miércoles, 26 de enero de 2011

Nos asfixiamos



(Dadle al play y esperar la música antes de la lectura)


Para ver si seguían dormidas, me asomé cuidadosamente por la ranura de la puerta entreabierta. Nada sucedía al otro lado. Incertidumbre. Discernimiento. Verdad estrellada y evaporación de sueños. Era una cálida noche estival. Podía escuchar el rumor del oleaje al concurrir a su cita eterna con las orillas. Pero era otoño en mi corazón y poco importaba. Una ternura arpegiada, como de guitarra española, auspiciaba los atonales acordes de mi pensamiento, mientras el salitre se adhería a la mirada. Mi mirada, sobre la barandilla, auscultando con preocupación el oscuro lino que abriga la marejada. Y sí, seguían dormidas: mis esperanzas.

Hubo un tiempo en que preferí el rubor de otras mejillas, de todas las mejillas. La sinuosidad de otras caderas, la diáfana rectitud de otras regiones sacras, acuclilladas. La lasciva explicitud de la armoniosidad desflorada, cualesquiera tentaciones fueran y por doquiera manaran. En alguna otra ocasión lanzarse al vacío no importaba. Ahora viajaba en el tren de la soledad que nos adiestraba en el aislacionismo de la modernidad, el despertar de la gran sociedad deshumanizada, el perfeccionamiento del extravío de la voluntad varada. Ella me abrigaba. Era mía cuando nada me quedaba. Reverberaba tras mis pasos y amparaba las horas últimas de la noche en la que apenas sucede ya nada. No es que no supiera desprenderme de ella, es que no quería, no podía permitírmelo. Tanto la amaba desde que aprendí a no esperar nada.

Pero en algún momento los equilibrios se asoman a la vertiente entrópica que nos comprende a todos, mecidos por la inevitabilidad del reflejo condicionado, del errar cotidiano, de la inconsciencia sistematizada, y cambiamos. No sabemos muy bien por qué, pero cambiamos. Tan pronto reclamamos nuestro aislamiento como necesitamos de todo y todos de un modo desaforado. No queremos un compromiso pero tememos al desarraigo. No queremos discurrir por uno de los túneles de hierro forjado que nos brinda el futuro pero la ansiedad también nace de los espacios abiertos; de éste descampado en el que nos falta el aire.

Nos asfixiamos.

2 comentarios:

  1. está muy bien esa imagen de mirar cuidadosamente por la ranura a las esperanzas dormidas y no hacer ruido para despertarlas, da como sensación de sosiego, de que mejor con ellas que sin ellas, aunque luego de poco sirvan

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  2. a veces son lo único con lo que podemos contar, por eso conviene no disturbarlas, a ver si se desvanecen tras evadir el reino onírico, jejeje.

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