lunes, 13 de junio de 2011

¡Democracia irreal, ya!





En la puerta de la Carnicería Jacinto, en Viacrucete del Cuescamen, pueblo manchego de la carretera de la Coyunta, Hermenegilda explicaba alteradísima a su amiga y confidente, Sacramentera, la inquietante comunicación que había recibido esa misma semana a su móvil personal Airtel.

-¡Que no, que no! ¡Que no eran los de Vomistar ni los de Garraphone ofreciéndome hacer la portabilirrubina esa para pagar menos por las llamadas! ¡Que eran los de la CIA, que al parecer han encontrado a mi Abundio! Ya sabes, Sacra, que el pobre desapareció de la faz de la tierra hace seis años. ¡Una mañana salió a comprar pomada hemorroidal para su fístula y nunca más regresó!

-¡Ay sí, hija, no me lo recuerdes, menúa se montó en el pueblo! ¡Fíjate que lapidamos y despeñamos el cuerpo del Follacabras por el pilón pensando que él podía ser el que se lo había cargao porque cagaba rojo y pensábamos que expulsaba la sangre de tu marío! ¡Ay, que lo mismo el Follacabras decía la verdad y cagaba así por las almorranas en racimo que padecía! ¡Qué vueltas da la vida! Bueno, ¿y qué te han contao?

- Pos no te lo vas a creer. ¡Resulta que mi Abundio se ha hecho instructor terrorista desos!

-¡Pero qué me dices! ¡Me quedo muerta! ¿Y cómo es eso posible, mi arma?

-Pos al parecer, los yankis le venían siguiendo desde que su nombre se relacionó con unos campos de entrenamiento en Islamabad, en unos informes del servicio secreto. ¡Pos no me han dicho que se había hecho muyaidín! ¡Muyaidín mi Abun! Al parecer dicen que adiestraba a mártires de Alá. ¿Te puedes creer?

-¡Ay Herme, yo tampoco me lo puedo de creer! ¡Pero es que se ha vuelto el mundo loco! ¡Tu marío un entrenador de asesinos suicidas! ¿Con lo mal que tenía siempre la fístula? ¡Si le escocía siempre que iba a llover los días pares! ¿No?

-¡Ay hija, no me lo recuerdes, que me va a dar un pasmo! Mi Abundio un criminal buscado por la CIA, ¡si lo sé le echo bolas de naftalina rallada en la sopa! ¡No sé si le hubiera envenenao, pero desde luego que más tonto de lo que estaba se habría quedao! ¡Aaaay, qué sofoco! ¡Qué disgustooo! ¡Con lo que dediqué yo a él en cuerpo y alma tantos años de sacrificado matrimonio! ¡Me tenía engañada! ¡Si es que son malos toos los hombres, los rubios y los marenos!

El desconsuelo dentro del corazón de la señora Hermenegilda se hacía fuerte mientras Abundio era violentamente interrogado en la prisión de máxima inseguridad de Guantanamera (guajira).

-¡Vamos cerdo, no nos obligues a seguir torturándote, cuéntanos lo que sabes!

La masa informe y amoratada que, a aquellas alturas, eran los morros de Abundio, hicieron una especie de gárgara con la papilla de sangre, saliva y piños triturados. Luego escupió un espeso chorro escarlata. Y se dispuso a hablar:

-¡Mira mira!-dijo uno de los interrogadores-¡parece que al fin se arranca a confesar!

-¡Jajaja, claro!-afirmó el otro interrogador-¡nadie puede ocultar la verdad por mucho tiempo con nuestros efectivos métodos de confesión! ¡Avalados como los servicios secretos punteros mundiales por todos los centros de inteligencia del globo! Fíjate que hicimos confesar a Bofill que esnifaba polvos de talco para no desentonar en las fiestas de la alta sociedad, o a Yola Berrocal que era hija de Fétido Adams!

-¡Adelante, perro sumerio, confiesa todo lo que sabes sobre los cabecillas de Al Quaesimoda!

-Blup, blup, blup…-gorjeos y escupitajos. Abundio se preparaba para alzar la voz. Cogió aire con las pocas fuerzas que le quedaban y exclamó:

-¡Yo iba de peregrino y me cogiste de la manooo!

-¿Eh? ¿Se puede saber qué cojones está diciendo?-exclamó el suboficial Raborts. Las demás personas presentes en la sala se miraron extrañadas-. ¿Esa frase la ha dicho en español, no? ¡Qué musulmán más ilustrado! Debe ser algún tipo de lenguaje en clave. ¡Soldado Ramírez, usted que es latino! ¡Acérquese, que para algo le tenemos aquí, aparte de para que limpie las letrinas en su turno y amase mocos durante las guardias! ¡Intente sonsacarle para que nos permita descifrar su lenguaje cifrado! Yo aprendí castellano con las lecciones de Cómo Gorronear Finos En La Romería, de Lauren Postigo y escribiendo cincuenta veces en mi tableta de Ipad hasta memorizarla, la letra del “Lalalá(memela)” de Massiel. ¡Mis conocimientos, aunque esenciales, son limitados!

Ramírez se acercó a Abundio y siguió atentamente el discurso del triste guiñapo.

-Blup, blup…-sangre y babas. Abundio, haciendo acopio de valor, aulló de nuevo:

-¡Yo, te amo con la fuerza de los bares, yo, te amo con la fuerza de las ventosidades! ¡Yoooo...!

-¡Ramírez, rápido, rápido! ¡Descifre el mensaje y tradúzcanoslo!

-Ejem…-dijo Ramírez con gesto consternado- este hombre tiene mucha fiebre. Me parece que está delirando. Afirma cosas sin sentido. No creo que sea ningún lenguaje en calvé (mayonesa, de remolacha, que es lo que le mana de la boca)…

-¡Maldita sea Sphinters! ¡Te dije que no debíamos probar esos nuevos métodos de tortura experimentales! Habríamos podido ir a lo seguro y recurrir a la picana en los testículos y los ahogamientos en semen de jubilado. Nunca fallan. Si los infelices consiguen sobrevivir al pestuzo a pollo frito y al hipo renacuájico, confiesan hasta la última gota.

-Lo sé, Raborts, pero no por casualidad somos punteros en la obtención de confesiones. En materia de torturas debemos estar siempre al último grito, nunca mejor bicho. ¡Nada podrá detenernos en nuestra lucha contra el terrorvision!

-Estoy contigo, compañero, pero reconóceme que cualquiera que tenga que soportar, como este desgraciado, visionar en su totalidad los últimos diez certámenes de EuroRisión, incluida la entrega de premios, café, copa y puro-de-carne-que-se-fuma-de-rodillas, acaba completamente desahuciado, lo quiera o no.

-Eso tengo que aceptártelo. ¡Mira la abuela de Ramírez! Se hizo fan del certamen y al cuarto año seguido viéndolo se le disolvieron los ojos y empezó a cagar vértebras cervicales como tabas de cordero. Una pérdida irreparable. No tanto así para el tapicero del sofá y los legatarios de sus bienes.

-Nunca mejor nicho, sí. ¡Aaugh…! - profirió Raborts un bostezo paladino-. Me parece que este Abbu Mahmedd tardará un ratito en recobrar la consciencia. Pero en cuanto consigamos reanimarle aplicándole estas pinzas de crustáceo cubiertas de sal gorda en la incisión abierta que hemos practicado desde su recto a su píloro, nos contará hasta el coeficiente de curvatura del bigote de su suegra.

-¡Bien pensado! – exclamó Sphinters–. Así cantará hasta el grado de toxicidad bubónica de los pepinos E Cólicos valencianos que llevaba alojados en ese sospechosísimo canasto de verduras, probablemente con la malvada intención de propagar una plaga entre los ocasionales turistas playeros americanos que pidieran ensalada de acompañamiento en sus infumables platos combinados. Y si sigue sin poder justificar el nexo de unión entre su evidente origen afgano y el hecho de que fuera detenido cuando se ocultaba de incógnito en un bingo de playa en Benidorm, ¡pensaremos nuevas formas de obtención ilegal de pruebas! O nos los cargamos aquí, o que se pierdan en la multitud. Total, luego con encasquetárselo a cualquier país aliado como hemos hecho ya con unos cuantos, asunto resuelto.

En ese momento, Ramírez, soldado raso, que había estado escuchando a los dos interrogadores, interrumpe el diálogo visiblemente alarmado.

-¡Esperen, esperen, señores suboficiales, me estoy dando cuenta de que aquí algo no va bien! ¡Debió de cometerse algún tipo de error comparando los datos de este reo! Cotejando su identificación con lo que pone en la ficha, los datos no concuerdan. ¡En su tarjeta identificativa pone que se llama “Abundio Manuel”!

- ¿Abundio Manuel? Bah, seguro que es algún tipo de identificación falsa. Todos lo hacen. Además, dos espías infiltrados en el Bingo Torreconejos de Follaprieto, prestaron declaración bajo juramento, afirmando que pudieron escuchar clara y nítidamente cómo el septuagenario borracho de la silla de al lado (posible hombre en la sombra y correo encubierto) le inquiría la frase en clave: “¡Abbu Mahmedd, pídeme otdo dín dónic!”-protestó Sphinters.

-¡Claro que sí!-espetó Raborts, uniéndose a la queja-¡qué más pruebas necesita de la implicación de ese hombre, soldado Ramírez! ¡No nos haga perder más el tiempo con ilógicas conjeturas!

-¡Pero tal vez pudiéramos estar hablando de distintas personas! ¡El nombre Abu Manuel es sorprendentemente parecido al del cabecilla muyaidín que andan buscando! ¿No les parece que tal vez todo pudiera haber sido producto de un desafortunado error?

-Ummhh…-los dos suboficiales murmuraban. Comenzaron a cuchichear inquietos, intentando guardar las apariencias al mismo tiempo que sopesaban y evaluaban sus propias dudas acerca del caso.

-¡No se dan cuenta!-exclamó emocionado Ramírez-¡tal vez estén cometiendo una terrible injusticia con este pobre hombre!

-¿Terrible injusticia? ¡Pero se puede saber qué clase de desacato es este!-saltó el suboficial Raborts como un resorte, sin poder soportar ya más la presión-. ¡Pero quién cojones se cree que es usted, Ramírez, para poner en duda nuestra autoridad y buen criterio! ¿Eh? ¿Acaso pretende tirar por tierra el trabajo de meses de rigurosísima investigación internacional a cargo de los servicios de espionaje por absurdas elucubraciones acerca de nombres similares que inducen a confusión? – la cara del suboficial se iba congestionando por momentos al tiempo que su cuello hinchado se remarcaba de venas retorcidas en caprichosos meandros-. ¡Pero por quién cojones nos toma Ramírez! ¡Ya hemos soportado bastante! ¡Malditos chicanos de los cojones, si es que les das una mano y te la meten por el culo con un puñado de frijoles de regalo! ¡Cuádrese ahora mismo soldado! ¡Ahora mismo le condeno a una semana en régimen de aislamiento total en el calabozo de Guantanamera (guajira)! ¡Vaya a hablar con el alférez para proceder con los términos de su arresto y desaparezca ahora mismo de mi vista, soldado! ¡Es una orden!

Ramírez, asustado, se cuadró ostensiblemente e hizo el saludo marcial, exagerando notoriamente los movimientos. Acto seguido, abandonó la estancia. Al poco de haberse marchado, los suboficiales Raborts y Sphinters se miraron. Un silencio incómodo llenaba la habitación. Sphinters carraspeó un poco y se quedó mirando al tendido. Raborts tosió de un modo un poco artificial, como queriendo aportar un matiz diferente al silencio. Irritado, tomó la palabra.

-Desde luego, estos niñatos recién llegados de la academia de reclutamiento, ¡llevan aquí dos días y ya se creen que saben más que nadie! Si no les paras los pies acaban creyéndose el jodido Colombo.

-Sí. La verdad es que cada vez llegan más asilvestrados-repuso Sphinters-. No muestran ningún respeto por los galones. Aunque… sinceramente, yo tengo que reconocer que parte de lo que decía parecía tener algún sentido, ¿no crees? Lo de la confusión de los nombres y todo eso.

-Bah, no sé. Vete tú a saber. Podría ser o podría ser que no. A veces estas cosas se deciden por detalles. ¡Pues no tenemos bastantes investigaciones en marcha como para volvernos locos dándole vueltas a la causa de uno solo de los internos! Si el tipo es inocente, al final se verá. Pero el procedimiento debe seguir su curso, y no nos corresponde a nosotros ponernos a cuestionar todo el trabajo previo de los servicios secretos. Hacen una labor de máxima exigencia y están sometidos a una enorme presión. Se merecen el mayor de los respetos. Los chicos llevan a cabo una labor encomiable.

-Estoy de acuerdo-corroboró Sphinters-. Bueno, tampoco tiene sentido darle más vueltas al asunto. ¿Para qué meter las narices y andar removiendo en asuntos ajenos a nuestra competencia, no?

-Exacto, suboficial Sphinters. Todo el personal destacado en la base militar de Guantanamera (guajira) tenemos una responsabilidad primordial con la libertad. No te olvides que somos garantes de los supremos ideales democráticos, y que aquí estamos llevando a cabo una tarea de vital importancia para servir al mundo libre. Quédese tranquilo, Sphinters, somos los buenos. A veces se cometen algunos errores, pero eso es algo consustancial al sistema. ¡Es el pequeñísimo precio que debemos pagar por garantizar la seguridad mundial! Y ahora, deje de cogérsela con papel de fumar y vayamos a tomar unas birras a la cantina. ¡Invito yo!

-¡A sus órdenes mi suboficial! ¡jajaja! –los dos hombres rompieron a reír desenfadadamente, disipando el ambiente enrarecido previo.

-¡Ah y no se te olvide dejar enchufada la picana al cargador!- recordó Raborts-. El Abbu este, o Abun, o como cojones se llame, está grogui, pero cuando se recupere, nos vamos a dejar de experimentos y le vamos a poner los cojones a temperatura de fusión del magma si es preciso hasta que le saquemos la dichosa confesión. ¡No por algo llevo cinco años destacado aquí! ¡No hay prisionero que se me resista!

Los dos hombres rieron de nuevo, satisfechos del celo y la dedicación con que desempeñaban su difícil labor de atender a los intereses de la democracia global.

Puesto el artefacto eléctrico a cargar, dejaron al interno inconsciente en su celda de máxima seguridad y marcharon a escanciarse los respectivos hígados.

Era la hora del vermut.

1 comentario:

  1. Todo eso le pasa al Abundio por ir al bingo. Si hubiera estado en misa no se vería ahora a puntode ser chamuscado por el imperio.

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