viernes, 30 de diciembre de 2011

El cierre húmedo de tu sexo





Pero estoy atado.
Escucho esta triste melodía
como un preso entre los barrotes de tu impasibilidad
al negarme tu imagen en la soledad de mi habitación.
Todos terminan por acostumbrarse a las dependencias vacías
del recuerdo.

Como un carroñero me aferro a lo poco que aún poseo.
Tú tendrías el pasaje a la isla desierta de mi deseo
en forma de cuerpo joven
ensortijado como una serpiente sobre un sofá de invierno.

Mientras, una diminuta cámara tortura al reo.
Mi pobre patrimonio,
un puñado de palabras que arañan la superficie de tu impasibilidad.
Posees la certeza de un poder que, de ser ejercido,
te llevará al lado oscuro de los condenados por el exceso.

Naturalmente hambriento
de imágenes más allá de la mente o los hechos.
Decirle a un sediento que bebiendo en un oasis
va a disfrutar tanto que no va a querer volver al desierto
es asesinarle despierto:
Irrigar un erial vacío
con el espejismo de lo incierto.

Podrías crear una instantánea.
Tal vez una en donde el objetivo pudiera contemplarte desde más lejos
y desdibujar tus límites, las líneas que ceden al prestigio de tu peso.
me pregunto dónde descansarán los residuos de tu belleza,
cuando terminan de elevarse hasta el firmamento de tu vientre
y el envés de tu cuerpo:
De qué modo dibuja su contorno
el cierre húmedo de tu sexo.

jueves, 29 de diciembre de 2011

Amor eterno




A aquellos que creen en el "amor eterno", tal vez les sorprenda esta forma alternativa de entender dicha eternidad:

"El amor es algo que muere. Y cuando muere se pudre, pero puede servir de humus para un nuevo amor. De modo que aquel amor ya muerto continúa viviendo una vida secreta en el nuevo amor, y así nos hallamos con que el amor es inmortal."

Par Lagerkvist. El enano.

sábado, 17 de diciembre de 2011

miércoles, 14 de diciembre de 2011

Algunos poemas de Philip Larkin






Pesada de flores, la cabeza

Pesada de flores, la cabeza
Para siempre en torno a una cama sin tormentas
Manos que el corazón podría gobernar
Estarán al final por oscuras manos compuestas
Cada sentido regocijado
Disperso hasta el silencio
El sol lo arrastra lejos.


Y todos nuestros recuerdos espléndidos
Escapan lejos de la inquietud de la estación
Para recostarse sobre la faz de la tierra
Que le diera nacimiento.
Como manzanas caídas, han perdido
Su dulzura al golpearse,
Y luego marchitan.


Si las manos pudiesen liberarte, corazón


Si las manos pudiesen liberarte corazón
¿Adónde volarías?
¿Lejos, lejos de todo, de toda parte
Terrestre bajo el cielo correntoso
Te volverías desolado? ¿O cruzarías
Ciudades y montañas y mares
Si las manos pudiesen liberarte?


Yo no erraría mi juicio
Mientras pudiera correr
A través de campos y socavados valles, tomar
Todas las bellezas bajo el sol
Aún en definitiva pérdida:
No encontraría ni una cama, ni un brazo tendido
Donde descansar mi cabeza.


Esta es la primera cosa



Esta es la primera cosa
que yo he entendido:
el tiempo es el eco de un hacha
en el interior de la madera


Si la pena pudiera quemarse


Si la pena pudiera quemarse
Como sumergido carbón
El corazón descansaría sosegado,
El alma desalquilada
Sería aún cual un velo;
Pero he mirado toda la noche


El fuego crecer en silencio,
La gris ceniza deshacerse:
Y avivo la obstinada piedra
Que las llamas han dejado,
Y la pena se aviva, y el sordo
Corazón queda sin fuerzas.


El Barco del Norte

He visto tres barcos navegar,
Sobre el mar, el mar que eleva,
Y el viento se alzó en el cielo de la mañana,
Y uno fue preparado para el más largo viaje.


El primer barco navegó hacia el oeste,
Sobre el mar, el correntoso mar,
Y poseído por el viento
Fue llevado hacia un rico país.


El segundo navegó hacia el este,
Sobre el mar, el falso mar,
Y el viento como a una bestia le dio caza
Para anclarlo en cautiverio.


El tercer barco viró hacia el norte
Sobre el mar, el tenebroso mar,
Pero ningún viento se adelantó
Y en su cubierta solo brillaba la escarcha.


El cielo del norte creció alto y negro
Sobre el orgulloso y estéril mar,
Del este y del oeste ambos barcos regresaron
Feliz o infelizmente:


Pero el tercer barco viajó a lo largo y lo ancho
Del mar, dentro del implacable mar
Bajo una estrella vertiente de fuego,
Y había sido preparado para el más largo viaje.




Adivinadora

Harás un largo viaje
en una extraña cama tomarás descanso,
y una muchacha morena te besará
suavemente como el pecho de un ave
que al atardecer desciende a cubrir su nido.


Ella cubrirá tu boca
Y evitará que su memoria sorprendida
Exclame, al inclinarse su rostro,
Es el mismo, quien murió hace ya mucho tiempo
Bajo un nombre distinto.


Ignorancia

Extraño no saber nada, nunca estar seguro
De qué es verdad o correcto o real,
Pero forzado a calificar o siento que
O Bueno, parece
Alguien debe saber.


Es extraño ignorar la forma en que las cosas funcionan
Sus habilidades para encontrar lo que ellos necesitan,
Su sentido de la forma, la puntual semilla esparcida
Y la voluntad de cambio;
Sí, es extraño,


Incluso usar ese conocimiento - para nuestra carne
Que nos rodea con nuestras propias decisiones-
Y todavía gastar toda nuestra vida en imprecisiones,
Por ello que cuando comenzamos a morir
No tenemos idea del porqué.


Esperando el desayuno, mientras ella peina su cabellera


Esperando el desayuno, mientras ella peina su cabellera,
Dí una mirada al estacionamiento vacío del hotel
Alguna vez pensado para micros. El empedrado estaba húmedo
Pero no reflejaba luz hacia el cargado cielo
Hundido de nieblas hasta los techos.
Desagotes y chimeneas trepaban
Por encima de las habitaciones quemando sus luces eléctricas:
Pensé: mañana sin rasgos, noche sin rasgos.


Equívoco: por qué las piedras dormían, y la niebla
Vagaba absuelta después de todo cuanto rodeaba
Aún meciendose como un detenido aliento; las luces la quemaban,
Como espuelas de una excitación ininterrumpida; del otro lado del vidrio
El frasco descolorido del día se derramaba dolorosamente
Mi mundo de vuelta después de un año, mi perdido perdido mundo
Como un reno extraviado pastando ante mi camino otra vez
Alerta ante la menor garra de la mente. Me volví, la besé,
Es fácil a la pura alegría revertir el balance por el amor.


Pero, una frágil visita, en barbecho,
Como un reno, como un campo aún salvaje y no forzado,
¿Cómo me tendrías? Hacia tu gracia
Mis promesas se encuentran y se cierran y corren como ríos
Pero sólo cuando quieras. ¿ Acaso estás celosa de ella ?
¿ Te negarías a verme hasta que yo la haya expulsado a ella
Terriblemente fuera de mí, con su viva importancia
En parte inválida, en parte bebé, en parte santa ?




Llévese uno para los chicos




Sobre una escasa paja artificial, iluminados entre paredes de vidrio
Acurrucados contra los sucios y vacíos comederos, ellos duermen:
Sin oscuridad, sin madre, sin tierra, sin pasto –
Má, llevemos uno a casa, nosotros lo cuidamos.


Juguetes vivientes toda una novedad,
Pero enseguida se desgastan.
Tomá la caja de zapatos, Tomá la pala –
Mami, ahora estamos jugando a los funerales.





Aquí


Desviando hacia el este, desde ricas sombras industriales
Toda la noche el tránsito hacia el norte; desviando a través de los campos
Demasiado gastados y llenos de cardos como para llamarlos praderas,
Y aquí y allá los ásperos lomos de burro, protegen
Trabajadores al amanecer, desviando hacia la soledad
De cielos y cuervos, parvas, liebres y faisanes,
Y ensanchando su lenta presencia el río,
Las amontonadas nubes de oro, la brillante marca de la gaviota en el barro,


Reúnen la sorpresa de un gran poblado:
Aquí capillas y estatuas, agujas de campanarios y ascensores de andamios
Junto a calles donde hay cereales desparramados, amarraderos repletos de barcas
Y residentes de sombríos complejos de edificios, que han bajado
Las muertas y derechas millas robandose un carrito de supermercado,
Empujando a través de puertas vidriadas que se abren ante sus deseos
Trajes baratos, rojos utensillos de cocina, zapatos filosos, palitos helados,
Batidoras eléctricas, tostadoras, lavarropas, secadores


Una multitud a precio rebajado, urbanamente simple, establecida
Donde solo vendedores y familiares vienen
Hasta un terminal y maloliente olor a pescado
Congregación de embarcadas calles, el museo de la esclavitud
Locales de tatuajes, consulados, sufridas amas de casa, con sus cabezas envueltas en la bufanda
Que en las afueras tienen sus cercos a medio construir con créditos ya pagados
Sombras rápidas en campos de trigo, corriendo altas como hileras de arbustivas
Aislados villajes, donde las vidas son removidas


La soledad nos clarifica. Aquí el silencio permanece
Como el calor. Aquí las hojas se engrosan sin aprecio
Las hierbas florecen escondidas, las aguas rechazadas corren raudas,
El aire luminoso del gentío asciende
Y más allá de los campos donde surgen las amápolas, un azulina distancia neutral
La tierra termina de súbito sobre una playa
De cuerpos y canto rodado. Aquí no está cercada la existencia:
Está de cara al sol, parca, fuera de alcance




Los Arboles


A los árboles les están viniendo las hojas
Como algo no del todo dicho;
Los brotes recientes aliviados se ensanchan
Su verdor es una especie de queja


¿ Es que ellos vuelven a nacer, mientras nosotros
Solo nos ponemos viejos? No, ellos mueren también
El secreto de lucir nuevo año tras año
Está escrito en los anillos de las vetas.


Y sin embargo los incansables castillos
Desgranan su madura robustez cada Mayo
El pasado año está muerto, parecen decir,
Empieza, empieza, empieza tú también de nuevo.



La cortadora de césped

La cortadora se detuvo ya un par de veces, al arrodillarme encuentro
Un zorrino acurrucado frente a las cuchillas
Ya muerto. Había hecho en el pasto alto su refugio.


Recuerdo haberlo visto antes, inclusive le dí de comer una vez.
Ahora yo había injuriado su mundo ignoto
No había reparación. En nada iba a ayudar su entierro:


La mañana siguiente yo me levantaría y él ya no.
El primer día después de una muerte, la nueva ausencia
Es siempre la misma, debemos tener cuidado


De cada uno de nosotros y los otros, debemos ser buenos
Mientras todavía haya tiempo.





Los jugadores de cartas


Jan van Hogspeuw tambaleandose llega hasta la puerta
Y mea en la tiniebla. La lluvia afuera
Llena las huellas de las carretas y desciende por el barroso camino
Adentro, Dirk Dogstoerd se sirve un trago más,
Y con una tenaza sujeta una braza, enciende su pipa,
Eructa humo. El viejo Prijck ronca tempestuoso,
Su cara cadavérica se ilumina; alguien detrás toma cerveza
Y abre mejillones, gruñendo fragmentos de canciones
De amor a los jamones colgados de la viga.
Dirk baraja las cartas. Arboles centenarios, húmedos
Pesados, se baten bajo el sitio de la bóveda sin estrelllas
Sobre esta cueva encendida de quinqués, donde Jan se incorpora, pedorrea
Arroja un escupitazo a las llamas, lanza la reina de corazones.

¡ Lluvia, viento y fuego ! ¡ La secreta paz bestial !


Philip Larkin (1922, Coventry / Londres, 1985, Inglaterra)

Arpegio de peces extraños





Pasó hace unas diez horas.

Salimos precipitadamente hacia el hospital porque papá estaba siendo reanimado de un paro cardiaco. Mi hermana iba en el coche conmigo, muda, pálida, sacudida como el margen de una orilla por el tumulto de una estampida. Le pregunté si podía poner una canción de Radiohead. "Arpegio de Peces Extraños" comenzó a sonar y, por primera vez, aquella música no escapó de mí. Cada sonido latía con fuerza en mi mente. Las letras parecían querer decir lo que mi padre no pudo: "Es cierto, todo el mundo se marcha, si tiene la oportunidad".

Cuando alguien cercano nos deja, tenemos que confrontar nuestra propia mortalidad. Tenemos que asomarnos al vacío.

Mientras, esperamos aquí, mirando el granizo de los hechos golpear a la vida, deformarla poco a poco, erosionando los corazones hasta el día en que el amor sea lo único que nos quede.

Finalmente, papá no lo hizo. No se fue. Supongo que en lugar de eso, resistió la caída, cogió impulso golpeando el fondo y escapó.

lunes, 12 de diciembre de 2011

Pasaban cosas




Pasaban cosas. Siempre estaban pasando cosas. Pero casi nadie se daba cuenta.

Un día, en el río, Rupert miró la oscura corriente y notó cómo desde el agua, ocultos por una sombra opaca, los ojos de las burbujas grises miraban a los hombres.

Otro día se escondió astutamente para espiar a las veletas, que, aprovechando el opaco velo de la noche cerrada, abandonaban los tejados para señalar clandestinamente destinos que jamás conocería el hombre.

Descubrió que los objetos inanimados poseían vida. Lo único que ocurría era que los seres humanos eran demasiado torpes y estúpidos para entender sus movimientos; para comprender que no hay una sola verdad, sino múltiples, y que a veces, creer que sólo existe una senda para llegar a tu destino es la manera más efectiva de perderse.

Las personas solían extraviarse en lo sencillo, ¿cómo pedirles pues que se dieran cuenta de la realidad que subyace tras montañas de estupidez y mentira?

Pero Rupert era distinto. Siempre lo fue. Tenía el don de una percepción única, de ver la vida a través de dos cruces de fuego que iluminaban el atlas oscuro que resume el mundo.

Pronto Rupert fue entendiendo que ver lo que los demás no ven, sentir lo que los demás no sienten, te condenaba a pastar lejos del rebaño. La singularidad es un factor de exclusión social. Lo distinto es rechazado en tanto que puede poner en tela de juicio la verdad establecida como generalmente válida. No interesan las visiones alternativas de la realidad. Lo extraño es perseguido y estigmatizado por el bien de la comunidad y sus paradigmas adquiridos.

Así Rupert fue viendo cortadas sus alas. Problemas de integración en el colegio, fracaso escolar, estudios en centros especiales, inadecuación al mercado laboral, inadaptación a las reglas de la sociedad. Finalmente, marginalidad.

Ahora Rupert manipula un ovillo de lana, al pie del roble, mientras mamá en la cocina asa el pavo para la cena de nochebuena. Los otros adolescentes no le aceptan, por lo que carece de amigos. Le suponen tonto, con un ovillo entre las manos. Pero no juega con él: trata de aprender el teorema oculto que conmina a los tejidos a utilizar un lenguaje algebraico basado en fractales recursivos alternos, de difícil comprensión para las personas. Los textiles también tienen sueños, miedos y anhelos, pero nunca son escuchados, a causa del egoísmo de los hombres, que es infinito.

Toda la realidad que creemos percibir es la pura escenificación de un engaño.

Y Rupert debe cargar con el peso de toda la estupidez del ser humano.

En la cena familiar, se muestra taciturno. Harto de poseer los únicos ojos que vislumbran el vertedero que habitamos. Harto de la responsabilidad de un saber demasiado grande para ser ignorado. Toda la familia interacciona inútilmente, esgrime la siniestra daga de la conversación absurda para herir al de al lado con su tedio. Se cantan villancicos, se vierten fingidas muestras de cariño entre los primos, tíos, abuelos y demás asimilados. Se honra la efeméride del consumo. Hacen poco caso a Rupert porque cada vez que habla les hace corroborar su impresión de que es un tarado.

Después, comen sin recato, cacareando al unísono como palomos inquietos.
Rupert escucha atentamente las disquisiciones del pavo, que le habla de una apasionante vida interestelar más allá de la segunda reencarnación en ave. Si tienes suerte en el reparto, puedes alcanzar una vida plena navegando por los confines de las estrellas más remotas.

El cuco del reloj le habla de su futuro. A través de una lengua mental basada en la reverberación de la madera tallada sobre los anillos del núcleo, le cuenta que la eternidad es atemporal como un reloj roto. Que no es real la muerte. Que todos formamos una conciencia colectiva experimentándose a sí misma subjetivamente. Que sólo somos la imaginación de nuestro ser habitando el sueño de algún otro.

Después de la cena, durante los postres, los platos rezan y los cubiertos cantan salmodias proféticas sobre el vacío del alma. El mantel susurra cánticos zuavos y los polvorones son pedazos de lágrimas.

Rupert no puede más. Son demasiadas voces eufónicas queriéndole mostrar la complejidad del mundo mientras los demás comensales se preocupan de varices, Ibex 35 o calvicies tempranas.

Rupert se levanta de la mesa y manda callar a toda la familia de un grito. Todos se quedan estupefactos por lo inesperado de ver al tímido chico intervenir autoritario. Entonces lo suelta:

"¡Esta maldita sociedad humana es un absurdo, vivís todos engañados!"

El silencio grita en la estancia hasta que la madre abraza al chico y le dice que ya le va tocando su pastilla para los nervios.

Rupert se resiste a perpetuar la mentira solidaria, no puede participar un día más del engaño. De pronto, es tan fuerte el ataque de ansiedad y frustración que experimenta, que cae fulminado al suelo, víctima de un colapso. Sufre un derrame cerebral y fallece.

Es un chico con suerte. Se mueve en segmentos vectoriales de un tiempo arbitrario.

Instantes después, rondando la quietud espectral que rodea la constelación de las Hespérides, el frágil polvo de estrellas es atravesado por un veloz pavo intergaláctico que prosigue su largo viaje hacia los desmadejados confines del ovillo llamado "universo conocido".

miércoles, 7 de diciembre de 2011

El problema de Pitágoras




Pitágoras estaba con un problema y no conseguía resolverlo. Además no paraba en su casa.
Su esposa, Enusa, se aprovechaba de la situación y copulaba con cuatro paletos del pueblo vecino.
Un día, Pitágoras, cansado, volvió más temprano a su casa y encontró a Enusa en flagrante acción y mató a los cinco partícipes de la orgía.

A la hora de enterrarlos, en consideración a su esposa, dividió el terreno por la mitad y en un lado enterró a la esposa.
El otro lado lo dividió en cuatro partes y enterró a cada pueblerino en un cuadrado igual; de esa forma los cuatro ocuparon un espacio idéntico al que estaba enterrada su esposa.

Subió a la montaña al lado del cementerio para meditar y, mirando desde la cima hacia el cementerio, encontró la solución a su problema.

Era obvio:

el cuadrado de la Puta Enusa era igual a la suma de los cuadrados de los catetos.

domingo, 4 de diciembre de 2011

Cohen Dixit





“Lo único necesario para ser generalmente amado, era publicar las propias ansiedades. Toda empresa capital de arte es un calculado despliegue de sufrimiento.”

Leonard Cohen.

martes, 29 de noviembre de 2011

El ladrón del tiempo





No puedo creer en qué me he convertido.

Mi conciencia pecuniaria necesita un justificante de pago. Mientras, mi corazón se declara insolvente. Es la crisis. Claro. ¿Qué va a ser si no? Hoy no nos quedan domingos por la tarde, ni conciencia social, ni agravios, ni deseo, ni tristeza ni multas de tráfico. Bueno, puede que multas sí. Para no olvidar el altruismo de circunvalación; el voluntariado de extrarradio. Para permitir apurar un poquito más el legado de Midas en los ayuntamientos.

Cuando entro en los servicios públicos, según meo, un tipo entra en un retrete, echa el cerrojo y se pone a hablar. Parece una conversación. Un largo parlamento. ¿A quién o qué le estará hablando este filisteo? Lo normal es pensar que le estará hablando a su canario, pero no.

Le habla a su soledad, que se ha vuelto una grande y libre, como la crisis. Como el desespero de una mosca tratando de huir de un pastel de merengue. Este es el fango en que nos solazamos.

En un mundo desolado, carcomido por el amor de los avarientos, el mundo se llena de esperanza ante el cambio de gobierno.

Promesas de prosperidad cercana, tesón y esfuerzo; nuevas iniciativas para relegar el descontento generalizado al lugar donde reside el abdominal marcado de Falete: otro mundo paralelo.

Del modo que se arengaban los socios del Ku Kux Klan al abordar en tropel al desprevenido negro: "Juntos podremos".

El presidente electo, recién estrenado el cargo, guarda silencio durante semanas. Tiene en sus manos la llave maestra que traerá el crecimiento y el bienestar a su pueblo, pero se toma su tiempo para exponerlo. Para concretar el plan. Los acólitos enfervorecidos contienen el aliento esperando ese tan ansiado milagro.

Cuando el plan se concreta en medidas efectivas, enumeradas a bombo y platillo en todos los noticiarios, no puede ser más unánime el apoyo del pueblo.

¡Únete al cambio! (no se deja claro si éste será a mejor o a peor, pero si es cambio, ¡bienvenido sea!).

He aquí las medidas a emprender:

Los funcionarios son una evidente lacra social que succionan como lapas de nuestros impuestos. Por tanto, ya va siendo hora de hacerles ver que el derroche ha terminado. Se reinstaurará el derecho de pernada sobre las funcionarias de buen ver de hasta treinta años. Las feas y obesas mórbidas quedan exentas, pudiendo realizar trabajos complementarios, tales como el suicidio. Los funcionarios interinos serán reubicados en puestos análogos a la condición de esclavo y mendigo. Se podrá optar entre faenar en las minas de carbón, oficiar de mercader de órganos ilegales (propios) o extractor de diamantes de sangre en Liberia, oficio que como todo el mundo sabe, se paga a un precio altísimo (frecuentemente, la propia vida).

Los funcionarios que tengan plaza fija no pueden ser removidos de sus puestos, una pena. No obstante, estos serán sodomizados con un palo de escoba periódicamente por el interventor para que no se les olvide lo privilegiado de su posición (a cuatro patas).

Por cierto, los políticos cobramos también de vuestros impuestos, pero no somos exactamente funcionarios, así que nos subiremos el sueldo un doscientos por cien para disponer de más recursos con los que diseñar los planes maestros con los que el país será ejemplo a seguir de crecimiento en toda la galaxia y el universo conocido.

El problema del paro es realmente sencillo de solucionar. Se exportará a los cinco millones de parados a Marruecos, en virtud del acuerdo cautelar que ya se está negociando con el rey de dicha monarquía. Así, nuestra nación dejará de tener parados y podremos proclamar felizmente la tasa de paro igual a cero en todo el territorio patrio. Para evitar posibles tentativas de reingreso en suelo español, se apostarán francotiradores a sueldo en todos los riscos y enclaves estratégicos que van desde Ceuta a Melilla, así como en el estrecho.

Acerca del insignificante problema de los pensionistas: Con cargo a las reservas de Fondos de Pensiones acumulados por los mismos durante toda una vida, se organizarán paquetes vacacionales de fin de semana en modalidad "sólo (desped) ida". Una vez en el destino paradisiaco elegido (a escoger entre Bagdad, Guantánamo y el Inframundo), nuestros jubilados disfrutarán de toda suerte de lujos y atenciones en un complejo hotelero de cinco estrellas. Llegado el final de la plácida estancia, los descansados y pletóricos usufructuarios de nuestro plan de jubilación "ocaso duradero" serán conducidos a amplias salas donde, confortablemente, serán sedados con dulzura mientras escuchan una relajante música chill out, para acto seguido disfrutar, a su elección, de un exquisito zumo de cianuro, de una vacunita de inyección letal o de una comilona (siendo pasto de los perros salvajes). Gracias a este inteligentísimo y meditado plan, se resolverá el déficit del estado de bienestar y se dispondrá de nuevo de liquidez en las arcas públicas con la que poder reflotar el maltrecho sector de la construcción de complejos urbanísticos en el 99% del litoral español virgen y urbanizable. Se entenderán urbanizables, según la remozada Ley de Costas, hasta cien metros de las aguas territoriales, habilitando para este fin lenguas de tierra, archipiélagos e islotes artificiales con arena extraída de las extintas plazas de toros: Como ven, la austeridad y el ahorro, serán los criterios rectores de nuestro plan de recuperación económica. ¡Ríete tú del neocalvinismo!

De aquí la ola de optimismo que recorría la ciudadanía en aquellos difíciles pero esperanzadores tiempos.

Por eso me convertí en ladrón del tiempo.

Por eso esperé a que el inventor de su propia soledad dejara de hablarse estúpidamente y cuando salía por la puerta del retrete le estrangulé con la desmesurada fuerza de mi ilusión por la recuperación. No podíamos permitirnos a un aguafiestas antisistémico incapaz de participar de nuestros sueños de crecimiento.

Por eso me convertí en ladrón de su tiempo, de lo cual no me arrepiento.

Salí de los servicios públicos experimentando un placer similar al que hace entornar los ojos.

Era el cambio. Era el progreso.

jueves, 17 de noviembre de 2011

Existe una alternativa a la masturbación, pero habla demasiado







No me gusta esa chica. Tiene nariz de cocainómana. Así, con las aletas de la nariz muy ensanchadas. Como pequeños cráteres. Me da repelús.

La otra no está mal pero es rumana o estonia o de no sé dónde. Señoritas que se quieren casar por los papeles.

Hay una sudamericana bastante guapa. Chiquitita. Tiene novio pero está abierta a conocer gente. Nunca se sabe. El problema es que cada vez que leo las cosas que pone en su perfil, un escalofrío me recorre el perímetro escrotal. Ella es ultra católica y da gracias a su "diosito del alma" todos los días por ser tan bueno con ella. Da gracias por tener unos amigos tan geniales. Por tener una familia tan unida y santa. Por tener trabajo. Joder. Tira para atrás. Me pregunto si cuando su novio se cuaja en el sofá viendo la peli del viernes noche, le da gracias por ese hedor a putrefacto tan generoso y duradero.

Así pierdo yo el tiempo. Eso cuando no me quedo atocinado, vislumbrando el infinito en las pelotillas de la alfombra o la trascendentalidad del amasijo de pelos atascados en el sumidero de la ducha.

No somos nada. Y vamos a menos.

Creo que no encontraré al amor de mi vida en las páginas de contactos. Tampoco en las redes sociales. Me voy dando cuenta al ir acumulando fracasos y sinsabores. Creo que no encontraré el amor, a secas.

El amor verdadero parece un slogan edulcorado, una hábil manipulación comercial de algo infinitamente más burdo, más sumido en claroscuros, orquestada por los que manejan el cotarro para tenernos controlados. Para llevarnos por el buen camino. Para activar el ciclo económico. Para que gastemos en ropa con la que resultar atractivos al amor. Para que llenemos los bares intentando ligar. Las peluquerías, los centros de belleza, los gimnasios.

Hoy la imagen lo es todo. ¿Por qué va a ser si no es para gustar? Gustar al sexo opuesto. Al coincidente. Al vecino que parece sacado de un anuncio de Gillette. A esa chica tan guapa, todas las mañanas en el metro. A la jefa o jefe. A los compradores de puerta fría. A los amigos de él, a los amigos de ella. A los suegros. A tus amigos.

Pero la realidad nunca supera las expectativas. Es la falta de amor la que llena los bares.

Si depurara todo lo malo que ha salido de mis relaciones, no sé qué me quedaría. Un gurruño de pelos atascados en el sumidero del amor, supongo.

Además, tampoco he sido nunca muy apasionado. A ver si nos entendemos. Follar está bien, pero cansa. Y no lo es todo. Hay otras variables a tener en cuenta. Una mujer nunca es sólo una vagina. También está la persona adherida a la vagina. Eso está estupendo si te gusta la mujer. Si no es así, todo se complica mucho. Soportarse, me refiero. ¿Cómo decirlo no demasiado prosaicamente? Me cuesta. No sé.

Digamos que existe una alternativa a la masturbación, pero habla demasiado.

No está tan mal, después de todo. Lo de la soledad. Lo del olvido. Acabas comprendiendo que es un mecanismo de evasión. Una cura de humildad de nosotros mismos. Un necesario reiniciar del disco duro, cuando está jodido. Y es una cuestión de tiempo. Periodos cíclicos y vuelve a estar jodido. Nunca falla. Formateas todo, de nuevo la cosa fluye naturalmente, y cuando te estabas confiando, cuando ya planificabas horizontes idílicos, te han vuelto a entrar virus y troyanos en el sistema operativo de la felicidad.

Acabas comprendiendo muy bien el cinismo triste de los vencidos. La poderosa estética del perdedor, el sabor a licor amargo en el paladar del fracaso.

Todos somos pobres diablos que se debaten en el proceloso mar del destino, aunque a veces podamos ser afortunados inquilinos estacionales en el edén de la providencia.

"Eden". ¡Qué canción más bonita de Hooverphonics! Busco el mp3 y escucho la canción desmadejando el pesimista ovillo de mis pensamientos. A fin de cuentas, de poco sirve teorizar cuando el estigma del amor futurible llama a tu puerta.

Seguimos apostándolo todo en la ruleta sentimental, arriesgando en cada mano, como energúmenos. No sé si será por esperanza, por costumbre, por necesidad o por endocultura.

Tal vez sea porque nos aburrimos.

Poco importa.

miércoles, 16 de noviembre de 2011

Confesiones de un gusano



Sentado en la acera mojada, echo un cigarrito. Espero. Observo al gusano que sale cuando llueve, cuando se dejan caer las gotas como bombas sobre Berlín. Gusano gordo, lento, viscoso. Tan frágil, tan silencioso. Me gustan los gusanos, tan próximos a la nada y sin embargo tan reales.

Aún queda tiempo y todo puede pasar, pero la promesa de renacer, de la crisálida, ondea en la sombra de tus retorcimientos. No importa el gusano, sólo el flamígero tumulto del viento. El horror de vivir en lo sucesivo.

Como siempre, está todo listo. Sólo falta la víctima. Pito, pito, gorgorito…

Por eso me zambullo en la noche despeinada. Por eso enumero los cuerpos que encuentro en la fosa común de la vida. Como un funcionario del tercer Reich durante el recuento. Elijo a alguien. Aniquilo el libre albedrío, como un boleto de lotería obsoleto.

Parado frente a la discoteca, presiento una víctima. De nuevo, vuelve a pasarme. Siento que tengo que hacerlo. Siento que es ella. La elegida. Me carcome el impulso: gusano negro de mis desvelos. La observo caminar. Es una mujer joven. Decidida. Hermosa. Uncida a la belleza, como mi alma a lo siniestro. La sigo a cierta distancia, sorteando coches y borrachos. Esperando el callejón exacto. El escenario adecuado para mi representación macabra. La turbia cloaca de la oscuridad en la que me hundo desde hace tiempo.

De pronto, noto que algo raro pasa. Algo anómalo. Ella está acelerando el paso considerablemente. Mira en todas direcciones. Con nerviosismo. Mira los escaparates cerrados de los comercios. A la gente que pasa. Hace a su nervio óptico cómplice de cada acera. Mira incluso hacia atrás, confundiendo sus pupilas con las mías. Aparto la mirada. ¿Habrá reconocido la maldad en mi rostro?

De pronto, echa a correr. ¡No es posible, me ha descubierto! Por una vez digo sin mentir "es la primera vez que me pasa". En mi preocupación, dudo sobre qué hacer. Miro alrededor. Apenas hay gente. Decido seguirla. Ella se desvía, internándose en un aparcamiento subterráneo que da a la calle. Corro más rápido para no perderla de vista. Tejemos nuestra caótica danse macabre entre columnas y plazas vacías. Consigo acercarme más pero ella no se vuelve. La veo entrar apresuradamente en el cagadero. Cerrar de un portazo. Oigo cómo echa el cerrojo. ¡Joder! Ahora sí que estoy confuso. Ha sido más astuta que yo. ¿Cómo debo actuar? Podría esperarla aquí fuera, pero lo más seguro es que ella no abra en mucho tiempo. Además, alguien podría verme. Es arriesgado. Piensa, piensa, ¡PIENSA!

Apenas han pasado segundos desde que se encerró en el baño, aunque, en mi cabeza, soy un año más viejo. En ese instante se escucha un sonoro pedorreo. Parece como una ráfaga de metralleta. ¡Qué horror! Luego se percibe un copioso chorreo, como un manar de lava de volcán salpicando el promontorio del cagadero. ¡Qué es lo que oyen mis oídos! ¡Tiene colitis de explorador! ¡Una disentería digna del Coronel Tapioca! Ahora la oigo suspirar de alivio. Se toma su tiempo. Mucho.

Ha pasado bastante rato, durante el cual, sólo he tenido la dudosa compañía de alguna que otra hormiga solitaria y del opaco aroma del subsuelo. Nada reseñable. Aún espero. Sé que debería haberme marchado, pero estoy decidido. Pito, pito, gorgorito… Debe ser mi víctima. Voy a hacerlo. Lo sé y me temo. Mi corazón como uranio: empobrecido.

Oigo descorrer el cerrojo. ¡Al fin! Ella sale del váter. Y me mira.

–¿Y tú…? ¿Qué haces aquí? ¿Quién eres?
–Esto… ¿cómo que quién soy? ¿Es que no me habías visto antes?
–Sé reconocer perfectamente una cara, especialmente si es alguien tan feo. ¡No te he visto en mi vida!
–Pero, ¿entonces por qué corrías antes por la calle? Yo pensaba…
–¿Que por qué corría? ¡Pues porque me lo estaba haciendo encima! Estos cabrones de la discoteca tienen el servicio que parece una pocilga. No quieren que nadie les deje un regalito en el baño y ponen todos sus medios al alcance para conseguirlo. No hay tapa en el váter, y además está todo meado. Por supuesto no hay papel y además la madera de la puerta está hinchada y ni siquiera encaja en el marco, con lo que no se puede ni echar el cerrojo. ¡Vamos, una vergüenza!
–Oh, ya veo.
– ¡Oye, espera un momento! ¿Cómo sabes que iba corriendo por la calle? ¿Es que me has estado siguiendo?
–Bueno, yo…
–¡Pero bueno, qué clase de pervertido eres! ¡Aparta de mi vista, enfermo!
–¡Espera un momento! ¡Cállate de una vez! ¡Llevo una eternidad esperando que salieras! ¡Ahora pienso hacer lo que he venido a hacer!

Ella me mira alarmada. Cabreado impongo. Noto el temor en sus gestos. Algo que adoro y que me excita profundamente. Entonces yo hago lo que necesito hacer. Es siempre mágico, este momento. Por fin, abro mi gabardina como un Bogart trasnochado y le enseño mi pene erecto. ¡Qué placer tan intenso!

Sin esperarlo, ella empieza a reír a carcajadas señalando mi sexo. "¡Jajaja, dios mío, nunca había visto un rabo tan pequeño! ¿De dónde lo has sacado? ¿Se lo has quitado a un pitufo y luego te lo has teñido? ¡Ay, por favor, que me mondo!

"Y hasta aquí llegan los hechos como los recuerdo, señor juez. Por eso la maté. Tuve que hacerlo. Era demasiado humillante. Ver su cara hinchada. Roja. Riendo. Pero no era mi intención, se lo juro. Yo no soy un asesino. Yo sólo soy un pobre enfermo. Necesito exhibirme para llegar al orgasmo. Soy la víctima y no el verdugo. No soy ningún asesino. Intérnenme en un centro mental o algo así, ¡por favor!"

Y esa es mi triste historia. Desde entonces han pasado siete años. Por supuesto, en el juicio salí culpable, y actualmente me pudro en presidio. En estos tristes y eternos siete años he sido la "putita" de más de un cabrón asesino. Estos sí que son malas personas. Lo más bajo de la sociedad. Criminales sin escrúpulos, la mayoría de ellos. Yo sólo soy un pobre gusano perdido. Tan frágil, tan silencioso. Tan próximo a la nada y sin embargo tan real.

Aún queda tiempo y todo puede pasar, pero la promesa de renacer, de la crisálida, ondea en la sombra de mis retorcimientos. Sé bien que no importa el gusano, sólo el flamígero tumulto del viento. El horror de vivir, en lo sucesivo.

viernes, 11 de noviembre de 2011

Cazando





Periodo Magdaleniense. Cae la tarde en Altamira.

El joven Ugu deglute su desdicha. Ñara no quiere. Eso da a entender. Sutilmente. Gruñidos guturoides mediante. Si se pone pesado, pellizcándole el triángulo boscoso del pubis con un pico de garza o seccionándole una tetilla con un aparejo de sílex. ¡Menudo carácter! Qué hacer. Sin tele. Sin fútbol. Sin Internet. Sin cerveza. Sin deudas, con lo entretenidas que son. ¿Por qué no querrá?

Contempla el prado melancólicamente. Imagina miles de criaturas, pequeños animalillos, roedores, mamíferos ungulados, insectos, todos ellos dale que te pego, cruje que te cruje, soslayando el tedio. Algunos apenas mayores que una mota de polvo, pero todos dotados de una providencial capacidad para el jinque. Y él allí, asuetoso, pelando la pava. El cuello de pavo, más bien. Se sacude la comadreja entre lágrimas de incomprensión. Es tanto el deseo y tan paupérrimo el consuelo manubrial.

Se aburre. Juega un rato a hacer chispitas con dos pedrolos de pedernal. Se echa unas tabas con un puñado de astrágalos resultantes del fino despiece de varios integrantes de una tribu rival. Amasa un voluminoso moco. Lo ingiere para luego saborearlo con indisimulado deleite. Se deja ver por el Dólmen y gruñe con los demás jóvenes al ensordecedor ritmo de los rudimentarios tambores de piel de escroto de babuino. Si al menos fuera valiente. Entraría en la cueva con la garrota por delante insinuando "esto es lo que hay". Su vecino de cueva, Gru, sí que sabe. Cada vez que su parienta esboza un atisbo de rechazo, le suelta un buen garrotazo en la cocorota y listos. Luego la baja a la pradera para no clavarse el duro suelo de piedra y la posee semi inconsciente. Pero Ugu lo hace mal. La deja gruñir de más, y por ahí le gana la mano. Es muy persuasiva. Ugu no sabe que el devenir histórico alumbrará un día en el que estas hermosas criaturas dominarán el mundo, esclavizarán a los varones, asesinarán a la mayor parte de ellos, conservando unos pocos aislados en cápsulas incomunicadas, para extraerles el esperma, el cual posteriormente se tratará genéticamente para engendrar únicamente hembras. Una sociedad ya no matriarcal, sino femenina. Pero no adelantemos acontecimientos.

Simplemente hay días en los que Ñara se muestra renuente. A veces se señala la cabeza. A veces cruza las patitas con fuerza. A veces le enseña el dedo anular, críptico gesto que Ugu aún no ha descifrado del todo pero que parece querer decir "acércate y morirás de hemorroides en racimo". Ugu, de temperamento respetuoso, siempre se ha apartado gentilmente en estas ocasiones pero hoy es distinto. Hoy se considera un "indignado" y va a hacer oír sus protestas. Ya está bien de que los altos poderes no tengan en cuenta las reivindicaciones de los débiles. La unión nos hará fuertes: así pues, se asocia con su mal genio, su aburrimiento y sus ganas de follamen. Se va a enterar esta.

Primero adopta una actitud agresiva y, como quien maneja una cachiporra, golpea con su pene enhiesto la cara de la esquiva hembra. Mal movimiento. Ella le suelta un mordisco terrible y ahora una notable brecha sangrante afea su maltrecho gusanito de carne.

En segunda instancia decide adoptar una estrategia más sutil. Ataca furtivamente a la hora de la siesta. Acerca un dedito juguetón a las latitudes inferiores del mapamundi corporal de Ñara. Lo introduce cuidadosamente en la cavidad rosada. Primero la puntita y luego dos dedos enteros. Ahora remueve despacito. No pasa nada. Así que continúa. Y nota un tacto considerablemente mojado. Esa señal le suena. ¡Está dispuesta! Alegremente congrega cuatro dedos y los invita al ceremonial del sube y baja vertical. De pronto, sin esperarlo siquiera, recibe un durísimo y fatal golpe en el coco con un fémur de felino dientes de sable. Aúlla de dolor. "¡Pero qué he hecho yo para merecer esto!" se pregunta. ¡Si estaba mojadito! Entonces observa sus húmedos dedos y los descubre empapados en sangre. En ese momento, Ugu aprende dos importantes lecciones: la primera, que no te puedes fiar de una criatura que sangra todos los meses y luego no se muere. La segunda que cuando ellas dicen que no, es que no.

Enrabietado y enloquecido a partes iguales, gruñendo enfurecido, descarga su enajenación sexual limpiándose la sangre de las manos con las paredes de la cueva. Luego moja sus manos en la herida abierta de su parietal y procede a hacer lo mismo. Cuando termina, casualmente, lo que ha quedado impreso sobre el muro de piedra se parece mucho a bisontes corriendo. Ñara alaba el acabado estético de la escena. En poco tiempo y sin pretenderlo, Ugu crea tendencia y poco a poco, en esos días difíciles en que las compañeras de cueva no quieren marcha, se empieza a generalizar la moda de utilizar los fluidos menstruales para hacer dibujitos en las paredes con los más variados motivos rupestres. Finalmente, los milenios pasan, los motivos y las causalidades se diluyen en el marasmo del tiempo y tenemos al profesor de paleontología Edelmiro Copón sosteniendo en su mano el provecto cráneo del Neanderthal Ugu frente a sus alumnos.

"Y como podéis ver, este cráneo presenta la particularidad de una fractura en la zona parietal, probablemente a consecuencia del ataque de un depredador o de alguna lesión cazando".

Sí, sí. Cazando.

viernes, 4 de noviembre de 2011

Salvo en éste caso




Katy da a luz a dos mellizos, uno negro y otro blanco.

Y Koné piensa en asesinar a Katy. Tan vulgar es.

¡Ay la vida, qué reveses tiene! La de veces que se habrá contado la clásica broma del tipo blanco que es corneado sin saberlo y cuando nace el retoño se descubre el pastel. De chocolate. Y ahora lo mismo, pero al revés.

En este caso al revés, porque Koné es negro. De Liberia. Y su pastel es merengue: un bastardo del Real Madrid. Hay que joderse.

Koné que tanto ha vivido, que tanto miedo ha visto refulgir como vómito de bulímica en las pupilas de sus víctimas.

Koné fue mercenario. Participó en conflictos armados. Por dinero, claro. Irak. Antigua Yugoslavia. Colombia: su programa estatal contra los cárteles. Finalmente, Costa de Marfil. Conculcó derechos humanos. Dificultó el derecho de autodeterminación de los pueblos. Reprimió manifestantes pacíficos. Masacró población civil. Con desdén. Como quien libera un pedo silente sobre el suave lino de un cojín terso. Como quien aplasta una hormiga. Emitiendo un plácido bostezo.

La empresa tapadera para la que trabajaba era una compañía privada de seguridad. Grandes pagadores. Gente seria. Que saben hacer las cosas. Así da gusto.

Después, la jubilación. A los treinta. Dejó el oficio porque ganó el suficiente dinero y siguió vivo para gastarlo. Se instaló en París. Fumó. Bebió. Inspiró temor y disfrutó con ello. Se corrió buenas juergas con las putas de Montparnasse, los gángsteres de baratillo, las barras últimas de la noche. Contempló infinidad de mujeres por la parte de las raíces hasta que una hermosa flor germinó en su tiesto: Katy. Una francesa colonial, de marfileña exuberancia, negra como un interno en estado crítico de la unidad de quemados, en el hospital del deseo inconcluso.

Koné se enamoró. Claro. Hasta el tuétano. Y la cagó. Ahora lo constata al ver ante sí un bebé negro y otro blanco. Qué hacer.

El médico dice que pudiera ser algún gen recesivo perdido. O tal vez en su árbol genealógico, o en el de Katy, hubiera algún blanco y lo desconocieran. Koné escruta al médico franchute. Es blanco. Blando. Mirada esquiva, temblorosa. ¿Y si fuera el padre? Koné está cabreado y cuando se cabrea se torna impulsivo. Se deja llevar por lo peor de sí mismo. A la mañana siguiente el doctor no acude al trabajo. Sus compañeros preguntan por él, extrañados. Ignoran que en éste momento su cuerpo descansa apacible, en el fondo del Sena, con una piedra enorme atada al cuello. Eso sólo lo saben Koné y el muerto. Pero los muertos no hablan. Están mejor callados. Sin hacer desafortunadas conjeturas sobre etimologías de bebés blancos.

El cabreo de Koné sigue en aumento. En la calle, con el carrito, el mendigo borracho del banco hace un chiste sobre los helados de nata y chocolate. El manchurrón de vino torna arroyuelo escarlata en su pecho cuando Koné le raja el cuello en un callejón desvencijado. Koné hace desaparecer el cuerpo en el alcantarillado. Quemando en su jardín manos, pies y dentadura del borracho. Un profesional es un profesional. Las ratas harán el resto.

Koné está triste, pero no puede hacer nada. No puede matar a Katy. No serviría de nada. Está enamorado. Condenado. Calienta dos biberones en el microondas y suspira ausente. Espera. Para esto ha quedado.

Es de suponer que sería más feliz si conociera mejor la historia de aquella joven mujer pobre. La que en su día lo abandonó en el orfanato de Monrovia por no poder hacerse cargo de él a causa de cinco hijos previos con un díscolo guerrillero de Sierra Leona. La misma a la que luego él asesinó por despecho. Por todas las miserias y maltratos soportados en el hospicio. Dejando a esos cinco hermanos destrozados. Como él, huérfanos. Si la hubiera dejado explicarle, habría conocido el motivo real de su puesta en adopción.

El caprichoso destino quiso verle nacer negro azabache, no mulato, ni blanco. Pero en realidad, Koné, era el resultado de una aventura extramarital entre su madre liberiana y aquel galante alemán, tan guapo, cooperante de ONG, que ayudaba con humanitario tesón en el orfanato del campo de refugiados. Algo había que hacer para no revelar el desliz a ojos del violento y celoso marido.

Pero la vida tiene estas cosas: la vida es una paleta de color inabarcable. Y la verdad se distrae en los matices. El mundo no se rige por el maniqueísmo. Las cosas no suelen ser blancas o negras.

Salvo en este caso.

jueves, 27 de octubre de 2011

Soy una marioneta en una cuerda solitaria






Soy una marioneta en una cuerda solitaria. Olvidada.

Colgado de una estrella intermitente acaricio en mi mente tu recuerdo.

Mientras naciones enteras se declaran la guerra como buenos hermanos y el dinero gobierna al mundo, como la mierda al moscón cojonero.

Mientras el sistema agoniza y nosotros lo prefiriéramos bien muerto.

Hoy, que los niños de ocho años tienen cuenta de Facebook, de Twitter. Hoy que viven umbilicados a su iPod, iPhone, iPad, mientras yo oscilo en mi juguetona memoria la peonza de mi pasado. Las chapas. El yoyó del tiempo franqueado.

Luego, frente al espejo, contemplo al homúnculo gris que vuelve al trabajo vestido de fracasado.

Hoy que el tercer mundo es veinte veces el primero, pero seguimos exprimiéndolo como un pomelo.

Hoy que ni la sangre que vertemos merece el sacrificio del carnero.

Hoy que los empresarios pretenden hacer a los calvos cortes de pelo. Hoy que del aliento de los poderosos emana Zyklon B y genocidio obrero.

Hoy, espero.

miércoles, 26 de octubre de 2011

Apretando




Apretando, apretando, jodiendo, que es Gerundino, no Jacobino. Esos no, que esos eran los malos. Venga a guillotinar cogotes. (Nunca de merluza.)

¿O eran los Girondinos? Mecachiiiis. Mi cultura hace aguas. Desde hace algún tiempo. Como dijo Vázquez Montalbán, hasta los treinta años no es necesario tener memoria. Luego sí, o te vuelves un enano. Un enano intelectual.

El saber es limitado, pero el desaprender nunca descansa hasta habernos enterrado. A partir de ahí, poca cosa. Apenas conocemos cabello, uñas y gusanos. Qué filantrópicos ellos. ¡Qué insigne trabajo! ¡Remordedores de conciencia en descomposición!

Haciendo aguas. Ella sí que hace aguas. Me acomodo en la balsa trémula. Mi remo de ingle en su piélago ahumado. Qué bonito es el amor. Cuando se hace. Con uno mismo o contra el infeliz de al lado.


Apretar, apretar. Bombear. Empotrar. Sexo. Sexo a raudales. Uno de los dos pretextos para seguir vivos. El otro, La muerte.


Ella gime. Yo soy fuerte. Por un instante leve. Por un dejarse llevar, de corriente. Pero fuerte. Como la halitosis del estibador portuario. Como la uña podrida de seis centímetros del usurero de extrarradio. Como el tobillo varicoso de mi suegra Sagrario.


Ahora ella me posee, me ansía, me entroniza. Me fagocita. Me vuelve roma la punta, como a un cucurucho en verano. Las pasiones cervales son como los chistes malos. No se explican. Se entienden o no. Y nos entendemos, cuando nos atravesamos.


Ahora parece llegar el momento del orgasmo. Pero me detengo en el acto. Observo la escena. Fijo el momento, como fija colmillo el licántropo. Miro sus ojos. Su cabello exacerbado. Su deseo flamígero hiriendo mi desamparo. La vida tiene estas cosas. Estas pocas cosas por las que diferimos ser incinerados. Expulsados de esta puerca vida. Carne de desahucio. Pero queda lo poco bueno. Y habrá que aprovecharlo. Ahora o nunca. Por eso me contengo mis ganas de muerte. Mi facultad de orgasmo.

Ella me mira alarmada. Pausa inadecuadamente prolongada. Tormenta dorada que espera, como su cabello revuelto sobre la almohada.


–¿Por qué te detienes? ¿Qué cojones pasa? ¡Estábamos en lo mejor! ¡Sigue un minuto más! ¡Que no me queda nada!


–Lo siento. Es un experimento.


–¡Pero sigue! ¿Por qué demonios te quedas parado y te atoras con la mirada fija, sin moverte…?


–Es que estoy probando una nueva técnica sexual sacada del Internete.


–¿Y cómo se llama?


–Buffering...

lunes, 24 de octubre de 2011

Mi coño de la guarda




Lámeme. Lámeme esta noche y no vuelvas.

Ojos como escarpias. Dedos arteros sisando la tibieza del cuerpo. Como la cellisca a la dermis de un cisne en invierno.

Aquella puta. Mi puta ovárica: mi coño cosmológico. Mi musa. Una balsa de humanidad entre tanto esperpento. Entre tanto circo. Entre tanto cuento.

Poesía eran los contornos al viento de su vestido.

Tenía un coño como el Hermitage. De dominio público.

Era la feminidad misma. Años luz del engendro sintético ese de Carrie Bradshaw. El desierto del Fez aún anda sacudido por las alucinaciones que produjo su radiante cuerpo en la mirada de los Bereberes perdidos. El estanque sinuoso de su cintura. El oasis fértil de su ternura en un mundo desvalijado por cuervos y políticos: economistas del descuido.

Ella conocía la verdad: lo esencial es invisible a los ojos. Lo esencial está en el interior. De los calzoncillos. De la billetera: del estiércol.

Lo más bonito de las personas está en su interior. Quizá esa frase fue suya. O de Jack el Destripador. O de Simbad el marino. Familiares míos.

Era una meretriz ilustrada. Me ponía al corriente sobre Strindberg. Rabelais. Bernard Shaw. Vallejo. La conciencia social cósmica emanaba como un estigma seráfico de su hospitalario agujero negro. Muchos menesterosos lloraron calmos sobre su felpudo de proverbial beneficencia.

Mientras, en las aceras, el amor era una metáfora grotesca traída por los pelos a un mundo oscilante sobre un eje vencido.

Fuera de su coño cálido, el mundo no tenía sentido. Hoy sigue sin tenerlo.

Una noche triste como un cenicero vacío, la muerte fue su encuentro. Intrigada, quiso conocer la maravilla de su hospedaje, de púrpura y armiño. Tanto le conmovió que acomodó en el vientre de la Venus su nido. Se personó disfrazada de amante posesivo.

La hoja del puñal, al atravesar el abdomen de la deidad, se derritió, como pidiendo perdón por el error cometido. Pero ella, mi musa, no murió entonces. Tampoco lo haría nunca. Al punto final de los finales le siguieron dos puntos suspensivos.

La muerte que le infligieron transfiguró en amor supracósmico. En impensable ternura. En extático polvo de estrellas. Dispersado para hacer más acogedor el silencio espacial que nos asola por dentro. El azul marino exosférico, nuestro cerúleo enemigo. Melancólico azul cobalto, como ojo de lobo defenestrado en el cauce del río.

No se fue. Se nos llevó consigo.

Esta mañana fría, de otoño mal digerido, al asomarme a la ventana, vi que llovía.
Pero yo no cedo a la melancolía porque sé que no son gotas de lluvia intrusa lo que moja las mejillas de la faz de mi piso. Es su coño enamorado, vertiendo lágrimas de flujo hospitalario para que sepa que siempre está conmigo. Acompañándome. Cuidándome. Mi coño de la guarda. Brindándome su celestial cobijo. Vaginal abrigo.

Hasta el día en que se reúna con todos.

Y conmigo.

viernes, 21 de octubre de 2011

Son demonios tus ojos




"Son demonios tus ojos. Con los que escribes."

Eso decía el parco mensaje de Facebook. Y nada más.

No conocía al destinatario. Un comunicado extraño. Un nombre ajeno. El rostro de un tío. Uno cualquiera. Uno hueco. Sintético: glacial. Transmisor de un invierno interminable, azul polietileno. Pasado ónice, menfita, ágata: corazón exprimido. Tal vez fuera un maricón, se dijo. Tal vez fantasee con que nos hagamos pajas algún día el uno al otro, junto al fuego, sobre una tupida alfombra de pelo, en alguna casa rural con encanto neutrino. Pajas laxas. Repletas de cariño. En una postal de ensueño mientras afuera nieva y escarban los animalillos: mientras son devorados. Por el frío.

Sí. Probablemente alguien que se expresara así, con poesía nauseabunda que afloraba como roña debajo de las uñas, supiera más de una anécdota con pollas que poder contar a aquellos nietos que nunca tendría.

También tenía una solicitud de amistad del desconocido.

"_____ quiere ser su amigo en Facebook".

Tal vez aquel hombre se hallaba a la espera, agazapado, como un linfoma polizonte en un vasto humor vítreo.

Tal vez fuera un asesino. Su asesino. Allanando el camino. Estableciendo vínculos. Aproximándose.

O algún admirador secreto, que lo hubiera estado cercando en la sombra. ¿Pero, admirador de qué? Había poco en él admirable. Era como tantos otros: un sacrilegio a cobro revertido. Quizás alguien que le seguía la pista por su pasado. Todos tenemos un pasado. Un pasado que se resiste a morir, como el final de un pitillo. A veces ni nosotros aceptamos que algo haya ocurrido. Pero ha ocurrido.

Son demasiadas las preguntas. Demasiado el absurdo. Demasiado pesado el interrogante cuando somos el punto. Demasiado lo que ignoramos. Demasiada la capacidad de interrogarse sin poder atisbar la sombra de una respuesta. El hombre es un náufrago en un área minúscula de isla desierta, que es lo que conoce de sí mismo.

Decidió contestar.

Nuevo mensaje para "_____":

"Serán demonios mis ojos, pero no el tercero.

Murió en mí la juntapalabría. No logré huir de mí mismo.

Mi escritura se enfangó con mi dolor, se ahogó allí mismo.

Hoy duermo sin sueños, al borde del abismo.

Con esto, no hallarás respuesta.

Yo no lo he conseguido.

Date por jodido".

Enviar.

Mensaje Enviado.

Incendio.

Retiro.

miércoles, 19 de octubre de 2011

Aletas y carracas: binomio satánico






Mientras yo me remojaba decidido surcando las frías agüitas oceánicas, libre como un pajarraco en un vertedero, suelto como un estómago diarréico, algunas parejas de mediana edad, sus críos llorones y más de un viejales de nívea orografía dérmica, se lo pensaban muy mucho. Bueno, los niños no se lo pensaban. Más bien eran sus padres, desconfiados, los que no lo tenían muy claro. Que si aguas profundas. Que si qué miedo, que no se ve el fondo. Que si está muy fría. Que si me mojo el moño. Que si nos dicen "no se alejen mucho de la embarcación" por algo será. Que si algún depredador marino suelto y adiós al invento.

Joder con los miedos.

Es lo que tiene el pacífico, señores: te zambulles o no. Es lo que tiene la vida: te mojas o no. Y la gente tiene infinitos asuntos de qué preocuparse. No pueden permitirse la asunción de muchos riesgos. Hipotecas. Letras del coche. Sanguijuelas a su cargo. Paquetes de viajes transoceánicos en modalidad de pago aplazado. Dolores de muelas. Dolores de Cospedal y sus propiedades secretas. María Dolores Pradera, cuando en la radio suena y nuestros tímpanos cercena. Y fíjate tú si ahora voy y me pasa algo. Y fíjate tú si ahora voy y la palmo. ¡Más desgracias, lo que nos faltaba! Que no, que no me meto.

Pero yo soy distinto. Siempre independiente. Siempre solitario, a salto de mata. Un zascandil, un rufián, un bohemio. No me extraña ni el perro. Esta semana, Rufo se ha quedado con los vecinos. Y con sus malditos hijos. Que lo ponen en mi contra agasajándolo con chucherías. Cuando a la vuelta vaya a recogerlo, seguro que me morderá de nuevo. Con delectación. Saboreándolo. Maldito chucho pulgoso. Lo único que me dejó el viejo. Eso y sus deudas de juego, que no asumí. Cómo mola ser huérfano.

Algunos turistas se echan cócteles y mojitos al coleto. El bar está a pleno rendimiento. Como lo están la mayoría de los del mundo. (El trago es un mecanismo de supervivencia. Vuelve romos los bordes con que nos hiere la vida. Ayuda a resistir. Como los divorcios. Como el bromuro. Como los anti-represivos. Pero no se lo digáis a nadie. Es un secreto a voces mudas). ¡Ah, Estos guiris, rosados como gambas, achicharrados en su aceitillo corporal! Los menos de ellos, medrosos, timoratos, chapotean a escasos metros del barco. También han dejado bañarse a algunos niños. Lo infiero por sus graznidos inconfundibles.

Yo soy el más chulo del barrio y me alejo un buen trecho,
desplazándome grácil, navegando derecho,
con mis aletas de los chinos, mil mojitos en el pecho.

Que diría Quevedo. Y si no lo dijo, pues haberlo dicho, rediez.

Aletas Talla XXL. Pese a que calzo un treinta y nueve. Hay que fardar. ¡Toma aletazas! ¡Parezco un sireno! Soy de la peor categoría homínida: calvo, achaparrado y puñetero. ¡Los enanos inventamos la mala leche! ¡La necesidad de reafirmación! ¡Cuidadito conmigo!

Me pego unas buenas brazadas a pleno rendimiento, pataleando brioso, para que se deleiten conmigo. Es verdad que, más que delfín, parezco seboso león marino, pero no carezco de potencia, ni de esplendoroso vigor masculino. Al detenerme estoy exhausto. Respiro hondo. Miro hacia el barco. Parece que mi demostración de fuerza ha causado sensación. Me silban. Gritan. Casi pareciera que aúllan. Sí que están conmovidos, leñe. Parecen seguidores balompedísticos mismamente. Pero hay algo raro. ¿Qué será lo que señala la alemana histérica esa, ventrosa como un Apfelstrudel? ¿Y el turco esmirriado y peludo? Todos parecen apuntar alarmados en dirección a algún lugar detrás de mí. ¿Qué leches pasa? Me giro. Uy. Uy, la virgen. Eso que se acerca a toda velocidad es… no…. ¡dime que no! ¡La aleta dorsal de un tiburón! ¡Y viene directa hacia mí!

Nado como un demente en dirección al barco, completamente descoordinado por el miedo. Echando espuma como un energúmeno. El cruel escualo se me debe estar acercando a toda leche, a judgar por las expresiones de espanto de los guiris y las muecas de horror de sus niños. ¡Maldito bicho inmisericorde, apiádate de mis chichas! ¡Un poquito más! ¡Vamos, ya casi he llegado al barco!

Algo acontece. Noto una sensación rara al intentar avanzar, como si me hubiera enganchado con algo en mi pataleo. Como una especie de choque. Un bloqueo. Luego oigo una especie de crujido seco, desagradable y horrísono. Como el sonido de una carraca venga a girar. Sin detener mi forcejeo, giro el coco y miro. ¡El maldito tiburón está masticando mis aletas! ¡Y están ensangrentadas! ¡Algún dedo, como pinchito, me ha cogido!

Y sigo pataleando un poco por sentido de coherencia, algo tendré que hacer. Pero en seguida me pongo a cavilar y me abstraigo. Es un defecto que tengo. Cuando padezco mucho estrés me evado. ¡Su hijo es apático! le decía a mi madre el doctor Ceferino. Pues no lo debe ser siempre, contestaba mi santa madre, porque fuera de aquí es muy salado, el chiquitillo. Pero cuando iba allí, a la consulta, ¡hija, nada que hacer!: distraído perdido. Ni contestaba. Ponía cara de besugo y babeaba. Poco más. Pero el origen del problema estaba en Don Ceferino. Era tan superlativamente horroroso que su fealdad me estresaba, su rostro me parecía como una antesala de la muerte y, claro, yo me bloqueaba sobremanera. ¡Pobrecillo!

¡Ay este niño, siempre se le va el santo al cielo! – suspiraba mi madre.

La pobre tenía razón. Y más en este caso. ¡Y tan al cielo!

Yo también estaba en lo cierto: al final, la vida es meterse o no (en la boca del tiburón).

martes, 18 de octubre de 2011

Sólo lo entienden los muertos







Oh sí, nena. Serás una mujer pronto. Miro tu culo de mal asiento. En los callejones, en los centros comerciales, en la cafetería, en el metro. Todas son una porque uno mismo es el deseo. La belleza, gran invento. Ellas: ella. Una efigie escultural, símbolo del esplendoroso pasado mesopotámico perdido. Una bomba de relojería auspiciada en el alicatado del rostro maestro. En la sinuosidad del aspídico contorno. Estás inmersa en la flor de todo, en la odiosa supremacía de lo perfecto. Acaparas la brutal belleza, la detienes en el tumulto de la eternidad, como un oasis en medio de este cráter infecto en el que nos ajetreamos. Tienes eso. Eso que tan episódico resulta, que tan pronto se desvanece, como la creencia de un futuro en nuestras manos. Al menos eso te pertenece. Dure lo que dure.

¿Y nosotros, el resto, qué cojones tenemos? ¿Qué nos queda? los demás nos debatimos en un medio hostil. Decadente por aburrimiento. El común de los mortales ofrecemos ordinariez: una picha de ocasión. Siempre en oferta. Y ni siquiera una gran picha. Normalita. Circuncidada abulta menos. Más o menos lo que una salchicha para perros. Y también tenemos esta cordura que, por hacer algo, huye del tedio en busca de la vesania y su reino.


Tenemos nuestros televisores. Nuestras Play Stations. Nuestros iphones. Nuestros facebooks. Artilugios diversos. No tenemos un carajo. Pero lo ignoramos. O no queremos saberlo. Pero habrá que pasar el tiempo. Digo yo. Industria del entretenimiento. Ahora se ha vuelto a poner de moda la crisis. Cojonudo invento. Te mantiene entretenido la mayor parte del tiempo en que no estás oficiando de galeote en las galeras del salario medio para sacar tus lastres vitales a flote. Un acertijo genial que no tiene solución pero estás constantemente resolviendo. Qué sórdido es todo esto. Qué jodido abrirse camino. ¿Que la vida iba en serio? Eso sólo lo entienden los muertos.

viernes, 14 de octubre de 2011

Si te paras a pensarlo


Qué wena está esta tía. ¿Será un dibujo? Me la raspa.

Leo el periódico. Me aburro. Estoy resacoso (vaya novedad). Soy oficinista. De baja extracción laboral. Mínima responsabilidad. Máxima ociosidad. Algo habrá que hacer para llenar las horas. No puede uno matarse a pajas en los urinarios. Todo tiene un límite. Una o dos peras como mucho y ya se está servido. Salvo que seas un jodido babuino, que no es mi caso. Y aún así, es triste tocarse el ukelele en un cubículo de 1x1,50 a la espera de que el esperma transmute en trascendencia. No nos engañemos. No suele ocurrir.

Noticias. Novedades. Leamos el truño de periódico gratuito. "Secuestran a dos cooperantes españolas tras un tiroteo en Kenia". Es lo que tiene ser cooperante. El mundo está lleno de buenas personas y mira cómo está el mundo. Ayuda a tu prójimo y el prójimo te lo recompensará cagándote en la cara. Es triste pero es así. El altruismo es una modalidad de conducta humana infinitamente menor numéricamente que el egoísmo, la crueldad o la coprofagia, pongamos por caso. Así funciona. No nos chupemos el dedo, que ya está renegrido y sabe a caca. Kenia. ¡Kenia! Kenia suena a Enya, cuya música es un truño y casi siempre ponen sus ñordos de canciones fangosas y pseudo chill out (of here, please!) en las peluquerías o en los hilos musicales de los dentistas. En las antesalas de las bodas, cuando estás inquieto esperando el tragamen y te tienen de pie como un idiota esperando el sacrificio de la ceremonia, que es una mentira muy gorda y pestosa elevada a categoría de verdad protocolar ineluctable. Así funciona el ser humano. Instaura un cagarro conductual, lo siembra durante generaciones para que los que nos sucederán estén jodidos de antemano, sin margen de manubrio (perdón, de maniobra) y luego pelillos a la mar. Está bien eso. Yo comí mierda que heredé de mis predecesores. Ahora os vais a cagar los que me sobreviváis. Alea caca est. Es lo justo. El absurdo genera sucesión. Como que estire la pata una anciana. Como mi ojete cuando ceno fabada.

Pero me estoy apartando de la esencia, yo quería hablar sobre las cooperantes españolas bien jodidas sin haber siquiera olido un buen rabo keniata. El olor a cojón de negro no tiene parangón en el mundo conocido, creedme. ¿Qué cómo lo sé? Pues porque soy blanco y los míos ya huelen que alimentan. Imaginaos un mastuerzo de ébano corriendo por la sabana con el huevamen supurando almizcle nº 5 perseguido por un jaguar que se lo quiere merendar. Canela fina. No hace falta meterse un palo de escoba por el culo para saber que duele. Eso me digo yo a menudo. ¡Aaay! ¡Senectud, divino engorro!

Pero, antes de todo, ansío decir "adminículo" (como veis, son modestos mis íntimos anhelos espirituales). Permitidme tamaña licencia idiomática-lingüístico-hemorroidal. Es una palabra que me gusta mucho. Primero, porque no se dice todos los días. No me lo desmintáis, tarambánicos rufiánidos míos. Es muy fina y cultureta. La palabreja. Segundo, porque adminículo rima con testículo, lo que la convierte en elemento léxico adorable en cuanto a sus posibilidades rimadas. Tercero, porque su definición es ésta: "Cosa pequeña y simple que sirve de ayuda o complemento de algo". Bien. No me negaréis que los testículos están comprendidos en esta misma definición, si no nos ponemos estrictos, "es-tracto" (de la cuenta del banco). Y por eso quería usar adminículo. Forzar la ingesta de una frase para vosotros, mis estúpidos, inconstantes e inexistentes lectores. Mirad qué bien luce: ADMINÍCULO. Parece uno culterano y todo. A cagar.

El caso es que hay dos cooperantes españolas secuestradas en Kenia y qué queréis que os diga. Resulta ser una realidad triste que siempre jodan y maten a quien va a ayudar a los desamparados. Por eso os digo. Muéstrate al mundo. Dale toda tu bondad y el mundo te dará por culo. En general, casi todas las buenas obras que prodigas tienen alguna recompensa. Recompensa muchas veces pagadera por detrás. Y así va todo. A ver cuándo coño nos autofagocitamos de una puta vez y acabamos con este macabro lastre que supone la especie humana en la intercostalidad terrestre. El problema no es que el ser humano se dirija a la autodestrucción. El problema es que lo haga demasiado tarde, qué cojones. Cuando ya no reste ni una maldita cucaracha viva habremos acabado con toda vida conocida. ¡Bravo! Se nos otorgaron posibilidades ignotas y como siempre sacamos provecho de nuestro trocito peor. De nuevo, somos un truño. Nada nuevo bajo el sol.

Sobre la historia de los cooperantes secuestrados cada dos por tres, me viene a la cabeza la historia de un amigo al que pseudonimaré, por ejemplo, Cacasio. Suena mal: acertarás. Bueno, pues el bueno de Cacasio estaba con otro socio cooperante de no sé dónde en el jeep. Estaban cruzando una carretera de mala muerte para ir a comprar víveres, o a recoger agua, papilla, qué sé yo. Cualquier cosa de esas de primera necesidad de las que carecen los pobrecitos refugiados. El caso es que, de la nada, aparecieron unos cuantos rebeldes con fusilli (con carne) Kalashnikov y les dieron el alto. Les apuntaron quedamente con las armas al careto, un poco despreocupadamente, como el que apunta con el boleto del número al carnicero cuando pita el cacharro luminoso y llega su turno. Como quien se saca un moco. Y bueno, os podéis imaginar. Cagados vivos. Todos somos cobardes. Pero más si cabe cuando la señora Muerte asoma por la mirilla de un cacharro de suministrar muerte absurda. La historia, afortunadamente, no pasó a mayores. Sobornaron copiosamente a los soldaditos insurgentes y salvaron el pellejo. Luego mi querido Cacasio me dijo que, pasado el susto, volvió a la covachuela, cabaña, o donde cojones se alojara de aquel país (creo que era Gabón, pero vete tú a saber con la cabeza hueca que tengo) y se echó a llorar como el niño que todos somos y nos pasamos la puta vida entera escondiendo para que no nos destruyan más de lo que ya lo hacen las mujeres, los jefes, la vida, la celulitis existencial, dopada de transaminasas en caída libre hacia las anfractuosidades putrefactas del alma infértil. ¡Que se echó a llorar, dice! Yo me hubiera echado a llorar, a mear, a cagar, a vomitar, a esputar, a convulsionar, a reverberar como la cuerda de una lira desafinada, a temblequear como una dentadura postiza en un vaso de agua en la repisa de un tren. A morir sin fenecer todavía. ¡Menudo disgusto! En fin. Cosas que pasan. No somos nada. Moscas revoltosas en el ingente cerote planeta tierra. A ver cuándo nos vamos dando cuenta. Nuestra contribución a esta supurante e inútil sucesión de soplapollismo sociocultural-humano-hediondal como mucho podrá ser un coeficiente mínimo. Un cero coma cero, cero, cero, cero cero-te bien gordo. Ahí lo llevas. ¡Calentito!

Creo que debería hacerme alcohólico porque últimamente sólo escribo cuando estoy borracho o (sobre todo) cuando esto resacoso, para sobrellevar la mañana lo menos dolorosamente posible. No escribo bien, eso ya lo sé, y hace mucho tiempo que no me engaño sobre mi nulo talento, pero ¡joder, me entretengo! Y en estos tiempos de crisis galopante (desde que tengo uso de sinrazón siempre hemos estado en crisis, maldito tercermundismo europeísta: mejor ser el primer PIB de África que el último cagarro en Europa, como de hecho somos) no está mal tener hobbies que no cuesten dinero y fomenten el desarrollo del espíritu (de la colmena) y el alma (Mater). Que las putas y los casinos dilapidan los pocos duros que podamos acopiar en vida, señores, y tampoco son la panacea. De todo se harta uno, como dijo Josefina después de pelarse al enésimo legionario de triste figura.

En fin. Recuerdo que en un tiempo andaba siempre preocupado por cómo escribir un libro. Qué ideas geniales verter, qué comienzo brutal pergeñar para dejar anonadado al incauto lector neófito. Qué sutil trama, qué ferviente desarrollo, qué sorpresivo desenlace diseñar para que se le caigan las bragas hasta al apuntador. Ya se sabe. Los comienzos siempre son jodidos. Luego, cuando ya has mojado la puntita, todo empieza a fluir como la seda. O debiera. Pero qué cojones, con el tiempo uno aprende que nada es genial per sé. Hay que escribir, no un huevo, sino tres huevos y medio, sudar tinta, dejarse las cejas en el asunto, porque nadie nace cagando genialidad. Ni siquiera el mejor poeta del mundo se pee en alejandrinos. Hay que lucharlo. Hay que hacerse un hueco a hostia limpia, arriesgando que te partan el cacas a cada envite. Esto es un poco como la esgrima o como empalar a tu prima travesti. Metes pincho y arriesgas que te claven en el intento. Hay que jugarse la boca. No hay otra. A bailar con la más fea. A follársela si se deja. Con los años, la experiencia y lo que los críticos botarates tienen a bien llamar "trayectoria" (que para entendernos es lo que deja de marronáceo recuerdo un zurullo cuando cae derrapando por el cagadero), si tienes suerte y no has palmado o desistido por el camino, acabas teniendo algo, no mucho. Te sobreviene el estilo. El estilo, eso que nunca se aprende. Se tiene o no. Luego hay que contar cosas. Suele estar bien. También hay gente que teje urdimbres, historias, intrigas, caracteriza personajes protagonistas, secundarios, y la biblia en verso. Menudo coñazo, joder. Yo elijo otro camino. El que me sale del chumino. Y perdón por la vulgaridad, que no viene al caso.

Tengo un amigo escritor al que le transmitía mi inquietud sobre cómo empezar un libro y me dijo una frase chorra que al cabo, resulto reveladora. Me dijo: "escribir un libro es lo más fácil del mundo. No tienes más que empezar a escribir. Una frase tras otra, una página detrás de otra, hasta que tengas bastantes páginas juntas. Y a cagar. Ya está hecho. Lo difícil no es escribir un libro. Lo difícil es que no sea un truño. Que el libro tenga alma, corazón, dientes y polla. Y que te la meta al leerlo. Hasta el tuétano. Que se te meta tan fuerte por el culo, por la boca o por donde sea a leerlo que no puedas sacártelo ni con forceps". Bueno, mi amigo no dijo todo eso, pero a los hombres sabios hay que leerlos entre líneas, para seguir aprendiendo. Y a los idiotas como mi amigo hay que leerlos como te salga del nabo.

Pero bueno, hoy estoy expansivo. Me noto envenado, con la picha bien dura, preparada para dar guerra. Y eso a pesar de la tremenda resaca que tengo. Porque me he levantado bailando y cantando, esa es la parte fácil, pero ahora estoy supurando cubata y cagándome en mi conducta disoluta. Pero hay que ser fuerte. La vida aprieta pero no ahoga. Encula pero no se corre, a la espera de la siguiente metida, que siempre acaba llegando. ¡Aaah, la poesía! Puedo escribir los versos más cutres esta noche. Es más, creo que hoy podría sacar genialidad poética hasta de la pelambrera apestosa de encima del pijo. Tal es mi arte. Tal mi enjundia. Basta liberar el cacumen, dejarlo volar libre. Luego, tras la gran vomitada de cháchara inservible te afanas como jardinero en arrancar malas hierbas. Podas, esquejas, quitas de aquí y de allá y te quedas con la perla, si existe. Si no, da lo mismo. Dejas el ladrillo entero allí mismo y allá del pobre que tenga el estómago para tragarse tu ponzoña.

Empieza el dolor de cabeza. Yo creo que debo andar coqueteando con el derrame cerebral. Mi cerebro es una esponja grumosa que no para de supurar estulticia y desperdicio. Para esto hemos quedado. Me pauso un segundo. Respiro. Es inútil. Nada que hacer. La resaca es inminente. De hecho, ya está aquí. Qué hacer. ¿Escribir? Para qué, joder. No me voy a sentir mejor. Cuando sueltas la cagalera te alivias. Hasta dos minutos después, que te quieres morir. Este estómago nuestro sangra. Nada puede detener la hemorragia, conculcar este daño, subvertir esta herida, suplir este vacío, enervar esta aguja de metal y escarnio, de ceguera y espina. Hala, ya he soltado varias frases idiotas de falso escritor pretendidamente poético y sabihondo. Ahora ya me puedo morir, que ya se sabe, todo el mundo alcanza la inmortalidad cuando ha hecho una línea buena o dos. Derrames a mí. Estoy listo para lo que haya de venir. Joder, qué mal me encuentro. Que alguien pare esto. Yo quiero bajarme. De mí mismo. De este gran desierto que me habita por dentro. Yo quería hablar sobre algo. Escribir un buen relato. Pero ya no importa. Nada importa demasiado, si te paras a pensarlo.

martes, 11 de octubre de 2011

Sentado en la calle solo y llovía



Sentado en la calle solo y llovía.

No sabía en qué pensar, aunque, naturalmente, pensamos todo el tiempo, un poco por defecto. Aunque no lo pretendamos, cuando no vegetamos. Recordaba algunas mujeres extrañas a las que había mirado a la cara por la parte de las raíces. Cómo alguien que un día te gustó puede volverse con el tiempo desagradable a tus mismos ojos.

Cómo empezó a apretar la lluvia. Cómo empezó a oscurecerse el vacío de las horas yertas. El pavimento aún no sabe hacer compañía. El asfalto nunca conoció el calor que vierten unos senos sobre la faz de un sediento.

Intenté meterme por un callejón para evitar el naufragio. Al pasadizo daban algunas salidas de cocinas y comercios. Olía a de todo a un tiempo, y la miscelánea no confluía en algo muy agradable. Además, casi siempre se puede hallar detrás de toda industria o negocio el hedor humano que subyace. Cuando alguna vez entraba en unos baños públicos, los de algún edificio, solía recibir esa vaharada como a cisterna. Como a canalización obturada. Tal vez nunca muy fluida. Me interrogué acerca del sentido de la hediondez humana. Por qué la madre naturaleza otorga los malos olores. Que yo supiera, los mecanismos biológicos solían operar de determinado modo con un sentido específico, generalmente lógico. Existe cierto orden que no alcanzamos a comprender del todo. Pero está ahí. Un relativismo causa-efecto. Pensaba que es un engorro que las heces apesten, claro, pero que debe existir una razón natural de esa inconveniencia. Si las heces no olieran mal, si en lugar de eso olieran bien, pongamos por caso, a carne estofada (muy propio teniendo en cuenta que un caldo de cultivo estomacal se asemeja a una cazuela pertrechando un guiso, sazonando y emulsionando con su profusión gástrica de esencias y fluidos), la madre naturaleza no poseería la garantía de que algo que, por definición debe ser expulsado de nuestro organismo, no pudiera volver a entrar a él debido a su agradable olor y sabor (presuponemos que lo que huele bien tiende a saber del mismo modo, o al menos de un modo similar, aproximativamente). Como se tendería a la posibilidad del equívoco, la demiurgia natural concluyó que lo mejor eran excrementos de los que uno quisiera librarse y dejar atrás cuanto antes. Parece muy consecuente. Lo que el cuerpo excreta es desecho puro y pestífero. Cuanto más lejos, mejor.

¿Y el mal olor corporal? ¿Qué supone? ¿Una advertencia para que nos aseemos? ¿Y por qué razón hay que asearse? ¿Lo hacen las bestias en el campo cuando huelen a choto? Sí, bueno, en cierto modo se asean dentro de unos mínimos, pero la cuestión más cotidiana, la exudación más inmediata, tampoco es una inconveniencia que les vuelva locos. Las criaturas emanan olores diversos. Porque toda la creación apesta desde el mismo día en que tuvo lugar la vida: lo vivo permanece siempre muriendo y lo muerto nos revela la esencia de la descomposición.

Al atravesar el callejón ya no llovía tanto, resultaba soportable, así que busqué un banco húmedo en la calle para acomodar allí mi inquietud serena. Pensé en ella. En todas ellas. En el motor cansino que sacude todas las cosas: el amor. En esa absurda fijación por buscar el origen, por salir de nuevo al encuentro de lo perdido. En los noctíferos valles de locura que hospedaban mi alma, un dardabasí pretendía cantar como balan los lechazos en el matadero. La primavera extendía su humus vítreo cubriendo los intersticios poblados de polvo y pujanza. Por qué la pasión. Por qué el fuego. Por qué la lucha, la vida, siempre en estrecho forcejeo con el desistimiento, con el abandono, con la asimilación del eventual deceso. Me imbuí tal trascendencia que terminé por pensar en la dama nívea del culo escamoso. El desagrado que me produjo su tacto epidérmico. Tocar sus glúteos en la oscuridad de aquel cuartucho me permitió oficiar por vez primera de pescadero: acariciar su montura era como raspar un fletán, de tan velluda como era. Pero como estaba tan oscuro, hasta el amanecer no podía comprobar qué era aquello, y fui incapaz de entrar al tema. Intentaba abstraerme, dejarme llevar por los tocamientos, los besos, pero mi mente y aquellas escamas copiosas formaban una unidad indisoluble. Escapé de allí horrorizado a la luz del alba, temiendo haberme acostado con alguna clase de travesti operado. Ese fue mi primer encuentro con el vello corporal selvático y espero sea el último.

Siguió lloviendo, de un modo grisáceo y suave en mi ópalo interior.

Retiro.

viernes, 26 de agosto de 2011

Como todos vosotros



Existía. Ezcribía. Su vida no estaba bien ni mal. Su vida era un islote en el desierto. Un sofá desvencijado en una cuneta. Un rapaz bulímico. Linotipia de hastío. Adenoides en las fosas oscuras que sustentan la podredumbre interior. Su vida podía decaer y alzarse como un globo recién abierto. Su vida a veces era una rara gema de valor incalculable. A veces era una puta mierda.

Se levantó escuchando Light My Fire. The Doors sí que sabían. Jimmy sí que sabía. Divertirse. Excederse. Consumirse. Drogas. Alcohol. Putas. Excesos. Más drogas. Más putas. Mamada en el baño. Coca entre las sábanas. Ácido lisérgico para digresionar la monotonía. Dormir la mona en un seto en Santa Mónica. Y un buen día, ups, se me fue la mano. Cosas que pasan. En realidad, todo da un poco igual. Tarde o temprano se jode el invento. Fuerza los límites. Exprime toda la pulpa de la vida, drena todo el jugo que pueda proporcionarte. No fuimos diseñados para vivir ochenta años. Hemos trascendido a nuestro propio cronómetro biológico. Nos hemos cagado en los planes de mamá naturaleza. Vivimos ochenta años y todavía nos agarramos como garrapatas al folículo de la existencia pidiendo más. Un poquito más de tiempo; un poquito más de sangre que succionar. Pero a qué fin. ¿En un mundo perfecto la gente no se moriría? Probablemente en un mundo perfecto la gente se moriría muy al final, de aburrimiento. Porque la eternidad es un concepto aterrador. De una fealdad siniestra. Imagínate ver morir culturas, edades, civilizaciones. Esa letanía que supone la concepción cíclica de la historia. Guerras: armisticios: más guerras: vuelta al principio. El ser humano no se aniquila por justicia sino por tedio. Algo habrá que hacer con tanta testosterona. En la sociedad actual las hordas de energúmenos permanecen controladas por el fútbol, la Play Station, el porno. El MARTIRI-MONIO, la familia, la depresión.

Preparó café, cogió unas magdalenas rancias y se sentó en el salón frente al televisor. Lo encendió y zapeó por la parrilla televisiva. Por la mañana los contenidos suelen ser bastante lamentables, pero al menos no abunda el cotilleo. Hay mesas camillas pero tratan temas de salud. Actualidad. Mierdas por el estilo. Puso el canal Cuatro. Estaba el Encantador de Perros. Qué cosa más repetitiva. Qué poca originalidad. Qué coñazo con los putos perros. Siempre la misma bazofia. Que si zona roja. Que si límites y limitaciones. Pensó en darle una vuelta de tuerca a ese formato y hacerlo infinitamente más atractivo a ojos del telespectador. Remozar todo el concepto. Rebautizar el programa. Cambiarlo de franja horaria. Convertirlo en un programa para adult(er)os. Ahora pasaría a llamarse “El encantador de perras”. La misión del amo es convertirse en el “lider de la mamada”. Debe conseguir que su perra le sople el flautín de Bartolo (con un agujero solo). Cuando su perra enloquece y entra en histérico trance extático, es señal de que ha entrado en “zona raja”. Lo que debe hacer el líder de la mamada es empalarla inmisericordemente hasta que vuelva a entrar en razón. En fin. Sería relativamente fácil hacer más entretenido el contenido televisivo si alguien le echara huevos al asunto. Pero ya se sabe, en los tiempos que corren no abunda la gente con huevos. La originalidad, la pulsión individual se castiga con el ostracismo, el oprobio de la masa embrutecida que no quiere ver cuestionada su estupidez, su simplismo idiosincrático, inculcado con tesón y perseverancia por los agentes sociales manipuladores de la conciencia social. Nos están vigilando. El ojo cosmológico está en todas partes, vigilante. Preparado para aplastarte en cualquier momento. Mantiene su pulgar humedecido proporcionando un suave masaje elipsoidal alrededor de nuestro agujero del culo, esperando el mínimo atisbo de significación personal, de razonamiento crítico infrecuente, para introducir el dedo de la justicia hasta el fondo y atraernos de nuevo con fuerza al redil, como buenos corderos de Dios. Qué cosas.

Cambió de canal. Esta vez debatían titulares de informativos. ¡Noticia de última hora! ¡Organizaciones falangistas advierten del uso excesivo del carril izquierdo en las carreteras españolas! Tengan cuidado al volante, conductores, ¡no se aparten del recto camino! Otorgaba una inmensa paz saber que las autoridades velaban por nuestra seguridad. Se sacó el nabo y empezó a juguetear con él como si fuera una juguetona lombricita de tierra. Su minga en relajación era minúscula, como un gusanito rijoso. Esto le había preocupado de adolescente porque pensaba que tal vez la tenía pequeña al ver en las duchas a algunos compañeros de clase. Luego aprendió que existen de dos tipos: las pollas de carne y las pollas de sangre. Las primeras suelen ser más grandes relajadas, pero luego cuando se empalman, no crecen excesivamente. Sin embargo, las pollas de sangre desinfladas eran minúsculas. Pero cuando se hinchaban lo hacían llenándose de sangre y multiplicando su tamaño considerablemente. Él tenía una de las de sangre. Cuando empezó a follar nunca se quejaron por el tamaño. Más tarde preguntó y le dijeron que la tenía de buen tamaño. Por eso ahora jugaba tranquilo con su gusanito, despreocupadamente. Ya crecería cuando le llegara el momento.

Miraba a la presentadora y se la imaginaba en bolas. Era guapa y tenía un polvo muy apetecible, aunque nunca podías estar seguro porque estas tías solían ir tan arregladas y maqueadas que perfectamente habrían podido ser tíos y a él se la seguirían poniendo dura. Se acordó de la primera vez que vio en la MTV a la presentadora Deborah Hombres sin saber que era un travesti. ¿Lo primero que pensó? Pues lo que solía pensar al ver a una tía de buen ver. Que le encantaría enchufársela. Luego cuando cayó en la cuenta de que era un maromo experimentó esa rara sensación de disgusto y desagrado con uno mismo que se tiene cuando se ha sentido segundos antes deseo por alguien astutamente disfrazado del sexo opuesto. Nos guste o no, nacemos programados. Uno no "se hace". Uno es lo que es. Y él había mirado a las tías con interés determinado pero firme desde antes de tener conciencia de que tenía un rabo que llevaba asociadas unas muy concretas funciones sexuales. Por contra, los tíos eran esos seres un poco estúpidos, torpes y despreciables que le hacían enfrentarse demasiado dolorosamente con la idiosincrasia que a él mismo le caracterizaba. No podía por menos que sentir indiferencia, cuando no molestia o innegable desapego hacia sus semejantes cromosómicos XY.

A medida que lo acariciaba, su nabo fue creciendo hasta adoptar sus prestaciones ensartatorias óptimas. Congeló la imagen en un momento en que la presentadora tenía los gruesos labios bien abiertos, justo antes de dar paso a uno cualquiera de tantos videos mierdosos. Se estaba poniendo muy caliente así que aumentó el ritmo de la sacudida. La cosa marchaba. Movió la imagen un poco deteniéndola de nuevo en otra expresión más cachonda de la presentadora. Imaginó que la tía le succionaba el capullo con virulencia exigiendo su trabajado tributo en forma de ración de leche caliente. No demoró más el momento y se la cascó a fondo. Ocurrió. Un chorro enorme cayó sobre la alfombra de pelo. También manchó un poco la tapicería del sofá. Se sintió liberado y también un poco ridículo. Ya estaba hecho. Se había quitado un peso de debajo. Respiró más lento. Fue al baño en busca de papel higiénico. Tedio.

El siglo XXI empezaba un poco como había terminado el anterior: decepcionantemente. Y no se podía esperar mucho a nivel colectivo de la especie humana. El dinero lo era todo. El trabajo un pretexto para no morir de aburrimiento; la sana dosis de esclavitud para imposibilitar el pensamiento. La familia era un despojo, una unidad multiorgánica perfeccionada por la iglesia para tener a todos los infelices cogidos por los huevos. La amistad era un señuelo. El amor un invento cultural para evitar que el varón asesinase a la hembra cuando esta no correspondiera a sus impulsos sexuales. Era una mañana como cualquier otra. Como de costumbre, operaba el desperdicio de la mayor parte del tiempo útil de nuestras vidas. Nada era crucial, ni demasiado solemne, ni demasiado sentido. Dejó caer un pedo silente entre los cojines del sofá de la salita. Luego esperó, sin saber muy bien el qué.

Como todos vosotros.


Dedicado a Rafael Fernández, Ezcritor.