jueves, 31 de marzo de 2011

Cortarse el nabo





"¿Qué hay más allá de esta ventana, cubierta de gotas y vapor de vacío?" -se dijo.

Sintiendo el vano envés del ancho mundo, la sima que apresa por los huevos al que pretende soslayar la tristeza y la ración de soledad que nos ha sido asignada, decidió que ya no quería seguir intentándolo.

Para qué tanto amor. Para qué tantos amigos. Para qué tantos proyectos. Para qué tantas esperanzas. Para qué esa eterna búsqueda. Nuestra vida como macabro juego de apilar pedazos de lo que ya no podremos reconstruir. Venimos solos y nos marchamos más solos todavía. La clave consiste en aceptar esto y no perder las ganas de seguir apostando. Su corazón había dejado de luchar, acaso de palpitar, como vagina triste sobreexplotada de meretriz recental.

Que la vida carezca de sentido es lo que hace que podamos elegir seguir vivos.

Suspiró. Sin quererlo, una lágrima rodó por su barba de oso en extinción, cercado por una civilización agotada, que moriría matando. Recordó el sol de otoño, cuando procura una vida tenue a la penúltima amapola de esta tundra que nos gobierna. Era su ánimo estéril, como un paseo triunfal por los jardines de un monarca recién ajusticiado. Como una descripción costumbrista insoportable en el planteamiento de una obra decimonónica. Como la grandeza silenciada de una estatua extraviada en el fondo del Adriático. Como la sonrisa de una hermosa mujer de cabellos ofrendados al viento, bronceada bajo el sol de Breda, al momento de abandonarnos.

Nada era original. Era todo lo mismo. Pleonasmo de anécdotas y vidas, de rutina y desagravio. Hay una lágrima infinita, que es la que nunca liberamos para poder seguir drogados de propia compasión cuando nadie queda a nuestro lado.

Os he amado. A todos. Os he querido, ahora que no estáis a mi lado. Al final lo que queda es el trasunto de la verdadera existencia. El facsímil de esa autenticidad que no alcanzamos. De la pasión vencida. De la inaplacable hostia que nos brinda el pasado. Los últimos baños de niño duermen bajo las aguas. Como los arrecifes contra los que he hecho trizas mi pasado.

Las únicas iniciativas auténticas que tomamos son aquellas en las que solo actuamos, porque pensar avejenta el tañer humano. Constriñe la anomalía pueril que nos define. Por eso decidió acabar todo. Concluir el desmembramiento que hacía ya tiempo había iniciado. Por eso no pensó gran cosa cuando cogió un cuenco para no dejar caer nada, para dejarlo todo bien depositado. Sujetó firmemente su nabo y lo apoyó sobre el cuenco grande. Le asestó un corte firme y decidido. Luego continuó cortando el resto en rodajas simétricas, echando los pedazos certeramente en el interior. Terminó removiendo el contenido del cuenco. Se limpió las manos con el paño de cocina.

Aliñó la ensalada y después, nada.

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