viernes, 11 de noviembre de 2011

Cazando





Periodo Magdaleniense. Cae la tarde en Altamira.

El joven Ugu deglute su desdicha. Ñara no quiere. Eso da a entender. Sutilmente. Gruñidos guturoides mediante. Si se pone pesado, pellizcándole el triángulo boscoso del pubis con un pico de garza o seccionándole una tetilla con un aparejo de sílex. ¡Menudo carácter! Qué hacer. Sin tele. Sin fútbol. Sin Internet. Sin cerveza. Sin deudas, con lo entretenidas que son. ¿Por qué no querrá?

Contempla el prado melancólicamente. Imagina miles de criaturas, pequeños animalillos, roedores, mamíferos ungulados, insectos, todos ellos dale que te pego, cruje que te cruje, soslayando el tedio. Algunos apenas mayores que una mota de polvo, pero todos dotados de una providencial capacidad para el jinque. Y él allí, asuetoso, pelando la pava. El cuello de pavo, más bien. Se sacude la comadreja entre lágrimas de incomprensión. Es tanto el deseo y tan paupérrimo el consuelo manubrial.

Se aburre. Juega un rato a hacer chispitas con dos pedrolos de pedernal. Se echa unas tabas con un puñado de astrágalos resultantes del fino despiece de varios integrantes de una tribu rival. Amasa un voluminoso moco. Lo ingiere para luego saborearlo con indisimulado deleite. Se deja ver por el Dólmen y gruñe con los demás jóvenes al ensordecedor ritmo de los rudimentarios tambores de piel de escroto de babuino. Si al menos fuera valiente. Entraría en la cueva con la garrota por delante insinuando "esto es lo que hay". Su vecino de cueva, Gru, sí que sabe. Cada vez que su parienta esboza un atisbo de rechazo, le suelta un buen garrotazo en la cocorota y listos. Luego la baja a la pradera para no clavarse el duro suelo de piedra y la posee semi inconsciente. Pero Ugu lo hace mal. La deja gruñir de más, y por ahí le gana la mano. Es muy persuasiva. Ugu no sabe que el devenir histórico alumbrará un día en el que estas hermosas criaturas dominarán el mundo, esclavizarán a los varones, asesinarán a la mayor parte de ellos, conservando unos pocos aislados en cápsulas incomunicadas, para extraerles el esperma, el cual posteriormente se tratará genéticamente para engendrar únicamente hembras. Una sociedad ya no matriarcal, sino femenina. Pero no adelantemos acontecimientos.

Simplemente hay días en los que Ñara se muestra renuente. A veces se señala la cabeza. A veces cruza las patitas con fuerza. A veces le enseña el dedo anular, críptico gesto que Ugu aún no ha descifrado del todo pero que parece querer decir "acércate y morirás de hemorroides en racimo". Ugu, de temperamento respetuoso, siempre se ha apartado gentilmente en estas ocasiones pero hoy es distinto. Hoy se considera un "indignado" y va a hacer oír sus protestas. Ya está bien de que los altos poderes no tengan en cuenta las reivindicaciones de los débiles. La unión nos hará fuertes: así pues, se asocia con su mal genio, su aburrimiento y sus ganas de follamen. Se va a enterar esta.

Primero adopta una actitud agresiva y, como quien maneja una cachiporra, golpea con su pene enhiesto la cara de la esquiva hembra. Mal movimiento. Ella le suelta un mordisco terrible y ahora una notable brecha sangrante afea su maltrecho gusanito de carne.

En segunda instancia decide adoptar una estrategia más sutil. Ataca furtivamente a la hora de la siesta. Acerca un dedito juguetón a las latitudes inferiores del mapamundi corporal de Ñara. Lo introduce cuidadosamente en la cavidad rosada. Primero la puntita y luego dos dedos enteros. Ahora remueve despacito. No pasa nada. Así que continúa. Y nota un tacto considerablemente mojado. Esa señal le suena. ¡Está dispuesta! Alegremente congrega cuatro dedos y los invita al ceremonial del sube y baja vertical. De pronto, sin esperarlo siquiera, recibe un durísimo y fatal golpe en el coco con un fémur de felino dientes de sable. Aúlla de dolor. "¡Pero qué he hecho yo para merecer esto!" se pregunta. ¡Si estaba mojadito! Entonces observa sus húmedos dedos y los descubre empapados en sangre. En ese momento, Ugu aprende dos importantes lecciones: la primera, que no te puedes fiar de una criatura que sangra todos los meses y luego no se muere. La segunda que cuando ellas dicen que no, es que no.

Enrabietado y enloquecido a partes iguales, gruñendo enfurecido, descarga su enajenación sexual limpiándose la sangre de las manos con las paredes de la cueva. Luego moja sus manos en la herida abierta de su parietal y procede a hacer lo mismo. Cuando termina, casualmente, lo que ha quedado impreso sobre el muro de piedra se parece mucho a bisontes corriendo. Ñara alaba el acabado estético de la escena. En poco tiempo y sin pretenderlo, Ugu crea tendencia y poco a poco, en esos días difíciles en que las compañeras de cueva no quieren marcha, se empieza a generalizar la moda de utilizar los fluidos menstruales para hacer dibujitos en las paredes con los más variados motivos rupestres. Finalmente, los milenios pasan, los motivos y las causalidades se diluyen en el marasmo del tiempo y tenemos al profesor de paleontología Edelmiro Copón sosteniendo en su mano el provecto cráneo del Neanderthal Ugu frente a sus alumnos.

"Y como podéis ver, este cráneo presenta la particularidad de una fractura en la zona parietal, probablemente a consecuencia del ataque de un depredador o de alguna lesión cazando".

Sí, sí. Cazando.

1 comentario:

  1. Edelmiro Copón: "Y como podéis ver, este cráneo presenta la particularidad de una fractura en la zona parietal, probablemente a consecuencia del ataque de un depredador o de alguna lesión cazando".

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