domingo, 1 de abril de 2012

Fragmento del prólogo a Cuaderno de Talamanca



El hombre considera que tiene derecho a contradecirse, a afirmar y negar las mismas cosas alternativamente según su conveniencia o su capricho, o simplemente su memoria, y a pesar de ello sigue teniendo a la razón en un pedestal y reverenciando a la verdad. Tal vez porque la razón ha inventado la contradicción y no haya nada más contradictorio que la verdad. Sus pasiones son impermeables a sus convicciones porque ni las unas ni las otras son sinceras, no son más que deseos y opiniones, y en la mayoría de los casos ni siquiera propios. Y a esa conciencia de que nada nos pertenece es a lo que no puede resignarse el hombre. Dicho de otro modo: el hombre puede resignarse a todo menos a la nada. Y la resignación es una forma de creencia como la creencia es una forma de resignación. Naturalmente, creer en nada es un contrasentido.

Sólo prospera, sólo fructifica, lo que se hace a medias. Las medias verdades son más digeribles por el hombre que la verdad desnuda, que suele serle indigesta. Un exceso de pureza, de perfección, siempre tiene algo de repulsivo, de falso, de hipócrita. El pensamiento, cuando se obstina en llegar al fondo de las cosas, se aniquila. Nos falta el aire en las profundidades y en las cumbres es demasiado puro. “Ir demasiado lejos es dar infaliblemente una prueba de mal gusto” dice Cioran, pero ir hasta el final significa perecer: la nada no tolera encontrarse consigo misma. Una nada enfrentada a nada, pensamiento absurdo donde los haya (“una nada trabajando en nada” Hegel), como un pensamiento enfrentado al pensamiento. El lenguaje sirve para pensar, pensar sobre el lenguaje es una perversión. Una doble perversión, como lo son todas cuando lo que se pervierte es la función originaria, a la vez del pensamiento y del lenguaje.

“ ‘Sentí un funeral en mi cerebro’ —cita Cioran de su querida Emily Dickinson—. Yo podría añadir como Mademoiselle de Lespinasse: ‘En todos los instantes de mi vida’. Perpetuos funerales del espíritu”

Manuel Arranz (Fragmento del prólogo a "Cuaderno de Talamanca"), de Cioran.

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