jueves, 1 de marzo de 2012

Que os la metan en barbecho


He aquí en esencia, el epítome de mi filosofía vital: esta vida es una gran mierda.


Es curioso esto de la escritura. Generalmente me paso el día tocándome el nabo lo más que puedo, economizando esfuerzos (como dicen los comentaristas deportivos) y basta que haya tenido una semana de mierda en este puto curro –he estado más liado que el parrús de Marujita Díaz– para que de pronto me sobrevengan los mil males por tener muchas ideas para relatos y no hallar espacio para ponerlas por escrito. En el fondo son chorradas porque el que quiere escribir, escribe. Aunque esa frase es un tópico, y, ¡qué leches! desmontemos los tópicos. Según ese silogismo aristotélico que acabo de trazar, premisa 1: si el que quiere escribir, escribe; yo me saco del ojete la premisa 2: el que quiere follar, folla, y por tanto, premisa 3: entonces, pregúntome yo; ¿qué coño hacen los anaqueles de la biblioteca de Alejandría llenos de best sellers de Tom Clancy y Dan Brown y porqué cojones están los prostíbulos llenos y los lechos conyugales –o no– vacíos (de esperma y manchitas flujo-estival post coital)?

Pues yo os lo diré: porque no es tan sencillo. Quiero decir, las cosas nunca son fáciles. Bueno, qué leches, ¿hay algo realmente sencillo en este mondo difficile e vita intensa (felicita' a momenti e futuro incerto)?

Lo de los lechos conyugales tan tristes sí parece tener una explicación más sencilla y es la que sigue: parece que las esposas están entrenadas para no ponerse un liguero o hacer una mamada en la vida. Esto al principio deriva en riñas más o menos frecuentes y acaba concluyendo en resignación y búsqueda de medios de satisfacción alternativos para los instintos insignia de nuestra naturaleza animal básica. En síntesis: como fuera de casa, en ningún sitio. Lo otro, lo de escribir, resulta una ecuación más compleja.

El gran problema de la escritura es que en los países del primer mundo hay una altísima tasa de alfabetización. Esto parece a priori una buena noticia, pero en lo que se refiere a la escritura creativa, es un dato funesto. Funesto porque, de lo anterior, se infiere que hasta el más idiota del vecindario sabe escribir de un modo fáctico, y claro, cualquier imbécil puede pensar que escribir una novela no es tan difícil. Claro, por qué no. ¡Voy a escribir una novela! En otras disciplinas, como pongamos por caso la música, existe una utilísima barrera previa que supone el aprendizaje previo de los rudimentos del instrumento musical en cuestión. De este modo, el insigne gremio de los músicos se quitan toda la morralla de pelagatos neófitos que se creen que para hacer música basta con aporrear un cacharro que suena –como los que pretenden escribir creen que basta con aporrear un teclado de ordeñador (de ideas sublimes)–lo cual, a mi entender, está muy bien. El intrusismo artístico es una grave enfermedad de nuestros días. En la década de los cincuenta del siglo pasado, se editaban y publicaban una centésima parte de las obras que se publican hoy. Y claro, hoy día encontrar la valiosa perla entre tanta ostra podrida y apestosa se hace cada vez más difícil. No sé, pienso por ejemplo en Heráclito(ris), o en Séneca. Como no creo que leyeran las obras completas del poetiso persa o genial dramaturgo cartaginés que hiciera furor en su época –por aquello del choque de civilizaciones–, la cosa de leer todo lo que “hubiera que leer” entonces tenía que ser de coña. Imaginemos a Parménides tumbado a la bartola mientras sus esclavos sarracenos o nubios o morenos andaban regando sus petunias y cargando sacos de arpillera a pleno sol mientras él tocaba la lira o la flauta travesera peluda –pongamos por caso–. Y de repente, le acongoja al bueno de Parme la ya conocida por nosotros, los lectores obsesivos, ansiedad y culpabilidad por no haber leído todo lo que consideramos necesario leer de rabiosa actualidad:

«¡Ay mierda! ¡Qué desasosiego me corroe las entrañas! Ahora caigo en que esta semana, a fuerza de frecuentar tanto la taberna del bueno de Diarrea de Esófago para pegarle al vino barato, he descuidado mis lecturas obligadas. ¡Oh dioses del saber, adalides del conocimiento, apiadaos de mi disoluta alma! Rápido, hagamos acopio de tablillas de cera best seller del momento en los puestecillos del ágora. Esta semana me pongo al día. Me leeré todas las obras publicadas en el mundo civilizado. Lunes, lo nuevo de Jenófanes y unas leccioncitas teóricas con el maniático de Pitágoras y su escuela de pajilleros inasequibles al desaliento retráctil. Martes, repaso de teorías estéticas y metafísicas de Heráclito, “el defecador de los apriscos”. Miércoles, Anaximandro y su esencial problemática teórica: “arché y apeirón con dos hetairas sin condón”. Finalmente, desafío día jueves: Anaxímenes y su defensa atroz de la sodomía como alternativa a la conservación de la pureza eterna de los hímenes de las cerdas ibéricas en las orgías campero-zoofílicas para esclavos y metecos. Viernes descanso: darme cera en el gimnasio y pulírsela al algún efebo desprevenido en la sesión de masaje deportivo.»

Y así, de un plumazo, el gran Parménides se habría pelado todo lo digno de ser leído en cuestión de días. Luego podría tirarse un pedo ardoroso de los que te averían el conducto y liberan olor a pollo frito post-pelo-de-ojete-quemado sobre su triclinio empedrado. ¡Y a cagar!

Pero no, queridos amigos, nuestra responsabilidad es hercúlea, nuestra tarea por afrontar atlántica, nuestros muslos pétreos, nuestros labios insinuantes y vesánicos, nuestros glúteos firmes y jugosos, nuestros matraces de carne supurantes y tuberosos, esto… ¡que me pierdo! (como dijo Caperucita al inhalar el almizcle del lupus erectus y desasirse del recto sendero del onanismo) Jujjujj.

Todo este rollo para decir que vuelvo al ajoatao, que regreso, y que no importa el tiempo que esté sin escribir, al final siempre necesito hacerlo de nuevo, como dijo Roucco (Varela) Siffredi. Por eso sé que algo de escritor tengo, sin importar sin son cerotes mis textos. En el fondo esto es un poco como el cuco insistente dando el coñazo con el reloj: a veces, a fuerza de perseverar y ser machacón puedes acabar anunciando un buen día tu hora genial de ascenso a los cielos del arte, de la prosa en verso. Y eso es lo bonito, seguir en ello. Sin importar los lectores, las atenciones, el éxito, el fracaso, la significación social, individual o sexual, la estimación alcanzada por parte de los seres queridos, la erudición acumulada, o la estupidez puesta de manifiesto. Es un lenguaje, una forma de expresión, una liberación: el bróker hace una transacción financiera de miles de millones y se mesa el flequillo engominado satisfecho; el banquero comprueba henchido cómo en los balances de fin de ejercicio han conseguido endiñar un 30% más inversiones no rentables a plazo fijo que el periodo anterior, estafando a jubilados incautos que obtendrán un beneficio negativo; el asesino se relame satisfecho al oler la sangre que mana a borbotones del vientre de algún inocente sacrificado al efecto; el violador se nutre del ataque de pánico y estertores de la menor que se retuerce sobre el cemento de algún oscuro callejón, cuando comienza a amanecer, a lo lejos.

Queridos no-lectores, me largo. Tengo mucho que hacer.

Que os la metan en barbecho.

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