lunes, 21 de febrero de 2011

Daos por jodidos



(Dadle al play y esperad la música como sometimiento al texto)


Campos. Campos y más campos. Los atravieso. Me atraviesan. Trigales. Doradas laderas. Fuliginosos despojos al viento. Asfódelos meciendo. Mausoleos reverdecidos, poseídos por una fina pátina de abandono como mosaicos tardoromanos pervertidos por la intemperie. Escalinatas agrestemente usurpadas, praderas como apéndices vegetales mercadeadas ante los emisarios que acarrean el tiempo que desbrozadamente desacompasamos de nuestro lado; en vano. Un horizonte eterno. Vasto como matriz de ballena azul, como bocata de lentejas, como rabo hirsuto de sumerio, como desengaño infinito llenando una y otra vez de tedio infinito nuestras aspiraciones a ser queridos de una maldita vez como verdaderamente quisiéramos.

Pero, ¿cuánto tiempo ha sido? ¿Cuánto ha pasado, maldita sea? Cuánto desde la última risa sincera, cuánto desde el último gran orgasmo que nos atraviesa como una flecha extemporánea, que resucita los ancestros defenestrados, titiriteros de nuestro maleable deseo. ¡Cuánto desde el último patadón en las cruentas tripas del desconsuelo! ¡No puedo más, tengo que liberarlo, estoy loco! ¡Loco, loco, loco! ¡Loco por joderme a la vida! ¡Loco por percutir con lágrimas de arena el maldito sustrato triste que proviene del subsuelo de nuestro errar eterno! Omofagia cúfica en forma de carne trémula, de indisimulada insanidad, Moloch follando nuestras calaveras, Yahvé inoculando nuestro desconcierto.

Diapreados listones cojos sustentando a duras penas el camastro en el que me pudro de viejo. Orquestas nazaríes, hordas de músicos balcánicos entonando los arabescos estoques de arco que dibujan la melodía descarada que nos devuelve el alma que estafamos a nosotros mismos. Bailemos. Cerremos fuertemente el puño. Vivamos. Sobre todo vivamos, cantemos, lloremos, emprendamos: sí se puede gritar que la mediocridad es un gran carguero perdido, que todos vosotros os hundiréis si no hacéis nada pronto mientras que yo nada debo temer, pues ya estoy hundido. Mi embarcación naufraga libre. Mi ilusión es un jaguar dormido. Mi frente es santiguada de ancestral láudano renegrido. El tiempo se desprende de mi existencia mientras alcanzo la inmortalidad con lo que escribo. Oxímoron acuciante. Sin la posibilidad de mi suicidio hubiera tenido que matarme. Lo que lo hace todo soportable es saber que depende de mi voluntad seguir o no integrando este manicomio de desarraigo y olvido. No necesitamos matarnos, necesitamos saber que podemos matarnos. En cualquier momento. Tras cualquier gemido.

Vuelta al principio. Hordas gimientes de combatientes vencidos. Genghis Khan taconeando la grupa del purasangre de la destrucción, del horadar que no cesa. Collar de molares extraídos de prebostes enemigos. Un grito de guerra terrible que puedo escuchar a la perfección, milenios atrás proferido. Nunca ha existido otra cosa que el caos, ¿no os dais cuenta? Unjo la fea herida de la desmedida ausencia de genio con saponáceos ungüentos que me llevan a constatar lo que he sufrido. Lo que laceró mi pasado. Ayer palpitante ser imperfecto, adenoideo esperpento, glabro apéndice cárnico, porosa marisma de sufrimiento. Y tras todo esto está el resto. La Inhumanidad. Sus almas, sus corazones, su aburrimiento. Su abatimiento elegido. Todos tan cerca, todos tan lejos. Estuprando lo que les queda de inocencia, lo que les resta de interior incendio. No debo imitarles. No puedo consagrarme al tedio, a ese acontecimiento que no avanza, a esa externalidad del tiempo. Yo voy a coger al talento por las pelotas hasta que me revele su secreto. No entiendo otro sentimiento. Yo asfalto mi camino. Vosotros daos por jodidos.

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