viernes, 27 de abril de 2012

El desequilibrio de todo



Creo que ella lloraba y creo que no recuerdo muy bien lo que yo sentía. Quizá sólo esperaba. Esperaba que cambiara el mundo, que la humanidad no fuera un cúmulo de seres fríos y despiadados, que yo dejara de integrar ese patrimonio triste que desprovee las palabras de contenido y los sentimientos de esperanza.
Pero el mundo no ha cambiado y tampoco podemos creer en los milagros, porque hemos asesinado a los profetas y los ideales, bueno, hace demasiado que los ideales parecen eslóganes publicitarios malvendidos.
Afuera en la calle llueve, adentro también, y me cuesta entender a los optimistas. Un optimista mira este gris óvalo desteñido y quiere creer que, tal vez no lloverá. Yo aún no he salido de casa y me estoy empapando.

Hay gente que corre, que no sabe pero busca, y no encuentra el sentido a este chiste tan mundano. Se desentrañan dormidos vientres de paraguas, subyace un vetusto hilo de cobre que dirige el destino de todos a cualquier lugar al que no aspiramos, nada impermeabiliza esta sutil verbena económica y mis palabras comparten el humor tibio de los soportales. El desencanto es un vulgar apellido y "vacío" es el nombre propio de todos los autoestopistas extraviados.
Creo que ella no lloraba, sino que aguardaba al silencio, pero yo me debatía entre el desajuste y la arritmia, entre la estupidez y el misterio, que se nos muestra pero nunca penetramos, como un aforismo filosófico que no significa nada. Esperaba que todo fuera distinto, que el absurdo no acabara por retratarnos en nuestra innata capacidad para ver florecer en nuestro ombligo el fruto de la compasión oxidada.
Es difícil sustraerse al desequilibrio de todo.

¿Y qué importancia tiene, si con entretejer el olvido basta?

Kjell Askildsen


“No soy en absoluto cínico; sólo tengo experiencia… lo que en último término, es lo mismo”.

“Tenemos que estar contentos con lo bien que vivimos, dice la gente, la mayoría vive peor. Y luego toman pastillas contra el insomnio. O contra la depresión. O contra la vida.”

“Si uno dejara de albergar esperanzas, se ahorraría un montón de decepciones”.

“…se aprende mientras se vive, aunque no sé de qué sirve, así, justo antes de morir.”

Kjell Askildsen.

jueves, 26 de abril de 2012

Beálogo de disúgos



¡Broum, broum!
Un rugido que parece un eructo aguardentoso, y luego se cala.  Bufidos. El contacto sonando como una carraca masajeando carne picada.
–Minta pal, joven. Eso va a ser la cula de la juntata.
–Pero eso no es posible, ¡el coche está prácticamente nuevo! Esto… perdone, ¿qué ha dicho que era?
–La cula de la juntata, din susarlo.
–Oiga, usted habla un poco raro, ¿no?
–Ya lo sé, me pasa epiblásicamente desde niño, cuando me excito. En el disléxico me llamaban colegio.
–Ah, no sabe cuánto me alegro. Bueno, pues lo que le decía, el coche está recién estrenado, no puede estar averiado.
–¿Cuándo dice que lo compró?
–La semana pasada.
–Pues le recomiendo que vaya a la casa.
–¿A qué casa?
–A la de empeños más cercana. Le doy un mes de vida a su coche.
–Ah, pues muchas gracias por alargarle la vida a mi coche. ¿Cómo adquirió esa habilidad singular?
–¿Tanto se me nota que me estoy masturbando con el oscilobatiente de mis orejas mientras hablamos?
–Es usted un cochino.
–Eso me dicen todas las damas de la casita de muñecas de alterne donde me fundo el salario.
–En fin, aparcaré el coche en mi casa y allí pensaré qué hacer.
–Si consigue aparcarlo en su casa lo que tendrá que pensar es cómo conseguir otra casa.
–Gracias por el cortejo, es usted muy amable.
–Eso me han dicho muchas mujeres, me dejo amar de maravilla.
–En fin, he pasado un rato muy agradable, pero no ha sido éste. Ahora tengo que dejarle.
–¡No! ¡Deme otra oportunidad! ¡Voy a cambiar!
–¿A peor?
–Tanuralmente.
–Entonces no estoy interesado.
–Pues qué suerte que no tenga intereses en este mundo tan penosamente gravado fiscalmente.
–¡Ooooh, rien de rieeeeeen!
–Ay, si me canta a la Piaf, ahí sí que me derrito.
–Pues manténgase en el frigorífico, caballero.
–No, yo soy más de mantenerme en los comedores sociales y los cajeros.
–Sabia elección, rediez. Hala, me voy, adiós…
–¡…pongo por testículo que nunca más volveré a pasar hachís!
–¡Jesús!
–Cacias, graciallero.
–Ne dada. ¡Maldita sea, esto es contagioso!
–Ya le dije que mantuviera quietos los lóbulos. Ahora tendrá que asistir conmigo a terapia de orejólicos sin fronteras (de cera).
–¡Vicioso!
–¡Presente!


Aquí termina nuestra histeria.
Y líbranos del bar, himén.

Voy a salir a buscar un trabajo



No soporta el dolor. Es débil.
Primero la quemo con un cigarro.
Luego le restriego una piedra pómez.
Concienzudamente, le exprimo un limón por encima, para que el ácido actúe sobre las rozaduras.
Y parece quejarse.
Luego cojo una cuchilla y practico pequeños cortes aquí y allá.
No sé por qué se dice “practicar” cortes o incisiones. Yo no practico los cortes. No necesito practicar, ya sé hacerlos desde hace mucho tiempo. Cosas que uno no entiende.
Luego hago una pausa.
Miro a través de la ventana llover. Hoy hace un día triste.
Suspiro.
Hay crisis, hambre en el mundo, enfermedades;
Políticos, banqueros y hienas que se ríen de nosotros mientras dirigen el timón de éste mundo, que zozobra.
Y demasiada melancolía. Más de la que se puede soportar.
Además ha perdido el Real Madrid.
No sé a qué opio se va a poder agarrar ahora el pueblo.
Vuelvo a ello. Ahora la pincho con un alfiler, de cuando en cuando.
Su piel está hinchada y las lesiones sangran.
Al menos me queda esto.
Es entretenido y barato: fomenta la imaginación.
Pero ya no me estoy divirtiendo, lo hago un poco por costumbre.
De todo se aburre uno.
Creo que no volveré a hacerlo.
Mi psicóloga se va a poner súper contenta.
Quizá deje para siempre lo de los maltratos.
Y puede que mi polla  vuelva a ser la que fue.
Se acabó el jueguecito este de autolesionarme.
Voy a salir a buscar un trabajo.

viernes, 20 de abril de 2012

Soñé que era una martucha y mordía a Paris Hilton


Soñé que era una martucha y recurría a la espeleología de mis propios genitales cuando me venía en gana. Jugueteaba con mi apéndice respingón como prócer financiero con los hogares de un país. Paris Hilton me bautizaba como Baby Luv y yo mordía a la mentecata para demostrarle mi parecer sobre el asunto y también un poco por higiene mental, porque no soporto a las petardas adineradas  –tampoco a las pauperrimizadas–. Paris iba para estulta pero quedó relegada a los puestos de cabeza en la clasificación de vulgares pedorras anodínicas, alumbradas por este mundo hueco, como oquedad cerebral asignada  a honradez de político contemporáneo.
Yo me iba por las ramas, un poco por aquí, otro poco por allá, y no reflexionaba mucho, más bien actuaba, como mis esposas en otras vidas sus orgasmos fingieran para que yo de una vez terminara, y no tenía mucho seso, pero en este huracán de zozobra mundial, tampoco lo precisara.
Luego me conmovía con las pequeñas cosas: una pequeña fortuna, una pequeña mansión en Palo Alto y una pequeña participación en Repson YPF expropiada. Y tenía corazón, siquiera un adarme de alma, y tomaba tu mano, y te mostraba el atardecer en que todos desembocamos, te ayudaba a dibujar la luna en la sombra de mis párpados y luego venía el otoño y caminábamos junto a un lago y los cisnes estaban ebrios de insensatez por seguir navegando en una ciénaga que los arrastraba hasta el fondo de su negrura, de musgo y roca intercalada.
Descubríamos qué era el amor y cuál el prurito de vida que a los hombres gobernaba. Pero lo desdeñábamos, como rechaza el enfermo el menú de hospital por no saber a nada, y nos mentíamos a los ojos y nos olfateábamos las miradas, y comprendíamos el sabor de los besos, que tampoco saben a nada. Y nos reíamos y llorábamos, e interpretábamos une danse macabre como celebración de lo efímero que nos define y nos acaba. Y exprimíamos los verbos y nuestros vahos se reencontraban y quizás se me antojaba una baya y tal vez de mí te enamorabas.
Pero yo era tan sólo una mamífero ungulado y tú tan sólo una fulana, y la pasión, como todas las veces, acababa enquistada. Y dejábamos de abanderar mentiras, y de arrojar nuestros rostros al adoquinado de la tristeza, otrora de perder energías en el trascurso de una entrevista con palomas de humo que ya casi nunca nos enviaban.
Luego te mordí, Paris, para que siempre nos deje de quedar París y tú me devuelvas a mi puta rama, pelandusca kitsch, que más gano yo con el tercer mundo y mi selva apartada que tú con tanto petro dólar y herencia de cuna, gilichorrez a  categoría elevada. Y éste cuento se terminó porque nadie supiere que yo tengo esta conciencia, porque las martuchas elegimos no hablar para que nuestro lenguaje no manchara las palabras, lo exacto que le pasa a la especie humana con cada segundo de esta herida –que se llama civilización– que tenéis bien infectada.

jueves, 19 de abril de 2012

Testigo interesado de mi vida


"Cada vez que me acuesto con Nancy Flower o con la secretaria especial de Robert Kennedy, o con una camarera del Stuart Hotel, salgo del lance con la cabeza llena de imágenes de rotos recuerdos. Después reconstruyo los rostros a partir de los fragmentos y siempre resultan fotografías irreales de vivencias con Muriel. A veces es el peso sostenido y tibio de su cara encajada en el hueco de mi mano. A veces es el espionaje de su respiración. A veces la maraña de su pelo sobre la almohada o sobre la arena de la playa. Una sonrisa. El embarazo de una despedida o una llegada emocionada. No es que Muriel sea mejor o peor que estas muchachas, tampoco su cuerpo era más hermoso, sobre todo si lo comparo con el de la secretaria especial de Robert Kennedy. Muriel, la incómoda Muriel, era un testigo interesado de mi vida y aunque todo interés sea ambiguo y en el interés de poseer yace el sustrato de la destrucción, la posesión abriga como una manta vieja de tiempo, pero llena de la vitalidad de una lana conocida, adaptada a la piel desnuda como una patria tibia.

Mantener la unidad de una pareja es un ejercicio artificial, pero yo conozco muy pocos ejercicios rigurosamente naturales: comer, orinar, cagar, dormir y, tal vez, fornicar, aunque este acto cada vez se me revela más cultural. Sí, es un ejercicio artificial que precisa el continuo cálculo de las pérdidas y las ganancias. Sobre este precario equilibrio es posible mantener una vida en común, incluso duradera. Pero a veces, y sobre todo bajo la opresión de las circunstancias exteriores, el equilibrio se pierde y pierdes rueda como el ciclista que ha quedado retrasado con respecto al que marca el tren de marcha y abre el viento. Y sucede que nunca más recuperas esa distancia y cada vez quedas más lejos de una situación pasada.

Tal vez retorno siempre a la rota imagen de Muriel porque me asalta la angustia del ciclista que pedalea solo y con la sensación de que ya no puede ganar esta carrera, ni otra siquiera porque tampoco nunca podrá abandonar la carrera que nunca ganará. Resulta muy complicado sustituir unas convenciones vitales por otras y, en definitiva, esta sustitución siempre se revela absurda porque la vida, lo tengo muy estudiado, es una sucesión de movimientos sin éxito."

Manuel Vázquez Montalbán.

miércoles, 18 de abril de 2012

Parece el mundo un supermercado




Está muy bien.

Parece el mundo un supermercado. Las tienen en un catálogo en internet. Es el progreso. Todo informatizado, debidamente catalogado. Las hay blancas, negras, amarillas, de todos los colores. Expuestas y fotografiadas convenientemente: por delante, por detrás, primeros planos, detalles. Te puedes hartar de contemplar sus curvas. De imaginarlas a todas, de lo que harías con ellas si las tuvieras contigo. Así funciona el mercado: inoculando deseo. Uno no sabe que necesita ver la última película de moda o leer el libro más vendido porque desconoce que existe. Es la poderosa maquinaria publicitaria la que introduce preferencias en la elección del consumidor. Puede que el mundo esté lleno de novelas, películas maravillosas que te cambiarían la vida pero, si no son promocionadas adecuadamente, comprensivamente –de modo que lleguen hasta ti– nunca sabrás de su existencia. Yo ahora accedo a un portal de internet y de pronto, experimento la punzada del deseo. Las deseo a todas; blancas, negras, amarillas, no me importa su naturaleza o condición. Pero no podría permitírmelo, naturalmente. Por eso selecciono a la que más me guste de todas: elijo.

Las hay preciosas, muy hermosas. Casi siempre son las más caras, en eso no hay sorpresas. A veces me descubro mirando alguna que cuesta menos, intrigado, fisgón. Pero luego arrecia el desencanto porque la primera buena impresión, al analizar los detalles, torna en constatación sobre la imposibilidad de una relación calidad-precio significativamente ventajosa para el consumidor.

Y saco la tarjeta de crédito. Y empiezo a relamerme. Sé que pronto una va a ser mía. Durante un rato me he hartado de admirarlas, de contemplar sus cuerpos firmes, de seleccionar minuciosamente el objetivo, el sujeto pasivo garante de la satisfacción de mi voluntad.
Procedo con todos los pasos para el pago. Pronto va a ser mía, pronto estará aquí y al fin le pondré las manos encima. La acariciaré primero con cuidado y luego la poseeré con todo el ímpetu de mi pasión, hasta ver satisfecha toda mi necesidad de ella. Qué placer tenerla toda para mí. Soy un dios, soy su dueño y señor, soy su tirano.

Soy el hombre más feliz del mundo, porque al fin podré hacer lo que me quita el sueño desde hace tanto:

Comprarme mi nueva Fender Telecaster de coleccionista.

martes, 17 de abril de 2012

Envejecer es confinar el recuerdo


Definición gráfica de derrape de camión (me apetecía ponerlo, jijiji).

La chica es fea como un mono. Parece un mono, la conozco de vista. Peluda y cetrina. Nariz ancha, cráneo simiesco, sí. Quizás otros se la tirarían, yo no sabría. Yo me vería incapaz de introducirla en un antepasado milenario. Me arredraría el respeto genealógico por la neanderthalidad. Pero así son las cosas del retoque fotográfico hoy día. Nadie es, ni tan feo como en su foto del DNI, ni tan guapo como en su foto de perfil. Hay que buscar un infeliz término miedo (terrorífico) entre dos mentiras bien calibradas, de igual grado y signo contrario.

Ella ha puesto algo en su muro y me he fijado en la foto con curiosidad. No la reconocí, claro. Después, constaté el chasco. Asueto.

Luego pienso en las mujeres que he perdido,
Las pasiones que he vertido,
Y un rato cada día
Me quedo atontado mirando
Por la ventana
el cielo de nubes herido,
Preguntándome si, empero,
Recordarán al tonto que yo he sido.

Me figuro que no, claro. Para qué. Yo tampoco soy adalid de la memoria, centinela del instante, para qué vamos a engañarnos. He de fruncir el ceño, entrecerrar los párpados y remontarme a la espeleología más aviesa para rescatar siquiera algún polvo bueno de los que eché hace mil años. Amar es posponer el vacío; envejecer es confinar el recuerdo; perder es olvidar que se ha sido. Aquí todo es presente, todo inmediato. Los muertos son los primeros represaliados del silencio: hasta los gusanos ofician sigilosos, por respeto a la sepultura del carcomido.

Aprender a matar fue lo más difícil.




Aprender a matar fue lo más difícil.

Las vacilaciones, decía el profesor, generalmente no proceden de una repugnancia natural, sino cultural. El profesor no era alemán, como ustedes podían haber supuesto. Era un ex relojero suizo que había obtenido su sabiduría en la directa contemplación de la naturaleza.

–El acto de matar es instintivo, vitalmente lógico. Luego, las inhibiciones se encargan de adulterarlo. Las inhibiciones se disfrazan con una capa de moralidad. Pero en realidad se trata de repugnancia por la mera formalización, desacreditada a lo largo de una educación visual. Recuerden la primera imagen de la muerte que fijaron en su cerebro: Caín, quizá feísimo, con una descomunal quijada de burro en la mano. Abel, barbilampiño, blanco, yaciente. Después la literatura, el cine, todo, tiende a desacreditar la muerte aunque proporcionalmente la avale si la suministra el héroe. Fíjense en que el villano mata sin contenciones, sin límites. En cambio las matanzas del héroe han de justificarse siempre, ética y estéticamente. A la muerte se le ha dado un carácter ultra: o es épica o es vergonzosa. Ustedes, a lo largo de una vida profesional, que les deseo sea dilatada, comprobarán que la muerte no es otra cosa que un ademán afortunado.

La teoría del ademán afortunado presidía las cinco horas de clase semanal destinadas al arte de matar. Presidía también mis irregulares conversaciones con Wonderful, el director de la escuela, siempre tan amable conmigo. Las clases prácticas fueron al principio muy enervantes. Comenzamos con enemigos de trapo, acabamos con cobayas humanas auténticas; ejercicio de fin de curso. Empezamos aprendiendo a disparar, a apuñalar, a estrangular con dogales hindús. Después los ejercicios admitían variantes. Fue muy comentada mi versión del estrangulamiento hindú sustituyendo el dogal por la cadena de un water closet. Un asesinato in situ y con material de mano, comentó el profesor, que no hubiera realizado mejor el malogrado Orestes Docali. Pero matar con la mano era lo más difícil de todo. El cuerpo humano tiene veintidós puntos mortales. Puede llegarse a ellos mediante un golpe o mediante la aprehensión. La mano, si es experta, puede hundirse en los tejidos adversarios, aprisionar el bulto de la vida y tirar de él hasta desgajarlo. Los enemigos mueren entonces con una perfecta limpieza, los ojos cerrados, también los labios, sin una expresión que culpabilice al agresor. Sus brazos se doblan, las palmas de las manos se te oponen, pero sin tocarte. Es algo así como la prueba demultiplicar. Si se obtiene esta gesticulación, el ajusticiamiento ha sido perfecto. Es muy importante apartarse del cadáver sin mirarle. Es un muerto que olvidarás pronto si pierdes el tacto del remordimiento.

Primero matábamos peleles, perfectas reproducciones humanas. Les dábamos nombres humanos. Convivíamos con ellos. Nos inyectaban drogas del afecto, les teníamos aprecio. De pronto nos llegaba la orden de matanza en una clave codificada: cada signo traducía un ademán, matar a seres humanos auténticos requería una destreza más psicológica que manual. Eran meridionales del mundo. No sé si este concepto es suficiente. El sur se caracteriza en casi todas partes por la poca valoración objetiva de su población. El sur es siempre una referencia geográfica relativa, porque el sur siempre es norte con respecto a otro sur. Pero cualquier sur, me había hecho observar míster Phileas Wonderful, siempre está degradado humanamente con respecto a su norte referencial.
Ellos sabían de qué iba. Se lo dejaban hacer a cambio de un seguro de vida. Nada individuados, tenían una obligatoriedad sentimental para alguien que les llevaba a sacrificios tan totales. Ya eran viejos perros sin raza, de nariz húmeda y ojos despoblados. Pese a su poquedad se hacían pagar caro el último trabajo, hasta tal punto que nuestro tesorero se quejaba del alza de precios y solía comentar lo necesario que sería la permisión de un sistema similar a las razzias de esclavos o a la liquidación científica de los prisioneros. Después, ya profesional, has de matar continuamente. Entonces las víctimas se defienden, algunas saben tanto como tú. Es lo que decía el viejo Wonderful el día en que celebramos su jubilación.

- En nuestro oficio cada día se aprende algo.

Wonderful ha sumado hasta diez bienios. Era el agente secreto mejor pagado, con todo merecimiento. Era un señor en esta profesión a la que llega tanto piernas. Supo guardar para la vejez que es la suprema sabiduría de un buen agente. Aunque, todo hay que decirlo, se soporten muchas cabronadas en este oficio, la paga de jubilación es bastante buena y los descuentos en los economatos, importantes. El otro día, sin ir más lejos, me compré un somier por cinco dólares.

Fragmento de "Yo maté a Kennedy", Manuel Vázquez Montalbán.

lunes, 16 de abril de 2012

Poema de Ángel González


Al buscar en google "Ángel González" sale esta foto de las primeras. Me van a perdonar, pero pongo esta foto porque me gusta más que el rostro ajado del maestro, jajaja

Cuando estoy en Madrid,
las cucarachas de mi casa protestan porque leo por las
noches.
La luz no las anima a salir de sus escondrijos,
y pierden de ese modo la oportunidad de pasearse por
mi dormitorio,
lugar hacia el que
-por oscuras razones-
se sienten irresistiblemente atraídas.
Ahora hablan de presentar un escrito de queja al presidente
de la república,
y yo me pregunto:
¿en qué país se creerán que viven?;
estas cucarachas no leen los periódicos.

Lo que a ellas les gusta es que yo me emborrache
y baile tangos hasta la madrugada,
para así practicar sin riesgo alguno
su merodeo incesante y sin sentido, a ciegas
por las anchas baldosas de mi alcoba.

A veces las compadezco,
no porque tenga en cuenta sus deseos,
sino porque me siento irresistiblemente atraído,
por oscuras razones,
hacia ciertos lugares muy mal iluminados
en los que me demoro sin plan preconcebido
hasta que el sol naciente anuncia el nuevo día.

Ya de regreso en casa,
cuando me cruzo por el pasillo con sus pequeños cuerpos que se evaden
con torpeza y con miedo
hacia las grietas sombrías donde moran,
les deseo buenas noches a destiempo
-pero de corazón, sinceramente-,
reconociendo en mí su incertidumbre,
su inoportunidad,
su fotofobia,
y otras muchas tendencias y actitudes
que -lamento decirlo-
hablan poco en favor de esos ortópteros.

viernes, 13 de abril de 2012

Ensenada




Cuando pienso en las relaciones humanas
algunas palabras emergen gradualmente
en el panorama:
Transitoriedad, variación, tedio;
giros de trama.

Así son las guerras:
se pierde y se gana.
Todos resultan magullados.
He sufrido bajas,
también las he causado.

Mis consideraciones filosóficas
son tristes
porque la filosofía es la ciencia
de lo que nunca cambia en nada.
Categoría peculiar del pensamiento
que se extravía en su ensenada.

Y luego comprendes que la vida
es un accidente
del que nos hemos salvado,
por el momento.
Que lo que hace valioso a algo
es la posibilidad de perderlo.

Existir es eso,
ser feliz un periodo
y otras veces quedar huérfano,
en el silencio.
Distraer el tiempo,
recomponer los pedazos,
Hacer una construcción de tu destrucción,
de tu caída un ascenso;
encontrar el modo
y presentar al pasado respetos.

jueves, 12 de abril de 2012

Como un enterrador responsable




Me levanto al alba, ojeroso y cansado, como un enterrador responsable. Abro el desplegable de mi jornada bien temprano, soy muy disciplinado y trabajador.

Desayuno al abrigo de una lámpara minúscula que me aparta del inventario de la oscuridad, que hurga en el corazón del silencio.

Luego dar vueltas a esto. A lo otro. Que si esto. Que si lo otro. Así transcurren mis horas. El desperdicio que encarno, la insensatez que personifico. Mi cabeza es una esfera de bingo repleta de bolas que no traerán premio, pero se complace con el vaivén del sorteo, la papeleta inútil, el desvarío escogido.

Mi vida es servir a los demás. Y follar. Follar y servir a los demás. O quizás servirlos mientras me los follo, a un tiempo. Que me sirvan para follar, es la medida de mi tiempo. Creo. Pero no resuelvo nada. Y mientras tanto, no decido, que es lo que me aterra.

Porque yo soy mis miedos, tengo que decirlo. Miedo a las decisiones. Miedo al vacío de saberme herido. Miedo al compromiso; el compromiso es un dolor diferido en el tiempo. Miedo a la elección. A la erección –no satisfecha–. Ya me veis. ¿O no? Espero que no.

Es lo de siempre. Nunca he querido iniciar una relación, pero he ansiado follar como un babuino. Los seres humanos somos primarios, desprovistos de sentido. Y eso que me costó tanto tiempo aceptar de mí mismo es lo que resultó en configurar mi vida. Ahora sirvo a la comunidad. Y fornico. Soy un buen hombre con “el follar” dirigiendo este vano cerebro con el piloto automático puesto y la polla perdida en algún orificio.

De joven era más difícil, porque debía elegir y la libertad de elección aterra. Pero la vida consiste en ser dirigido desde el momento en que tomas un par de decisiones fundamentales. Luego da igual lamentarse. El sedal del mañana tira de la quijada de los estafados por sí mismos.

Mi gran miedo siempre ha sido enamorarme, vivir un amor intenso, esclavizante. Las relaciones sentimentales como peaje lógico de la posesión física. Yo no alcanzaba a comprender aquello tan complejo, yo sólo quería follar como antídoto contra el hastío. Por eso elegí esto: servir y follar, follar y servir.

Y es bonito formar parte de un todo más grande, un todo comprensivo. Sentirse respaldado, protegido, dispensado en mis pequeñas infamias, mis pequeños descuidos. Encubierto, qué cojones.

Y follo, follo un montón. Me encanta. Y cuando no lo hago pienso en ello. Debo estar poseído. Tal vez debiera haber escogido la carrera de actor porno. Pero no, no me gustan esas tetonas oxigenadas de cuerpos angulosos, con un alma poseída por el botox. Ni esos musculosos centinelas del émbolo que les confiere sentido. No, a mí me gustan los chicos, los colegiales, los niños. Y por eso sirvo y follo, follo y sirvo. Lo que me hace feliz me confiere sentido. Ayudo a los demás y me cobro una caricia, una paja, un polvete distraído.

Creo que elegí bien. Creo que ser párroco es lo mío.

Ahora me siento mal, por mí mismo. Me voy al confesionario. A redimir mis pecados. Y los de mis niños.

Amén.

domingo, 8 de abril de 2012

El insomnio y Dámaso



esta noche apenas he podido dormir.
será la mala conciencia; será que, en mis sueños, he fracasado.
en estos días no sé en qué pensar
pero recuerdo a Dámaso:

Insomnio

Madrid es una ciudad de más de un millón de cadáveres
(según las últimas estadísticas).
A veces en la noche yo me revuelvo y me incorporo
... en este nicho en el que hace 45 años que me pudro,
y paso largas horas oyendo gemir al huracán, o ladrar los perros,
o fluir blandamente la luz de la luna.
Y paso largas horas gimiendo como el huracán,
ladrando como un perro enfurecido,
fluyendo como la leche de la ubre caliente de una gran vaca amarilla.
Y paso largas horas preguntándole a Dios,
preguntándole por qué se pudre lentamente mi alma,
por qué se pudren más de un millón de cadáveres en esta ciudad
de Madrid,
por qué mil millones de cadáveres se pudren lentamente en el mundo.
Dime, ¿qué huerto quieres abonar con nuestra podredumbre?
¿Temes que se te sequen los grandes rosales del día,
las tristes azucenas letales de tus noches?

domingo, 1 de abril de 2012

Fragmento del prólogo a Cuaderno de Talamanca



El hombre considera que tiene derecho a contradecirse, a afirmar y negar las mismas cosas alternativamente según su conveniencia o su capricho, o simplemente su memoria, y a pesar de ello sigue teniendo a la razón en un pedestal y reverenciando a la verdad. Tal vez porque la razón ha inventado la contradicción y no haya nada más contradictorio que la verdad. Sus pasiones son impermeables a sus convicciones porque ni las unas ni las otras son sinceras, no son más que deseos y opiniones, y en la mayoría de los casos ni siquiera propios. Y a esa conciencia de que nada nos pertenece es a lo que no puede resignarse el hombre. Dicho de otro modo: el hombre puede resignarse a todo menos a la nada. Y la resignación es una forma de creencia como la creencia es una forma de resignación. Naturalmente, creer en nada es un contrasentido.

Sólo prospera, sólo fructifica, lo que se hace a medias. Las medias verdades son más digeribles por el hombre que la verdad desnuda, que suele serle indigesta. Un exceso de pureza, de perfección, siempre tiene algo de repulsivo, de falso, de hipócrita. El pensamiento, cuando se obstina en llegar al fondo de las cosas, se aniquila. Nos falta el aire en las profundidades y en las cumbres es demasiado puro. “Ir demasiado lejos es dar infaliblemente una prueba de mal gusto” dice Cioran, pero ir hasta el final significa perecer: la nada no tolera encontrarse consigo misma. Una nada enfrentada a nada, pensamiento absurdo donde los haya (“una nada trabajando en nada” Hegel), como un pensamiento enfrentado al pensamiento. El lenguaje sirve para pensar, pensar sobre el lenguaje es una perversión. Una doble perversión, como lo son todas cuando lo que se pervierte es la función originaria, a la vez del pensamiento y del lenguaje.

“ ‘Sentí un funeral en mi cerebro’ —cita Cioran de su querida Emily Dickinson—. Yo podría añadir como Mademoiselle de Lespinasse: ‘En todos los instantes de mi vida’. Perpetuos funerales del espíritu”

Manuel Arranz (Fragmento del prólogo a "Cuaderno de Talamanca"), de Cioran.