miércoles, 16 de noviembre de 2011

Confesiones de un gusano



Sentado en la acera mojada, echo un cigarrito. Espero. Observo al gusano que sale cuando llueve, cuando se dejan caer las gotas como bombas sobre Berlín. Gusano gordo, lento, viscoso. Tan frágil, tan silencioso. Me gustan los gusanos, tan próximos a la nada y sin embargo tan reales.

Aún queda tiempo y todo puede pasar, pero la promesa de renacer, de la crisálida, ondea en la sombra de tus retorcimientos. No importa el gusano, sólo el flamígero tumulto del viento. El horror de vivir en lo sucesivo.

Como siempre, está todo listo. Sólo falta la víctima. Pito, pito, gorgorito…

Por eso me zambullo en la noche despeinada. Por eso enumero los cuerpos que encuentro en la fosa común de la vida. Como un funcionario del tercer Reich durante el recuento. Elijo a alguien. Aniquilo el libre albedrío, como un boleto de lotería obsoleto.

Parado frente a la discoteca, presiento una víctima. De nuevo, vuelve a pasarme. Siento que tengo que hacerlo. Siento que es ella. La elegida. Me carcome el impulso: gusano negro de mis desvelos. La observo caminar. Es una mujer joven. Decidida. Hermosa. Uncida a la belleza, como mi alma a lo siniestro. La sigo a cierta distancia, sorteando coches y borrachos. Esperando el callejón exacto. El escenario adecuado para mi representación macabra. La turbia cloaca de la oscuridad en la que me hundo desde hace tiempo.

De pronto, noto que algo raro pasa. Algo anómalo. Ella está acelerando el paso considerablemente. Mira en todas direcciones. Con nerviosismo. Mira los escaparates cerrados de los comercios. A la gente que pasa. Hace a su nervio óptico cómplice de cada acera. Mira incluso hacia atrás, confundiendo sus pupilas con las mías. Aparto la mirada. ¿Habrá reconocido la maldad en mi rostro?

De pronto, echa a correr. ¡No es posible, me ha descubierto! Por una vez digo sin mentir "es la primera vez que me pasa". En mi preocupación, dudo sobre qué hacer. Miro alrededor. Apenas hay gente. Decido seguirla. Ella se desvía, internándose en un aparcamiento subterráneo que da a la calle. Corro más rápido para no perderla de vista. Tejemos nuestra caótica danse macabre entre columnas y plazas vacías. Consigo acercarme más pero ella no se vuelve. La veo entrar apresuradamente en el cagadero. Cerrar de un portazo. Oigo cómo echa el cerrojo. ¡Joder! Ahora sí que estoy confuso. Ha sido más astuta que yo. ¿Cómo debo actuar? Podría esperarla aquí fuera, pero lo más seguro es que ella no abra en mucho tiempo. Además, alguien podría verme. Es arriesgado. Piensa, piensa, ¡PIENSA!

Apenas han pasado segundos desde que se encerró en el baño, aunque, en mi cabeza, soy un año más viejo. En ese instante se escucha un sonoro pedorreo. Parece como una ráfaga de metralleta. ¡Qué horror! Luego se percibe un copioso chorreo, como un manar de lava de volcán salpicando el promontorio del cagadero. ¡Qué es lo que oyen mis oídos! ¡Tiene colitis de explorador! ¡Una disentería digna del Coronel Tapioca! Ahora la oigo suspirar de alivio. Se toma su tiempo. Mucho.

Ha pasado bastante rato, durante el cual, sólo he tenido la dudosa compañía de alguna que otra hormiga solitaria y del opaco aroma del subsuelo. Nada reseñable. Aún espero. Sé que debería haberme marchado, pero estoy decidido. Pito, pito, gorgorito… Debe ser mi víctima. Voy a hacerlo. Lo sé y me temo. Mi corazón como uranio: empobrecido.

Oigo descorrer el cerrojo. ¡Al fin! Ella sale del váter. Y me mira.

–¿Y tú…? ¿Qué haces aquí? ¿Quién eres?
–Esto… ¿cómo que quién soy? ¿Es que no me habías visto antes?
–Sé reconocer perfectamente una cara, especialmente si es alguien tan feo. ¡No te he visto en mi vida!
–Pero, ¿entonces por qué corrías antes por la calle? Yo pensaba…
–¿Que por qué corría? ¡Pues porque me lo estaba haciendo encima! Estos cabrones de la discoteca tienen el servicio que parece una pocilga. No quieren que nadie les deje un regalito en el baño y ponen todos sus medios al alcance para conseguirlo. No hay tapa en el váter, y además está todo meado. Por supuesto no hay papel y además la madera de la puerta está hinchada y ni siquiera encaja en el marco, con lo que no se puede ni echar el cerrojo. ¡Vamos, una vergüenza!
–Oh, ya veo.
– ¡Oye, espera un momento! ¿Cómo sabes que iba corriendo por la calle? ¿Es que me has estado siguiendo?
–Bueno, yo…
–¡Pero bueno, qué clase de pervertido eres! ¡Aparta de mi vista, enfermo!
–¡Espera un momento! ¡Cállate de una vez! ¡Llevo una eternidad esperando que salieras! ¡Ahora pienso hacer lo que he venido a hacer!

Ella me mira alarmada. Cabreado impongo. Noto el temor en sus gestos. Algo que adoro y que me excita profundamente. Entonces yo hago lo que necesito hacer. Es siempre mágico, este momento. Por fin, abro mi gabardina como un Bogart trasnochado y le enseño mi pene erecto. ¡Qué placer tan intenso!

Sin esperarlo, ella empieza a reír a carcajadas señalando mi sexo. "¡Jajaja, dios mío, nunca había visto un rabo tan pequeño! ¿De dónde lo has sacado? ¿Se lo has quitado a un pitufo y luego te lo has teñido? ¡Ay, por favor, que me mondo!

"Y hasta aquí llegan los hechos como los recuerdo, señor juez. Por eso la maté. Tuve que hacerlo. Era demasiado humillante. Ver su cara hinchada. Roja. Riendo. Pero no era mi intención, se lo juro. Yo no soy un asesino. Yo sólo soy un pobre enfermo. Necesito exhibirme para llegar al orgasmo. Soy la víctima y no el verdugo. No soy ningún asesino. Intérnenme en un centro mental o algo así, ¡por favor!"

Y esa es mi triste historia. Desde entonces han pasado siete años. Por supuesto, en el juicio salí culpable, y actualmente me pudro en presidio. En estos tristes y eternos siete años he sido la "putita" de más de un cabrón asesino. Estos sí que son malas personas. Lo más bajo de la sociedad. Criminales sin escrúpulos, la mayoría de ellos. Yo sólo soy un pobre gusano perdido. Tan frágil, tan silencioso. Tan próximo a la nada y sin embargo tan real.

Aún queda tiempo y todo puede pasar, pero la promesa de renacer, de la crisálida, ondea en la sombra de mis retorcimientos. Sé bien que no importa el gusano, sólo el flamígero tumulto del viento. El horror de vivir, en lo sucesivo.

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