jueves, 17 de marzo de 2011

"El mundo no funcionaría sin política".


Entrevista a Federico Luppi para el diario Público.

Federico Luppi (Ramallo, Argentina, 1936) suena tan convincente como sus personajes. Alto, elegante y franco, el actor argentino regresó a España para presentar Cuestión de principios, su segunda película con Rodrigo Grande, que se estrena hoy y en la que interpreta a un contable de clase media que al final de su vida laboral afronta algunos dilemas. Achaques que el viejo Castilla, con rígido narcisismo y lubricante demagogia, convierte en ejemplares problemas de la humanidad. Se resumen en este: ¿hay cosas que no se compran con dinero? La presencia de Luppi, sin embargo, le da un espejismo de legitimidad al personaje. Como él mismo dice, una película no te ayuda a hacer la siguiente. Pero puede convertirse en un lastre.

Cuestión de principios' atañe sobre todo a asuntos privados y muy personales. ¿La verdadera política empieza en casa?

Inevitablemente. Creo que hay dos cosas que, para mí, ya empiezan a ser principios. Primero: el mundo no puede funcionar sin política. Imposible. Podemos hacer arte, crear la mejor medicina del universo, pero sin política es imposible avanzar. El grave problema es el contenido de esa política. Y segundo: si alguien puede dar cuenta real, sensata y profundamente de la realidad, es la ficción.

¿Por qué?

Porque la ficción tiene que ver con esa calidad casi metafórica de la vida humana: el soñar, el barruntar mundos mejores, el imaginar posibilidades creativas mucho más armónicas, existencialmente más alegres y más felices. ¿Por qué? Porque eso escapa además de todo este condicionamiento terrible de que todo se vende y todo se compra. De alguna forma, la ficción o el arte en general tienden a revalorizar el pensamiento desinteresado. Me parece que da una idea de la aptitud, diríamos, casi antropológica, del hombre por el juego. Pero todo eso no bastaría, insisto, si no existiera la política.

Entonces actuar no es sólo un trabajo. Es también una forma de hacer política, en ese sentido de lo lúdico y del sueño.

Yo creo que, a estas alturas, estoy pagando el precio de haberme desengañado tanto de los mentirosos relatos de la política que justamente sigo pensando profundamente en ella. Y la actuación, lo he dicho muchas veces, una actuación que tenga que ver con lo verosímil, con la verdad y la entrega, con una auténtica y bienvenida emoción, es importante porque la verdad sin emoción no sirve. La verdad, por el simple hecho de decirla, no pasa nada si no convence, si no aglutina, si no modifica el talante del que escucha. No como una actitud de gritona militancia, diciendo "yo milito por la verdad" ni nada de eso. No, es bastante más sencillo, es rendirle culto a un oficio noble.

Dice que haber hecho una película, y ha hecho muchas, no ayuda a hacer las siguientes. No sé si puede pesar. ¿Cada vez cuesta más no parecerse a uno mismo?

Cuesta, cuesta muchísimo. Primero porque uno va verificando, todos los días, desde el color de sus ojos hasta el color de su pelo, cómo todo va cambiando. Y por otra parte (y esto lo digo con cierto pudor y algo de culpa, eh) tampoco es tan importante que uno sea un gran actor. ¡Si llegara a ser un gran actor! Si yo consigo entretener una platea, enhorabuena, perfecto. Pero sigo pensando que los cambios que harían felices a los hombres serían las políticas basadas en el compromiso, la lealtad y la actitud solidaria.

A estas alturas, ¿suscribe usted esa frase de la película de que la independencia conduce a la soledad? ¿O es sólo una forma de cubrirse las espaldas?

Y también es sólo una frase. [Silencio]. Lo que creo es que siempre le damos a las palabras una suerte de necesaria consecuencia, cómo te diría, supravalorizada. La independencia es buena, pero qué hace uno con ella. Qué hace uno con la independencia, qué hace uno con la virtud, con los afectos. Es complicado eso. Porque no se crece, ni en política, ni en moral, sin pagarlo. Hay peajes inevitables.

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