jueves, 23 de diciembre de 2010

La noche oscura del alma






La moribunda imagen desamparada de una esperanza que se pierde tras la noche oscura del alma.

Chet Baker transitando por el mundo, casi flotando. Como un espíritu extirpado de un cuerpo que ya no era capaz de habitar. Vivo pero muerto. Sin agallas. Sin polla. Sin nada que hacer salvo esperar algo indefinido e improbable. Marchitarse despacio asistiendo a esta grotesca tragicomedia que es la vida.

Mirada sin vida tras las oscuras cuencas de los ojos; apagadas. Esta turbia distorsión del tiempo jodiéndose a nuestras almas sin un mal beso. Perdámonos: “Let’s get lost”. Nunca más nos encontremos. No sirve de nada. Tarde o temprano vuelve la desesperación. Aguja certera que apuñala a un corazón medio derrotado. Desangrado. Henchido de no gloria.

Chet era un cadáver. Muerto pero vivo. Más vivo que la mayor parte de todos los imbéciles que nos atrevemos a llamar existencia a esta montaña de mierda que alimentamos cada día con nuestra mediocridad consentida. Un fugitivo de esa atemporal casa de putas siempre abierta que es el infierno, tocando como los ángeles: ángeles a la deriva. Qué hermoso es perderte cuando tener rumbo fijo no te lleva a ningún sitio. Todo cobra sentido.

Como la picadura de la serpiente a modo de elixir contra el olvido. Como el aguijón de las vidas cuadriculadas inoculando el veneno de lo gris. De lo plano. Culto al sinsentido.

Luego está la política. Están los amigos. La cultura. El arte. Las letras del coche. La hipoteca del piso. Esa estúpida diarrea sangrante de la jornada laboral mil veces repetida. Dentro de la rueda de la vida estándar sin solución de continuidad estamos nosotros. Los ratones desbocados corriendo como pollos sin cabeza. En pos de lo que se supone que es una vida adecuada, digna de ser vivida. En pos de aquello a lo que tantos y tantos dedican todas sus energías. Yo digo que os jodan. Yo digo, cuidado con esa rueda. Cuidado con esa jaula. Cuidado con este mundo. Gira sobre un eje podrido. Pasará sobre vosotros como el rodillo que amasa las vidas de los cobardes que no se atrevieron a jugarse las entrañas persiguiendo sus más profundos anhelos.

No hay que capitular. Hay que ir hacia lo que nos hace sentir vivos. Luego os joderán, por supuesto. Tenedlo por seguro. Pero no intentarlo tritura el alma. Depaupera vuestra dudosa y escasa valía.

Knut Hamsun estaba desesperado pero tenía que hacer lo que hacía. Necesitaba escribir sus novelas porque no entendía otra forma de vida. Malvivía, más pobre que las ratas. Porque ellas al menos atesoran la basura de los hombres, que es infinita.

El bueno de Knut ideaba historias mientras el hambre le carcomía. Un día no supo cómo continuar y comió carne de su propio cuerpo para sobrevivir. Se fagocitó a sí mismo. Como tantos oficinistas, contables, comerciales, agentes de seguros, brokers, publicistas, economistas, banqueros, representantes de la nada; engullidos por su hedionda ambición. Mártires del capitalismo. Con una diferencia. Knut se fagocitó en pos de un sueño. Buscaba redimir su alma. Escribía como el que vomita la amarga bilis del arte que corroe, que no consiente malograrse un día más allí dentro. Y alcanzó su sueño.

Desde su residencia de verano en Noerholm, ya anciano, se carcajeaba de los ineptos que ahora le otorgaban el premio Nobel. Ellos no sabían nada. Nunca lo habían sabido. Ni lo sabrían. Cuando era un pobre idiota soñador escribiendo como un demente del alba al ocaso en una destartalada cabaña en Lom a nadie le importaba: los virtuosos heredarán la tierra. Los menesterosos heredarán la mierda. El estiércol del destino. Pero eso es lo bonito de las pasiones verdaderas. Que son irracionales. Desesperadas. Extremas. Subyugantes. Nos fuerzan a transgredir los límites. A partir de ahí, todo y nada es posible. La distinción carece de auténtica relevancia.

Lo demás está muy bien. Reuniones con los viejos amigos. Esos a los que ya nunca ves porque no consigues sacar tiempo. Paseos por el parque los domingos por la tarde. Cenas de empresa. Los plazos de un televisor grande que te cagas. Vacaciones en Punta Cana. Un segundo coche. Tal vez niños. Tal vez, después de bastantes años, un apartamentito en la playa. Unas necesidades inventadas más grandes. Un consumo más grande. Una esclavitud aprendida. Un vacío más grande. Esa ajeneidad tan nuestra. Esa alienación tan consentida. Todo eso está muy bien. Genial. En serio. Pero si no hay de lo otro, para mí no hay nada.

Meteos lo superfluo donde os quepa, quedaos con lo esencial y entonces sabréis cuál es la verdadera medida de vuestras vidas: es esa extraña polla que tenéis metida en el culo sin daros cuenta. Y no os habéis percatado porque sois vosotros quienes os habéis sodomizado. Porque tal vez hayáis estado tan preocupados por todo eso que en vuestra vida quizá no haya más. Espero que no. Si es así, os compadezco. Os deseo suerte, de cualquier modo.

Y sí. En cierto modo, a mí también me la han metido. Soy otro puto inepto. No soy mejor que ninguno de los demás. Me han vencido. De momento. Pero no desisto. Puede que yo también esté perdido. Pero qué hermoso es perderte cuando tener rumbo fijo no te lleva a ningún sitio. Todo cobra sentido.

Hasta la muerte. Hasta el vacío.

2 comentarios:

  1. Esto es lo que yo llamo un post tipicamente navideño. Ya te veo a oscuras y en celada, por la secreta escala disfrazado, huir en nochebuena con Baker al puti de guardia.

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  2. jajaja, eres un crack, tú también vales un potosí escribiendo, tunante!!

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