viernes, 16 de diciembre de 2016

E. B. n.º 2, X-1994


—Cariño, tenemos que hablar. Hace tiempo que tenemos que hacerlo. Al menos yo, me apetece. ¿Puedes sentarte?
 
P.
 
—Bueno, a mí me apetece menos todavía, pero tú me importas y lo último que me apetece es que sufras. Me preocupa mucho, créeme.
 
P.
 
—Porque me importas. Porque te quiero. Lo bastante como para ser realmente honesto.
 
P.
 
—Es que a veces me preocupa que puedas sufrir. Y no te lo mereces. Quiero decir que no te mereces sufrir.
 
PP.
 
—Porque, para ser honesto, mi historial no es muy bueno. Casi todas las relaciones íntimas que he tenido con mujeres terminan con ellas sufriendo de alguna manera. Para ser honesto, a veces me preocupa la posibilidad de ser uno de esos tíos que usan a la gente, a las mujeres. Me preocupa a vec… No, joder. Voy a ser honesto contigo porque me preocupas y porque te lo mereces. Cariño, mi historial de relaciones es el de un tipo más bien indeseable. Y cada vez más a menudo últimamente tengo miedo de que sufras, de que yo pueda hacerte daño del mismo modo que al parecer he hecho daño a otras que…
 
P.
 
—Que tengo un expediente, unas pautas, por decirlo de alguna manera; por ejemplo, suelo ir muy rápido y muy fuerte al principio de una relación y persigo a la otra persona con mucha intensidad y soy muy cariñoso y me enamoro perdidamente desde el mismo principio, y digo «Te quiero» desde los inicios de la relación, y empiezo a hablar en futuro desde el principio, y no pongo nunca límite a la hora de decir o hacer para demostrar lo mucho que me importa, lo cual por supuesto tiene el efecto natural de hacerles creer a ellas que estoy realmente enamorado (y lo estoy), y eso luego, creo yo, parece que las hace sentirse lo bastante queridas y por decirlo de alguna forma seguras como para empezar a decir que ellas también me quieren y a admitir que también están enamoradas de mí. Y no es (déjame hacer hincapié en esto porque es una verdad como un templo), no es que no esté diciendo la verdad cuando lo digo.
 
P.
 
—Bueno, no digo que no sea razonable preguntarme a cuántas se lo he dicho antes ni preocuparse por esa cuestión, pero si no te molesta, la verdad es que no es de eso de lo que estoy intentando hablarte, de manera que si no te molesta quiero mantenerme apartado de cosas como las cifras y los nombres propios e intentar limitarme a ser totalmente honesto contigo acerca de cuáles son mis preocupaciones, porque me importas. Me importas mucho, cariño. Muchísimo. Ya sé que resulta inquietante, pero es muy importante para mí que creas esto y te fíes de mí mientras tenemos esta conversación, de que el hecho de que lo que digo o lo que temo que vaya a acabar haciendo te vayan a hacer daño no significa de ninguna forma que no me importes o que no haya hablado absolutamente en serio todas las veces que te he dicho que te quería. Todas las veces. Espero que te lo creas. Te lo mereces. Y además es verdad.
 
P.: …
 
—Pero lo que quiero decir es que desde hace tiempo todo lo que hago y digo tiene el efecto de provocar que ellas piensen que se trata de una… De una relación muy seria, y uno casi diría que es como si las estuviera alentando para que pensaran en términos de futuro.
 
P.
 
—Porque entonces esas pautas, por llamarlas de alguna forma, parecen dictar que una vez la he conseguido, por decirlo de alguna forma, y ella está tan entregada a la relación como yo, entonces parece que se adueñe de mí una incapacidad fundamental para continuar avanzando y llegar hasta el final y establecer un… ¿cuál es la palabra adecuada?
 
P.
 
—Sí, vale, esa es la palabra, aunque tengo que confesarte que la manera en que la dices me llena de miedo de que ya estés sufriendo y no te estés tomando lo que estoy diciendo con el espíritu con que te estoy hablando del asunto, y para ser honestos me importas lo bastante como para confesar ciertas preocupaciones honestas que me han estado rondando acerca de la posibilidad de que puedas sufrir, lo cual, créeme, es la última cosa que quiero.
 
P.
 
—Pues que, examinando mi historial y tratando de entenderlo, me da la impresión de que hay algo en mí que me hace acelerar demasiado en la fase inicial de intensidad y me lleva a una situación de compromiso, pero entonces no parece capaz de seguir empujando todo el tiempo y establecer realmente el compromiso de crear algo verdaderamente serio, orientado al futuro y firme con ellas. Como diría el señor Chitwin, no soy una persona íntima. ¿Me estoy explicando? Me da la impresión de que no me estoy expresando muy bien. Lo que provoca por lo visto el sufrimiento es que esta incapacidad solamente aparece después de haber hecho, dicho y de haberme comportado de una forma que a cierto nivel estoy seguro de que les hace pensar que quiero algo tan comprometido y orientado al futuro como ellas. De forma que, para ser honesto, este es mi historial en relación a estas cosas, y por lo que sé este historial parece indicar que soy un individuo indeseable para las mujeres, algo que me preocupa. Mucho. Que yo a lo mejor les pueda parecer un tío completamente ideal a las mujeres hasta llegado un punto de la relación en que abandonan toda resistencia, bajan las defensas y se entregan al amor, y por supuesto eso mismo parece ser lo que yo he querido desde el mismo principio y la razón por la que he trabajado tanto y las he agasajado con tanta intensidad y, tal como soy perfectamente consciente de haber hecho contigo, por eso me he puesto tan serio y he pensado en términos de futuro y he usado la palabra «compromiso» y entonces (y créeme, cariño, esto es difícil de explicar porque yo mismo no lo entiendo del todo), llegado este punto, históricamente, la mejor explicación que encuentro es que parece que algo en mí, por decirlo de alguna forma, da marcha atrás y acelera al máximo pero ahora en la dirección contraria.
 
P.
 
—Lo único que sé es que me entra el pánico y siento que he de dar marcha atrás y salir de ahí, pero por lo general no estoy completamente seguro, no sé si realmente quiero salir o si simplemente estoy sufriendo un ataque de pánico, y aun cuando soy presa del pánico y quiero largarme sigo sin querer perderlas, por lo visto, de forma que tiendo a dar un montón de señales ambiguas y a decir y hacer un montón de cosas que parecen confundirlas y desorientarlas y causarles dolor, y créeme que todo eso siempre termina haciéndome sentir horrible, incluso mientras lo estoy haciendo. Y tengo que decirte con total honestidad que es lo que temo que pase con nosotros dos, porque desorientarte o causarte dolor es absolutamente la última cosa en…
 
PP.
 
—La verdad absoluta es que no lo sé. No lo sé. No he logrado averiguarlo. Creo que lo único que intento al sentarme ahora y hablar de esto es preocuparme de verdad por ti y ser honesto conmigo mismo y con mi historial de relaciones y hacerlo en medio de algo en lugar de hacerlo al final. Porque de acuerdo con mi historial solo al final de mis relaciones parezco ser capaz de exponer abiertamente algunos de mis miedos sobre mí mismo y mi historial de causar dolor a las mujeres que me quieren. Lo cual, por supuesto, les causa dolor a ellas, esa honestidad repentina, y les sirve para expulsarme de la relación, y después me preocupa la posibilidad de que eso mismo fuera mi plan inconsciente en el momento de sacar el tema y sincerarme por fin con ellas, tal vez. No estoy seguro.
 
P.: …
 
—Así que de todas formas la verdad es que no estoy seguro de nada. Solamente estoy intentando contemplar con honestidad mi historial y ver con honestidad lo que parece ser su conjunto de pautas y saber si es probable que estas pautas aparezcan también contigo, lo cual créeme que no me apetece en absoluto. Por favor, créeme que infligirte cualquier dolor es lo último que quiero, cariño. Este rollo de dar marcha atrás y como diría el señor Chitwin «cerrar el negocio», eso es lo que quiero intentar explicarte con total honestidad.
 
P.: …
 
—Y cuanto más rápidamente e intensamente las he perseguido al principio, agasajándolas y yendo detrás de ellas y sintiéndome completamente enamorado, la intensidad de esa atracción parece ser directamente proporcional a la intensidad y la urgencia con la que después parezco encontrar vías de dar marcha atrás y retroceder. El historial indica que esa especie de retroceso repentino sucede justo cuando tengo la sensación de que las he conseguido. Sea lo que sea lo que quiera decir conseguido: honestamente no sé lo que quiere decir. Parece significar que por fin sé con certeza que ahora están tan entregadas a la relación e interesadas en el futuro como yo. Como yo lo he estado. Hasta ese momento. Sucede así de rápido. Y cuando sucede es terrorífico. A veces ni siquiera me entero de qué ha sucedido hasta que se ha terminado y entonces miro atrás e intento entender cómo ella ha podido sufrir tanto, si es que ella estaba loca y dependía de mí hasta un extremo antinatural o si soy un indeseable en lo que respecta a las relaciones. Sucede con una rapidez increíble. Parece al mismo tiempo rápido y lento, como un accidente de coche, donde casi parece que lo estás viendo desde fuera en lugar de estar participando en él. ¿Me estoy explicando?
 
P.
 
—Por lo visto tengo que estar todo el tiempo admitiendo que me aterra que no me vayas a entender. La posibilidad de no explicarme lo bastante bien o de que por alguna razón, y sin ser culpa tuya, puedas malinterpretar lo que estoy diciendo y darle la vuelta de alguna forma y acabar sufriendo. Siento un terror increíble, te lo aseguro.
 
P.
 
—De acuerdo. Eso es lo malo. Docenas de veces. Por lo menos. Unas cuarenta o tal vez cuarenta y cinco. Para ser honestos, tal vez más. Bastantes más, me temo. Supongo que ya no estoy seguro.
 
P.: …
 
—En la superficie, y en relación a los detalles, muchas de ellas eran bastante distintas, las relaciones y lo que terminó pasando. Pero, cariño, de alguna forma he empezado a ver que por debajo de la superficie todas eran más o menos lo mismo. Las mismas pautas básicas. En cierta forma, cariño, el hecho de ver esto me da bastantes esperanzas, porque tal vez quiere decir que me estoy volviendo más capaz de entenderme y de ser honesto conmigo mismo. Parece que estoy desarrollando cada vez más conciencia en este sentido. A una parte de mí le aterra todo esto, para ser honestos. Los inicios tan intensos, casi demasiado acelerados, y el sentirme como si todo dependiera de conseguir que bajen las defensas y se entreguen y me quieran de forma tan total como yo las quiero a ellas, luego me entra el pánico y doy marcha atrás. Admito que me produce cierto miedo la idea de ser consciente de todo esto, como si por lo visto me fuera a hacer falta todo el espacio para maniobrar. Y es extraño, lo sé, porque al principio de las pautas no quiero espacio para maniobrar, lo último que quiero es espacio para maniobrar, lo que quiero es entregarme y que ellas se entreguen conmigo y crean en mí y que estemos juntos en ello para siempre. Lo juro, prácticamente todas las veces he creído que era eso lo que quería. Por esa razón no me parece que yo fuera perverso ni nada parecido, ni que yo les estuviera mintiendo ni nada parecido… Aunque al final, cuando por lo visto yo ya he dado marcha atrás y me he alejado del todo, ellas sienten casi siempre que yo les he mentido, como si en caso de haberles hablado en serio fuera imposible haber cambiado de opinión y dado marcha atrás de esa forma. Y todavía, para ser honestos, no creo que yo haya hecho nunca eso: mentir. A menos que simplemente esté racionalizando. A menos que yo sea una especie de psicópata capaz de racionalizar cualquier cosa y ni siquiera sea capaz de ver las manifestaciones del mal que están teniendo lugar de la forma más obvia, o tal vez no me importa nada y lo único que quiero es engañarme a mí mismo y creer que me preocupo por los demás para continuar viéndome a mí mismo como un tipo decente. Todo es increíblemente confuso, y esa es una de las razones por las que he dudado tanto antes de explicártelo, por miedo a no ser capaz de plantearlo con claridad y a que tú no me vayas a entender y acabes sufriendo, pero he decidido que si me importas tengo que tener el valor para actuar realmente en consecuencia, anteponer mi preocupación por ti a mis preocupaciones y confusiones egoístas.
 
P.
 
—Cariño, estoy encantado. Confío en que no estés siendo sarcástica. Estoy tan confuso y aterrado en estos momentos que probablemente no me daría cuenta.
 
P.
 
—Ya sé que tendría que haberte contado algo de todo esto antes, y también haberte hablado de las pautas. Antes de que vinieras aquí a vivir conmigo, y créeme que significó mucho para mí… Me hizo sentir que realmente te importaba esto, lo nuestro, el estar conmigo, y quiero ser tan cariñoso y honesto contigo como tú lo has sido conmigo. Sobre todo porque sé que el venirte aquí fue algo para lo que te presioné mucho. La facultad, tu apartamento, tener que librarte de tu gato… por favor, no me malinterpretes, el hecho de que dejaras todas estas cosas para estar conmigo significa mucho para mí, y es una parte muy importante de por qué creo que te quiero y me importas tanto, demasiado como para que no me aterre llegar de alguna forma a desorientarte y hacerte sufrir, y créeme, tendría que ser un psicópata total para no tener en cuenta esa posibilidad dado mi historial en estas cuestiones. Eso es lo que quiero ser capaz de decir con bastante claridad como para que me entiendas. ¿Estoy consiguiendo explicarme aunque sea un poco?
 
P.
 
—No es tan simple como eso. Al menos no tal como yo lo veo. Y créeme que no es que yo vea todo esto como si yo fuera un tío totalmente decente que nunca hace nada mal. Alguien que fuera mejor tipo probablemente te habría hablado de las pautas y te habría advertido de antemano antes de empezar a acostarnos, para ser honestos. Porque te aseguro que me sentí culpable después de hacerlo. De acostarnos. A pesar de lo increíblemente mágico y extático y de lo bien que estuvo y que estuviste tú. Probablemente me sentí culpable porque era yo el que había estado presionando tanto para que nos acostáramos tan pronto, y aunque me dijiste con toda honestidad que te hacía sentir incómoda el hecho de acostarnos tan pronto y yo ya entonces te respeté y me preocupé mucho por ti y quise respetar tus sentimientos pero aun con todo seguía sintiéndome increíblemente atraído por ti, fue una de esas descargas irresistibles de atracción, y me sentí tan abrumado por ella que incluso sin quererlo necesariamente sé que me entregué demasiado pronto y probablemente te presioné y te apremié para que te entregaras y nos acostáramos juntos, aunque ahora creo que a cierto nivel probablemente ya sabía lo culpable e incómodo que me iba a sentir después.
 
P.
 
—No me estoy explicando lo bastante bien. No estoy llegando al fondo. Muy bien, ahora me está entrando pánico de que empieces a sufrir. Por favor, créeme. Mi única razón para querer que habláramos de mi historial y para tener miedo de lo que pueda ocurrir es que no quiero que ocurra, ¿entiendes? No quiero dar marcha atrás de pronto y empezar a intentar escabullirme después de que tú me hayas dado tanto y hayas venido aquí y ahora que… Ahora que estamos tan unidos. Rezo para que seas capaz de ver que el hecho de que yo te cuente lo que siempre ocurre es una especie de prueba de que no quiero que ocurra contigo. Que no quiero ponerme irritable ni hipercrítico ni largarme y pasarme varios días seguidos lejos ni ser descaradamente infiel de una forma que seguro que acabas descubriendo ni ninguna de esas formas repulsivamente cobardes que he usado antes para salir de algo que he pasado meses persiguiendo intensamente y esforzándome para conseguir que la otra persona se entregara igual que yo. ¿Me estoy explicando? ¿Te puedes creer que estoy intentando honestamente respetarte advirtiéndote acerca de mí, en cierto modo? ¿Que estoy intentando ser honesto y no deshonesto? Que he decidido que la mejor manera de escapar de esas pautas que harían que sufrieras y te sintieras abandonada y como una mierda es intentar ser honesto por una vez. Aunque debería haberlo hecho antes. Aunque admito que tal vez sea posible que puedas interpretar lo que estoy diciendo ahora como algo deshonesto, como si de alguna forma intentara asustarte para que te echaras atrás y yo pudiera escabullirme de esto. Y no creo que sea eso lo que estoy haciendo, pero siendo totalmente honesto no puedo estar ciento por ciento seguro. No puedo aventurar eso contigo. ¿Lo entiendes? ¿Que estoy intentando quererte con todas mis fuerzas? ¿Que me aterra el no poder amar? ¿Que tengo miedo de ser fundamentalmente incapaz de hacer otra cosa que perseguir y seducir y luego echar a correr, entregarme y luego dar media vuelta, no ser nunca honesto con nadie? ¿De no ser nunca un tipo íntimo? ¿De ser tal vez un psicópata? ¿Te imaginas lo que me cuesta contarte esto? Y me aterra que después de contarte todo esto me vaya a sentir tan culpable y avergonzado que no sea capaz ni siquiera de mirarte ni pueda soportar el estar contigo, saber que sabes todo esto de mí y en adelante tener miedo todo el tiempo de lo que estás pensando. Que incluso es posible que el hecho de que ahora esté intentando honestamente eludir las pautas de enviar señales ambiguas y escabullirme sea otra forma de escabullirme. O de hacer que seas tú quien te marches, ahora que te he conseguido, y tal vez en el fondo soy un capullo tan cobarde que ni siquiera tengo agallas para ser yo el que se marcha, sino que quiero que seas tú la que se marche.
 
PP.
 
—Esas preguntas son válidas y totalmente comprensibles, cariño, y te juro que haré absolutamente todo lo que pueda para contestarte lo antes posible.
 
P.: …
 
—Solo hay una cosa más que creo que tengo que decirte primero. Para que la pizarra quede limpia por una vez y todo salga a la luz. Me aterroriza decírtelo pero voy a hacerlo. Luego será tu turno. Pero, escucha: no es nada bueno. Me temo que va a hacerte daño. ¿Puedes hacerme un favor y contenerte y prometerme que intentarás no reaccionar durante un par de segundos cuando te lo diga? ¿Podemos hablar de ello antes de que reacciones? ¿Me lo puedes prometer?

E. B. n.º 2, X-1994
CAPITOLA, CALIFORNIA
David Foster Wallace
Entrevistas breves con hombres repulsivos

martes, 25 de octubre de 2016

El nabo de Putin



El nabo de Putin


 


Volvía en el tren desde el Kremlin cuando empecé a sentir que algo no iba bien. Se me nubló la vista y todo dejó de tener importancia relativa. Como la nieve. Como la inquietud mundana del ciudadano medio. A duras penas podía ir sentado sin desmoronarme como una plasta de vaca cayendo al suelo. Cerré los ojos y apreté fuerte, como el recto de una actriz porno que se declara en rebeldía.
 
¿Me habrían envenenado? ¿Sería mi antiguo amor frustrado, Ylenia? Esa arpía me tenía bien cogido, no  había escapatoria. Siempre maquinando, siempre jodiendo. La mujer domina siempre al hombre por perseverancia mientras él está distraído con cualquier otra gilipollez. Pese a que los dos sabíamos que no valía nada, era mi coño de la guarda. No lo necesitaba, pero siempre acaba volviendo. De ahí nacía su poder.
 
Poesía eran los contornos al viento de su vestido.


Tenía un coño como el Hermitage: de dominio público. Era la feminidad misma. Más de un Bereber se habría extraviado tras el espejismo de su cuerpo. Había un estanque prístino en su cintura que se resistía a secarse al completo. Ahí me asfixiaba sin remedio.


Era una zorrita ilustrada. Me ponía al corriente sobre Strindberg, Rabelais, Bernard Shaw, Vallejo. La conciencia social cosmológica emanaba como un estigma seráfico de su hospitalario agujero negro. Y siempre desmontaba mis argumentos.


–¡Zygmunt Bauman es un genio! –proclamaba yo–. ¡Esta puta sociedad líquida!


 Y ella me contestaba que era un zafio y burdo hijo de perra, sin base sistémica para mis afirmaciones sobre geopolítica global y que era George Steiner quien estaba en lo cierto con sus predicciones. El holocausto es el orden mundial actual. Y yo un pobre imbécil.


Después follábamos, quedamente, en la habitación del Spritz-Club en Platz San Petersbourg, bajo la luz crepuscular de un candelabro comido de mierda de la era post estalinista.


Mientras, en las aceras, el amor era una metáfora grotesca traída por los pelos a un mundo en zozobra que pendía sobre un eje podrido.


 ………………


Ylenia. Y-le-ni-a. Llevaba tres meses sin verla, a una puta tan relacionada. Se había tirado a media cúpula de la KGB contando apenas veintitrés años. Sabía hacer contactos. Luego vinieron muchos otros, de la STASI, la CÍA y los servicios de espionaje implicados en los conflictos bélicos de medio mundo. Joder, Litvinenko debió morir envenenado al comerle el coño, de tanta gente amenazada como se había follado.


Creo que le fallé. Una noche desabrida y cruda como el lomo cercenado de un salmón del Rhin devorado por un oso pardo me dijo:


“Quizá podríamos escaparnos.”


Y yo sentí miedo. Miedo y vértigo. Vértigo por las decisiones que cambian una vida sin permitir un paso en falso. Miedo a no poder mantener para siempre lo que pudiera fingir durante un rato.


“No lo harás, verdad”.


No contesté. Sólo fruncí el ceño. Después dejé un fajo de billetes arrugado sobre la mesita y me marché. No volvimos a vernos. Fui un idiota, siempre lo he sido. Carente de sentido práctico.


Una acompañante peligrosa y poderosa a la que haces sentir sola cuando podría estar con cualquiera es la mejor manera de evitar futuros planes de pensiones.


………………


Ahora la sacudida es más fuerte, me quedo lívido, los ojos en blanco. Me desmayo y me recupero, a intervalos. Empieza a brotar espuma de mi boca. Ya termina. Algunos pasajeros gritan. Otros esperan y atisban, curiosos.


Al cabo, sólo soy un cordel solitario de una marioneta enorme que tira de los cojones del ente planetario. ¿Quién querría envenenarme? Sólo guardo un secreto, uno muy pequeño. Bueno, me sé otro, muy gracioso: Putin tiene un pene blando y diminuto. Por eso gobierna Rusia con mano de hierro: el poder de mando compensa al vacío de poder amando.


¿El secreto que guardo? Que todo es un engaño. El amor, la política, los parques, la amistad, los tipos de cambio y los odiosos afterworks con los compañeros del trabajo. Los periódicos, los recuerdos, la tristeza infinita y los domingos en el centro comercial. Los hijos que te ven marchitar gordo y calvo mientras te succionan la última gota de energía.


 Y el mundo al completo se acaba el martes a eso de las cuatro, hora peninsular, meridiano de mis cojones. Todos los estados han llegado a ese común acuerdo para dinamitar esta bazofia de mundo, por fin se llega a una convención mundial sobre algo.


Podría ser un gran secreto, uno que causara revoluciones y una nueva forma de encarar la existencia humana. Podría alumbrar una sociedad mejor, comprometida y dueña de su destino. Pero decidí callarme porque creo firmemente que nada cambiaría contarlo. Igual que nada cambia un nuevo desengaño. La historia de la humanidad es un infierno repetido, desgastado y deshilachado como el calcetín de un menesteroso.


Aquí está. Es mi paro cardiaco. Mientras me desmayo sólo puedo pensar en una cosa. ¿Qué hubiera pasado si…? Nunca lo sabré.  


Debí contar lo del nabo de Putin.






miércoles, 12 de diciembre de 2012



–¿Por qué no escribes nada últimamente? Tu blog lleva meses muerto.
–Que no actualice mi blog no significa que no escriba nada.
–Entonces, ¿por qué no subes nada?
–Pues porque nadie lee lo que subo, así que para qué molestarme en subir nada. Se acabó escribir idioteces breves, voy a dar el gran salto a la novela.
–Si la gente no dedica ni cinco minutos a leer tus relatos del blog, ¿crees que van a molestarse en leer tu novela?
–Bueno, digamos que una novela es algo más vendible, algo acabado. La gente no quiere estar haciendo el esfuerzo de leer todos los días una cagarruta de dos páginas. Necesitan una obra con entidad propia, un intento serio de hacer literatura.  Si no, ni se molestan en leer lo que tengas que decir. No puedes estar recabando la atención del personal todos los días para dos folios. Que después sólo se lean las diez primeras páginas de mi obra me la raspa, mientras me compren el libro.
–¿Te da igual que lo lean? ¿No te importa que acabe equilibrando la pata de una mesa para que no cojee?
–No nos engañemos, hoy en día, casi nadie lee, prefieren zanganear por la red y los que leen, leen todos la misma ponzoña comercial, los libros de la sección de más vendidos, que son exactamente los mismos en todos los muestrarios de todas las librerías. La deriva de la cultura es algo triste. Siempre fue patrimonio de las aristocracias y va a volver a ellas, porque el vulgo es imbécil y sólo quiere fútbol y porno en internet.
–¿Y tú, qué es lo que quieres?
–Fútbol y porno en los libros. Que me entretengan, pero no de esa forma pasiva tan de moda en estos tiempos.
–¿Forma pasiva, a qué te refieres?
–Verás, el ocio en el último siglo se ha transformado mucho. A principios de siglo, prácticamente ni existía ese concepto. La clase obrera curraba doce horas en condiciones penosas y luego, al llegar a casa, se dedicaban a descansar, hechos mierda, en pos del día en que todo terminara, esperando que no doliera mucho, que irse no les supusiera más trabajo. La vida era el trayecto desde el trabajo hasta la cama, esos espacios improbables entre una servidumbre y otra. Después, los patronos del industrialismo se dieron cuenta de un detalle: si sus trabajadores se pasaban el día entero en la fábrica, ¿quién cojones compraría lo que se pasaban el día produciendo? Así que redujeron las horas de trabajo de sus obreros para que dispusieran de un tiempo que dedicar a comprar esas cosas que se producían ahora a gran escala.
–Y así nació el ocio.
–Bueno, el ocio vino tiempo después. Primero les dejaron tiempo para comprar. Por algún sitio había que empezar. Después fueron mejorando las condiciones laborales, mucha lucha sindical y eso. Y finalmente se acabó estableciendo el llamado estado de bienestar. Y a medida que la gente cobraba sueldos más  humanos y tenía más tiempo libre, empezó a despegar la industria del ocio, tal y como la conocemos hoy día. Mucho más específica en los gustos del consumidor, que ahora podía permitirse tener gustos.
–Entiendo. Cuando tu preocupación consumista ya no es conseguir pan o leche, o cordones para los zapatos, entonces aparece el ocio puramente lúdico.
–Exacto. De repente hay un tiempo y unas inquietudes que llenar. Inquietudes que la clase obrera, sencillamente, antes no podía permitirse. Si a esto se le añade el florecimiento de la radio, la invención del cine, después la televisión, etc., pues ya sentamos las bases del circo actual del ocio.
–Genial, pero, ¿de qué estábamos hablando antes? Nos hemos desviado un poco.
–Hablábamos de las formas de ocio pasivas. Por cierto, desviado tú. Yo siempre he seguido el recto camino.
–¿El recto camino? ¡Sodomita!
–Bien, la perra gorda para ti. Para mí la fea, como nos hemos repartido siempre a las titis. Sigamos con lo de antes: estamos volviendo a las formas de ocio pasivas. Al proletario que llegaba cansado, jodido, a casa y se ponía a languidecer las pocas horas de que dispusiera hasta el día siguiente, con su mierda de horarios esclavos. Primero el ocio era patrimonio de los ricos. Así tenemos a los griegos tocando la lira mientras esclavos y metecos se partían el pecho para sacar adelante la economía de la polis griega. Luego los señores feudales, con sus súbditos arándoles los campos por nada, por lo que necesitaran de ropa y comida. Y así sucesivamente. Hasta el siglo veinte.
–Y sus formas pasivas de ocio.
–Sí. Y son pasivas por una razón muy clara. Estamos volviendo a eso de currar más horas, de ganar menos dinero y tener menos tiempo para un ocio activo.
–Explícate, rufián.
–No tienes más que mirar a tu alrededor. La pequeña parcela que nos han concedido los poderosos para tener ocio está exclusivamente concedida con que nos gastemos la poca pasta que tenemos. Como el tiempo libre fue creciendo, también creció la oferta de ocio, se diversificó. Hasta las formas de consumo actuales, que abarcan los sectores más variopintos: estética, gastronomía, cine, fotografía, literatura, arte. Yo qué sé, cualquier inquietud humana tiene su traducción en industria del ocio.
–Oye, esta conversación es un coñazo. Y ninguno somos Bertrand Russell. Vamos a hablar de fútbol y tetas.
–Vale. Pero déjame terminar. Lo que decía es que volvemos al ocio pasivo. Estamos tan cansados, están empeorando tanto nuestras condiciones laborales que llegamos a casa y nos tiramos al sofá, hechos mierda. Ver la tele, navegar por internet, jugar a la Play. El mínimo esfuerzo físico e intelectual. Y así se nos van los años. Por eso la gente no lee libros, porque exige un esfuerzo intelectual, salvo que leas a Dan Brown o el best seller de turno.
–Esos libros son como películas escritas. Se leen solos.
–Se leen solos y no dejan poso cultural, porque no lo tienen. Por eso cada vez va a haber menos obras maestras de la literatura, porque los escritores no van a tener margen para arriesgarse y hacer lo que les salga del nabo. Al fin y al cabo, tienen que comer, tienen que tratar de vivir de ello. Es como el director que quiere hacer cine experimental pero sólo le subvencionan las mierdas comerciales. Acabas tirando la toalla del arte, y es jodido porque al final, la alternativa es, o dedicarte a tu sueño (dirigir, en este caso) pero haciendo un puto producto sin alma, o trabajar en cualquier otra cosa y en tu cada vez más escaso tiempo libre, desarrollar la disciplina artística que más te llene como persona.
–Para que luego nadie haga ni puto caso a tu obra, como te pasa a ti con tus escritos.
–Sí, es jodido. Si no te metes de lleno en el circuito comercial, si no es tu profesión y le dedicas las veinticuatro horas del día a ese desempeño, lo normal es que te comas los mocos y no te haga caso ni tu madre.
–Y tus amigos acaban hasta los cojones de que les mandes tus supuestas obras de arte y de escuchar tus sermones sentenciosos.
–Pues sí, al final creo que tienes razón. Cada vez escribo menos y lo más sensato sería que dejara de escribir. Centrémonos en el fútbol y las tetas.
–Centrémonos. Asumamos la imposibilidad de la realización personal en estos tiempos de zozobra. Yo invito al fútbol y tú a putas, ¿qué te parece el trato?
–Adaptado al devenir de los tiempos. Acepto. Pero con una condición.
–¿Cuala?
–Que las dos tengas buenas tetas.
–Faltaría más, Barrabás.

jueves, 13 de septiembre de 2012

El porqué de la crisis en la UE, Russell "El Midas Moderno"



Leía este ensayo el otro día del gran Bertrand Russell y para mí, da todas las claves de la actual crisis de insolvencia y "rescates" en la UE.

En el ensayo, Alemania sería la Grecia, Portugal, España de ahora, absolutamente depauperada por los pagos imposibles de asumir por parte de los aliados, tras salir derrotada en ambas guerras mundiales.

Muy instructivo de lo mal que se están haciendo las cosas actualmente por los países acreedores en Europa y un ejemplo gráfico por demás de que la historia siempre se repite.


(Resaltaré en negrita las partes que subrayé en mi libro)
El Midas moderno
(Escrito en 1932)


La historia del rey Midas y del Toque de Oro es familiar a todos aquellos que se educaron con los Tanglewood Tales de Hawthorne. Aquel digno monarca, anormalmente aficionado al oro, obtuvo de un dios el privilegio de trocar en oro cuanto tocaran sus manos. Al principio se sintió encantado, pero cuando comprobó que la comida que deseaba tomar se convertía en sólido metal antes de que pudiera tragarla, comenzó a sentirse inquieto; y cuando su hija quedó petrificada por un beso de él, se sintió horrorizado y pidió al dios que lo librara de su don. Desde aquel momento supo que el oro no es la única cosa de valor.

Esto es un simple cuento, pero para el mundo resulta muy difícil aprenderse la moraleja. Cuando los españoles, en el siglo XVI, se hicieron con el oro del Perú, consideraron deseable conservarlo en sus propias manos y pusieron toda clase de obstáculos para la exportación de los metales preciosos. La consecuencia fue que el oro dio lugar a la elevación de precios en todos los dominios españoles, sin que por ello España fuese más rica que antes en verdaderos bienes. Podría satisfacer el orgullo de un hombre el saber que tiene dos veces más dinero que antes; pero si con cada doblón sólo comprase la mitad de lo que solía comprar, la ventaja sería puramente metafísica y no le permitiría tener más alimentos y bebidas, ni una casa mejor, ni ninguna otra ventaja tangible. Los ingleses y los holandeses, menos poderosos que los españoles, se vieron obligados a contentarse con lo que hoy es el Este de los Estados Unidos, una región despreciada porque no tenía oro. Pero, como fuente de riqueza, esta región ha demostrado ser inconmensurablemente más productiva que las zonas auríferas del Nuevo Mundo, que todas las naciones envidiaban en los tiempos de Isabel.

Aunque, como asunto histórico, éste ha llegado a ser un lugar común, su aplicación a los problemas actuales parece estar más allá de la capacidad mental de los gobiernos. Los temas económicos siempre han sido considerados de un modo enrevesado, y esto es más cierto ahora que en cualquier época anterior. Lo que ocurrió al terminar la guerra, en este terreno, es tan absurdo que cuesta creer que los gobiernos estuviesen formados por hombres adultos que no vivían en manicomios. Querían castigar a Alemania, y el modo de hacerlo, sancionado por la experiencia, era imponer una indemnización. De modo que impusieron una indemnización. Hasta aquí todo fue bien. Pero la suma que quisieron que Alemania pagara superaba con mucho el valor de todo el oro de Alemania, y aun el de todo el mundo. Era, por tanto, matemáticamente imposible para los alemanes pagar, excepto en mercancías: los alemanes debían pagar en productos o no pagar en absoluto.
En este punto, los gobiernos recordaron de pronto que tenían la costumbre de medir la prosperidad de una nación por el excedente de sus exportaciones sobre sus importaciones. Cuando un país exporta más de lo que importa, se dice que tiene una balanza comercial favorable; en el caso contrario, se dice que su balanza es desfavorable. Pero al imponer a Alemania una indemnización mayor de la que podía pagar en oro, habían decretado que, en el comercio con los aliados, Alemania iba a tener una balanza favorable v los aliados una balanza desfavorable. Para su horror descubrieron que, sin proponérselo, habían estado haciendo a Alemania lo que consideraban un beneficio, al estimular su comercio de exportación. A este argumento general fueron añadidos otros más específicos. Alemania no produce nada que no puedan producir los aliados, y la amenaza de la competencia alemana se sintió en todas partes. Los ingleses no querían carbón alemán cuando su propia industria extractiva del carbón estaba en crisis. Los franceses no querían manufacturas de hierro y acero alemanas cuando se habían propuesto incrementar la propia producción de hierro y acero con la ayuda de los recién adquiridos yacimientos loreneses. Y así sucesivamente. Los aliados, por tanto, a la vez que seguían decididos a castigar a Alemania haciéndola pagar, estaban igualmente decididos a no consentir que pagara en ninguna forma particular.

Para esta loca situación hallóse un loco remedio. Se decidió prestar a Alemania todo lo que Alemania tenía que pagar. Los aliados dijeron, en efecto: "No podemos dispensar la indemnización, porque ella es un justo castigo a vuestra maldad; por otra parte, no podemos dejar que nos paguéis, porque ello arruinaría nuestras industrias; entonces, os prestaremos el dinero y vosotros nos pagaréis lo que os prestemos. De este modo, la cuestión de principio quedará salvada sin daño para nosotros. En cuanto al daño que hemos de haceros, esperamos que solamente quede pospuesto".
Pero esta solución, evidentemente, sólo podía ser temporal. Los suscriptores de los préstamos a Alemania querían sus intereses, y se planteaba con respecto al pago de los intereses el mismo dilema que se había planteado en relación con el pago de la indemnización. Los alemanes no podían pagar los intereses en oro, y las naciones aliadas no querían que se les pagase en productos. De modo que se hizo necesario prestarles el dinero con que pagar los intereses. Es obvio que, más tarde o más temprano, la gente llegaría a cansarse de este juego. Cuando la gente se cansa de prestar a una nación sin obtener nada a cambio, se dice que el crédito de tal país ya no es bueno. Cuando esto sucede, la gente comienza a exigir que se le pague realmente lo que se le debe. Pero, como hemos visto, esto era imposible para los alemanes. De aquí que se produjeran numerosas quiebras, primero en Alemania, después entre aquellos a quienes los alemanes en quiebra debían dinero, más tarde entre aquellos a quienes estos últimos debían dinero, y así sucesivamente. Resultado: depresión universal, miseria, hambre, ruina y toda la cadena de desastres que el mundo ha estado sufriendo.
No quiero insinuar que la indemnización de los alemanes haya sido la única causa de nuestras calamidades. Las deudas de los aliados a Norteamérica contribuyeron, así como también, en grado menor, todas las deudas, públicas o privadas, en las que el deudor y el acreedor estaban separados por un alto muro arancelario, que hiciera difícil el pago en productos. La indemnización alemana, si bien de ningún modo es el origen exclusivo de las dificultades, es, sin embargo, uno de los más claros ejemplos de la confusión de ideas que ha hecho tan difícil remediar el estropicio.

La confusión de ideas que ha dado lugar a nuestras desgracias es la confusión entre el punto de vista del consumidor y el del productor, o, más exactamente, del productor en un sistema de competencia. Cuando fueron impuestas las indemnizaciones, los aliados se consideraron consumidores; creyeron que sería agradable tener a los alemanes para que trabajaran por ellos como esclavos temporales, y poder consumir, sin trabajar, lo que prudujeran aquéllos. Entonces, después de concluido el tratado de Versalles, recordaron súbitamente que ellos también eran productores y que el influjo de los productos alemanes que habían estado pidiendo arruinaría sus industrias. Quedaron tan perplejos que comenzaron a rascarse la cabeza, pero ello no sirvió de nada, aunque lo hicieron en una reunión y la calificaron de Conferencia Internacional. El hecho simple es que las clases gobernantes del mundo son demasiado ignorantes y estúpidas para resolver un problema así, y demasiado engreídas para pedir consejo a quienes podrían ayudarlas.

Para simplificar nuestro problema, supongamos que una de las naciones aliadas estuviese formada por un solo individuo, un Robinson Crusoe que viviera en una isla desierta. Los alemanes estarían obligados, según el tratado de Versalles, a ofrecerle todos los artículos de primera necesidad a cambio de nada. Pero si él actuara como actuaron las potencias, diría: "No; no me traigáis carbón, que ello arruinaría mi industria de leñador; no me traigáis pan, que ello arruinaría mi agricultura y mi ingenioso aunque primitivo aparato de moler; no me traigáis ropas, porque tengo una naciente industria de confección de vestidos con pieles de animales. No me importa que me traigáis oro, porque ello no puede hacerme daño; lo pondré en una cueva y no volveré a hacer uso de él. Pero de ningún modo estoy dispuesto a aceptar el pago en especies que puedan servirme de algo". Si nuestro imaginario Robinson Crusoe dijera esto, pensaríamos que la soledad ha alterado sus facultades mentales. Sin embargo, esto es exactamente lo que las naciones rectoras han dicho a los alemanes. Cuando una nación, en lugar de un individuo, es atacada de locura, se piensa de ella que está exhibiendo una notable sabiduría industrial.

La única diferencia notable entre Robinson Crusoe y una nación entera es que Robinson Crusoe organiza su tiempo cuerdamente y la nación no lo hace. Si un individuo consigue sus ropas sin dar nada a cambio, no pierde su tiempo confeccionándolas. Pero las naciones creen que deben producir todo lo que necesitan, excepto cuando hay algún obstáculo natural, como el clima. Si las naciones tuvieran sentido común, acordarían, por tratado internacional, qué cosas habría de producir cada nación, y dejarían de hacer más esfuerzos de los que hacen los individuos para producirlo todo. Ningún individuo intenta hacerse sus propias ropas, sus propios zapatos, su propia comida, su propia casa, etc.; sabe perfectamente que, si lo hiciera, tendría que contentarse con un muy bajo nivel de bienestar. Pero las naciones todavía no han comprendido el principio de la división del trabajo. Si lo comprendieran, podían haber permitido que Alemania pagase en ciertas clases de bienes, que ellas hubieran dejado de producir por su parte. Los hombres que hubiesen quedado sin trabajo podrían haber aprendido otro oficio a costa del estado. Pero esto hubiese requerido organizar la producción, lo cual es contrario a la ortodoxia empresarial.

Las supersticiones acerca del oro están curiosamente arraigadas, no solamente en quienes se benefician de ellas, sino aun en aquellos a quienes traen desgracia. En el otoño de 1931, cuando los franceses obligaron a los ingleses a abandonar el patrón oro, creyeron estar causándoles un mal, y los ingleses, en su mayor parte, coincidieron con ellos. Una especie de vergüenza, un sentimiento como de humillación nacional pasó por Inglaterra. Sin embargo, los mejores economistas habían estado insistiendo en el abandono del patrón oro, y la experiencia subsiguiente ha demostrado que tenían razón. Tan ignorantes son los hombres en el manejo práctico de las finanzas, que el gobierno británico tuvo que ser compelido por la fuerza a hacer lo que más convenía a los intereses ingleses, y sólo la hostilidad de los franceses llevó a Francia a otorgar este involuntario beneficio a los ingleses.

De todas las ocupaciones que se suponen útiles, casi la más absurda es la minería de oro. El oro se extrae de la tierra en Sudáfrica y es transportado, con infinitas precauciones contra robos y accidentes, a Londres, París o Nueva York, donde nuevamente es colocado bajo tierra en las cámaras acorazadas de los bancos. Podría haber continuado bajo tierra en Sudáfrica. Posiblemente, las reservas bancarias hayan tenido alguna utilidad mientras se sostuvo que, llegada la ocasión, podrían utilizarse, pero tan pronto como se adoptó la política de no permitir que nunca descendieran por debajo de cierto mínimo, pasaron a representar lo mismo que si no existieran. Si yo digo que guardaré cien libras para un día lluvioso, tal vez sea sabio. Pero si digo que, por muy pobre que llegue a ser, nunca gastaré las cien libras, éstas dejan de ser una parte efectiva de mi fortuna, y daría lo mismo que las hubiese regalado. Ésta es, precisamente, la situación de las reservas bancarias si no han de consumirse en ninguna circunstancia. Por supuesto, no es más que una reliquia de la barbarie el que determinada parte del crédito nacional haya de basarse todavía en verdadero oro. En las transacciones privadas dentro de un país, el oro ha desaparecido. Antes de la guerra aún se empleaba en pequeñas cantidades, pero los que han crecido después de la guerra difícilmente conozcan el aspecto de una moneda de oro. Sin embargo, todavía se supone que, por cierto misterioso artificio, la estabilidad financiera de todos depende de un montón de oro en el banco central del país. Durante la guerra, cuando los submarinos hacían peligroso el transporte de oro, la ficción se llevó más lejos. Del oro que se extraía en Sudáfrica, una parte se consideraba en los Estados Unidos, otra parte en Inglaterra y otra en Francia, etc.; pero, de hecho, todo se quedaba en Sudáfrica. ¿Por qué no llevar la ficción un paso más allá y considerar que el oro ha sido extraído, dejándolo tranquilamente en la tierra?

La ventaja del oro, en teoría, es que proporciona una salvaguardia contra la deshonestidad de los gobiernos. Esto estaría muy bien si hubiese alguna forma de obligar a los gobiernos a observar el patrón oro durante una crisis; pero, de hecho, lo abandonan cada vez que les viene en gana. Todos los países europeos que tomaron parte en la última guerra depreciaron sus monedas, y al hacerlo cancelaron una parte de sus deudas. Alemania y Austria cancelaron la totalidad de su deuda interna con la inflación. Francia redujo el franco a un quinto de su primitivo valor, cancelando con ello cuatro quintas partes de todas las deudas del gobierno reconocidas en francos. La libra esterlina solamente vale unas tres cuartas partes de su primitivo valor en oro. Los rusos dijeron francamente que no pagarían sus deudas, pero ello se juzgó inicuo: la cancelación respetable requiere una cierta etiqueta.

El hecho es que los gobiernos, como otras gentes, pagan sus deudas si les interesa hacerlo, pero no de otro modo. Una garantía puramente legal, tal como el patrón oro, es inútil en tiempos de crisis, e inútil en otros períodos. Un individuo encuentra conveniente ser honesto en tanto quiera poder pedir nuevos préstamos y obtenerlos; pero, cuando ha agotado su crédito, le puede resultar más ventajoso escaparse. Un gobierno está, respecto de sus súbditos, en una posición distinta de aquella en que se halla respecto de otros países. Sus súbditos están a su merced, y, por tanto, no tiene motivos para ser honesto con ellos, a menos que desee volver a pedirles prestado. Cuando, como ocurrió en Alemania después de la guerra, ya no hay más esperanzas de préstamo interno, el permitir que la moneda se devalúe, enjugando así toda la deuda interna, compensa a un país. Pero la deuda exterior es harina de otro costal. Los rusos, cuando cancelaron sus deudas con otros países, tuvieron que enfrentarse a una guerra contra el mundo civilizado, combinada con una feroz propaganda hostil. Son pocas las naciones en condiciones de enfrentar cosas de este tipo y, por lo tanto, la mayoría de países es prudente en lo tocante a la deuda externa. Es esto, y no el patrón oro, lo que determina con cuánta seguridad se puede prestar dinero a los gobiernos. La seguridad es escasa, pero no puede ser mayor hasta que exista un gobierno internacional.

No se suele comprender hasta qué punto las transacciones económicas dependen de las fuerzas armadas. La propiedad de riquezas se adquiere, en parte, por medio de la habilidad en los negocios; pero tal habilidad sólo es posible en el marco de una gran capacidad militar o naval. Fue por el empleo de la fuerza armada que los holandeses tomaron Nueva York a los indios, los ingleses a los holandeses y los norteamericanos a los ingleses. Cuando se encontró petróleo en los Estados Unidos, pertenecía a los ciudadanos norteamericanos; pero cuando se encuentra en algún país menos poderoso, la propiedad del petróleo pasa, de grado o por la fuerza, a los ciudadanos de una u otra de las grandes potencias. El proceso mediante el cual se efectúa este tránsito, por lo general, queda disimulado, pero en el fondo acecha la amenaza de guerra, y es esta amenaza latente la que fuerza las negociaciones.

Lo que decimos del petróleo es igualmente aplicable a la moneda y a las deudas. Cuando interesa a un gobierno envilecer su moneda o cancelar sus deudas, lo hace. Algunas naciones, es cierto, hacen gran alboroto en torno de la importancia moral de pagar las deudas, pero son naciones acreedoras. Y el que las naciones deudoras las escuchen se debe a su fuerza, y no a una convicción ética. Por tanto, hay un solo camino para asegurar una moneda estable, y es tener, de hecho, si no de derecho, un gobierno mundial único, en posesión de las únicas fuerzas armadas efectivas. Un gobierno así tendría interés en una moneda estable, y podría decretar un poder adquisitivo constante en relación con el promedio de las mercancías. Ésta es la única estabilidad verdadera, y el oro no la posee. En tiempos de crisis, las naciones soberanas no se comprometen ni siquiera con el oro. El argumento de que el oro asegura una moneda estable es, por tanto, falaz desde cualquier punto de vista.

Personas que se tenían a sí mismas por tercamente realistas, me han comunicado, en repetidas ocasiones, que el hombre, en los negocios, normalmente desea hacerse rico. La observación me ha convencido de que quienes me dieron tal seguridad, lejos de ser realistas, eran idealistas sentimentales, totalmente ciegos para los hechos más evidentes del mundo en que viven. Si los hombres de negocios realmente desearan hacerse ricos con más ardor del que ponen en mantener pobres a los demás, el mundo pronto se convertiría en un paraíso. Las finanzas y la moneda nos proporcionan un ejemplo admirable. Es obvio que en el interés general del conjunto de la comunidad empresarial está el tener una moneda estable y seguridad en el crédito. Evidentemente, el garantizar en la realidad estas dos supremas aspiraciones requiere que haya un solo banco central en el mundo y solamente una moneda, que debe ser un papel moneda, controlado de modo de conservar los precios medios todo lo constantes que sea posible. Tal moneda no necesita el respaldo de una reserva de oró, sino el crédito del gobierno mundial, cuyo organismo financiero es el único banco central. Todo esto es tan ostensible que cualquier niño puede verlo. Sin embargo, los hombres de negocios no abogan por nada parecido. ¿Por qué? Por nacionalismo, es decir, porque están más ansiosos por mantener pobres a los extranjeros que por hacerse ricos ellos mismos.

Otra razón es la psicología del productor. Parece ser un tópico que el dinero solamente es útil porque puede cambiarse por mercancías, y, sin embargo, hay pocas personas para las que esto sea cierto, tanto emocional como racionalmente. En casi todas las transacciones, el vendedor queda más satisfecho que el comprador. Si compráis un par de zapatos todo el aparato de la venta se descarga sobre vosotros, y el vendedor de los zapatos se siente como si hubiese obtenido una pequeña victoria. Vosotros, por otra parte, no os decís: "¡Qué gusto verme libre de esos mugrientos y repugnantes pedazos de papel, que no podía comerme ni emplear como vestido, y tener, en cambio, este magnífico par de zapatos nuevos!". Consideramos nuestras compras sin importancia en comparación con nuestras ventas. Las únicas excepciones son los casos en que las existencias son limitadas. El hombre que compra un cuadro de un antiguo maestro queda más satisfecho que el hombre que lo vende; pero no cabe duda de que, cuando el antiguo maestro estaba vivo, se sentía más satisfecho al vender sus cuadros que sus protectores al comprárselos. La causa psicológica última de nuestra preferencia por el vender sobre el comprar es que preferimos el poder al placer. Esta característica no es universal: hay manirrotos que prefieren una vida corta y feliz. Pero sí es la característica de los individuos prósperos y enérgicos que dan el tono en una época de competencia. Cuando la mayor parte de la riqueza era heredada, la psicología del productor era menos dominante que hoy. Y es la psicología del productor lo que determina que los hombres estén más ansiosos por vender que por comprar, y que los gobiernos se den al risible intento de crear un mundo en el que todas las naciones vendan y ninguna nación compre.

La psicología del productor se complica por una circunstancia que distingue las relaciones económicas de la mayor parte de las otras. Si producís y vendéis algún artículo, hay dos clases de personas especialmente importantes para vosotros: vuestros competidores y Vuestros clientes. Vuestros competidores os perjudican y vuestros clientes os benefician. Vuestros competidores son, evidente y comparativamente, pocos, en tanto que vuestros clientes están diseminados y, en gran parte, os son desconocidos. Tendéis, por tanto, a ser más conscientes de vuestros competidores que de vuestros clientes. Tal vez no sea éste el caso dentro de vuestro propio grupo, pero es casi seguro que será el caso en lo tocante a un grupo extranjero, de modo que venimos a atribuir a los grupos extranjeros intereses económicos contrarios a los nuestros.

La fe en las tarifas proteccionistas nace de ello. Consideramos a las naciones extranjeras más como competidoras en la producción que como posibles clientes, de modo que los hombres están dispuestos a perder los mercados extranjeros con tal de evitarse la competencia extranjera. Hubo una vez en un pueblecito un carnicero que se enfurecía con los demás carniceros que le quitaban la clientela. Para arruinarlos, convirtió a todo el pueblo al vegetarianismo, y se sorprendió al ver que, como consecuencia, también él se arruinaba. La locura de este hombre parece increíble, y, sin embargo, no es mayor que la de las potencias. Todas han observado que el comercio exterior enriquece a otras naciones, y todas han establecido aranceles para destruir el comercio exterior. Todas se han asombrado al descubrir que resultaban tan perjudicadas como sus competidoras. Ninguna ha recordado que el comercio es recíproco y que una nación extranjera que vende a la propia nación, también le compra, directa o indirectamente. La razón por la que no lo han recordado es que el odio a las otras naciones las ha incapacitado para pensar con claridad en materias de comercio exterior.

En Gran Bretaña, el conflicto entre ricos y pobres, que ha sido la base de la división en partidos desde que terminó la guerra, ha incapacitado a la mayor parte de los industriales para comprender cuestiones monetarias. Puesto que las finanzas representan la riqueza, hay una tendencia en los ricos a seguir la dirección de los banqueros y financieros. Pero, en realidad, los intereses de los banqueros son opuestos a los intereses de los industriales: la defiación convenía a los banqueros, pero paralizaba la industria británica. No dudo que, si los asalariados no hubiesen tenido voto, la política británica desde la guerra hubiera consistido en una lucha encarnizada entre los financieros y los industriales'. Tal y como estaban las cosas, sin embargo, los financieros y los industriales se pusieron de acuerdo contra los trabajadores, los industriales apoyaron a los financieros y el país fue llevado al borde de la ruina. Se salvó solamente por el hecho de que los financieros fueran derrotados por los franceses.

En todo el mundo, no solamente en Gran Bretaña, los intereses de las finanzas, en los años recientes, han sido opuestos a los intereses públicos en general. No es probable que este estado de cosas cambie por sí solo. No es probable que una comunidad moderna prospere si sus asuntos financieros son conducidos teniendo en cuenta únicamente los intereses de los financieros, sin considerar los efectos sobre el resto de la población. Cuando éste es el caso, no es prudente dejar que los financieros persigan desenfrenadamente su beneficio privado. Con el mismo criterio, podríamos explotar un museo en beneficio del conservador, dejándolo en libertad de vender el contenido tantas veces como le ofrecieran un buen precio. Hay algunas actividades en las cuales la búsqueda del beneficio privado conduce, en conjunto, a la promoción del interés general, y otras en las que no ocurre así. Como quiera que estuviesen en el pasado, las finanzas están ahora, definitivamente, en este último caso. El resultado es una creciente necesidad de interferencia gubernamental en las finanzas. Sería necesario considerar las finanzas y la industria como formando un conjunto y tratar de alcanzar el mayor beneficio posible para tal conjunto, y no separadamente para las finanzas. Las finanzas son más poderosas que la industria cuando ambas son independientes, pero los intereses de la industria se aproximan más a los de la comunidad que los intereses de las finanzas. Ésta es la razón por la que el mundo ha llegado a tal extremo: el excesivo poder de las finanzas.

Dondequiera que los menos han adquirido poder sobre los más, se han apoyado en alguna superstición que ha dominado a los más. Los antiguos sacerdotes egipcios descubrieron la forma de predecir los eclipses, que todavía eran considerados con terror por el populacho; del tal modo, fueron capaces de arrancarle donativos y poderes que no hubieran podido obtener de otra manera. Se suponía que los reyes eran seres divinos, y se tuvo a Cromwell por sacrílego cuando cortó la cabeza de Carlos l. En nuestros días, los financieros dependen de la supersticiosa reverencia hacia el oro. El ciudadano ordinario se queda mudo de espanto cuando le hablan de reservas en oro, emisión de billetes, inflación, deflación, reflación y todo el resto de la jerga. Siente que cualquiera que pueda hablar con sospechosa facilidad de tales materias debe de ser muy sabio, y no se atreve a preguntar qué dice. No comprende lo poco que representa verdaderamente el oro en las modernas transacciones, aunque quedaría sin saber qué decir si hubiera de explicar cuáles son sus funciones. Siente vagamente que es probable que su país sea más seguro cuando guarda gran cantidad de oro, y así se alegra cuando las reservas aumentan y se entristece cuando disminuyen.

Esta situación de incomprensivo respeto por parte del público en general es exactamente lo que necesita el financiero para que la democracia no le ate las manos. Tiene, por supuesto, muchas otras ventajas en sus relaciones con la opinión. Siendo inmensamente rico, puede fundar universidades y asegurarse de que la parte más influyente de la opinión académica le esté sometida. A la cabeza de la plutocracia, es el jefe natural de todos aquellos cuyo pensamiento político esté dominado por el miedo al comunismo. Poseedor del poder económico, puede distribuir la prosperidad o la ruina a naciones enteras, según se le antoje. Pero dudo que alguna de esas armas resulte eficaz sin ayuda de la superstición. Es un hecho notable que, a pesar de la importancia de la economía para cualquier hombre, mujer o niño, la materia casi nunca se enseña en las escuelas, y aún en las universidades la estudia solamente una minoría. Además, esta minoría no aprende estas cuestiones como las aprendería si no hubiese intereses políticos en juego. Hay unas pocas instituciones en que se enseña sin finalidad plutocrática, pero son muy pocas; en general, el tema se enseña siempre para mayor gloria del statu quo económico. Todo esto, imagino, está relacionado con el hecho de que la superstición v el misterio son eficaces para los que detentan el poder financiero.

En las finanzas, como en la guerra, se da el hecho de que casi todos aquellos que tienen capacidad técnica, tienen también propensiones contrarias a los intereses de la comunidad. Cuando tienen lugar conferencias de desarme, los expertos navales y militares son el obstáculo principal para su buen éxito. No es que tales hombres sean deshonestos, sino que sus preocupaciones habituales les impiden ver cuestiones relativas a armamentos en su perspectiva justa. Exactamente lo mismo ocurre con las finanzas. Casi nadie sabe nada acerca de ellas, excepto quienes se dedican a obtener dinero del actual sistema, y que, naturalmente, no pueden adoptar puntos de vista completamente imparciales. Sería necesario, para resolver esta situación, que las democracias del mundo tomaran conciencia de la importancia de las finanzas y buscaran la manera de simplificar sus principios para que fueran ampliamente comprendidos. Hay que admitir que ello no es fácil, pero no creo que sea imposible. Uno de los impedimentos para el éxito de la democracia en nuestra época es la complejidad del mundo moderno, que hace cada vez más difícil para el hombre y la mujer ordinarios formarse una opinión inteligente sobre cuestiones políticas, y aun decidir quién es la persona cuyo juicio experto merece el mayor respeto. El remedio de este mal está en mejorar la educación y en dar con modos de explicar la estructura de la sociedad más fáciles de entender que los empleados actualmente. Todo creyente en la democracia efectiva debe estar a favor de esta reforma. Pero quizá no queden creyentes en la democracia, como no sea en Siam y en las regiones más remotas de Mongolia.

viernes, 10 de agosto de 2012

Bukowski y el poder




"Bueno, dirás, ¿adónde quiero llegar? Pues bien, yo soy un fotógrafo de la vida, no un activista. Pero antes de que te decidas por una Revolución asegúrate de que tienes posibilidades de salir victorioso: con esto, me refiero a un derrocamiento por medio de la violencia. Antes de poder llevar a cabo algo así tiene que haber cierta revolución entre las filas de la Guardia Nacional y la policía. Si eso no está ocurriendo en absoluto, entonces lo tienes que hacer en las urnas. Y tus posibilidades ya te las arrebataron ambos Kennedys. A estas alturas hay demasiada gente que teme por su empleo, hay demasiada que compra coches, teles, casas, educaciones a crédito. El crédito, la propiedad y la jornada de 8 horas son grandes amigos de la clase dirigente. Si tienes que comprar algo, paga al contado, y compra sólo cosas de valor; nada de chucherías ni artilugios. Todo lo que poseas tiene que caber en una maleta; entonces tu mente será libre. Y antes de enfrentarte a las tropas en la calle, DECIDE y SABE con qué vas a sustituirlas y por qué. Los eslóganes románticos no sirven de nada. Ten un programa definido, redactado con claridad, de manera que si VENCES tengas una forma de gobierno apropiada y decente. Pues recuerda, en todo movimiento hay oportunistas, tipos que se mueren por echarle mano al poder, lobos disfrazados de Revolucionarios. Son esos los hombres capaces de hacer que se venga abajo una Causa. Yo estoy por un mundo mejor, por mi hija, por mí mismo, por ti, pero ten cuidado. Un cambio de poder no es un remedio. El poder para el pueblo no es un remedio. El poder no es un remedio. Todo tu pensamiento no debe hacer hincapié en cómo destruir un gobierno, sino en cómo crear otro mejor. No te dejes atrapar y engañar otra vez. Y si vences, ten cuidado de un gobierno muy autoritario con reglas que te aten aún más que antes. No soy exactamente un patriota pero a pesar de que hay la hostia de injusticias, aún puedes expresar y protestar y actuar dentro de áreas bastante amplias. Dime, ¿podría escribir un artículo contra el gobierno DESPUÉS de que te hicieras con el poder? ¿Podría plantarme en parques y calles y decirte lo que pienso? Eso espero. Pero ten cuidado no vayas a perder eso en el nombre de cierta Justicia. Yo pido un programa para poder elegir entre vosotros y ellos, entre la Revolución y el gobierno que existe. ¿Me pondrás a cortar caña de azúcar? Eso me aburriría. ¿Construirías nuevas fábricas? He pasado la vida huyendo de las fábricas. ¿Tendría que ser para el bien del Estado mis escritos, mi música, mis cuadros? ¿Podría haraganear en bancos de parque y diminutas habitaciones, beber vino, soñar, sentirme bien, despreocupado? Hazme saber qué me espera antes de que queme un banco. Necesito algo más que abalorios de hippy, barba, una cinta india para la cabeza, hierba legal. ¿Qué programa tienes? Estoy harto de todos los muertos. No los desperdiciemos otra vez. Si tengo que enfrentarme a la bayoneta de un policía del Estado quiero saber qué me vas a dar en el caso de que se la arrebate.

Dímelo.
"
Charles Bukowski, 1970

martes, 31 de julio de 2012

Callar

Callar puede ser una música,
una melodía diferente,
que se borda con hilos de ausencia
sobre el revés de un extraño tejido.

Roberto Juarroz

viernes, 27 de julio de 2012

Segunda vuelta

Podemos conducir tan de prisa que ni las penas ni los días puedan seguirnos, pero nos los encontraremos todos juntos en la segunda vuelta.

lunes, 23 de julio de 2012

Héroes, de Ray Loriga



Por alguna razón recuerdo mis buenas jugadas con mucha más intensidad que mis malas jugadas.
Algunos podrán decir que el fútbol no es tan importante, pero yo puedo decir que Dios no es tan importante y que nadie que sepa joder como es debido sabe qué coño es el producto interior bruto. Con respecto a esto todas las mujeres saben que los vagabundos joden mejor que los hombres de provecho. También conviene decir que no todas las mujeres joden tan maravillosamente como todas las mujeres se creen que joden, y que su gran palacio-tesoro-agujero del coño puede ser tan aburrido como un campeonato de petanca amañado y que de hecho
muchas veces lo es. Las mujeres como todas las razas circunstancialmente inferiores han desarrollado un orgullo desmedido y algunas esconden sus coños en el bosque como si fueran cepos y se creen de verdad que cualquier animal de tres patas se va a dejar alguna entre sus dientes. Pocas mujeres saben que sus coños pueden resultar tan tristes como nuestras pollas y que a sus gloriosos cuerpos también les crecen pelos en el culo. En el cuarto, el santo y el asesino de santos se andan tropezando todo el día. Como las canciones acaban siempre devorando otras canciones o como el tipo entusiasmado de las siete cervezas acaba llamando imbécil al torpe ilusionado de las catorce cervezas.

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El tío llegó cuando me lo estaba pasando bien. Era un hotel maravilloso y aunque por aquella época estaba vendiendo muchos discos todavía me acordaba de los hoteles en los que dormíamos cuando vendía pocos discos, y no es que fueran horribles pero éstos eran bastante mejores, así que estaba feliz con mi hotel y mis cervezas. Entonces llegó este tío y nada más verlo supe que era el clásico mierda de “No voy a dejar que te rías de mí, puede que seas una estrella, puede que le vendas la burra a todos los imbéciles adolescentes del país, pero yo voy a dejarte en ridículo, voy a darte por el culo”. Podía ver todo eso según entraba por la puerta. La mayoría de ellos son como el tío que disparó contra Lennon, no han hecho nada en su puta vida pero quieren subirse en tu tumba a ver qué tal se les ve desde allí.
Quería hacerme unas preguntas.
-Bien, puedes empezar cuando quieras, aunque a lo mejor prefieres
esperar a que te dé la espalda.
-No entiendo.
-Da igual, empieza.
-¿Siempre está borracho?
-Nadie que esté borracho reconoce que está borracho, así que mejor vamos con la siguiente pregunta.
-¿Cree que le está dando un buen ejemplo a la juventud?
-¿Y cree usted que ellos me lo están dando a mí? Verá usted, yo no soy uno que predica, soy más bien uno que reza.
-¿Se cree usted mejor que casi todos los demás?
-Amigo mío la única diferencia entre usted y yo es que usted está aquí haciéndome una entrevista y yo no le entrevistaría a usted nunca.
-¿Cree sinceramente que podrá seguir riéndose de todo, todo el tiempo?
-Creo que podré seguir riendo hasta mañana, si consigues que el amanecer te pille riendo estás a medio camino de lo que sea que Dios nos tiene preparado.
-Espero que no le moleste, pero me esperaba algo más de usted.
-Bueno, supongo que le alegrará saber que usted se ajusta
exactamente a lo que yo me esperaba de usted.
-Debe ser estupendo ser una estrella y poder humillar a cualquiera que no sea tan grande, debe ser algo magnífico humillar a alguien como yo.
-No lo sabes bien, amigo, es como ponerse contra el paredón y seguir bailando después de que te hayan fusilado.

miércoles, 4 de julio de 2012

Pero la literatura

"Pero la literatura no es sino la forma lírica y adivinatoria de la verdad".

Francisco Umbral.

miércoles, 27 de junio de 2012

Mientras haya un escalón por debajo



Un currito público coge gripe. Cuando va a comprar antigripales le pretenden clavar seis pavos por la caja. Decide no pagarlos y por ello se pasa más días enfermo en la cama, con lo que le descuentan más días del salario por estar de baja. Con lo cual, llega un momento en que, si la convalecencia es prolongada, no le sale a cuenta estar enfermo. ¿Qué hacer?

Se me ocurre que pondríamos las cosas mucho más sencillas a nuestros responsables gobernantes si decidiéramos suicidarnos para eliminar el coste que suponemos al Estado. Viene a mí esa imagen de documental, hordas de ratas saltando desde lo alto de un risco, exterminándose en grupo ante la inminencia de la catástrofe para la especie. Pues nosotros igual, con serenidad de espíritu, marchando alegres hacia el precipicio. Salvo por un pequeño detalle.

Si dejamos de existir, es evidente que dejamos de suponer un coste en muchas partidas, pero, ¿a quién le iban van a chupar la sangre -si desaparecemos- para costear la nacionalización de las Cajas de Ahorros? ¿Sobre quién hacer recaer los duros recortes sociales que, ya sabemos, afectan sobre todo a los que menos tienen? ¿Quien quedaría? Pues me imagino yo que tendrían que sacar los duros a los banqueros y financieros, responsables de esa misma deuda generada por aquella burbuja especulativa.

Qué extraño y justo -poéticamente- sería ese nuevo mundo en que los responsables de un desfalco hicieran frente a las consecuencias de sus actos, ¿verdad?

Lo malo es que para ello, tendrían que inmolarse todos los de abajo, que nada tuvieron que ver con el destrozo.

Mientras haya un escalón por debajo, habrá paz para los malvados. O como decía aquel viejo proverbio chino: "Cuando los gordos adelgazan, los delgados mueren".

Callar

De mi afición a callar proviene el desagrado que me causan las personas -se cuentan por millares- que sin tener nada que decir, siempre están hablando. Esto me apartó de las “peñas de café”, con ínfulas de cátedra, a donde acuden los artistas jóvenes ganosos de renombre, y me impidió buscar el favor de la crítica. Aunque enamorado de la gloria, nunca concurrí a ningún certamen, ni pensé jamás en alcanzar el Premio Nobel, ni solicité el honor de figurar en las Enciclopedias. Retraimiento que no achaco a timidez, ni a orgullo, sino al intocabe respeto que me debo a mí mismo.

Eduardo Zamacois, 1964

viernes, 22 de junio de 2012

Qué es poesía.

¿Qué es poesía? poesía eres tú. Tu cara, concretamente. Todo un poema de verso libre.

miércoles, 20 de junio de 2012

Del desasosiego




"He nacido en un tiempo en que la mayoría de los jóvenes habían perdido la
creencia en Dios, por la misma razón que sus mayores la habían tenido: sin saber por qué. Y entonces, porque el espíritu humano tiende naturalmente a criticar porque siente, y no porque piensa, la mayoría de los jóvenes ha escogido a la Humanidad como sucedáneo de Dios. Pertenezco, sin embargo, a esa especie de hombres que están siempre al margen de aquello a lo que pertenecen, no ven sólo la multitud de la que son, sino también los grandes espacios que hay al lado. Por eso no he abandonado a Dios tan ampliamente como ellos ni he aceptado nunca a la Humanidad. He considerado que Dios, siendo improbable, podría ser; pudiendo, pues, ser adorado; pero que la Humanidad, siendo una mera idea biológica, y no significando más que la especie animal humana, no era más digna de adoración que cualquier otra especie animal. Este culto de la Humanidad, con sus ritos de Libertad e Igualdad, me ha parecido siempre una resurrección de los cultos antiguos, en que los animales eran como dioses, o los dioses tenían cabezas de animales.

Así, no sabiendo creer en Dios, y no pudiendo creer en una suma de animales, me he quedado, como otros de la orilla de las gentes, en esa distancia de todo a que comúnmente se llama la Decadencia. La Decadencia es la pérdida total de la inconsciencia; porque la inconsciencia es el fundamento de la vida. El corazón, si pudiese pensar, se pararía."

Fernando Pessoa. Libro del desasosiego.

lunes, 18 de junio de 2012

Poema de Auden



El tiempo te ha enseñado
cuanta inspiración
te aportaron tus vicios,
la deuda de la imaginación
con la tentación
a la que cediste,
que más de un hermoso
verso expresivo
no habría existido,
si hubieras ofrecido resistencia:
como poeta, tú
sabes que es cierto,
y aunque en la Iglesia
a veces rezas
para sentirte contrito,
no funciona.
felix culpa, dices:
igual tienes razón.

Esperas, sí,
que tus libros te justifiquen,
te salven del infierno:
aun así,
sin parecer triste,
sin que en modo alguno
dé la impresión de que te culpa
(no le hace falta,
bien sabe
a qué hace caso
un enamorado del arte como tú),
Dios puede hacer
el Día del Juicio,
que te deshagas en lágrimas de vergüenza,
recitando de memoria
los poemas que
habrías escrito, si
hubiera sido digna tu vida.


W.H. Auden

miércoles, 13 de junio de 2012

Ring around the rosie



"Ring around the rosie, pocket full of posies, ashes, ashes we all fall down..."

"Alrededor de la rosa, pongamos un ramillete de flores, cual ceniza, cual ceniza todos caemos."

Esta es una poesia infantil anglosajona que suele cantarse jugando al corro pero que, según algunos, se refiere a la peste bubónica que azotó Europa alrededor de 1347. La rosa hace alusión a las manchas rosadas que salen en la piel. Se solía colocar un ramillete de flores alrededor de la persona infectada como protección. Ashes en inglés quiere decir ceniza, pero en este caso imita el sonido del estornudo que era otro síntoma de la enfermedad y finalmente "todos caemos" quiere decir que todo el mundo se muere.

Roses aquí no significa "rosas" sino "primroses": el olor de esta flor disimulaba el olor de los cadaveres así que las usaron como protección. Hay una colina en Londres (Primrose hill) ahora es un parque muy hermoso con gran vista a la ciudad. No es una colina natural, es un montón de cadaveres de esta epoca.

Leído en internet. Interesante.

lunes, 28 de mayo de 2012

A modo de confesión





Sólo tengo ganas de escribir cuando me encuentro en un estado explosivo, enfebrecido o crispado, en un estupor metamorfoseado en frenesí, en un clima de ajuste de cuentas en el que las invectivas sustituyen a las bofetadas y a los golpes. De ordinario, la cosa comienza así: un ligero temblor que se hace cada vez más fuerte, como tras un insulto que se ha soportado sin responder. Expresión equivale a réplica tardía o a agresión diferida: yo escribo para no pasar al acto, para evitar una crisis. La expresión es alivio, venganza indirecta del que no puede digerir una afrenta y se rebela con palabras contra sus semejantes y contra sí mismo. La indignación es menos un estado moral que un estado literario, es incluso el resorte de la inspiración. ¿Y la sabiduría? Es precisamente lo contrario. El sabio que hay en nosotros arruina todos nuestros ímpetus, es el saboteador que nos disminuye y paraliza, que acecha al loco que hay en nosotros para calmarle y comprometerle, para deshonrarle. ¿La inspiración? Un desequilibrio repentino, voluptuosidad irresistible de armarse o destruirse. Yo nunca he escrito una sola línea a mi temperatura normal. Y sin embargo, durante largos años, me consideré como el único individuo sin defectos. Ese orgullo me resultó benéfico: me permitió emborronar papel. He dejado prácticamente de escribir en el momento en que, al sosegarse mi delirio, me he convertido en la víctima de una modestia perniciosa, nefasta para esa febrilidad de la que emanan las intuiciones y las verdades. Sólo puedo escribir cuando, habiéndome repentinamente abandonado el sentido del ridículo, me considero el comienzo y el fin de todo.


Escribir es una provocación, una visión afortunadamente falsa de la realidad que nos coloca por encima de lo que existe y de lo que nos parece existir. Rivalizar con Dios, superarlo incluso mediante la sola virtud del lenguaje: ésa es la hazaña del escritor, espécimen ambiguo, desgarrado y engreído que, liberado de su condición natural, se ha abandonado a un vértigo magnífico, desconcertante siempre, a veces odioso. Nada más miserable que la palabra y sin embargo a través de ella uno se eleva a sensaciones de dicha, a una dilatación última en la que uno se halla totalmente solo, sin el menor sentimiento de opresión. ¡Lo supremo alcanzado mediante el vocablo, mediante el símbolo mismo de la fragilidad! Pero lo supremo se puede también alcanzar, curiosamente, a través de la ironía, a condición de que ésta, llegando hasta el extremo de su obra de demolición, dispense escalofríos de un dios autodestructor. Las palabras como agentes de un éxtasis al revés... Todo lo que es verdaderamente intenso participa del paraíso y del infierno, con la diferencia de que el primero sólo podemos entreverlo, mientras que el segundo tenemos la suerte de percibirlo y, más aún, de sentirlo. Existe una ventaja más notable aún, de la que el escritor posee el monopolio, la de poder desembarazarse de sus peligros. Sin la facultad de emborronar páginas, me pregunto qué hubiera sido de mí. Escribir es deshacerse de nuestros remordimientos y de nuestros rencores, es vomitar nuestros secretos. El escritor es un desequilibrado que utiliza esas ficciones que son las palabras para curarse. ¡Cuántos malestares, cuántos arrebatos siniestros no he superado yo gracias a ese remedio insustancial! Escribir es un vicio del que puede uno cansarse. A decir verdad, yo escribo cada vez menos, y acabaré sin duda por dejar de escribir totalmente, pues he dejado de encontrar el menor encanto a ese combate con los demás y conmigo mismo.


Cuando se aborda un tema, sea cual sea, se experimenta un sentimiento de plenitud, acompañado de una pizca de altivez. Fenómeno más extraño aún: esa sensación de superioridad cuando se evoca una figura que se admira. En medio de una frase, ¡con qué facilidad se cree uno el centro del mundo! Escribir y venerar se dan juntos: quiérase o no, hablar de Dios es mirarle desde arriba. La escritura es la revancha de la criatura y su respuesta a una Creación chapucera.

Emil Cioran.

miércoles, 16 de mayo de 2012

Ella está en el horizonte

"Ella está en el horizonte. Me acerco dos pasos, y ella se aleja dos pasos. Camino diez pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. Por mucho que yo camine, nunca la alcanzaré. ¿Para qué sirve la utopía? Para eso sirve: para caminar."

Eduardo Galeano

La crisis, que es mu mala


¡Esta crisis nos va a hacer a todos mierda!


A un hombre de unos 73 años le está entrevistando un periodista de "Callejeros" en un jardín. El hombre entrevistado se expresa del siguiente modo:

Soy hijo de exiliados.
Hasta los 27 años y poco antes de la transición no pude volver a España por culpa de Franco.
A mi padre, pobrecito, no sabíamos ni dónde enterrarlo.
... Mi madre estuvo muchos años en silla de ruedas.
Ahora tengo 73 años.
Hace unos meses me quitaron el 30 % de un pulmón.
Mi mujer es inmigrante.
Tengo tres hijos con ella.
De los tres sólo trabaja una, la del medio,... pero no cobra nada.
Todos, incluidos los nietos, viven de mi asignación.
La mayor se acaba de divorciar.
Mi yerno se daba a las drogas y al alcohol y la ha dejado con dos niños.

El pequeño de mis hijos aún no se ha ido de casa y además se ha casado con una divorciada y la ha traído a vivir con nosotros. Esa señora antes trabajaba, tenía muy buen puesto, pero desde que vino a mi casa ya no hace nada.

Ahora tienen dos niñas que también viven bajo nuestro techo.

Y para colmo este año, con lo de la crisis, casi no nos hemos podido ir de vacaciones y si me apuras... ni he podido celebrar que España ha ganado el Mundial.

Para colmo, el marido de la mediana anda en líos con la justicia. Al enterarme me desmayé y casi pierdo un ojo al darme con una puerta...

El periodista pone cara de asombro y comenta:
Majestad, no creo que su situación sea tan mala.