martes, 18 de octubre de 2011

Sólo lo entienden los muertos







Oh sí, nena. Serás una mujer pronto. Miro tu culo de mal asiento. En los callejones, en los centros comerciales, en la cafetería, en el metro. Todas son una porque uno mismo es el deseo. La belleza, gran invento. Ellas: ella. Una efigie escultural, símbolo del esplendoroso pasado mesopotámico perdido. Una bomba de relojería auspiciada en el alicatado del rostro maestro. En la sinuosidad del aspídico contorno. Estás inmersa en la flor de todo, en la odiosa supremacía de lo perfecto. Acaparas la brutal belleza, la detienes en el tumulto de la eternidad, como un oasis en medio de este cráter infecto en el que nos ajetreamos. Tienes eso. Eso que tan episódico resulta, que tan pronto se desvanece, como la creencia de un futuro en nuestras manos. Al menos eso te pertenece. Dure lo que dure.

¿Y nosotros, el resto, qué cojones tenemos? ¿Qué nos queda? los demás nos debatimos en un medio hostil. Decadente por aburrimiento. El común de los mortales ofrecemos ordinariez: una picha de ocasión. Siempre en oferta. Y ni siquiera una gran picha. Normalita. Circuncidada abulta menos. Más o menos lo que una salchicha para perros. Y también tenemos esta cordura que, por hacer algo, huye del tedio en busca de la vesania y su reino.


Tenemos nuestros televisores. Nuestras Play Stations. Nuestros iphones. Nuestros facebooks. Artilugios diversos. No tenemos un carajo. Pero lo ignoramos. O no queremos saberlo. Pero habrá que pasar el tiempo. Digo yo. Industria del entretenimiento. Ahora se ha vuelto a poner de moda la crisis. Cojonudo invento. Te mantiene entretenido la mayor parte del tiempo en que no estás oficiando de galeote en las galeras del salario medio para sacar tus lastres vitales a flote. Un acertijo genial que no tiene solución pero estás constantemente resolviendo. Qué sórdido es todo esto. Qué jodido abrirse camino. ¿Que la vida iba en serio? Eso sólo lo entienden los muertos.

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