martes, 22 de marzo de 2011

Haga-kaka Blues (II)





Tadao y los sueños. Tadao y el subconsciente: Tadao, el inconsciente. Tadao es partícipe de sueños atribulados, de situaciones dramáticas, de intensas emociones. Protagoniza intrépidas aventuras. Desflora hermosísimas chinchillas pardas de aterciopelados pelajes entre sábanas de espuma en el transcurso de orgías tardoromanas. En ocasiones siente terror. Otras veces se enfrenta al tedio del tiempo ingrávido que no transcurre, cuando padecemos vigilias infinitas que parecen nunca retrotraernos de nuevo a la vida.

Tadao tiene un sueño. En él descubre que no es valiente. Los sueños son útiles. Desnudan a uno de su epidermis de mentiras. Nuestro inconsciente no engaña. Somos nosotros en esencia pura, sin el embozo del autoengaño consciente tantas veces encubridor de la verdad incómoda, sonrojante. En el sueño, él y algunos amigos están en una especie de zona de campo, entre urbanizaciones alejadas de la conurbación metropolitana de Tokio. Pasan el día al aire libre. Corretean. No se sabe qué coño hacen. De pronto divisan corriendo libre a un perrazo enorme, de dimensiones inconcebibles. Como es un sueño, no huyen despavoridos ante el enorme animal. La lógica no opera con normalidad en una irrealidad onírica. Simplemente siguen paseando por allí, cohabitando con la bestia. De pronto, en sus correteos, Kagame, el amigo del alma de Tadao, coincide en su trayectoria con el perrazo del averno. El joven intenta esquivarlo cuando se lo encuentra de frente pero el perro, enfurecido, salta sobre él y muerde salvajemente su brazo. Se produce un forcejeo ante un Tadao impávido. Primero el animal engancha por el brazo a Kagame, pero luego, a medida que el aterrorizado joven intenta liberarse de la presa fatal, el perro va acaparando más terreno sobre la orografía corporal del infeliz. En el sueño, el perro es cada vez más grande. Crece por momentos. Pronto introduce la cabeza de Kagame en sus cruentas fauces y comienza a intentar tragar al muchacho. Tadao continúa paralizado por el miedo. Maldita sea, debería ayudarlo, pero, ¿y la enorme fiera? Mira a su alrededor pero todo parece un descampado pelado. No ve piedras grandes. No atisba palos decentes. Ahí sigue, bloqueado.

Mientras Tadao constata hieráticamente su cobardía, dos amigos intentan evitar que el monstruo concluya engullendo a Kagame. Uno golpea a la fiera con un palo delgado y el otro patea al bicho en la cerviz. Sin embargo, el perro, con fuerza descomunal, consigue introducir a Kagame entero en sus fauces. Ahora intenta tragarlo. Tadao es víctima de una reflexión filosófica. ¿Por qué esa impasibilidad? ¿Por qué el miedo paralizante? ¿Por qué su amigo no implica nada en su escala de valores afectivos si de arriesgar la vida por otro se trata? Tadao comprende a todas luces que nunca será valiente. Al término de su reflexión Kagame ha desaparecido deglutido por la voraz criatura y sus dos auxiliadores yacen despedazados. Sus cuerpos aún palpitan tras sus últimas diástoles. Ahora la bestia corre en dirección a él. Tadao interrumpe sus pensamientos más o menos alambicados y huye despavorido como rata acorralada por nube pesticida. Puede sentir el aliento de la bestia bufando enardecida. Gruesos colmillos rechinando a pocos metros de su trasero. Pega un salto enorme y trata de trepar a un ciruelo. Aúlla de pánico; de cobardía. Proclama la inutilidad del sufrimiento, la absurdidad de la existencia: la inevitabilidad del fracaso. El ciruelo mediano comienza a ceder; se comba por el peso. Tadap se gira y ve cómo el can flexiona las patas traseras, seguro de preparar el salto adecuado para hacer presa sobre el cobarde impenitente. Escucha un chasquido al iniciarse el salto. Está jodido. ¡Bien jodido! Cierra los ojos, acto reflejo ante lo irreflejable.

Tadao despierta en la cama profiriendo un desesperado alarido. Yace envuelto en sudor. Se ha meado y cagado en la cama. Del miedo. Maldita sea. Dos por uno. Queda poco para que suene el despertador así que se incorpora cansinamente y comienza su jornada. Entra al baño y contempla a la luz el triste aspecto de su ropa interior embadurnada en manteca de cacao casera con jugo de limón. Ya la noche anterior, al acostarse, se notó suelto intestinalmente. No debió cenar oreja de ñu con fumet de libélula bizca. Eso y el pánico atroz hicieron el resto. Se limpia concienzudamente y sale a la calle, rumbo al metro. Rumbo a la universidad. Rumbo a lo mismo de siempre. La vida es un automatismo vulgar, sacudido en ocasiones por pequeños cortocircuitos breves en los que intentamos condensar la vida que la sociedad vive por nosotros, mientras asistimos impasibles al desvanecimiento de nuestro tiempo.

En la avenida una adolescente desaliñada cubre su cabeza con una gruesa boina a la última moda; sus orejas con unos enormes auriculares que abultan más que el maldito reproductor de música; su cuerpo con un estrambótico pseudo uniforme en tonos inconexos, grotescos. Repentinamente nota que por la espalda alguien intenta sujetarla. Aun es de madrugada y apenas hay gente por la calle. ¡Intentan violarme o secuestrarme y nadie cerca para ayudarme! En un rápido movimiento saca el spray de pimienta del bolso y se vuelve antes de que el hombre a sus espaldas consiga cerrar la pinza de sus brazos sobre ella. Certeramente rocía a conciencia los ojos del tipo que la suelta al momento, chilla lastimeramente y cae al suelo con las manos en los ojos, pidiendo socorro a gritos. La adolescente, desconcertada, se aparta unos metros y ve una pancarta caída junto al hombre, que se retuerce sobre el pavimento. Lee el texto. ABRAZOS GRATIS.

Desagravio de posmodernidad.

Tadao pasa cerca sin detenerse a reparar en la escena. En la adolescente. En el hombre agonizante. Lleva prisa. Aunque ha madrugado mucho, limpiar mierda es un trabajo pesado. ¿Acaso no es eso la vida? Un ciclo ramplón. Primero nos limpian la mierda, luego nos la limpiamos. Cuando ya no podemos hacer la o con un canuto vuelven a limpiárnosla. Finalmente nosotros mismos devenimos excremento de la humanidad. Entonces la vida nos deyecciona. Inmisericordemente. Como todo lo inevitable que le ocurre al ser humano. Tadao aprieta el paso al notar un retortijón inesperado. Joder.

A cagar.

1 comentario:

  1. Lectura perfecta para el WC. Yo que siempre pensaba que los nipones eran unos estreñidos, mira por donde utilizan los sueños como laxantes.

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