente junto a su manta, sino que, aunque no nos conocíamos, había sentido una misteriosa pero abrumadora ansia de agacharme y decirle hola, pero luego algo en ella que hacía del todo imposible no hablarle con total honestidad me obligaba a confesarle que en realidad me había acercado deliberadamente a su manta y había entablado conversación porque la había visto desde el otro lado del escenario y había sentido una energía misteriosa pero abrumadoramente sensual que parecía emanar desde el fondo de su ser y me había sentido ineludiblemente atraído hacia ella y me había agachado y me había presentado y había entablado conversación con ella porque quería conectar y hacer el amor con ella de una forma mutuamente reconfortante y exquisita, pero me había dado vergüenza admitir aquel deseo natural y por eso al principio había contado una mentirijilla al explicar por qué me había dirigido a ella, aunque ahora cierta misteriosa amabilidad y generosidad espiritual que yo podía intuir en ella me estaba permitiendo sentirme lo bastante sereno como para confesarle que al principio le había dicho una mentirijilla. Fíjate en la mezcla retórica precisa de expresiones infantiles como «decir hola» y «mentirijillas» con abstracciones vagas como «reconfortante», «energía» y «sereno». Esta es la lengua franca de los Mirones de sus Ombligos. La verdad es que ella me gustó, tal como descubrí, como individuo: mostró una expresión divertida durante toda la conversación que hacía que fuera difícil no devolverle la sonrisa, y una necesidad involuntaria de sonreír es uno de los mejores sentimientos que puede haber, ¿no? ¿Tomamos otra? ¿Es hora de tomar otra, verdad?

P.: …

—Sí, pues mi experiencia previa me ha demostrado que las Masticadoras de Avena tienden a definirse a sí mismas por oposición a lo que entienden como actitudes desconsideradas e hipócritas de las supuestas mujeres burguesas y por tanto resulta imposible ofenderlas, rechazan por completo los conceptos de propiedad y de ofensa y contemplan la presunta honestidad incluso del tipo más brutal y repelente como una prueba de sinceridad y respeto, de que uno va, entre comillas, en serio, les da la impresión de que las respetas demasiado como personas como para agobiarlas con ficciones poco plausibles y dejar incomunicados los deseos y energías naturales básicos. Por no mencionar —y estoy seguro de que esto terminará de disgustarte e indignarte— que las mujeres extremada y descomunalmente guapas de todas las clases tienen todas, a juzgar por mi experiencia, una obsesión uniforme por esta idea de respeto, y serían capaces de hacer prácticamente cualquier cosa por cualquier tipo que les proporcionara una sensación suficiente de que se las respeta profundamente. No creo que haga falta señalar que esto no es más que una variante específicamente femenina de la necesidad psicológica de saber que los demás te toman tan en serio como te tomas tú mismo. No hay nada particularmente malo en esto, las necesidades psicológicas son así, pero por supuesto tendríamos que recordar que una necesidad profunda de cualquier cosa de los demás nos convierte en presas fáciles. Puedo deducir de tu expresión lo que piensas sobre la honestidad brutal. Lo cierto es que ella tenía un cuerpo que mi cuerpo encontraba sexualmente atractivo y con el que quería tener relaciones sexuales y la realidad es que no era nada más noble o más complicado que eso. Y debería interpolar que ciertamente estaba sacada directamente de la Factoría Central de Masticadores de Avena. Sentía una especie de odio monomaniaco contra la industria maderera americana y era miembro de una de esas religiones medio orientales con muchos apóstrofos en el nombre que yo desafiaría a cualquiera a pronunciarlo correctamente, y también tenía una fe muy fuerte en el valor supremo de las vitaminas y los minerales en suspensión coloidal en lugar de en forma de tabletas, etcétera. Y luego, cuando yo había conseguido que una cosa condujera estúpidamente a la otra y ella ya estaba en mi apartamento y ya habíamos hecho lo que yo quería hacer y habíamos intercambiado los cumplidos y las frases tranquilizadoras que se suelen decir cuando se está en la cama, ella se puso a parlotear sobre la perspectiva que tenía su oscura religión oriental de los campos de energía, las almas y las conexiones que se podían establecer entre almas mediante lo que ella definía todo el tiempo como concentración, y a usar la palabra, bueno, esa palabra que empieza por A varias veces sin ninguna ironía e incluso sin conciencia aparente de que esa palabra ha quedado completamente trillada por culpa de su excesivo uso táctico y ahora requiere ir entre comillas invisibles como mínimo, y supongo que debería decirte que ya desde el principio yo estaba planeando darle mi número telefónico especial falso cuando intercambiáramos nuestros números de teléfono por la mañana, algo que solo una minoría extremadamente reducida y cínica quiere hacer siempre. Intercambiar números. El tío abuelo o los abuelos o algún pariente por el estilo de un compañero de Tad en su grupo de estudio de responsabilidades extracontractuales tiene una segunda residencia en las afueras de Milford y nunca la usa, tiene un teléfono pero sin contestador ni servicio, de forma que cuando alguien a quien le das el número especial llama a ese número simplemente suena y suena, de forma que durante unos días no resulta evidente para la chica que no le has dado tu número verdadero y durante esos días ella se puede imaginar que tal vez has estado extremadamente ocupado y poco disponible y que tal vez esta sea la razón por la que no la has llamado. Lo cual evita la posibilidad de herir sus sentimientos y por tanto está bien, sostengo, aunque también puedo im…

P.

—La clase de chica maravillosa cuyos besos saben a licor cuando no ha bebido licor. Sirope de grosella negra, frambuesa, pastillas de goma, todo blando y húmedo. Entre comillas.

P.: …

—Sí, y en la anécdota ella estaba haciendo autostop en actitud risueña por la autopista interestatal, y un buen día el tío del coche que paró casi en el mismo momento en que ella levantó el pulgar resultó ser… Ella me dijo que se dio cuenta de su error en el mismo momento de entrar. En el coche. Solamente a partir de lo que ella llamó el campo de energía del interior del coche, me contó, y que el miedo se había adueñado de su alma en el momento de entrar. Y claro está, el tío del coche enseguida salió de la autopista y se desvió por una especie de zona solitaria, que por lo visto es lo que siempre hacen los delincuentes sexuales psicóticos; uno siempre lee «zona solitaria» en las noticias de «brutales asesinatos sexuales» y de «terroríficos descubrimientos» de «restos no identificados» por parte de un explorador o de un aficionado a la botánica, etcétera, algo que todo el mundo sabe y que no te quepa la menor duda de que ella estaba recordando en aquel momento, llena de horror, a medida que el tipo empezaba a actuar de forma cada vez más terrorífica y psicótica ya en la autopista y en cuanto se desvió enseguida por la primera zona solitaria que encontró.

P.

—Lo que ella me explicó es que en realidad no sintió el campo de energía psicótica hasta que hubo cerrado la portezuela del coche y este arrancó, y para entonces ya era demasiado tarde. No me lo contó en tono melodramático, pero me dijo que estaba paralizada por el terror. Tal vez estés preguntándote igual que hice yo cuando uno oye hablar sobre esta clase de casos por qué la víctima no se tira del coche en cuanto el tío saca su sonrisa de loco o cuando empieza a actuar de forma extraña o cuando empieza a contar casualmente que odia a su madre con todas sus fuerzas y que sueña con violarla con su palo de golf para la arena aprobado por la Asociación de Mujeres Profesionales de Golf y después apuñalarla ciento seis veces, etcétera. Pero ella me contó que la perspectiva de tirarse en marcha de un coche a toda velocidad y chocar contra el asfalto a cien kilómetros por hora… Por lo menos te romperías una pierna o algo así, y luego mientras intentas alejarte a rastras de la carretera y esconderte entre la maleza, qué le impide al tipo dar media vuelta y volver a por ti, y además no olvidemos que entonces estará todavía más enfadado por el rechazo implícito en tu gesto de tirarte al asfalto a cien kilómetros por hora en lugar de quedarte en su compañía, puesto que los delincuentes sexuales psicóticos tienen una tolerancia notablemente baja al rechazo, etcétera.

P.

—Algo en su aspecto, sí, sus ojos y el campo de energía del coche, entre comillas. Me contó que supo inmediatamente en lo más profundo de su alma que la intención del tipo era violarla brutalmente, torturarla y matarla. Y yo la creí, me creí que uno pueda percibir intuitivamente los epifenómenos del peligro, notar la psicosis en el aspecto de una persona: no tienes que creer en los campos de energía ni en la percepción extrasensorial para aceptar la intuición de la muerte. Y tampoco quiero empezar a describir el aspecto de ella mientras me contaba la historia reviviéndola: estaba desnuda, con el pelo cayéndole por la espalda, sentada con las piernas cruzadas y actitud meditabunda en medio de la cama deshecha y fumando cigarrillos ultralight Merit a los que iba quitando el filtro porque decía que los filtros estaban llenos de aditivos y eran insalubres (y me decía que eran insalubres mientras estaba allí sentada fumando uno detrás de otro, lo cual resultaba tan irracional que yo no podía entenderlo), y con una especie de ampolla en el tendón de Aquiles, de llevar sandalias, inclinando la mitad superior del cuerpo para seguir la oscilación del ventilador, de forma que su figura era iluminada a intervalos por un rayo de luna que entraba por la ventana cuyo ángulo de incidencia se alteraba a medida que la luna se desplazaba hacia arriba al otro lado de la ventana: lo único que te puedo decir es que estaba preciosa. Tenía las plantas de los pies sucias, casi negras. La luna estaba tan llena que parecía que se hubiera atiborrado. Y el pelo le caía largo por la espalda, más que… era ese pelo lustroso y hermoso que te hace entender por qué las mujeres usan acondicionador. El amigo del alma de Tad, Silverglade, me dijo que le crecía la cabeza en el pelo y no al revés y me preguntaba cuánto duraba el período de celo en su especie y qué chistoso, ja, ja. Me temo que tengo una memoria más verbal que visual. Estábamos en un sexto piso, el ambiente en mi dormitorio estaba cargado y ella actuaba como si el aire del ventilador fuera agua fría y cerraba los ojos cuando la golpeaba. Y para cuando el psicópata en cuestión se desvió por la zona solitaria y por fin dejó de disimular y le dijo cuáles eran sus verdaderas intenciones (por lo visto describiendo con detalle ciertos planes específicos, procedimientos e instrumentos), ella no se sorprendió lo más mínimo, me dijo que ya había distinguido la clase de energía espiritual maligna del coche en el que había entrado, la clase de psicópata despiadado e implacable que había allí y el tipo de relación que iban a tener en aquella zona solitaria, y llegó a la conclusión de que se iba a convertir en otro descubrimiento tétrico por parte de algún aficionado a la botánica al cabo de unos días a menos que pudiera acceder mediante la concentración al tipo de conexión espiritual profunda que hiciera que al tipo le resultara difícil matarla. Aquellas fueron sus palabras, aquella era la especie de terminología pseudoabstracta que ella… y al mismo tiempo yo me sentí lo bastante cautivado por la anécdota como para aceptar simplemente la terminología como una especie de idioma extranjero sin intentar juzgarla ni exigirle una aclaración, y simplemente di por sentado que concentración era el oscuro eufemismo que ella usaba para referirse a la oración, y que en una situación desesperada como aquella quién estaba realmente en posición de juzgar cuál sería la reacción adecuada al tipo de terror y estupor que ella debía de estar sintiendo, quién podía saber con certeza si la oración no era una reacción apropiada. Todo ese rollo de los ateos y las trincheras y tal. Lo que recuerdo mejor es que para entonces me estaba costando, por primera vez, mucho menos escucharla: estaba mostrando una habilidad inesperada para explicarlo de una forma tal que desviaba la atención de sí misma y trasladaba un máximo de atención a la propia anécdota. Tengo que confesar que fue la primera vez que no la encontré en absoluto aburrida. ¿Quieres otra?

P.

—Que no estaba siendo nada melodramática al contármela, la anécdota, ni tampoco fingiendo una tranquilidad artificial igual que alguna gente finge una despreocupación artificial cuando narra un incidente que se supone que ha de aumentar el dramatismo de su historia y/o hacerles parecer despreocupados y sofisticados, dos cosas que a menudo son la parte más molesta de escuchar cómo cierto tipo de mujeres estructuran una historia o una anécdota: están acostumbradas a tener un nivel muy alto de atención por parte de la gente y necesitan sentir que la controlan y están siempre intentando controlar la clase y el grado exactos de atención que les estás prestando en lugar de simplemente confiar en que estés prestando el grado adecuado de atención. Estoy seguro de que tú también has percibido esto en las mujeres muy atractivas, el hecho de que prestarles atención hace que empiecen inmediatamente a posar, incluso si su pose es la despreocupación artificial que fingen para retratarse a sí mismas como carentes de pose. Se vuelve aburrido enseguida. Pero ella era, o parecía, extrañamente carente de pose para ser alguien con tanto atractivo y con una historia tan dramática. Me di cuenta escuchándola. Parecía que realmente lo estaba explicando sin ninguna pose, que estaba abierta a la atención pero no pendiente de la misma; ni tampoco se mostraba despectiva con la atención, no fingía desdén ni displicencia, algo que odio. A algunas mujeres muy guapas les pasa algo en la voz, les salen gallos o les falta la inflexión o se ríen como una ametralladora y tú te escapas horrorizado. Ella hablaba con un tono alto neutro sin chillar, sin esa «o» larga y arrastrada y sin ese aire vago de queja nasal que… también era de agradecer que no se propasara con los «o seas» y los «¿sabes?», que pueden hacer que acabes mordiéndote el interior de la mejilla delante de esa clase de mujeres. Ni tampoco soltaba risitas infantiles. Su risa era completamente adulta, grave y reconfortante. Y aquella fue la primera señal que vi de tristeza o melancolía, a medida que escuchaba cada vez con más atención la anécdota, y descubrí que las cualidades que ahora admiraba en ella eran algunas de las mismas cualidades de ella que yo había despreciado cuando ligué con ella en el parque.

P.

—La principal de ellas (y lo digo sin ironía) era que parecía, entre comillas, sincera de una forma que en realidad podía responder a una ingenuidad petulante pero que de todas formas resultaba atractiva y muy poderosa en aquel contexto en que yo estaba escuchando la historia de su encuentro con el psicópata, y descubrí que aquella cualidad me ayudaba a concentrarme casi por completo en la anécdota y por tanto me ayudaba a imaginarme de una forma casi terroríficamente realista y nítida cómo se debió de sentir ella en aquellos momentos, cómo se sentiría cualquiera que se encontrara a raíz de una pura casualidad internándose en una zona solitaria a oscuras en compañía de un hombre vestido con un mono de mecánico que dice que es la encarnación de tu muerte, que está alternativamente sonriendo con alborozo psicótico y despotricando, que por lo visto empieza a animarse cuando entona una canción tétrica acerca de las diversas herramientas afiladas que tiene en el maletero del Cutlass y que se pone a contar con todo lujo de detalles lo que ha hecho con ellas a otras personas y lo que ahora planea hacerte a ti. Fue un tributo a la… a su extraña sinceridad carente de artificiosidad que yo me sorprendiera a mí mismo escuchando expresiones como que «el miedo atenazaba su alma», entre comillas, ya no como clichés televisivos o de melodrama sino como intentos sinceros aunque no especialmente creativos de describir simplemente cómo se debió de sentir, las sensaciones de shock y de irrealidad alternadas con oleadas de puro terror, la violencia emocional pura de un miedo de magnitud semejante, la tentación de retraerse a la catatonia o al shock o al autoengaño… de ceder a la seducción de la idea, a medida que uno se va adentrando en la zona solitaria, de que tiene que haber algún error, de que algo tan sencillo y arbitrario como meterse en un Cutlass marrón del 87 con el silenciador averiado que simplemente ha resultado ser el primer coche que ha parado en el arcén de una autopista interestatal cualquiera no puede acabar de ninguna forma en la muerte, no de una persona cualquiera en abstracto, sino en tu propia muerte, y a manos de alguien cuyas razones no tienen absolutamente nada que ver contigo ni con el contenido de tu carácter, como si todo lo que te hubieran contado sobre la relación entre carácter, intención y resultado hubiera sido una burda patraña desde el principio…

P.

—… hasta el fin, y sientes deseos enfrentados de caer en la histeria, la disociación y de suplicar por tu vida al verte en semejante situación límite, o simplemente de desvanecerte en un estado de catatonia y retraerte al fragor de tu mente y a la idea adictiva de que toda tu vida en apariencia arbitraria y un tanto sosa y autoindulgente, pero sin embargo comparativamente libre de culpas, ha estado de alguna forma conectada todo el tiempo a una cadena terminal que de alguna forma cuenta con una justificación o una vinculación causal que te ha llevado inevitablemente a este punto terminal de irrealidad, el sentido entre comillas de tu vida, su extremo o desembocadura, por decirlo de alguna forma, y que los tópicos enlatados del tipo el miedo me acometió, o esto es algo que solamente les pasa a los demás, o incluso el momento de la verdad ahora asumen una horrible vitalidad y resonancia en tus nervios cuando…

P.

—No… Solamente quedarte narrativamente solo en la autosuficiencia de sus dotes de narradora y poder contemplar el nivel completamente infantil de terror que uno puede sentir, lo mucho que puedes odiar y despreciar a esa basura enferma y retorcida que tienes al lado despotricando y a quien matarías sin vacilar si pudieras, pero por quien al mismo tiempo sientes un respeto enorme, casi deferencia… hacia el poder de acción puro de alguien que puede hacerte sentir tan asustado, que puede llevarte a una situación semejante solo con desearlo y que ahora puede, si quiere, llevarte más allá todavía, más allá de ti mismo, convertirte en un tétrico descubrimiento, en la víctima de un brutal crimen sexual, y la sensación de que harías absolutamente cualquier cosa, dirías u ofrecerías lo que fuera para convencerlo simplemente de que se limite a violarte y dejarte que te marches, o incluso torturarte, incluso estarías dispuesto a poner encima de la mesa de negociaciones un ratito de tortura no letal a cambio de que después de hacerte todo ese daño decidiera por la razón que fuera largarse con tu coche, dejándote herido pero respirando todavía entre los matorrales y sollozando con la mirada puesta en el cielo y traumatizado de forma irreversible en lugar de no dejarte nada, y sí, es un tópico, pero preguntándote a ti mismo si esto va a ser todo, si esto va a ser el final, y todo eso a manos de alguien que probablemente ni siquiera ha terminado el Instituto de Secundaria de Artes Manuales y no tiene nada parecido a un alma reconocible ni capacidad de empatía con nadie más, una fuerza ciega y horrible como la gravedad o como un perro rabioso, y sin embargo ha sido él quien ha querido que sucediera y quien posee el poder y ciertamente las herramientas para hacer que suceda, herramientas cuyos nombres recita en una cantinela enloquecedora sobre cuchillos y tías, guadañas y mozas, punzones, azuelas y azadones y otros instrumentos cuyos nombres ella no reconoció pero que sonaban exactamente como lo que…

P.

—Sí, y una buena parte de la acción de la parte intermedia de la anécdota cuenta esta pugna interior entre ceder a un miedo histérico y mantener la serenidad necesaria para dirigir su concentración hacia la situación e inventarse algo ingenioso y persuasivo que contarle al psicópata sexual a medida que este se va internando en la zona solitaria y va mirando ominosamente a su alrededor en busca de un lugar propicio y se va volviendo cada vez más abiertamente delirante y psicótico, alternando sonrisas y vituperios e invocando a Dios y a la memoria de su madre brutalmente asesinada y agarrando el volante del Cutlass con tanta fuerza que los nudillos se le ponen grises.

P.

—Es verdad, el psicópata era mulato, aunque con la nariz aguileña y unos rasgos casi femeninamente delicados, un hecho que ella omitió o se reservó durante una buena parte de la anécdota. Me dijo que no le había parecido importante. En el clima actual no se puede criticar con demasiada dureza el hecho de que alguien con un cuerpo como el de ella se metiera en un coche desconocido con un mulato. En cierta forma hay que aplaudir su liberalidad. En el momento en que me explicó la anécdota no me di cuenta de que había omitido durante tanto rato el detalle étnico, pero hay que aplaudir eso también, hay que admitirlo, aunque si…

P.

—El quid es que a pesar del terror ella fuera de alguna forma capaz de pensar con rapidez y serenidad y plantearse toda la situación y determinar que su única oportunidad de sobrevivir a aquel encuentro era establecer una conexión entre comillas con el alma entre comillas del psicópata sexual a medida que este se iba internando en la zona solitaria buscando el lugar exacto para pararse y ocuparse de ella. Que su objetivo era concentrarse de forma muy intensa en el mulato psicótico como una persona con alma y hermosa por propio derecho, aunque torturada, y no solamente como una amenaza para ella o una fuerza maligna o una simple encarnación de su muerte. Intenta poner entre paréntesis todo el paripé New Age de la terminología y concéntrate en la estrategia táctica si puedes, porque me doy perfecta cuenta de que lo que me iba a explicar no era más que una variante del viejo tópico de El Amor Lo Conquista Todo pero de momento coloca entre paréntesis cualquier desprecio que puedas sentir e intenta ver las ramificaciones más concretas de… considera esta situación en términos de lo que ella tiene el valor y la convicción aparente de intentar hacer en ese momento, porque ella me dijo que creyó que una cantidad suficiente de amor y concentración podía penetrar incluso en la psicosis y la maldad y establecer una, entre comillas, conexión espiritual, y que si podía conseguir que el mulato sintiera aunque fuera un mínimo de aquella supuesta conexión espiritual entonces había alguna posibilidad de que fuera incapaz de llegar al extremo de matarla. Lo cual, por supuesto, no es tan descabellado a un nivel psicológico, ya que es sabido que los psicópatas sexuales despersonalizan a sus víctimas y las tratan como si fueran objetos o muñecas, como a un ello en vez de como a un tú, por decirlo de alguna forma, y esta es a menudo su explicación de cómo son capaces de infligir una brutalidad tan inimaginable a un ser humano, o sea, que no los ven en absoluto como a seres humanos sino meramente como a objetos de las necesidades e intenciones propias del psicópata. Y, sin embargo, un amor y una empatía capaces de establecer una conexión de esta magnitud requerían, entre comillas, una concentración total, me dijo, y en aquel momento el terror y la preocupación completamente comprensibles que sentía por sí misma eran en el mejor de los casos distracciones extremas, de forma que comprendió que iba a tener que librar la batalla más difícil e importante de su vida, me dijo, una batalla que debía librar por completo en su propio interior y con las capacidades de su propio espíritu, una idea que en aquel momento me pareció extremadamente interesante y cautivadora, sobre todo porque ella parecía tan tranquila y en apariencia sincera a pesar de que la batalla más importante en la vida de uno suele ser una indicación en letras de neón de melodrama o manipulación del oyente que intenta poner a este en una situación de tensión y etcétera.

P.

—Observo con interés que tú me estás interrumpiendo ahora para hacerme las mismas preguntas que yo le hice a ella interrumpiéndola igual, lo cual es precisamente la clase de convergencia que…

P.

—Ella me contó que la mejor manera de describirle la concentración a alguien que no hubiera llevado a cabo las series de lecciones y ejercicios por lo visto intensas y prolongadas de su religión era contemplar la concentración como una meditación intensificada y dirigida a un punto concreto, a fin de imaginar una especie de aguja de atención concentrada cuya extrema delgadez y fragilidad eran también, por supuesto, lo que le confería su capacidad de penetración, y que la demanda de excluir todas las preocupaciones extrañas y mantener la aguja proyectada en la dirección adecuada y dirigida con precisión resultaba extrema incluso en las circunstancias más propicias, y por supuesto las circunstancias profundamente aterradoras de aquellos momentos no eran propicias.

P.

—De esa forma, en el coche, bajo la presión que, recordemos, estaba sufriendo en aquellos momentos, ella puso en marcha su concentración. Miró directamente a los ojos del psicópata sexual —al único ojo que ella podía ver en medio de su perfil aguileño mientras conducía el Cutlass— y se armó de coraje para mantener la mirada clavada en él todo el tiempo. Se armó de coraje para no llorar ni suplicar sino meramente para usar el poder de penetración de su concentración a fin de intentar sentir y empatizar con la psicosis, la cólera, el terror y la angustia psíquica del delincuente sexual, y me contó que se imaginó su concentración atravesando el velo de la psicosis del mulato y penetrando en varios estratos de cólera, terror y autoengaño hasta alcanzar la belleza y la nobleza del alma humana genérica que subyacía a toda la psicosis, creando por la fuerza una conexión basada en la compasión entre sus almas, y se concentró con gran intensidad en el perfil del mulato y en voz baja le contó lo que veía en su alma e insistió en que era verdad. Fue la lucha crucial de toda su vida espiritual, me contó, con el terror perfectamente comprensible bajo las circunstancias y el odio que sentía por aquel delincuente sexual amenazando con diluir su concentración y romper la conexión. Y al mismo tiempo los efectos de la concentración en la cara del psicópata eran cada vez más obvios: cuando ella fue capaz de mantener la concentración, penetrar en el interior de él y mantener la conexión espiritual, el mulato al volante fue dejando gradualmente de despotricar y guardó un silencio tenso, como si estuviera preocupado, su perfil derecho se tensó y se puso hipertónicamente tirante y su ojo derecho vidrioso se llenó de ansiedad y de conflicto al sentir los inicios todavía frágiles del tipo de conexión con otra alma que siempre había deseado de forma obvia en las profundidades de su psique.

P.

—Pues que todo el mundo sabe que una de las razones principales por las que el prototípico asesino sexual viola y mata es porque percibe la violación y el asesinato como su único medio viable de establecer alguna clase de conexión significativa con su víctima. Que se trata de una necesidad básica humana. Me refiero a alguna clase de conexión, por supuesto. Pero también es temible y desemboca fácilmente en el delirio y la psicosis. Es su manera retorcida de tener una, entre comillas, relación. Las relaciones convencionales le aterran. Pero con una víctima a la que viola, tortura y mata, el psicópata sexual es capaz de forjar una especie de, entre comillas, conexión a través de su capacidad de hacerle sentir un miedo y un dolor intensos, mientras que su sensación exultante de control divino total sobre ella —sobre lo que ella siente, sobre el hecho de que respire y viva—, esto le permite cierto margen de seguridad en sus relaciones.

P.

—Simplemente que esto es lo que al principio resultó en cierta forma ingenioso en su estrategia: que se dirigía al núcleo de debilidad del psicópata, a su grotesca timidez, por llamarla de algún modo, al terror a que toda conexión convencional y al descubierto con otro ser humano fuera a amenazarlo con englobarlo y/o anularlo, en otras palabras, a que él se fuera a convertir en la víctima. A que en esta cosmología uno era el depredador o el alimento —Dios mío, qué triste, ¿no te parece?—, pero que el control salvaje que él y sus instrumentos afilados mantenían sobre la vida y la muerte de ella permitían al mulato sentir que él tenía el ciento por ciento del control de la relación y por tanto que la conexión que él ansiaba desesperadamente no iba a dejarlo al descubierto ni a englobarlo ni a anularlo. Por supuesto, esto tampoco es tan distinto en realidad de lo que pasa cuando un hombre elige a una chica atractiva, se acerca a ella y desplegando creativamente la retórica adecuada y pulsando los botones adecuados la convence para que se vaya a casa con él, sin decirle nunca nada ni tocarla de ninguna forma que no sea amable, placentera y aparentemente respetuosa, y se la lleva con amabilidad y respeto a su cama con sábanas de satén y bajo la luz de la luna le hace el amor mostrando una atención exquisita hacia ella y le hace correrse una y otra vez hasta que ella está, entre comillas, pidiendo compasión, y se halla por completo bajo su control emocional y siente que ella y él tienen que haber establecido una conexión profunda e inquebrantable para que esa velada haya sido tan perfecta y llena de respeto mutuo y satisfactoria y luego se pone a encender sus cigarrillos y se enzarzan en una hora o dos de parloteo poscoital pseudoíntimo en la cama deshecha y parecen realmente unidos y satisfechos cuando en realidad lo que él quiere es estar a partir de ahora en algún punto de las antípodas respecto a ella y está pensando en darle un número de teléfono especial desconectado y en no volver nunca a ponerse en contacto con ella. Y una parte demasiado obvia de la motivación que le hace mostrar esta conducta fría, mercenaria y tal vez algo victimizadora es que la profundidad potencial de esa misma conexión que le ha costado tanto establecer le aterra. Ya sé que no te estoy contando nada que no hayas decidido ya que sabes. Se te nota en esa sonrisita hipócrita. No eres la única persona que sabe leer en los demás, ¿sabes? Estás pensando que este tío es un tonto porque se cree que le ha tomado el pelo a una mujer. Como si hubiera logrado algo con eso. He aquí al típico satirosauro heterosapiens sibarita masculino, del tipo que todas esas menstruales quemadoras de sostenes de pelo corto pueden reconocer a un kilómetro de distancia. Qué patético. Es un depredador, piensas tú, y él también cree que es un depredador, pero es él el que está realmente asustado, es él el que está corriendo.

P.

—Te estoy invitando a que consideres que la parte psicótica no se encuentra en la motivación. La permutación es simplemente el acto psicótico de sustituir la violación, el asesinato y el terror desquiciante por hacer el amor de forma exquisita y dar un número falso cuya falsedad no sea evidente de una forma tan inmediata que vaya a herir de forma innecesaria los sentimientos de alguien y causarle dolor.

P.

—Y te comunico que estoy bastante familiarizado con el tipo de persona que se esconde detrás de esas expresiones insulsas que usas y esas preguntitas cínicas. Sé lo que es un excurso y sé lo que es la mordacidad. No te creas que me estás haciendo admitir a la fuerza cosas sin que me dé cuenta. Simplemente considera la posibilidad de que yo entienda más cosas de las que crees. Pero si quieres tomarte otra, no tengo problemas en invitarte.

P.

—Muy bien. Lo explicaré otra vez, más despacio. Que matar literalmente en lugar de limitarse a salir corriendo es la forma psicóticamente literal que tiene el psicópata de resolver el conflicto entre su necesidad de conexión emocional y el terror que siente a estar conectado de alguna forma. Especialmente, sí, con una mujer, a quienes la gran mayoría de los psicópatas sexuales odian y temen, a menudo debido a relaciones malsanas que tuvieron con sus madres cuando eran niños. El asesino psicótico sexual está por tanto a menudo, entre comillas, matando simbólicamente a la madre, a quien teme y odia pero a quien por supuesto no puede matar literalmente porque sigue enredado en la creencia infantil de que sin el amor de su madre se moriría. La relación del psicópata con ella es tanto de odio y terror como de necesidad desesperada. Este conflicto le resulta insoportable y por tanto debe resolverlo simbólicamente mediante crímenes sexuales psicóticos.

P.

—Su forma de hablar tenía poca o ninguna… Parecía contarme simplemente lo que le había pasado sin hacer ningún comentario al respecto ni mostrar reacción alguna. Aunque tampoco se mostraba distante ni monótona. Mostraba cierta insin… cierta ecuanimidad, una especie de ensimismamiento o de tosquedad que me pareció entonces, y me sigue pareciendo, una especie de concentración intensa. Ya me había dado cuenta de ello en el parque cuando la vi por primera vez y fui a agacharme a su lado, dado que un grado elevado de atención y concentración carentes de afectación no son exactamente elementos habituales en una preciosa Masticadora de Avena sentada sobre una manta de lana frente…

P.

—Bueno, yo no lo consideraría en absoluto esotérico, ¿no? Porque está en boca de todos, todo el mundo en la cultura popular de hoy día conoce la conexión de la infancia con los delitos sexuales en la vida adulta. Pon las noticias, por Dios. No hace falta ser precisamente un Von Braun para relacionar los problemas para conectar con las mujeres con los problemas en la relación infantil con la madre. Todo el mundo lo sabe.

P.

—Que fue una lucha titánica, me contó, estar allí en el Cutlass internándose cada vez más en la zona solitaria, porque siempre que se dejaba vencer un momento por el terror o que por alguna razón perdía su intensa concentración sobre el mulato, aunque fuera un instante, el efecto sobre su conexión era obvio: el perfil del psicópata se relajaba, su sonrisa reaparecía y su ojo derecho se volvía de nuevo vidrioso a medida que se recrudecía y empezaba a canturrear de nuevo psicóticamente sobre los instrumentos que llevaba en el maletero y lo que le tenía reservado en cuanto encontrara el lugar solitario ideal, y ella notaba que siempre que flaqueaba su conexión espiritual él volvía automáticamente a resolver sus conflictos conectivos de la única forma que sabía. Y la recuerdo con claridad a ella diciendo que para entonces, siempre que sucumbía y perdía concentración durante un momento y el ojo y el rostro de él recuperaban aquel regocijo psicótico terrorífico y carente de conflictos, a ella le sorprendía no encontrar en su interior un terror paralizante por sí misma, sino una tristeza casi desgarradora por él, por aquel mulato psicótico. Y diré también que fue más o menos en este momento de la historia, estando todavía desnudos en la cama, cuando empecé a admitir para mis adentros que no se trataba únicamente de una notable anécdota poscoital, sino que se trataba más bien, en cierta forma, de una mujer notable, y me sentí un poco triste y melancólico por no haber notado aquella cualidad cuando por primera vez me sentí atraído por ella en el parque. Para entonces el mulato por fin divisó un lugar que se ajustaba a sus criterios y aparcó con un chirrido de las ruedas sobre la gravilla en el arcén de la carretera en la zona solitaria y le pidió, por lo visto con un tono un tanto apologético o ambivalente, que saliera del Cutlass, se tumbara boca abajo en el suelo y juntara las manos detrás de la cabeza en esa posición que caracteriza tanto a las detenciones policiales como a las ejecuciones en el mundo del hampa, una posición de sobras conocida y sin duda elegida por sus asociaciones y encaminada a enfatizar tanto las ideas de custodia punitiva como de muerte violenta. Ella no perdió la entereza ni suplicó. Hacía rato que había decidido que no tenía que ceder a la tentación de suplicar, rogar por su vida, protestar ni hacer nada que diera la impresión de que se estaba resistiendo. Decidió jugárselo todo a aquellas creencias aparentemente chifladas en la conexión, la nobleza y la compasión como componentes más fundamentales y primarios del alma que la psicosis y la maldad. Creo que estas creencias parecen menos enlatadas o insulsas cuando alguien parece dispuesto a arriesgar la vida por ellas. Mientras tanto, él le ordenó que se tumbara cabeza abajo sobre la grava del arcén mientras iba al maletero a rebuscar en su colección de instrumentos de tortura. Ella me dijo que para entonces pudo sentir con gran claridad que los poderes conectivos de su concentración ultraafilada estaban siendo asistidos por fuerzas espirituales mucho más poderosas que la suya propia, porque aunque se encontraba tumbada boca abajo, tenía la cara y los ojos entre los tréboles y polemonios que crecían en la grava junto al coche y los ojos fuertemente cerrados, sintió que la conexión espiritual entre ella y el mulato no solo resistía sino que se reforzaba y percibió el conflicto y la desorientación en los pasos del delincuente sexual mientras este se dirigía al maletero del Cutlass. Estaba experimentando una nueva variante más profunda de la concentración. Yo la escuchaba con gran atención. No era suspense. Allí tumbada, indefensa y espiritualmente conectada, me dijo que sus sentidos experimentaron esa agudeza casi insoportable que asociamos con las drogas o los estados meditativos extremos. Ella podía distinguir el aroma a lilas y a sorgo de los polemonios y los cenizos, el olor a menta y agua de los primeros brotes de trébol. Llevaba un leotardo debajo de una falda con peto sin cintura y en la muñeca un montón de pulseras de cobre con baño de oro. Podía diferenciar el olor de la grava que tenía en la cara del verdor frío y húmedo de la tierra fresca que había debajo de aquella y distinguir la forma de cada pieza de grava que se le clavaba en la cara y en sus pechos enormes a través del peto, notaba el ángulo del sol en la parte superior de la espalda y las volutas de la brisa intermitente que soplaba de izquierda a derecha y acariciaba la delgada película de sudor que tenía en el cuello. En otras palabras, experimentaba lo que se dice una acentuación casi alucinatoria del detalle, de la misma forma que en algunas pesadillas recuerdas los detalles precisos de cada hoja de hierba del jardín de tu padre el día que tu madre lo abandonó y te llevó a vivir a casa de su hermana. Por lo visto muchas de aquellas pulseras baratas habían sido regalos. Ella oía el tintineo persistente del sistema de refrigeración del automóvil y el zumbido de las abejas y los moscardones azules y a las chicharras cantando en los árboles lejanos, unos árboles acariciados por las mismas volutas de brisa que acariciaban su espalda, y los pájaros —imagínate la tentación de desesperarse ante el canto de los pájaros y los insectos volando libres a unos metros del sitio donde uno yace con las extremidades inmovilizadas—, y los pasos tentativos y la respiración en medio del ruido metálico de los instrumentos cuyas formas podía imaginarse a partir del ruido que hacían al chocar entre ellas cuando eran removidas por aquellas manos perturbadas. El algodón de su falda con peto era ese algodón sin refinar tan fino que parece gasa.

P.

—Es un gancho de carnicero. Sirve para colgar a los animales por las patas traseras para que se desangren. Viene de la palabra hindú que significa «pierna». En ningún momento se le ocurrió levantarse y salir corriendo. Algunos psicópatas les cortan a sus víctimas los tendones de Aquiles para lisiarlos y evitar que salgan corriendo, pero quizá este notó que con ella no le haría falta, que no se iba a resistir, ni siquiera intentaba resistirse, sino que estaba usando toda su energía y su concentración para mantener la sensación de conexión con la desesperación turbulenta de él. Ella me dijo que en aquellos momentos sentía terror, pero no el de ella. Ella oyó finalmente que el mulato sacaba una especie de machete del maletero, luego una breve serie de pasos tambaleantes mientras el psicópata intentaba rodear el coche y llegar a donde ella estaba tumbada boca abajo, y por fin un jadeo y un patinazo de lado mientras él caía de rodillas en la gravilla junto al coche y empezaba a vomitar. A vomitar. Imagínate. Que fuera él el que estaba vomitando de terror en aquellos momentos. Ella me contó que en aquellos instantes algo la estaba ayudando a mantenerse totalmente concentrada. Que para entonces se había convertido en la encarnación de la misma idea de concentración, se había fusionado con la misma idea de la conexión espiritual. Su voz en la oscuridad carecía de inflexiones pero no era monótona: era natural de la misma forma que una campana es natural. Era como si volviera a estar allí junto a la carretera. Una especie de visión nocturna. Y en su estado alterado de percepción intensificada a todo cuanto la rodeaba me contó que pudo distinguir que el trébol tiene un olor vago a menta mientras que los polemonios huelen a heno segado y también sintió que ella, el trébol, los polemonios y la tierra fresca y húmeda que había bajo todos ellos e incluso los contenidos de su estómago estaban todos hechos de la misma cosa y conectados por algo más profundo y elemental que lo que de forma tan limitada llamamos, entre comillas, amor, algo que desde su perspectiva retrospectiva ella llamaba conexión, y que pudo sentir que el psicópata notaba que esto era verdad al mismo tiempo que ella y que podía sentir el terror repentino y los conflictos infantiles que aquel sentimiento de conexión suscitaba en su alma y volvió a afirmar sin ningún dramatismo ni afectación que ella también sentía aquel terror, que no era de ella sino de él. Y que cuando llegó hasta ella con el machete y un cuchillo de caza en el cinturón y también con una especie de dibujo o jeroglífico ritual parecido a la letra hebrea samekh o a la letra griega ómicron trazada en su frente tenebrosa con la sangre o la pintura de labios de una víctima anterior y la puso boca arriba en posición propicia para una violación sobre la gravilla, el mulato estaba llorando, mordiéndose el labio superior como un niño asustado y soltando gemiditos desolados. Y que ella mantuvo la mirada fija en él mientras le levantaba el poncho y la falda como de gasa y le cortaba el leotardo y la ropa interior, e imagínate cómo debió de ser para ella teniendo en cuenta aquella especie de nitidez sensorial surreal que ella estaba experimentando como resultado de su estado de concentración total, el hecho de ser violada sobre la gravilla por un psicópata lloroso mientras el mango de su cuchillo se le clavaba con cada acometida, con el ruido de las abejas y de los pájaros de la pradera y el susurro lejano de la autopista y el machete repiqueteando con un ruido monótono sobre las piedras con cada acometida, y ella me aseguró que no le supuso ningún esfuerzo ni ninguna fuerza de voluntad abrazarlo mientras él lloraba y farfullaba y la violaba, y que le estuvo acariciando la nuca y susurrándole monosílabos consoladores y canturreándole una cantinela maternal. Para entonces me di cuenta de que, aunque yo estaba completamente concentrado en su historia y en la violación junto a la carretera, mi propia mente y mis emociones también estaban revoloteando y llevando a cabo conexiones y asociaciones, por ejemplo me pareció que la conducta de ella durante la violación fue un modo no intencionado pero tácticamente ingenioso de evitarla, la violación, o de transformarla, de hacer que trascendiera su naturaleza de violación o ataque repulsivo, porque si una mujer cuando un violador va y la monta salvajemente elige por alguna razón entregarse, de forma sincera y compasiva, entonces no puede ser asaltada ni violada, ¿no? Y gracias a algún juego de manos psicológico, ella ahora se estaba entregando en lugar de, entre comillas, estar siendo tomada por la fuerza, y de esa forma ingeniosa, sin resistirse de ninguna forma, le había negado al violador la capacidad de dominarla y de tomarla. Y, a juzgar por tu expresión, no, no estoy sugiriendo que aquello significara que ella estuviera buscándose nada ni que hubiera decidido que, entre comillas, le gustaba, y no, aquello tampoco comportaba que la violación ya no fuera un crimen. Ni tampoco era que ella estuviera empleando la aquiescencia o la compasión como tácticas para despojar a la violación de su fuerza de ataque, ni tampoco digo que la concentración y la conexión espiritual fueran tácticas que ella usaba para promover en él el conflicto y el dolor y el dolor gimoteante, de forma que en un punto cualquiera de aquella violación transfigurada y sensorialmente agudizada ella se diera cuenta de todo esto, viera los efectos que su concentración y sus increíbles logros a nivel de compasión y de conexión espiritual estaban teniendo en la psicosis y el alma de él y del miedo que le estaban causando, sino que todo se volvió complejo: su intención solamente había sido lograr que a él le resultara difícil matarla y romper la conexión espiritual, no provocarle dolor, de forma que cuando su concentración compasiva ya no comprendió solo su alma sino también el efecto de la propia concentración compasiva sobre esa alma, todo se dividió y se volvió doblemente complejo, un elemento de autorreflexión se había introducido y se había convertido en un objeto de concentración en sí mismo, como una especie de difracción o regresión a la autorreflexión y a la conciencia de la autorreflexión. Ella no habló de esta división o regresión más que en términos emocionales. Pero estaba teniendo lugar la división. Y yo estaba experimentando lo mismo, mientras escuchaba. En cierto nivel mi atención estaba intensamente concentrada en su voz y su relato. Pero en otro nivel yo… era como si mi mente estuviera en pleno mercadillo. No paraba de venirme a la cabeza un chiste muy malo que hacíamos durante un trabajo sobre religión que tuvimos que llevar a cabo en la licenciatura: un místico se acerca a un tenderete de perritos calientes y le dice al vendedor que le haga uno con todo. No era el tipo de distracción que uno experimenta cuando está escuchando y al mismo tiempo no escuchando. Yo estaba prestando atención tanto emocional como intelectualmente. Yo… Aquel trabajo sobre religión se hizo muy popular porque el profesor era un tipo muy pintoresco y un estereotipo perfecto de la mentalidad de los sesenta, y a lo largo del semestre nos había repetido varias veces la idea de que la distinción entre los delirios psicóticos y cierta clase de iluminaciones religiosas era muy frágil y esotérica, y había usado como analogía el filo de una cuchilla afilada para ilustrar la delicadeza de la línea que separa ambas cosas, psicosis y revelación, y al mismo tiempo también me estaba volviendo a la cabeza con una cantidad alucinante de detalles el festival y el concierto al aire libre de la tarde en que la conocí, las formas que dibujaba la gente sobre la hierba, las mantas, el desfile de cantantes folk lesbianas sobre el escenario mal amplificado, el dibujo que formaban las nubes en el cielo y la espuma de la taza de Tad, el olor de diversos repelentes de insectos sin aerosol, de la colonia de Silverglade y de la comida a la barbacoa y de los niños bronceados y que cuando la vi por primera vez allí sentada, en escorzo desde atrás y por entre las piernas de un vendedor ambulante de kebabs vegetarianos se estaba comiendo una manzana de supermercado que todavía llevaba pegado el adhesivo con el precio, y que me la quedé mirando con una sensación divertida para ver si se iba a comer también el adhesivo con el precio. Le costó mucho tiempo terminarla y ella lo estuvo abrazando y mirándolo con amor todo el tiempo. Si yo le hubiera hecho una pregunta personal como, por ejemplo, si realmente sintió cariño mientras el mulato la estaba violando o simplemente se estaba comportando de forma cariñosa, ella me habría mirado de forma inexpresiva y no habría tenido ni idea de qué le estaba hablando. Recuerdo haber llorado en películas sobre animales cuando era niño, aunque algunos de aquellos animales eran depredadores y no resultaban precisamente lo que se dice personajes simpáticos. A un nivel distinto esto parecía conectado con mi descubrimiento inicial de la indiferencia que ella mostraba hacia la higiene en el festival y al modo en que me formé opiniones y llegué a conclusiones basándome únicamente en aquello. Del mismo modo, estoy viendo que ahora te estás formando opiniones basadas en el principio de las cosas que te estoy explicando que te impiden oír el resto de lo que te intento explicar. Gracias a la influencia de ella esto hace sentirme triste por ti en lugar de cabreado. Y todo aquello estaba pasando de forma simultánea. Me fui sintiendo cada vez más triste. Me fumé mi primer cigarrillo en dos años. La luz de la luna ya no la iluminaba a ella sino a mí, pero yo todavía podía ver su perfil. Un círculo de fluido del tamaño de un platillo se había formado sobre la sábana y se había secado. Eres la clase de oyente para la que los retóricos inventaron el Exordio. Desde debajo de él en la gravilla ella sometió al mulato psicótico a la notoria Mirada Femenina. Y ella describió la expresión facial de él durante la violación como la cosa más conmovedora del mundo. Me contó que no había sido tanto una expresión como una especie de antiexpresión, vacía de todo, mientras de forma no premeditada ella le desproveía de la única manera que él conocía para conectar con otras personas. Sus ojos eran agujeros practicados en el mundo. Ella se sintió prácticamente desconsolada, me dijo, cuando se dio cuenta de que su concentración y su conexión estaban infligiéndole más dolor al psicópata del que él podría haberle infligido nunca a ella. Así es como describió ella la división: un agujero practicado en el mundo. En la oscuridad de nuestra habitación empecé a sentir una tristeza y un miedo terribles. Me sentí como si hubiera habido mucha más emoción genuina y conexión en aquella antiviolación que ella había sufrido que en ninguno de los amoríos que yo me pasaba el tiempo persiguiendo. Estoy seguro de que sabes de qué te estoy hablando. Ahora estamos en tu Tierra Firme. Es el arquetípico síndrome masculino. Eric Arrastra A Sarah Al Tipi Por El Pelo. La notoria operación de Privilegiar al Sujeto. No creas que no sé hablar tu idioma. Ella terminó de hablar en la oscuridad y para entonces ya solamente podía verla bien en mi memoria. La notoria Mirada Masculina. Ella estaba sentada en la postura protofemenina del contrapposto con una cadera sobre aquella manta nicaragüense que despedía un fuerte olor a lana sin refinar y con sus piernas, que, créeme, por favor, eran sobrecogedoras, dobladas a un lado de forma que todo su peso se apoyaba en un brazo mientras con la otra mano sostenía la manzana… ¿la estoy describiendo bien?, ¿eres capaz de?… la falda de toile, el pelo que casi le caía sobre la manta, el color verde oscuro de la manta con filigranas amarillas y una especie de fleco nauseabundo de color púrpura, camiseta de lino y chaleco de gamuza falsa, las sandalias en su bolsa de ratán, los pies descalzos con las plantas fenomenalmente sucias, una suciedad increíble, con las uñas como las uñas de las manos de un jornalero. Imagínate ser capaz de consolar a alguien que está llorando después de haber hecho lo que te ha hecho y tú le consuelas. ¿Es eso maravilloso o repugnante? ¿Has oído hablar de la couvade? Ella no llevaba perfume, solamente una leve fragancia a jabón sin refinar, como esas pastillas viejas de jabón de color amarillo oscuro para lavar la ropa que tu tía utilizaba para… Me di cuenta de que nunca había querido a nadie. ¿Verdad que es algo muy trillado? ¿Como un cliché que uno ha oído mil veces? ¿Te das cuenta de lo sincero que estoy siendo contigo? ¿Y quién se iba a molestar en hacer kebab solamente con verduras? Tuve que respetar los límites de su manta cuando me acerqué a ella. Uno no puede salir deambulando de la nada y pretender compartir la manta de alguien. Las líneas de demarcación territorial son importantes con ese tipo de mujeres. Me puse en cuclillas con ademán respetuoso justo en el límite de su manta con el peso apoyado en los nudillos de forma que mi corbata colgaba recta entre ella y yo formando una especie de contrapeso. Mientras charlábamos de manera informal y yo estaba desplegando mi táctica de confesión-angustiada-de-mi-verdadera-motivación, miré su rostro y me pareció como si ella ya supiera lo que yo estaba haciendo y por qué me estaba mostrando al mismo tiempo burlón y receptivo, noté que ella sentía una afinidad inmediata entre ambos, un aura de conexión, y es triste recordar mi reacción a su aquiescencia, al hecho de su reacción, me sentí un poco decepcionado porque fuera tan fácil, su facilidad resultó a la vez decepcionante y estimulante, el hecho de que no fuera una de esas chicas imponentes que se creen demasiado guapas para llevar la iniciativa y ven automáticamente a cualquier hombre como un memo libidinoso y suplicante, las frígidas, que requieren tácticas de desgaste en lugar de afinidad fingida, una afinidad que es desoladoramente fácil sentir, te lo aseguro, si uno conoce las tipologías femeninas. Te puedo repetir esto si quieres, si quieres apuntarlo con exactitud. La descripción que hizo ella de la violación, de ciertas cuestiones logísticas que estoy omitiendo, fue larga, detallada y retóricamente inocente. Me sentí cada vez más triste, oyéndola, intentando imaginar lo que ella había sido capaz de lograr, y me sentí cada vez más triste porque a medida que nos alejábamos del parque yo había sentido aquella punzada de decepción, quizá incluso de furia, al desear que ella me lo hubiera puesto más difícil. Que su voluntad y sus deseos se hubieran opuesto un poco más a los míos. Este fenómeno, por cierto, se conoce como el axioma de Werther, según el cual, entre comillas, la intensidad de un deseo D es inversamente proporcional a la facilidad con que D es satisfecho. También se conoce como Romance. Y me sentí cada vez más triste porque ni una sola vez, por lo visto —esto te gustará—, ni una sola vez se me había ocurrido hasta ese momento lo muy superficial que era mi manera de abordar a las mujeres, por entonces. Ni malvada ni depredatoria ni sexista, simplemente superficial. Como mirar sin ver, como comer sin hartarse. No sentir, sino quedarse en la superficie. Y mientras tanto, dentro del relato, ella seguía debajo del psicópata cuyo pene seguía dentro de ella, observando las huellas de sus pulgares mientras él intentaba a su vez acariciar la cabeza de ella, viendo el corte reciente y comprendiendo que era su propia sangre lo que el tipo había usado para hacerse la marca en la frente. Que no era una runa ni un jeroglífico en absoluto, yo lo sabía, sino un simple círculo, el Ur-vacío, el cero, ese axioma del Romance que llamamos matemáticas, lógica en estado puro, en donde uno no es igual a dos y nunca puede serlo. Y el color moka y los rasgos aquilinos del, entre comillas, violador, podían muy bien ser brahmánicos en lugar de negroides. En otras palabras, arios. Aquellos y otros detalles ella se los reservó: y no tenía razón para ello, créeme. Y yo tampoco… No consigo, por mucho que lo intento, recordar si ella se comió el adhesivo con el precio ni lo que pasó con la manzana, si la tiró o qué. Términos como amor, alma o redimir que yo creía que solamente se podían usar entre comillas, clichés gastados. Créeme que puedo entender la tristeza insondable del mulato en aquellos momentos. Yo…

P.

—No es una buena palabra, lo sé. No es simplemente, entre comillas, tristeza, del mismo modo que uno se siente triste en un funeral o en una película. Es más algo que se cierne sobre ti de pronto. Una cosa intemporal. Igual que la luz en invierno antes del crepúsculo. O que, muy bien, como cuando, digamos, en el clímax del acto sexual, en el mismo clímax, cuando ella empieza a correrse, cuando está reaccionando realmente a lo que le haces y tú puedes ver en su cara que se está empezando a correr, y sus ojos se ensanchan de esa forma que denota tanto sorpresa como reconocimiento, algo que ninguna mujer viva puede fingir si la miras directamente a los ojos y la ves realmente, ya sabes de qué estoy hablando, ese momento culminante de máxima conexión sexual humana en que te sientes más próximo a ella, te sientes con ella, mucho más cercano y real y extático que tu propio orgasmo, que siempre se parece más a soltarte involuntariamente de la persona que te está agarrando para evitar que te caigas, un simple estornudo neural que ni siquiera está en el mismo distrito que el orgasmo de ella (y ya sé lo que vas a decir a esto, pero te lo diré de todos modos), pero incluso en ese momento de conexión máxima y triunfo conjunto y placer por conseguir que la mujer empiece a correrse se abre un lapso de tristeza infinita, ese momento en que se pierden en sus propios ojos y sus ojos se abren al máximo y luego cuando empiezan a correrse y a gritar se cierran, los ojos, y tú sientes la diminuta y familiar aguja de la tristeza dentro de tu entusiasmo mientras ellas se encogen sobre sí mismas y cierran los ojos y notas que han cerrado los ojos para dejarte fuera, te has convertido en un intruso, ahora están unidas con la propia sensación, con el clímax, y detrás de esos párpados cerrados los ojos se han dado la vuelta por completo y están mirando fijamente hacia su propio interior, a algún vacío al que tú las has enviado pero no puedes seguirlas. Vaya mierda. No lo estoy explicando bien. No puedo hacerte sentir lo que yo sentí. Vas a convertir todo esto en Hombre Narcisista Exige Mirada De La Mujer Durante Clímax, ya lo sé. Pues mira, no me importa decirte que empecé a llorar en el clímax de la anécdota. En silencio, pero lo hice. Ninguno de nosotros estaba fumando ya. Los dos estábamos apoyados en el cabezal de la cama, los dos mirando en la misma dirección, aunque yo recuerdo haber estado dándonos la espalda durante la última parte de la historia, mientras yo lloraba. La memoria es extraña. Recuerdo que ella dijo algo acerca del hecho de que yo estuviera llorando. Me sentía avergonzado: no por llorar, sino por tener tantas ganas de saber qué le parecería a ella, si me hacía parecer caritativo o egoísta. Ella se quedó donde él la había dejado durante el resto del día, tumbada boca arriba sobre la gravilla, llorando, me contó, y dando gracias a sus principios y sus fuerzas religiosas particulares. Pero, por supuesto, tal como estoy seguro de que tú podrías haber predicho, yo estaba llorando por mí mismo. Él dejó el cuchillo y se fue en aquel Cutlass con el silenciador averiado, dejándola allí. Tal vez le dijo que no se moviera ni hiciera nada durante un intervalo determinado. De ser así, sé que ella obedeció. Ella dijo que todavía podía sentirlo en su alma, al mulato: era difícil romper la concentración. Parecía claro desde el inicio de la anécdota que alguien iba a tener que morir. La historia me causó una impresión profunda y sin precedentes que ni siquiera voy a intentar explicarte. Ella dijo que se echó a llorar porque se dio cuenta de que cuando se puso a hacer autostop las fuerzas espirituales de su religión habían guiado al psicópata hasta ella, que él había servido como instrumento para el desarrollo de la fe de ella y de su capacidad para concentrarse y alterar campos de energía por medio de la compasión. Lloró de gratitud, me dijo. El mulato había dejado el cuchillo hundido hasta el mango en el suelo junto a ella, donde lo había clavado, apuñalando por lo visto el suelo varias docenas de veces con una brutalidad desesperada. Ella no dijo ni una palabra acerca del hecho de que yo llorara o de lo que significaba para ella. Yo mostré mucha más emoción que ella. Ella me dijo que había aprendido más sobre el amor aquel día con el delincuente sexual que en ninguna otra etapa de su viaje espiritual. Tomémonos los dos la última y ya está. Que toda su vida la había llevado de forma inexorable a aquel momento en que el coche se detuvo y ella entró, que fue obviamente una especie de muerte, pero no de la forma que ella había temido cuando entraron en la zona solitaria. Aquel fue el único comentario verdadero que se permitió, justo al final de la anécdota. No me importó si era o no, entre comillas, verdad. Dependía de lo que uno entendiera por verdad. Y me daba igual. Me sentía conmovido, cambiado: puedes creer lo que quieras. Mi mente parecía moverse, entre comillas, a la velocidad de la luz. Me sentía desolado. Y no importaba si había sucedido o no lo que ella creía que había sucedido, parecía verdad aunque no lo fuera. E incluso si toda aquella teología de la conexión entre almas conectadas, incluso si no eran más que chorradas pseudometafóricas New Age, su creencia en ellas le había salvado la vida, de forma que resulta irrelevante si eran o no chorradas, ¿verdad? ¿Puedes entender por qué esto, darme cuenta de esto, me hizo sentir tan lleno de conflictos? Me hizo darme cuenta de que toda mi sexualidad y mi historia sexual habían tenido menos vínculos genuinos o sentimientos de lo que yo creía mientras estaba con ella tumbado escuchándola contar cómo se había quedado tumbada allí y había comprendido lo afortunada que había sido al haberla visitado un ángel disfrazado de psicópata y haberle mostrado que era cierto aquello por lo que había estado rezando toda su vida. Crees que me estoy contradiciendo. Pero ¿te puedes imaginar cómo me sentí cuando vi sus sandalias al otro lado de la habitación y recordé lo que había pensado de ellas solamente unas horas antes? Yo no paraba de decir su nombre y ella me preguntaba qué y yo volvía a decir su nombre. No tengo miedo de la idea que te puedas formar sobre esto. No me siento avergonzado. Pero si pudieras entender, ¿no podría…? ¿Es que no ves que no podía dejarla que se marchara después de aquello? ¿Por qué sentí aquella tristeza y aquel miedo tan atípicos cuando me la imaginé cogiendo su bolsa y sus sandalias y su manta New Age y se marchó y se echó a reír cuando la agarré por el dobladillo y le supliqué que no se fuera y le dije que la amaba pero ella cerró la puerta suavemente y se fue descalza por el pasillo y nunca la volví a ver? ¿Por qué no me importaba que fuera panoli o no tuviera una inteligencia extraordinaria? Ya no me importaba nada más. Ella tenía toda mi atención. Me había enamorado de ella. Creí que ella me podía salvar. Ya sé cómo suena todo esto, créeme. Conozco a las de tu clase y sé lo que inventaron el Exordio. Desde debajo de él en la gravilla ella sometió al mulato psicótico a la notoria Mirada Femenina. Y ella describió la expresión facial de él durante la violación como la cosa más conmovedora del mundo. Me contó que no había sido tanto una expresión como una especie de antiexpresión, vacía de todo, mientras de forma no premeditada ella le desproveía de la única manera que él conocía para conectar con otras personas. Sus ojos eran agujeros practicados en el mundo. Ella se sintió prácticamente desconsolada, me dijo, cuando se dio cuenta de que su concentración y su conexión estaban infligiéndole más dolor al psicópata del que él podría haberle infligido nunca a ella. Así es como describió ella la división: un agujero practicado en el mundo. En la oscuridad de nuestra habitación empecé a sentir una tristeza y un miedo terribles. Me sentí como si hubiera habido mucha más emoción genuina y conexión en aquella antiviolación que ella había sufrido que en ninguno de los amoríos que yo me pasaba el tiempo persiguiendo. Estoy seguro de que sabes de qué te estoy hablando. Ahora estamos en tu Tierra Firme. Es el arquetípico síndrome masculino. Eric Arrastra A Sarah Al Tipi Por El Pelo. La notoria operación de Privilegiar al Sujeto. No creas que no sé hablar tu idioma. Ella terminó de hablar en la oscuridad y para entonces ya solamente podía verla bien en mi memoria. La notoria Mirada Masculina. Ella estaba sentada en la postura protofemenina del contrapposto con una cadera sobre aquella manta nicaragüense que despedía un fuerte olor a lana sin refinar y con sus piernas, que, créeme, por favor, eran sobrecogedoras, dobladas a un lado de forma que todo su peso se apoyaba en un brazo mientras con la otra mano sostenía la manzana… ¿la estoy describiendo bien?, ¿eres capaz de?… la falda de toile, el pelo que casi le caía sobre la manta, el color verde oscuro de la manta con filigranas amarillas y una especie de fleco nauseabundo de color púrpura, camiseta de lino y chaleco de gamuza falsa, las sandalias en su bolsa de ratán, los pies descalzos con las plantas fenomenalmente sucias, una suciedad increíble, con las uñas como las uñas de las manos de un jornalero. Imagínate ser capaz de consolar a alguien que está llorando después de haber hecho lo que te ha hecho y tú le consuelas. ¿Es eso maravilloso o repugnante? ¿Has oído hablar de la couvade? Ella no llevaba perfume, solamente una leve fragancia a jabón sin refinar, como esas pastillas viejas de jabón de color amarillo oscuro para lavar la ropa que tu tía utilizaba para… Me di cuenta de que nunca había querido a nadie. ¿Verdad que es algo muy trillado? ¿Como un cliché que uno ha oído mil veces? ¿Te das cuenta de lo sincero que estoy siendo contigo? ¿Y quién se iba a molestar en hacer kebab solamente con verduras? Tuve que respetar los límites de su manta cuando me acerqué a ella. Uno no puede salir deambulando de la nada y pretender compartir la manta de alguien. Las líneas de demarcación territorial son importantes con ese tipo de mujeres. Me puse en cuclillas con ademán respetuoso justo en el límite de su manta con el peso apoyado en los nudillos de forma que mi corbata colgaba recta entre ella y yo formando una especie de contrapeso. Mientras charlábamos de manera informal y yo estaba desplegando mi táctica de confesión-angustiada-de-mi-verdadera-motivación, miré su rostro y me pareció como si ella ya supiera lo que yo estaba haciendo y por qué me estaba mostrando al mismo tiempo burlón y receptivo, noté que ella sentía una afinidad inmediata entre ambos, un aura de conexión, y es triste recordar mi reacción a su aquiescencia, al hecho de su reacción, me sentí un poco decepcionado porque fuera tan fácil, su facilidad resultó a la vez decepcionante y estimulante, el hecho de que no fuera una de esas chicas imponentes que se creen demasiado guapas para llevar la iniciativa y ven automáticamente a cualquier hombre como un memo libidinoso y suplicante, las frígidas, que requieren tácticas de desgaste en lugar de afinidad fingida, una afinidad que es desoladoramente fácil sentir, te lo aseguro, si uno conoce las tipologías femeninas. Te puedo repetir esto si quieres, si quieres apuntarlo con exactitud. La descripción que hizo ella de la violación, de ciertas cuestiones logísticas que estoy omitiendo, fue larga, detallada y retóricamente inocente. Me sentí cada vez más triste, oyéndola, intentando imaginar lo que ella había sido capaz de lograr, y me sentí cada vez más triste porque a medida que nos alejábamos del parque yo había sentido aquella punzada de decepción, quizá incluso de furia, al desear que ella me lo hubiera puesto más difícil. Que su voluntad y sus deseos se hubieran opuesto un poco más a los míos. Este fenómeno, por cierto, se conoce como el axioma de Werther, según el cual, entre comillas, la intensidad de un deseo D es inversamente proporcional a la facilidad con que D es satisfecho. También se conoce como Romance. Y me sentí cada vez más triste porque ni una sola vez, por lo visto —esto te gustará—, ni una sola vez se me había ocurrido hasta ese momento lo muy superficial que era mi manera de abordar a las mujeres, por entonces. Ni malvada ni depredatoria ni sexista, simplemente superficial. Como mirar sin ver, como comer sin hartarse. No sentir, sino quedarse en la superficie. Y mientras tanto, dentro del relato, ella seguía debajo del psicópata cuyo pene seguía dentro de ella, observando las huellas de sus pulgares mientras él intentaba a su vez acariciar la cabeza de ella, viendo el corte reciente y comprendiendo que era su propia sangre lo que el tipo había usado para hacerse la marca en la frente. Que no era una runa ni un jeroglífico en absoluto, yo lo sabía, sino un simple círculo, el Ur-vacío, el cero, ese axioma del Romance que llamamos matemáticas, lógica en estado puro, en donde uno no es igual a dos y nunca puede serlo. Y el color moka y los rasgos aquilinos del, entre comillas, violador, podían muy bien ser brahmánicos en lugar de negroides. En otras palabras, arios. Aquellos y otros detalles ella se los reservó: y no tenía razón para ello, créeme. Y yo tampoco… No consigo, por mucho que lo intento, recordar si ella se comió el adhesivo con el precio ni lo que pasó con la manzana, si la tiró o qué. Términos como amor, alma o redimir que yo creía que solamente se podían usar entre comillas, clichés gastados. Créeme que puedo entender la tristeza insondable del mulato en aquellos momentos. Yo…

P.

—No es una buena palabra, lo sé. No es simplemente, entre comillas, tristeza, del mismo modo que uno se siente triste en un funeral o en una película. Es más algo que se cierne sobre ti de pronto. Una cosa intemporal. Igual que la luz en invierno antes del crepúsculo. O que, muy bien, como cuando, digamos, en el clímax del acto sexual, en el mismo clímax, cuando ella empieza a correrse, cuando está reaccionando realmente a lo que le haces y tú puedes ver en su cara que se está empezando a correr, y sus ojos se ensanchan de esa forma que denota tanto sorpresa como reconocimiento, algo que ninguna mujer viva puede fingir si la miras directamente a los ojos y la ves realmente, ya sabes de qué estoy hablando, ese momento culminante de máxima conexión sexual humana en que te sientes más próximo a ella, te sientes con ella, mucho más cercano y real y extático que tu propio orgasmo, que siempre se parece más a soltarte involuntariamente de la persona que te está agarrando para evitar que te caigas, un simple estornudo neural que ni siquiera está en el mismo distrito que el orgasmo de ella (y ya sé lo que vas a decir a esto, pero te lo diré de todos modos), pero incluso en ese momento de conexión máxima y triunfo conjunto y placer por conseguir que la mujer empiece a correrse se abre un lapso de tristeza infinita, ese momento en que se pierden en sus propios ojos y sus ojos se abren al máximo y luego cuando empiezan a correrse y a gritar se cierran, los ojos, y tú sientes la diminuta y familiar aguja de la tristeza dentro de tu entusiasmo mientras ellas se encogen sobre sí mismas y cierran los ojos y notas que han cerrado los ojos para dejarte fuera, te has convertido en un intruso, ahora están unidas con la propia sensación, con el clímax, y detrás de esos párpados cerrados los ojos se han dado la vuelta por completo y están mirando fijamente hacia su propio interior, a algún vacío al que tú las has enviado pero no puedes seguirlas. Vaya mierda. No lo estoy explicando bien. No puedo hacerte sentir lo que yo sentí. Vas a convertir todo esto en Hombre Narcisista Exige Mirada De La Mujer Durante Clímax, ya lo sé. Pues mira, no me importa decirte que empecé a llorar en el clímax de la anécdota. En silencio, pero lo hice. Ninguno de nosotros estaba fumando ya. Los dos estábamos apoyados en el cabezal de la cama, los dos mirando en la misma dirección, aunque yo recuerdo haber estado dándonos la espalda durante la última parte de la historia, mientras yo lloraba. La memoria es extraña. Recuerdo que ella dijo algo acerca del hecho de que yo estuviera llorando. Me sentía avergonzado: no por llorar, sino por tener tantas ganas de saber qué le parecería a ella, si me hacía parecer caritativo o egoísta. Ella se quedó donde él la había dejado durante el resto del día, tumbada boca arriba sobre la gravilla, llorando, me contó, y dando gracias a sus principios y sus fuerzas religiosas particulares. Pero, por supuesto, tal como estoy seguro de que tú podrías haber predicho, yo estaba llorando por mí mismo. Él dejó el cuchillo y se fue en aquel Cutlass con el silenciador averiado, dejándola allí. Tal vez le dijo que no se moviera ni hiciera nada durante un intervalo determinado. De ser así, sé que ella obedeció. Ella dijo que todavía podía sentirlo en su alma, al mulato: era difícil romper la concentración. Parecía claro desde el inicio de la anécdota que alguien iba a tener que morir. La historia me causó una impresión profunda y sin precedentes que ni siquiera voy a intentar explicarte. Ella dijo que se echó a llorar porque se dio cuenta de que cuando se puso a hacer autostop las fuerzas espirituales de su religión habían guiado al psicópata hasta ella, que él había servido como instrumento para el desarrollo de la fe de ella y de su capacidad para concentrarse y alterar campos de energía por medio de la compasión. Lloró de gratitud, me dijo. El mulato había dejado el cuchillo hundido hasta el mango en el suelo junto a ella, donde lo había clavado, apuñalando por lo visto el suelo varias docenas de veces con una brutalidad desesperada. Ella no dijo ni una palabra acerca del hecho de que yo llorara o de lo que significaba para ella. Yo mostré mucha más emoción que ella. Ella me dijo que había aprendido más sobre el amor aquel día con el delincuente sexual que en ninguna otra etapa de su viaje espiritual. Tomémonos los dos la última y ya está. Que toda su vida la había llevado de forma inexorable a aquel momento en que el coche se detuvo y ella entró, que fue obviamente una especie de muerte, pero no de la forma que ella había temido cuando entraron en la zona solitaria. Aquel fue el único comentario verdadero que se permitió, justo al final de la anécdota. No me importó si era o no, entre comillas, verdad. Dependía de lo que uno entendiera por verdad. Y me daba igual. Me sentía conmovido, cambiado: puedes creer lo que quieras. Mi mente parecía moverse, entre comillas, a la velocidad de la luz. Me sentía desolado. Y no importaba si había sucedido o no lo que ella creía que había sucedido, parecía verdad aunque no lo fuera. E incluso si toda aquella teología de la conexión entre almas conectadas, incluso si no eran más que chorradas pseudometafóricas New Age, su creencia en ellas le había salvado la vida, de forma que resulta irrelevante si eran o no chorradas, ¿verdad? ¿Puedes entender por qué esto, darme cuenta de esto, me hizo sentir tan lleno de conflictos? Me hizo darme cuenta de que toda mi sexualidad y mi historia sexual habían tenido menos vínculos genuinos o sentimientos de lo que yo creía mientras estaba con ella tumbado escuchándola contar cómo se había quedado tumbada allí y había comprendido lo afortunada que había sido al haberla visitado un ángel disfrazado de psicópata y haberle mostrado que era cierto aquello por lo que había estado rezando toda su vida. Crees que me estoy contradiciendo. Pero ¿te puedes imaginar cómo me sentí cuando vi sus sandalias al otro lado de la habitación y recordé lo que había pensado de ellas solamente unas horas antes? Yo no paraba de decir su nombre y ella me preguntaba qué y yo volvía a decir su nombre. No tengo miedo de la idea que te puedas formar sobre esto. No me siento avergonzado. Pero si pudieras entender, ¿no podría…? ¿Es que no ves que no podía dejarla que se marchara después de aquello? ¿Por qué sentí aquella tristeza y aquel miedo tan atípicos cuando me la imaginé cogiendo su bolsa y sus sandalias y su manta New Age y se marchó y se echó a reír cuando la agarré por el dobladillo y le supliqué que no se fuera y le dije que la amaba pero ella cerró la puerta suavemente y se fue descalza por el pasillo y nunca la volví a ver? ¿Por qué no me importaba que fuera panoli o no tuviera una inteligencia extraordinaria? Ya no me importaba nada más. Ella tenía toda mi atención. Me había enamorado de ella. Creí que ella me podía salvar. Ya sé cómo suena todo esto, créeme. Conozco a las de tu clase y sé lo que me vas a preguntar. Pregúntalo ahora. Ahora tienes la oportunidad. He dicho que creí que ella me podía salvar. Pregúntamelo ahora. Dilo. Me he desnudado delante de ti. ¡Júzgame, frígida de mierda! ¡Bollera, puta, marimacho, guarra, zorra, callo! ¿Estás contenta ahora? ¿Has confirmado todo lo que creías? Que te diviertas. No me importa. Sé que ella habría podido. Sé que la amé. Fin de la historia.


ENTREVISTAS BREVES CON HOMBRES REPULSIVOS
David Foster Wallace




viernes, 16 de diciembre de 2016

E. B. n.º 2, X-1994


—Cariño, tenemos que hablar. Hace tiempo que tenemos que hacerlo. Al menos yo, me apetece. ¿Puedes sentarte?
 
P.
 
—Bueno, a mí me apetece menos todavía, pero tú me importas y lo último que me apetece es que sufras. Me preocupa mucho, créeme.
 
P.
 
—Porque me importas. Porque te quiero. Lo bastante como para ser realmente honesto.
 
P.
 
—Es que a veces me preocupa que puedas sufrir. Y no te lo mereces. Quiero decir que no te mereces sufrir.
 
PP.
 
—Porque, para ser honesto, mi historial no es muy bueno. Casi todas las relaciones íntimas que he tenido con mujeres terminan con ellas sufriendo de alguna manera. Para ser honesto, a veces me preocupa la posibilidad de ser uno de esos tíos que usan a la gente, a las mujeres. Me preocupa a vec… No, joder. Voy a ser honesto contigo porque me preocupas y porque te lo mereces. Cariño, mi historial de relaciones es el de un tipo más bien indeseable. Y cada vez más a menudo últimamente tengo miedo de que sufras, de que yo pueda hacerte daño del mismo modo que al parecer he hecho daño a otras que…
 
P.
 
—Que tengo un expediente, unas pautas, por decirlo de alguna manera; por ejemplo, suelo ir muy rápido y muy fuerte al principio de una relación y persigo a la otra persona con mucha intensidad y soy muy cariñoso y me enamoro perdidamente desde el mismo principio, y digo «Te quiero» desde los inicios de la relación, y empiezo a hablar en futuro desde el principio, y no pongo nunca límite a la hora de decir o hacer para demostrar lo mucho que me importa, lo cual por supuesto tiene el efecto natural de hacerles creer a ellas que estoy realmente enamorado (y lo estoy), y eso luego, creo yo, parece que las hace sentirse lo bastante queridas y por decirlo de alguna forma seguras como para empezar a decir que ellas también me quieren y a admitir que también están enamoradas de mí. Y no es (déjame hacer hincapié en esto porque es una verdad como un templo), no es que no esté diciendo la verdad cuando lo digo.
 
P.
 
—Bueno, no digo que no sea razonable preguntarme a cuántas se lo he dicho antes ni preocuparse por esa cuestión, pero si no te molesta, la verdad es que no es de eso de lo que estoy intentando hablarte, de manera que si no te molesta quiero mantenerme apartado de cosas como las cifras y los nombres propios e intentar limitarme a ser totalmente honesto contigo acerca de cuáles son mis preocupaciones, porque me importas. Me importas mucho, cariño. Muchísimo. Ya sé que resulta inquietante, pero es muy importante para mí que creas esto y te fíes de mí mientras tenemos esta conversación, de que el hecho de que lo que digo o lo que temo que vaya a acabar haciendo te vayan a hacer daño no significa de ninguna forma que no me importes o que no haya hablado absolutamente en serio todas las veces que te he dicho que te quería. Todas las veces. Espero que te lo creas. Te lo mereces. Y además es verdad.
 
P.: …
 
—Pero lo que quiero decir es que desde hace tiempo todo lo que hago y digo tiene el efecto de provocar que ellas piensen que se trata de una… De una relación muy seria, y uno casi diría que es como si las estuviera alentando para que pensaran en términos de futuro.
 
P.
 
—Porque entonces esas pautas, por llamarlas de alguna forma, parecen dictar que una vez la he conseguido, por decirlo de alguna forma, y ella está tan entregada a la relación como yo, entonces parece que se adueñe de mí una incapacidad fundamental para continuar avanzando y llegar hasta el final y establecer un… ¿cuál es la palabra adecuada?
 
P.
 
—Sí, vale, esa es la palabra, aunque tengo que confesarte que la manera en que la dices me llena de miedo de que ya estés sufriendo y no te estés tomando lo que estoy diciendo con el espíritu con que te estoy hablando del asunto, y para ser honestos me importas lo bastante como para confesar ciertas preocupaciones honestas que me han estado rondando acerca de la posibilidad de que puedas sufrir, lo cual, créeme, es la última cosa que quiero.
 
P.
 
—Pues que, examinando mi historial y tratando de entenderlo, me da la impresión de que hay algo en mí que me hace acelerar demasiado en la fase inicial de intensidad y me lleva a una situación de compromiso, pero entonces no parece capaz de seguir empujando todo el tiempo y establecer realmente el compromiso de crear algo verdaderamente serio, orientado al futuro y firme con ellas. Como diría el señor Chitwin, no soy una persona íntima. ¿Me estoy explicando? Me da la impresión de que no me estoy expresando muy bien. Lo que provoca por lo visto el sufrimiento es que esta incapacidad solamente aparece después de haber hecho, dicho y de haberme comportado de una forma que a cierto nivel estoy seguro de que les hace pensar que quiero algo tan comprometido y orientado al futuro como ellas. De forma que, para ser honesto, este es mi historial en relación a estas cosas, y por lo que sé este historial parece indicar que soy un individuo indeseable para las mujeres, algo que me preocupa. Mucho. Que yo a lo mejor les pueda parecer un tío completamente ideal a las mujeres hasta llegado un punto de la relación en que abandonan toda resistencia, bajan las defensas y se entregan al amor, y por supuesto eso mismo parece ser lo que yo he querido desde el mismo principio y la razón por la que he trabajado tanto y las he agasajado con tanta intensidad y, tal como soy perfectamente consciente de haber hecho contigo, por eso me he puesto tan serio y he pensado en términos de futuro y he usado la palabra «compromiso» y entonces (y créeme, cariño, esto es difícil de explicar porque yo mismo no lo entiendo del todo), llegado este punto, históricamente, la mejor explicación que encuentro es que parece que algo en mí, por decirlo de alguna forma, da marcha atrás y acelera al máximo pero ahora en la dirección contraria.
 
P.
 
—Lo único que sé es que me entra el pánico y siento que he de dar marcha atrás y salir de ahí, pero por lo general no estoy completamente seguro, no sé si realmente quiero salir o si simplemente estoy sufriendo un ataque de pánico, y aun cuando soy presa del pánico y quiero largarme sigo sin querer perderlas, por lo visto, de forma que tiendo a dar un montón de señales ambiguas y a decir y hacer un montón de cosas que parecen confundirlas y desorientarlas y causarles dolor, y créeme que todo eso siempre termina haciéndome sentir horrible, incluso mientras lo estoy haciendo. Y tengo que decirte con total honestidad que es lo que temo que pase con nosotros dos, porque desorientarte o causarte dolor es absolutamente la última cosa en…
 
PP.
 
—La verdad absoluta es que no lo sé. No lo sé. No he logrado averiguarlo. Creo que lo único que intento al sentarme ahora y hablar de esto es preocuparme de verdad por ti y ser honesto conmigo mismo y con mi historial de relaciones y hacerlo en medio de algo en lugar de hacerlo al final. Porque de acuerdo con mi historial solo al final de mis relaciones parezco ser capaz de exponer abiertamente algunos de mis miedos sobre mí mismo y mi historial de causar dolor a las mujeres que me quieren. Lo cual, por supuesto, les causa dolor a ellas, esa honestidad repentina, y les sirve para expulsarme de la relación, y después me preocupa la posibilidad de que eso mismo fuera mi plan inconsciente en el momento de sacar el tema y sincerarme por fin con ellas, tal vez. No estoy seguro.
 
P.: …
 
—Así que de todas formas la verdad es que no estoy seguro de nada. Solamente estoy intentando contemplar con honestidad mi historial y ver con honestidad lo que parece ser su conjunto de pautas y saber si es probable que estas pautas aparezcan también contigo, lo cual créeme que no me apetece en absoluto. Por favor, créeme que infligirte cualquier dolor es lo último que quiero, cariño. Este rollo de dar marcha atrás y como diría el señor Chitwin «cerrar el negocio», eso es lo que quiero intentar explicarte con total honestidad.
 
P.: …
 
—Y cuanto más rápidamente e intensamente las he perseguido al principio, agasajándolas y yendo detrás de ellas y sintiéndome completamente enamorado, la intensidad de esa atracción parece ser directamente proporcional a la intensidad y la urgencia con la que después parezco encontrar vías de dar marcha atrás y retroceder. El historial indica que esa especie de retroceso repentino sucede justo cuando tengo la sensación de que las he conseguido. Sea lo que sea lo que quiera decir conseguido: honestamente no sé lo que quiere decir. Parece significar que por fin sé con certeza que ahora están tan entregadas a la relación e interesadas en el futuro como yo. Como yo lo he estado. Hasta ese momento. Sucede así de rápido. Y cuando sucede es terrorífico. A veces ni siquiera me entero de qué ha sucedido hasta que se ha terminado y entonces miro atrás e intento entender cómo ella ha podido sufrir tanto, si es que ella estaba loca y dependía de mí hasta un extremo antinatural o si soy un indeseable en lo que respecta a las relaciones. Sucede con una rapidez increíble. Parece al mismo tiempo rápido y lento, como un accidente de coche, donde casi parece que lo estás viendo desde fuera en lugar de estar participando en él. ¿Me estoy explicando?
 
P.
 
—Por lo visto tengo que estar todo el tiempo admitiendo que me aterra que no me vayas a entender. La posibilidad de no explicarme lo bastante bien o de que por alguna razón, y sin ser culpa tuya, puedas malinterpretar lo que estoy diciendo y darle la vuelta de alguna forma y acabar sufriendo. Siento un terror increíble, te lo aseguro.
 
P.
 
—De acuerdo. Eso es lo malo. Docenas de veces. Por lo menos. Unas cuarenta o tal vez cuarenta y cinco. Para ser honestos, tal vez más. Bastantes más, me temo. Supongo que ya no estoy seguro.
 
P.: …
 
—En la superficie, y en relación a los detalles, muchas de ellas eran bastante distintas, las relaciones y lo que terminó pasando. Pero, cariño, de alguna forma he empezado a ver que por debajo de la superficie todas eran más o menos lo mismo. Las mismas pautas básicas. En cierta forma, cariño, el hecho de ver esto me da bastantes esperanzas, porque tal vez quiere decir que me estoy volviendo más capaz de entenderme y de ser honesto conmigo mismo. Parece que estoy desarrollando cada vez más conciencia en este sentido. A una parte de mí le aterra todo esto, para ser honestos. Los inicios tan intensos, casi demasiado acelerados, y el sentirme como si todo dependiera de conseguir que bajen las defensas y se entreguen y me quieran de forma tan total como yo las quiero a ellas, luego me entra el pánico y doy marcha atrás. Admito que me produce cierto miedo la idea de ser consciente de todo esto, como si por lo visto me fuera a hacer falta todo el espacio para maniobrar. Y es extraño, lo sé, porque al principio de las pautas no quiero espacio para maniobrar, lo último que quiero es espacio para maniobrar, lo que quiero es entregarme y que ellas se entreguen conmigo y crean en mí y que estemos juntos en ello para siempre. Lo juro, prácticamente todas las veces he creído que era eso lo que quería. Por esa razón no me parece que yo fuera perverso ni nada parecido, ni que yo les estuviera mintiendo ni nada parecido… Aunque al final, cuando por lo visto yo ya he dado marcha atrás y me he alejado del todo, ellas sienten casi siempre que yo les he mentido, como si en caso de haberles hablado en serio fuera imposible haber cambiado de opinión y dado marcha atrás de esa forma. Y todavía, para ser honestos, no creo que yo haya hecho nunca eso: mentir. A menos que simplemente esté racionalizando. A menos que yo sea una especie de psicópata capaz de racionalizar cualquier cosa y ni siquiera sea capaz de ver las manifestaciones del mal que están teniendo lugar de la forma más obvia, o tal vez no me importa nada y lo único que quiero es engañarme a mí mismo y creer que me preocupo por los demás para continuar viéndome a mí mismo como un tipo decente. Todo es increíblemente confuso, y esa es una de las razones por las que he dudado tanto antes de explicártelo, por miedo a no ser capaz de plantearlo con claridad y a que tú no me vayas a entender y acabes sufriendo, pero he decidido que si me importas tengo que tener el valor para actuar realmente en consecuencia, anteponer mi preocupación por ti a mis preocupaciones y confusiones egoístas.
 
P.
 
—Cariño, estoy encantado. Confío en que no estés siendo sarcástica. Estoy tan confuso y aterrado en estos momentos que probablemente no me daría cuenta.
 
P.
 
—Ya sé que tendría que haberte contado algo de todo esto antes, y también haberte hablado de las pautas. Antes de que vinieras aquí a vivir conmigo, y créeme que significó mucho para mí… Me hizo sentir que realmente te importaba esto, lo nuestro, el estar conmigo, y quiero ser tan cariñoso y honesto contigo como tú lo has sido conmigo. Sobre todo porque sé que el venirte aquí fue algo para lo que te presioné mucho. La facultad, tu apartamento, tener que librarte de tu gato… por favor, no me malinterpretes, el hecho de que dejaras todas estas cosas para estar conmigo significa mucho para mí, y es una parte muy importante de por qué creo que te quiero y me importas tanto, demasiado como para que no me aterre llegar de alguna forma a desorientarte y hacerte sufrir, y créeme, tendría que ser un psicópata total para no tener en cuenta esa posibilidad dado mi historial en estas cuestiones. Eso es lo que quiero ser capaz de decir con bastante claridad como para que me entiendas. ¿Estoy consiguiendo explicarme aunque sea un poco?
 
P.
 
—No es tan simple como eso. Al menos no tal como yo lo veo. Y créeme que no es que yo vea todo esto como si yo fuera un tío totalmente decente que nunca hace nada mal. Alguien que fuera mejor tipo probablemente te habría hablado de las pautas y te habría advertido de antemano antes de empezar a acostarnos, para ser honestos. Porque te aseguro que me sentí culpable después de hacerlo. De acostarnos. A pesar de lo increíblemente mágico y extático y de lo bien que estuvo y que estuviste tú. Probablemente me sentí culpable porque era yo el que había estado presionando tanto para que nos acostáramos tan pronto, y aunque me dijiste con toda honestidad que te hacía sentir incómoda el hecho de acostarnos tan pronto y yo ya entonces te respeté y me preocupé mucho por ti y quise respetar tus sentimientos pero aun con todo seguía sintiéndome increíblemente atraído por ti, fue una de esas descargas irresistibles de atracción, y me sentí tan abrumado por ella que incluso sin quererlo necesariamente sé que me entregué demasiado pronto y probablemente te presioné y te apremié para que te entregaras y nos acostáramos juntos, aunque ahora creo que a cierto nivel probablemente ya sabía lo culpable e incómodo que me iba a sentir después.
 
P.
 
—No me estoy explicando lo bastante bien. No estoy llegando al fondo. Muy bien, ahora me está entrando pánico de que empieces a sufrir. Por favor, créeme. Mi única razón para querer que habláramos de mi historial y para tener miedo de lo que pueda ocurrir es que no quiero que ocurra, ¿entiendes? No quiero dar marcha atrás de pronto y empezar a intentar escabullirme después de que tú me hayas dado tanto y hayas venido aquí y ahora que… Ahora que estamos tan unidos. Rezo para que seas capaz de ver que el hecho de que yo te cuente lo que siempre ocurre es una especie de prueba de que no quiero que ocurra contigo. Que no quiero ponerme irritable ni hipercrítico ni largarme y pasarme varios días seguidos lejos ni ser descaradamente infiel de una forma que seguro que acabas descubriendo ni ninguna de esas formas repulsivamente cobardes que he usado antes para salir de algo que he pasado meses persiguiendo intensamente y esforzándome para conseguir que la otra persona se entregara igual que yo. ¿Me estoy explicando? ¿Te puedes creer que estoy intentando honestamente respetarte advirtiéndote acerca de mí, en cierto modo? ¿Que estoy intentando ser honesto y no deshonesto? Que he decidido que la mejor manera de escapar de esas pautas que harían que sufrieras y te sintieras abandonada y como una mierda es intentar ser honesto por una vez. Aunque debería haberlo hecho antes. Aunque admito que tal vez sea posible que puedas interpretar lo que estoy diciendo ahora como algo deshonesto, como si de alguna forma intentara asustarte para que te echaras atrás y yo pudiera escabullirme de esto. Y no creo que sea eso lo que estoy haciendo, pero siendo totalmente honesto no puedo estar ciento por ciento seguro. No puedo aventurar eso contigo. ¿Lo entiendes? ¿Que estoy intentando quererte con todas mis fuerzas? ¿Que me aterra el no poder amar? ¿Que tengo miedo de ser fundamentalmente incapaz de hacer otra cosa que perseguir y seducir y luego echar a correr, entregarme y luego dar media vuelta, no ser nunca honesto con nadie? ¿De no ser nunca un tipo íntimo? ¿De ser tal vez un psicópata? ¿Te imaginas lo que me cuesta contarte esto? Y me aterra que después de contarte todo esto me vaya a sentir tan culpable y avergonzado que no sea capaz ni siquiera de mirarte ni pueda soportar el estar contigo, saber que sabes todo esto de mí y en adelante tener miedo todo el tiempo de lo que estás pensando. Que incluso es posible que el hecho de que ahora esté intentando honestamente eludir las pautas de enviar señales ambiguas y escabullirme sea otra forma de escabullirme. O de hacer que seas tú quien te marches, ahora que te he conseguido, y tal vez en el fondo soy un capullo tan cobarde que ni siquiera tengo agallas para ser yo el que se marcha, sino que quiero que seas tú la que se marche.
 
PP.
 
—Esas preguntas son válidas y totalmente comprensibles, cariño, y te juro que haré absolutamente todo lo que pueda para contestarte lo antes posible.
 
P.: …
 
—Solo hay una cosa más que creo que tengo que decirte primero. Para que la pizarra quede limpia por una vez y todo salga a la luz. Me aterroriza decírtelo pero voy a hacerlo. Luego será tu turno. Pero, escucha: no es nada bueno. Me temo que va a hacerte daño. ¿Puedes hacerme un favor y contenerte y prometerme que intentarás no reaccionar durante un par de segundos cuando te lo diga? ¿Podemos hablar de ello antes de que reacciones? ¿Me lo puedes prometer?

E. B. n.º 2, X-1994
CAPITOLA, CALIFORNIA
David Foster Wallace
Entrevistas breves con hombres repulsivos