miércoles, 18 de abril de 2012

Parece el mundo un supermercado




Está muy bien.

Parece el mundo un supermercado. Las tienen en un catálogo en internet. Es el progreso. Todo informatizado, debidamente catalogado. Las hay blancas, negras, amarillas, de todos los colores. Expuestas y fotografiadas convenientemente: por delante, por detrás, primeros planos, detalles. Te puedes hartar de contemplar sus curvas. De imaginarlas a todas, de lo que harías con ellas si las tuvieras contigo. Así funciona el mercado: inoculando deseo. Uno no sabe que necesita ver la última película de moda o leer el libro más vendido porque desconoce que existe. Es la poderosa maquinaria publicitaria la que introduce preferencias en la elección del consumidor. Puede que el mundo esté lleno de novelas, películas maravillosas que te cambiarían la vida pero, si no son promocionadas adecuadamente, comprensivamente –de modo que lleguen hasta ti– nunca sabrás de su existencia. Yo ahora accedo a un portal de internet y de pronto, experimento la punzada del deseo. Las deseo a todas; blancas, negras, amarillas, no me importa su naturaleza o condición. Pero no podría permitírmelo, naturalmente. Por eso selecciono a la que más me guste de todas: elijo.

Las hay preciosas, muy hermosas. Casi siempre son las más caras, en eso no hay sorpresas. A veces me descubro mirando alguna que cuesta menos, intrigado, fisgón. Pero luego arrecia el desencanto porque la primera buena impresión, al analizar los detalles, torna en constatación sobre la imposibilidad de una relación calidad-precio significativamente ventajosa para el consumidor.

Y saco la tarjeta de crédito. Y empiezo a relamerme. Sé que pronto una va a ser mía. Durante un rato me he hartado de admirarlas, de contemplar sus cuerpos firmes, de seleccionar minuciosamente el objetivo, el sujeto pasivo garante de la satisfacción de mi voluntad.
Procedo con todos los pasos para el pago. Pronto va a ser mía, pronto estará aquí y al fin le pondré las manos encima. La acariciaré primero con cuidado y luego la poseeré con todo el ímpetu de mi pasión, hasta ver satisfecha toda mi necesidad de ella. Qué placer tenerla toda para mí. Soy un dios, soy su dueño y señor, soy su tirano.

Soy el hombre más feliz del mundo, porque al fin podré hacer lo que me quita el sueño desde hace tanto:

Comprarme mi nueva Fender Telecaster de coleccionista.

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