viernes, 14 de octubre de 2011

Si te paras a pensarlo


Qué wena está esta tía. ¿Será un dibujo? Me la raspa.

Leo el periódico. Me aburro. Estoy resacoso (vaya novedad). Soy oficinista. De baja extracción laboral. Mínima responsabilidad. Máxima ociosidad. Algo habrá que hacer para llenar las horas. No puede uno matarse a pajas en los urinarios. Todo tiene un límite. Una o dos peras como mucho y ya se está servido. Salvo que seas un jodido babuino, que no es mi caso. Y aún así, es triste tocarse el ukelele en un cubículo de 1x1,50 a la espera de que el esperma transmute en trascendencia. No nos engañemos. No suele ocurrir.

Noticias. Novedades. Leamos el truño de periódico gratuito. "Secuestran a dos cooperantes españolas tras un tiroteo en Kenia". Es lo que tiene ser cooperante. El mundo está lleno de buenas personas y mira cómo está el mundo. Ayuda a tu prójimo y el prójimo te lo recompensará cagándote en la cara. Es triste pero es así. El altruismo es una modalidad de conducta humana infinitamente menor numéricamente que el egoísmo, la crueldad o la coprofagia, pongamos por caso. Así funciona. No nos chupemos el dedo, que ya está renegrido y sabe a caca. Kenia. ¡Kenia! Kenia suena a Enya, cuya música es un truño y casi siempre ponen sus ñordos de canciones fangosas y pseudo chill out (of here, please!) en las peluquerías o en los hilos musicales de los dentistas. En las antesalas de las bodas, cuando estás inquieto esperando el tragamen y te tienen de pie como un idiota esperando el sacrificio de la ceremonia, que es una mentira muy gorda y pestosa elevada a categoría de verdad protocolar ineluctable. Así funciona el ser humano. Instaura un cagarro conductual, lo siembra durante generaciones para que los que nos sucederán estén jodidos de antemano, sin margen de manubrio (perdón, de maniobra) y luego pelillos a la mar. Está bien eso. Yo comí mierda que heredé de mis predecesores. Ahora os vais a cagar los que me sobreviváis. Alea caca est. Es lo justo. El absurdo genera sucesión. Como que estire la pata una anciana. Como mi ojete cuando ceno fabada.

Pero me estoy apartando de la esencia, yo quería hablar sobre las cooperantes españolas bien jodidas sin haber siquiera olido un buen rabo keniata. El olor a cojón de negro no tiene parangón en el mundo conocido, creedme. ¿Qué cómo lo sé? Pues porque soy blanco y los míos ya huelen que alimentan. Imaginaos un mastuerzo de ébano corriendo por la sabana con el huevamen supurando almizcle nº 5 perseguido por un jaguar que se lo quiere merendar. Canela fina. No hace falta meterse un palo de escoba por el culo para saber que duele. Eso me digo yo a menudo. ¡Aaay! ¡Senectud, divino engorro!

Pero, antes de todo, ansío decir "adminículo" (como veis, son modestos mis íntimos anhelos espirituales). Permitidme tamaña licencia idiomática-lingüístico-hemorroidal. Es una palabra que me gusta mucho. Primero, porque no se dice todos los días. No me lo desmintáis, tarambánicos rufiánidos míos. Es muy fina y cultureta. La palabreja. Segundo, porque adminículo rima con testículo, lo que la convierte en elemento léxico adorable en cuanto a sus posibilidades rimadas. Tercero, porque su definición es ésta: "Cosa pequeña y simple que sirve de ayuda o complemento de algo". Bien. No me negaréis que los testículos están comprendidos en esta misma definición, si no nos ponemos estrictos, "es-tracto" (de la cuenta del banco). Y por eso quería usar adminículo. Forzar la ingesta de una frase para vosotros, mis estúpidos, inconstantes e inexistentes lectores. Mirad qué bien luce: ADMINÍCULO. Parece uno culterano y todo. A cagar.

El caso es que hay dos cooperantes españolas secuestradas en Kenia y qué queréis que os diga. Resulta ser una realidad triste que siempre jodan y maten a quien va a ayudar a los desamparados. Por eso os digo. Muéstrate al mundo. Dale toda tu bondad y el mundo te dará por culo. En general, casi todas las buenas obras que prodigas tienen alguna recompensa. Recompensa muchas veces pagadera por detrás. Y así va todo. A ver cuándo coño nos autofagocitamos de una puta vez y acabamos con este macabro lastre que supone la especie humana en la intercostalidad terrestre. El problema no es que el ser humano se dirija a la autodestrucción. El problema es que lo haga demasiado tarde, qué cojones. Cuando ya no reste ni una maldita cucaracha viva habremos acabado con toda vida conocida. ¡Bravo! Se nos otorgaron posibilidades ignotas y como siempre sacamos provecho de nuestro trocito peor. De nuevo, somos un truño. Nada nuevo bajo el sol.

Sobre la historia de los cooperantes secuestrados cada dos por tres, me viene a la cabeza la historia de un amigo al que pseudonimaré, por ejemplo, Cacasio. Suena mal: acertarás. Bueno, pues el bueno de Cacasio estaba con otro socio cooperante de no sé dónde en el jeep. Estaban cruzando una carretera de mala muerte para ir a comprar víveres, o a recoger agua, papilla, qué sé yo. Cualquier cosa de esas de primera necesidad de las que carecen los pobrecitos refugiados. El caso es que, de la nada, aparecieron unos cuantos rebeldes con fusilli (con carne) Kalashnikov y les dieron el alto. Les apuntaron quedamente con las armas al careto, un poco despreocupadamente, como el que apunta con el boleto del número al carnicero cuando pita el cacharro luminoso y llega su turno. Como quien se saca un moco. Y bueno, os podéis imaginar. Cagados vivos. Todos somos cobardes. Pero más si cabe cuando la señora Muerte asoma por la mirilla de un cacharro de suministrar muerte absurda. La historia, afortunadamente, no pasó a mayores. Sobornaron copiosamente a los soldaditos insurgentes y salvaron el pellejo. Luego mi querido Cacasio me dijo que, pasado el susto, volvió a la covachuela, cabaña, o donde cojones se alojara de aquel país (creo que era Gabón, pero vete tú a saber con la cabeza hueca que tengo) y se echó a llorar como el niño que todos somos y nos pasamos la puta vida entera escondiendo para que no nos destruyan más de lo que ya lo hacen las mujeres, los jefes, la vida, la celulitis existencial, dopada de transaminasas en caída libre hacia las anfractuosidades putrefactas del alma infértil. ¡Que se echó a llorar, dice! Yo me hubiera echado a llorar, a mear, a cagar, a vomitar, a esputar, a convulsionar, a reverberar como la cuerda de una lira desafinada, a temblequear como una dentadura postiza en un vaso de agua en la repisa de un tren. A morir sin fenecer todavía. ¡Menudo disgusto! En fin. Cosas que pasan. No somos nada. Moscas revoltosas en el ingente cerote planeta tierra. A ver cuándo nos vamos dando cuenta. Nuestra contribución a esta supurante e inútil sucesión de soplapollismo sociocultural-humano-hediondal como mucho podrá ser un coeficiente mínimo. Un cero coma cero, cero, cero, cero cero-te bien gordo. Ahí lo llevas. ¡Calentito!

Creo que debería hacerme alcohólico porque últimamente sólo escribo cuando estoy borracho o (sobre todo) cuando esto resacoso, para sobrellevar la mañana lo menos dolorosamente posible. No escribo bien, eso ya lo sé, y hace mucho tiempo que no me engaño sobre mi nulo talento, pero ¡joder, me entretengo! Y en estos tiempos de crisis galopante (desde que tengo uso de sinrazón siempre hemos estado en crisis, maldito tercermundismo europeísta: mejor ser el primer PIB de África que el último cagarro en Europa, como de hecho somos) no está mal tener hobbies que no cuesten dinero y fomenten el desarrollo del espíritu (de la colmena) y el alma (Mater). Que las putas y los casinos dilapidan los pocos duros que podamos acopiar en vida, señores, y tampoco son la panacea. De todo se harta uno, como dijo Josefina después de pelarse al enésimo legionario de triste figura.

En fin. Recuerdo que en un tiempo andaba siempre preocupado por cómo escribir un libro. Qué ideas geniales verter, qué comienzo brutal pergeñar para dejar anonadado al incauto lector neófito. Qué sutil trama, qué ferviente desarrollo, qué sorpresivo desenlace diseñar para que se le caigan las bragas hasta al apuntador. Ya se sabe. Los comienzos siempre son jodidos. Luego, cuando ya has mojado la puntita, todo empieza a fluir como la seda. O debiera. Pero qué cojones, con el tiempo uno aprende que nada es genial per sé. Hay que escribir, no un huevo, sino tres huevos y medio, sudar tinta, dejarse las cejas en el asunto, porque nadie nace cagando genialidad. Ni siquiera el mejor poeta del mundo se pee en alejandrinos. Hay que lucharlo. Hay que hacerse un hueco a hostia limpia, arriesgando que te partan el cacas a cada envite. Esto es un poco como la esgrima o como empalar a tu prima travesti. Metes pincho y arriesgas que te claven en el intento. Hay que jugarse la boca. No hay otra. A bailar con la más fea. A follársela si se deja. Con los años, la experiencia y lo que los críticos botarates tienen a bien llamar "trayectoria" (que para entendernos es lo que deja de marronáceo recuerdo un zurullo cuando cae derrapando por el cagadero), si tienes suerte y no has palmado o desistido por el camino, acabas teniendo algo, no mucho. Te sobreviene el estilo. El estilo, eso que nunca se aprende. Se tiene o no. Luego hay que contar cosas. Suele estar bien. También hay gente que teje urdimbres, historias, intrigas, caracteriza personajes protagonistas, secundarios, y la biblia en verso. Menudo coñazo, joder. Yo elijo otro camino. El que me sale del chumino. Y perdón por la vulgaridad, que no viene al caso.

Tengo un amigo escritor al que le transmitía mi inquietud sobre cómo empezar un libro y me dijo una frase chorra que al cabo, resulto reveladora. Me dijo: "escribir un libro es lo más fácil del mundo. No tienes más que empezar a escribir. Una frase tras otra, una página detrás de otra, hasta que tengas bastantes páginas juntas. Y a cagar. Ya está hecho. Lo difícil no es escribir un libro. Lo difícil es que no sea un truño. Que el libro tenga alma, corazón, dientes y polla. Y que te la meta al leerlo. Hasta el tuétano. Que se te meta tan fuerte por el culo, por la boca o por donde sea a leerlo que no puedas sacártelo ni con forceps". Bueno, mi amigo no dijo todo eso, pero a los hombres sabios hay que leerlos entre líneas, para seguir aprendiendo. Y a los idiotas como mi amigo hay que leerlos como te salga del nabo.

Pero bueno, hoy estoy expansivo. Me noto envenado, con la picha bien dura, preparada para dar guerra. Y eso a pesar de la tremenda resaca que tengo. Porque me he levantado bailando y cantando, esa es la parte fácil, pero ahora estoy supurando cubata y cagándome en mi conducta disoluta. Pero hay que ser fuerte. La vida aprieta pero no ahoga. Encula pero no se corre, a la espera de la siguiente metida, que siempre acaba llegando. ¡Aaah, la poesía! Puedo escribir los versos más cutres esta noche. Es más, creo que hoy podría sacar genialidad poética hasta de la pelambrera apestosa de encima del pijo. Tal es mi arte. Tal mi enjundia. Basta liberar el cacumen, dejarlo volar libre. Luego, tras la gran vomitada de cháchara inservible te afanas como jardinero en arrancar malas hierbas. Podas, esquejas, quitas de aquí y de allá y te quedas con la perla, si existe. Si no, da lo mismo. Dejas el ladrillo entero allí mismo y allá del pobre que tenga el estómago para tragarse tu ponzoña.

Empieza el dolor de cabeza. Yo creo que debo andar coqueteando con el derrame cerebral. Mi cerebro es una esponja grumosa que no para de supurar estulticia y desperdicio. Para esto hemos quedado. Me pauso un segundo. Respiro. Es inútil. Nada que hacer. La resaca es inminente. De hecho, ya está aquí. Qué hacer. ¿Escribir? Para qué, joder. No me voy a sentir mejor. Cuando sueltas la cagalera te alivias. Hasta dos minutos después, que te quieres morir. Este estómago nuestro sangra. Nada puede detener la hemorragia, conculcar este daño, subvertir esta herida, suplir este vacío, enervar esta aguja de metal y escarnio, de ceguera y espina. Hala, ya he soltado varias frases idiotas de falso escritor pretendidamente poético y sabihondo. Ahora ya me puedo morir, que ya se sabe, todo el mundo alcanza la inmortalidad cuando ha hecho una línea buena o dos. Derrames a mí. Estoy listo para lo que haya de venir. Joder, qué mal me encuentro. Que alguien pare esto. Yo quiero bajarme. De mí mismo. De este gran desierto que me habita por dentro. Yo quería hablar sobre algo. Escribir un buen relato. Pero ya no importa. Nada importa demasiado, si te paras a pensarlo.

1 comentario:

  1. Nueve de cada diez médicos encuestados afirman que cascársela tanto no es bueno para la resaca, así que sigue escribiendo, que igual acabas tu primera novela antes de que se te acabe el alcohol en sangre.

    ResponderEliminar