"Existe en la estupidez una gravedad que, mejor orientada, podría multiplicar el número de obras maestras." Emil Cioran.
miércoles, 30 de noviembre de 2011
martes, 29 de noviembre de 2011
El ladrón del tiempo
No puedo creer en qué me he convertido.
Mi conciencia pecuniaria necesita un justificante de pago. Mientras, mi corazón se declara insolvente. Es la crisis. Claro. ¿Qué va a ser si no? Hoy no nos quedan domingos por la tarde, ni conciencia social, ni agravios, ni deseo, ni tristeza ni multas de tráfico. Bueno, puede que multas sí. Para no olvidar el altruismo de circunvalación; el voluntariado de extrarradio. Para permitir apurar un poquito más el legado de Midas en los ayuntamientos.
Cuando entro en los servicios públicos, según meo, un tipo entra en un retrete, echa el cerrojo y se pone a hablar. Parece una conversación. Un largo parlamento. ¿A quién o qué le estará hablando este filisteo? Lo normal es pensar que le estará hablando a su canario, pero no.
Le habla a su soledad, que se ha vuelto una grande y libre, como la crisis. Como el desespero de una mosca tratando de huir de un pastel de merengue. Este es el fango en que nos solazamos.
En un mundo desolado, carcomido por el amor de los avarientos, el mundo se llena de esperanza ante el cambio de gobierno.
Promesas de prosperidad cercana, tesón y esfuerzo; nuevas iniciativas para relegar el descontento generalizado al lugar donde reside el abdominal marcado de Falete: otro mundo paralelo.
Del modo que se arengaban los socios del Ku Kux Klan al abordar en tropel al desprevenido negro: "Juntos podremos".
El presidente electo, recién estrenado el cargo, guarda silencio durante semanas. Tiene en sus manos la llave maestra que traerá el crecimiento y el bienestar a su pueblo, pero se toma su tiempo para exponerlo. Para concretar el plan. Los acólitos enfervorecidos contienen el aliento esperando ese tan ansiado milagro.
Cuando el plan se concreta en medidas efectivas, enumeradas a bombo y platillo en todos los noticiarios, no puede ser más unánime el apoyo del pueblo.
¡Únete al cambio! (no se deja claro si éste será a mejor o a peor, pero si es cambio, ¡bienvenido sea!).
He aquí las medidas a emprender:
Los funcionarios son una evidente lacra social que succionan como lapas de nuestros impuestos. Por tanto, ya va siendo hora de hacerles ver que el derroche ha terminado. Se reinstaurará el derecho de pernada sobre las funcionarias de buen ver de hasta treinta años. Las feas y obesas mórbidas quedan exentas, pudiendo realizar trabajos complementarios, tales como el suicidio. Los funcionarios interinos serán reubicados en puestos análogos a la condición de esclavo y mendigo. Se podrá optar entre faenar en las minas de carbón, oficiar de mercader de órganos ilegales (propios) o extractor de diamantes de sangre en Liberia, oficio que como todo el mundo sabe, se paga a un precio altísimo (frecuentemente, la propia vida).
Los funcionarios que tengan plaza fija no pueden ser removidos de sus puestos, una pena. No obstante, estos serán sodomizados con un palo de escoba periódicamente por el interventor para que no se les olvide lo privilegiado de su posición (a cuatro patas).
Por cierto, los políticos cobramos también de vuestros impuestos, pero no somos exactamente funcionarios, así que nos subiremos el sueldo un doscientos por cien para disponer de más recursos con los que diseñar los planes maestros con los que el país será ejemplo a seguir de crecimiento en toda la galaxia y el universo conocido.
El problema del paro es realmente sencillo de solucionar. Se exportará a los cinco millones de parados a Marruecos, en virtud del acuerdo cautelar que ya se está negociando con el rey de dicha monarquía. Así, nuestra nación dejará de tener parados y podremos proclamar felizmente la tasa de paro igual a cero en todo el territorio patrio. Para evitar posibles tentativas de reingreso en suelo español, se apostarán francotiradores a sueldo en todos los riscos y enclaves estratégicos que van desde Ceuta a Melilla, así como en el estrecho.
Acerca del insignificante problema de los pensionistas: Con cargo a las reservas de Fondos de Pensiones acumulados por los mismos durante toda una vida, se organizarán paquetes vacacionales de fin de semana en modalidad "sólo (desped) ida". Una vez en el destino paradisiaco elegido (a escoger entre Bagdad, Guantánamo y el Inframundo), nuestros jubilados disfrutarán de toda suerte de lujos y atenciones en un complejo hotelero de cinco estrellas. Llegado el final de la plácida estancia, los descansados y pletóricos usufructuarios de nuestro plan de jubilación "ocaso duradero" serán conducidos a amplias salas donde, confortablemente, serán sedados con dulzura mientras escuchan una relajante música chill out, para acto seguido disfrutar, a su elección, de un exquisito zumo de cianuro, de una vacunita de inyección letal o de una comilona (siendo pasto de los perros salvajes). Gracias a este inteligentísimo y meditado plan, se resolverá el déficit del estado de bienestar y se dispondrá de nuevo de liquidez en las arcas públicas con la que poder reflotar el maltrecho sector de la construcción de complejos urbanísticos en el 99% del litoral español virgen y urbanizable. Se entenderán urbanizables, según la remozada Ley de Costas, hasta cien metros de las aguas territoriales, habilitando para este fin lenguas de tierra, archipiélagos e islotes artificiales con arena extraída de las extintas plazas de toros: Como ven, la austeridad y el ahorro, serán los criterios rectores de nuestro plan de recuperación económica. ¡Ríete tú del neocalvinismo!
De aquí la ola de optimismo que recorría la ciudadanía en aquellos difíciles pero esperanzadores tiempos.
Por eso me convertí en ladrón del tiempo.
Por eso esperé a que el inventor de su propia soledad dejara de hablarse estúpidamente y cuando salía por la puerta del retrete le estrangulé con la desmesurada fuerza de mi ilusión por la recuperación. No podíamos permitirnos a un aguafiestas antisistémico incapaz de participar de nuestros sueños de crecimiento.
Por eso me convertí en ladrón de su tiempo, de lo cual no me arrepiento.
Salí de los servicios públicos experimentando un placer similar al que hace entornar los ojos.
Era el cambio. Era el progreso.
jueves, 17 de noviembre de 2011
Existe una alternativa a la masturbación, pero habla demasiado
No me gusta esa chica. Tiene nariz de cocainómana. Así, con las aletas de la nariz muy ensanchadas. Como pequeños cráteres. Me da repelús.
La otra no está mal pero es rumana o estonia o de no sé dónde. Señoritas que se quieren casar por los papeles.
Hay una sudamericana bastante guapa. Chiquitita. Tiene novio pero está abierta a conocer gente. Nunca se sabe. El problema es que cada vez que leo las cosas que pone en su perfil, un escalofrío me recorre el perímetro escrotal. Ella es ultra católica y da gracias a su "diosito del alma" todos los días por ser tan bueno con ella. Da gracias por tener unos amigos tan geniales. Por tener una familia tan unida y santa. Por tener trabajo. Joder. Tira para atrás. Me pregunto si cuando su novio se cuaja en el sofá viendo la peli del viernes noche, le da gracias por ese hedor a putrefacto tan generoso y duradero.
Así pierdo yo el tiempo. Eso cuando no me quedo atocinado, vislumbrando el infinito en las pelotillas de la alfombra o la trascendentalidad del amasijo de pelos atascados en el sumidero de la ducha.
No somos nada. Y vamos a menos.
Creo que no encontraré al amor de mi vida en las páginas de contactos. Tampoco en las redes sociales. Me voy dando cuenta al ir acumulando fracasos y sinsabores. Creo que no encontraré el amor, a secas.
El amor verdadero parece un slogan edulcorado, una hábil manipulación comercial de algo infinitamente más burdo, más sumido en claroscuros, orquestada por los que manejan el cotarro para tenernos controlados. Para llevarnos por el buen camino. Para activar el ciclo económico. Para que gastemos en ropa con la que resultar atractivos al amor. Para que llenemos los bares intentando ligar. Las peluquerías, los centros de belleza, los gimnasios.
Hoy la imagen lo es todo. ¿Por qué va a ser si no es para gustar? Gustar al sexo opuesto. Al coincidente. Al vecino que parece sacado de un anuncio de Gillette. A esa chica tan guapa, todas las mañanas en el metro. A la jefa o jefe. A los compradores de puerta fría. A los amigos de él, a los amigos de ella. A los suegros. A tus amigos.
Pero la realidad nunca supera las expectativas. Es la falta de amor la que llena los bares.
Si depurara todo lo malo que ha salido de mis relaciones, no sé qué me quedaría. Un gurruño de pelos atascados en el sumidero del amor, supongo.
Además, tampoco he sido nunca muy apasionado. A ver si nos entendemos. Follar está bien, pero cansa. Y no lo es todo. Hay otras variables a tener en cuenta. Una mujer nunca es sólo una vagina. También está la persona adherida a la vagina. Eso está estupendo si te gusta la mujer. Si no es así, todo se complica mucho. Soportarse, me refiero. ¿Cómo decirlo no demasiado prosaicamente? Me cuesta. No sé.
Digamos que existe una alternativa a la masturbación, pero habla demasiado.
No está tan mal, después de todo. Lo de la soledad. Lo del olvido. Acabas comprendiendo que es un mecanismo de evasión. Una cura de humildad de nosotros mismos. Un necesario reiniciar del disco duro, cuando está jodido. Y es una cuestión de tiempo. Periodos cíclicos y vuelve a estar jodido. Nunca falla. Formateas todo, de nuevo la cosa fluye naturalmente, y cuando te estabas confiando, cuando ya planificabas horizontes idílicos, te han vuelto a entrar virus y troyanos en el sistema operativo de la felicidad.
Acabas comprendiendo muy bien el cinismo triste de los vencidos. La poderosa estética del perdedor, el sabor a licor amargo en el paladar del fracaso.
Todos somos pobres diablos que se debaten en el proceloso mar del destino, aunque a veces podamos ser afortunados inquilinos estacionales en el edén de la providencia.
"Eden". ¡Qué canción más bonita de Hooverphonics! Busco el mp3 y escucho la canción desmadejando el pesimista ovillo de mis pensamientos. A fin de cuentas, de poco sirve teorizar cuando el estigma del amor futurible llama a tu puerta.
Seguimos apostándolo todo en la ruleta sentimental, arriesgando en cada mano, como energúmenos. No sé si será por esperanza, por costumbre, por necesidad o por endocultura.
Tal vez sea porque nos aburrimos.
Poco importa.
miércoles, 16 de noviembre de 2011
Confesiones de un gusano
Sentado en la acera mojada, echo un cigarrito. Espero. Observo al gusano que sale cuando llueve, cuando se dejan caer las gotas como bombas sobre Berlín. Gusano gordo, lento, viscoso. Tan frágil, tan silencioso. Me gustan los gusanos, tan próximos a la nada y sin embargo tan reales.
Aún queda tiempo y todo puede pasar, pero la promesa de renacer, de la crisálida, ondea en la sombra de tus retorcimientos. No importa el gusano, sólo el flamígero tumulto del viento. El horror de vivir en lo sucesivo.
Como siempre, está todo listo. Sólo falta la víctima. Pito, pito, gorgorito…
Por eso me zambullo en la noche despeinada. Por eso enumero los cuerpos que encuentro en la fosa común de la vida. Como un funcionario del tercer Reich durante el recuento. Elijo a alguien. Aniquilo el libre albedrío, como un boleto de lotería obsoleto.
Parado frente a la discoteca, presiento una víctima. De nuevo, vuelve a pasarme. Siento que tengo que hacerlo. Siento que es ella. La elegida. Me carcome el impulso: gusano negro de mis desvelos. La observo caminar. Es una mujer joven. Decidida. Hermosa. Uncida a la belleza, como mi alma a lo siniestro. La sigo a cierta distancia, sorteando coches y borrachos. Esperando el callejón exacto. El escenario adecuado para mi representación macabra. La turbia cloaca de la oscuridad en la que me hundo desde hace tiempo.
De pronto, noto que algo raro pasa. Algo anómalo. Ella está acelerando el paso considerablemente. Mira en todas direcciones. Con nerviosismo. Mira los escaparates cerrados de los comercios. A la gente que pasa. Hace a su nervio óptico cómplice de cada acera. Mira incluso hacia atrás, confundiendo sus pupilas con las mías. Aparto la mirada. ¿Habrá reconocido la maldad en mi rostro?
De pronto, echa a correr. ¡No es posible, me ha descubierto! Por una vez digo sin mentir "es la primera vez que me pasa". En mi preocupación, dudo sobre qué hacer. Miro alrededor. Apenas hay gente. Decido seguirla. Ella se desvía, internándose en un aparcamiento subterráneo que da a la calle. Corro más rápido para no perderla de vista. Tejemos nuestra caótica danse macabre entre columnas y plazas vacías. Consigo acercarme más pero ella no se vuelve. La veo entrar apresuradamente en el cagadero. Cerrar de un portazo. Oigo cómo echa el cerrojo. ¡Joder! Ahora sí que estoy confuso. Ha sido más astuta que yo. ¿Cómo debo actuar? Podría esperarla aquí fuera, pero lo más seguro es que ella no abra en mucho tiempo. Además, alguien podría verme. Es arriesgado. Piensa, piensa, ¡PIENSA!
Apenas han pasado segundos desde que se encerró en el baño, aunque, en mi cabeza, soy un año más viejo. En ese instante se escucha un sonoro pedorreo. Parece como una ráfaga de metralleta. ¡Qué horror! Luego se percibe un copioso chorreo, como un manar de lava de volcán salpicando el promontorio del cagadero. ¡Qué es lo que oyen mis oídos! ¡Tiene colitis de explorador! ¡Una disentería digna del Coronel Tapioca! Ahora la oigo suspirar de alivio. Se toma su tiempo. Mucho.
Ha pasado bastante rato, durante el cual, sólo he tenido la dudosa compañía de alguna que otra hormiga solitaria y del opaco aroma del subsuelo. Nada reseñable. Aún espero. Sé que debería haberme marchado, pero estoy decidido. Pito, pito, gorgorito… Debe ser mi víctima. Voy a hacerlo. Lo sé y me temo. Mi corazón como uranio: empobrecido.
Oigo descorrer el cerrojo. ¡Al fin! Ella sale del váter. Y me mira.
–¿Y tú…? ¿Qué haces aquí? ¿Quién eres?
–Esto… ¿cómo que quién soy? ¿Es que no me habías visto antes?
–Sé reconocer perfectamente una cara, especialmente si es alguien tan feo. ¡No te he visto en mi vida!
–Pero, ¿entonces por qué corrías antes por la calle? Yo pensaba…
–¿Que por qué corría? ¡Pues porque me lo estaba haciendo encima! Estos cabrones de la discoteca tienen el servicio que parece una pocilga. No quieren que nadie les deje un regalito en el baño y ponen todos sus medios al alcance para conseguirlo. No hay tapa en el váter, y además está todo meado. Por supuesto no hay papel y además la madera de la puerta está hinchada y ni siquiera encaja en el marco, con lo que no se puede ni echar el cerrojo. ¡Vamos, una vergüenza!
–Oh, ya veo.
– ¡Oye, espera un momento! ¿Cómo sabes que iba corriendo por la calle? ¿Es que me has estado siguiendo?
–Bueno, yo…
–¡Pero bueno, qué clase de pervertido eres! ¡Aparta de mi vista, enfermo!
–¡Espera un momento! ¡Cállate de una vez! ¡Llevo una eternidad esperando que salieras! ¡Ahora pienso hacer lo que he venido a hacer!
Ella me mira alarmada. Cabreado impongo. Noto el temor en sus gestos. Algo que adoro y que me excita profundamente. Entonces yo hago lo que necesito hacer. Es siempre mágico, este momento. Por fin, abro mi gabardina como un Bogart trasnochado y le enseño mi pene erecto. ¡Qué placer tan intenso!
Sin esperarlo, ella empieza a reír a carcajadas señalando mi sexo. "¡Jajaja, dios mío, nunca había visto un rabo tan pequeño! ¿De dónde lo has sacado? ¿Se lo has quitado a un pitufo y luego te lo has teñido? ¡Ay, por favor, que me mondo!
"Y hasta aquí llegan los hechos como los recuerdo, señor juez. Por eso la maté. Tuve que hacerlo. Era demasiado humillante. Ver su cara hinchada. Roja. Riendo. Pero no era mi intención, se lo juro. Yo no soy un asesino. Yo sólo soy un pobre enfermo. Necesito exhibirme para llegar al orgasmo. Soy la víctima y no el verdugo. No soy ningún asesino. Intérnenme en un centro mental o algo así, ¡por favor!"
Y esa es mi triste historia. Desde entonces han pasado siete años. Por supuesto, en el juicio salí culpable, y actualmente me pudro en presidio. En estos tristes y eternos siete años he sido la "putita" de más de un cabrón asesino. Estos sí que son malas personas. Lo más bajo de la sociedad. Criminales sin escrúpulos, la mayoría de ellos. Yo sólo soy un pobre gusano perdido. Tan frágil, tan silencioso. Tan próximo a la nada y sin embargo tan real.
Aún queda tiempo y todo puede pasar, pero la promesa de renacer, de la crisálida, ondea en la sombra de mis retorcimientos. Sé bien que no importa el gusano, sólo el flamígero tumulto del viento. El horror de vivir, en lo sucesivo.
Aún queda tiempo y todo puede pasar, pero la promesa de renacer, de la crisálida, ondea en la sombra de tus retorcimientos. No importa el gusano, sólo el flamígero tumulto del viento. El horror de vivir en lo sucesivo.
Como siempre, está todo listo. Sólo falta la víctima. Pito, pito, gorgorito…
Por eso me zambullo en la noche despeinada. Por eso enumero los cuerpos que encuentro en la fosa común de la vida. Como un funcionario del tercer Reich durante el recuento. Elijo a alguien. Aniquilo el libre albedrío, como un boleto de lotería obsoleto.
Parado frente a la discoteca, presiento una víctima. De nuevo, vuelve a pasarme. Siento que tengo que hacerlo. Siento que es ella. La elegida. Me carcome el impulso: gusano negro de mis desvelos. La observo caminar. Es una mujer joven. Decidida. Hermosa. Uncida a la belleza, como mi alma a lo siniestro. La sigo a cierta distancia, sorteando coches y borrachos. Esperando el callejón exacto. El escenario adecuado para mi representación macabra. La turbia cloaca de la oscuridad en la que me hundo desde hace tiempo.
De pronto, noto que algo raro pasa. Algo anómalo. Ella está acelerando el paso considerablemente. Mira en todas direcciones. Con nerviosismo. Mira los escaparates cerrados de los comercios. A la gente que pasa. Hace a su nervio óptico cómplice de cada acera. Mira incluso hacia atrás, confundiendo sus pupilas con las mías. Aparto la mirada. ¿Habrá reconocido la maldad en mi rostro?
De pronto, echa a correr. ¡No es posible, me ha descubierto! Por una vez digo sin mentir "es la primera vez que me pasa". En mi preocupación, dudo sobre qué hacer. Miro alrededor. Apenas hay gente. Decido seguirla. Ella se desvía, internándose en un aparcamiento subterráneo que da a la calle. Corro más rápido para no perderla de vista. Tejemos nuestra caótica danse macabre entre columnas y plazas vacías. Consigo acercarme más pero ella no se vuelve. La veo entrar apresuradamente en el cagadero. Cerrar de un portazo. Oigo cómo echa el cerrojo. ¡Joder! Ahora sí que estoy confuso. Ha sido más astuta que yo. ¿Cómo debo actuar? Podría esperarla aquí fuera, pero lo más seguro es que ella no abra en mucho tiempo. Además, alguien podría verme. Es arriesgado. Piensa, piensa, ¡PIENSA!
Apenas han pasado segundos desde que se encerró en el baño, aunque, en mi cabeza, soy un año más viejo. En ese instante se escucha un sonoro pedorreo. Parece como una ráfaga de metralleta. ¡Qué horror! Luego se percibe un copioso chorreo, como un manar de lava de volcán salpicando el promontorio del cagadero. ¡Qué es lo que oyen mis oídos! ¡Tiene colitis de explorador! ¡Una disentería digna del Coronel Tapioca! Ahora la oigo suspirar de alivio. Se toma su tiempo. Mucho.
Ha pasado bastante rato, durante el cual, sólo he tenido la dudosa compañía de alguna que otra hormiga solitaria y del opaco aroma del subsuelo. Nada reseñable. Aún espero. Sé que debería haberme marchado, pero estoy decidido. Pito, pito, gorgorito… Debe ser mi víctima. Voy a hacerlo. Lo sé y me temo. Mi corazón como uranio: empobrecido.
Oigo descorrer el cerrojo. ¡Al fin! Ella sale del váter. Y me mira.
–¿Y tú…? ¿Qué haces aquí? ¿Quién eres?
–Esto… ¿cómo que quién soy? ¿Es que no me habías visto antes?
–Sé reconocer perfectamente una cara, especialmente si es alguien tan feo. ¡No te he visto en mi vida!
–Pero, ¿entonces por qué corrías antes por la calle? Yo pensaba…
–¿Que por qué corría? ¡Pues porque me lo estaba haciendo encima! Estos cabrones de la discoteca tienen el servicio que parece una pocilga. No quieren que nadie les deje un regalito en el baño y ponen todos sus medios al alcance para conseguirlo. No hay tapa en el váter, y además está todo meado. Por supuesto no hay papel y además la madera de la puerta está hinchada y ni siquiera encaja en el marco, con lo que no se puede ni echar el cerrojo. ¡Vamos, una vergüenza!
–Oh, ya veo.
– ¡Oye, espera un momento! ¿Cómo sabes que iba corriendo por la calle? ¿Es que me has estado siguiendo?
–Bueno, yo…
–¡Pero bueno, qué clase de pervertido eres! ¡Aparta de mi vista, enfermo!
–¡Espera un momento! ¡Cállate de una vez! ¡Llevo una eternidad esperando que salieras! ¡Ahora pienso hacer lo que he venido a hacer!
Ella me mira alarmada. Cabreado impongo. Noto el temor en sus gestos. Algo que adoro y que me excita profundamente. Entonces yo hago lo que necesito hacer. Es siempre mágico, este momento. Por fin, abro mi gabardina como un Bogart trasnochado y le enseño mi pene erecto. ¡Qué placer tan intenso!
Sin esperarlo, ella empieza a reír a carcajadas señalando mi sexo. "¡Jajaja, dios mío, nunca había visto un rabo tan pequeño! ¿De dónde lo has sacado? ¿Se lo has quitado a un pitufo y luego te lo has teñido? ¡Ay, por favor, que me mondo!
"Y hasta aquí llegan los hechos como los recuerdo, señor juez. Por eso la maté. Tuve que hacerlo. Era demasiado humillante. Ver su cara hinchada. Roja. Riendo. Pero no era mi intención, se lo juro. Yo no soy un asesino. Yo sólo soy un pobre enfermo. Necesito exhibirme para llegar al orgasmo. Soy la víctima y no el verdugo. No soy ningún asesino. Intérnenme en un centro mental o algo así, ¡por favor!"
Y esa es mi triste historia. Desde entonces han pasado siete años. Por supuesto, en el juicio salí culpable, y actualmente me pudro en presidio. En estos tristes y eternos siete años he sido la "putita" de más de un cabrón asesino. Estos sí que son malas personas. Lo más bajo de la sociedad. Criminales sin escrúpulos, la mayoría de ellos. Yo sólo soy un pobre gusano perdido. Tan frágil, tan silencioso. Tan próximo a la nada y sin embargo tan real.
Aún queda tiempo y todo puede pasar, pero la promesa de renacer, de la crisálida, ondea en la sombra de mis retorcimientos. Sé bien que no importa el gusano, sólo el flamígero tumulto del viento. El horror de vivir, en lo sucesivo.
viernes, 11 de noviembre de 2011
Cazando
Periodo Magdaleniense. Cae la tarde en Altamira.
El joven Ugu deglute su desdicha. Ñara no quiere. Eso da a entender. Sutilmente. Gruñidos guturoides mediante. Si se pone pesado, pellizcándole el triángulo boscoso del pubis con un pico de garza o seccionándole una tetilla con un aparejo de sílex. ¡Menudo carácter! Qué hacer. Sin tele. Sin fútbol. Sin Internet. Sin cerveza. Sin deudas, con lo entretenidas que son. ¿Por qué no querrá?
Contempla el prado melancólicamente. Imagina miles de criaturas, pequeños animalillos, roedores, mamíferos ungulados, insectos, todos ellos dale que te pego, cruje que te cruje, soslayando el tedio. Algunos apenas mayores que una mota de polvo, pero todos dotados de una providencial capacidad para el jinque. Y él allí, asuetoso, pelando la pava. El cuello de pavo, más bien. Se sacude la comadreja entre lágrimas de incomprensión. Es tanto el deseo y tan paupérrimo el consuelo manubrial.
Se aburre. Juega un rato a hacer chispitas con dos pedrolos de pedernal. Se echa unas tabas con un puñado de astrágalos resultantes del fino despiece de varios integrantes de una tribu rival. Amasa un voluminoso moco. Lo ingiere para luego saborearlo con indisimulado deleite. Se deja ver por el Dólmen y gruñe con los demás jóvenes al ensordecedor ritmo de los rudimentarios tambores de piel de escroto de babuino. Si al menos fuera valiente. Entraría en la cueva con la garrota por delante insinuando "esto es lo que hay". Su vecino de cueva, Gru, sí que sabe. Cada vez que su parienta esboza un atisbo de rechazo, le suelta un buen garrotazo en la cocorota y listos. Luego la baja a la pradera para no clavarse el duro suelo de piedra y la posee semi inconsciente. Pero Ugu lo hace mal. La deja gruñir de más, y por ahí le gana la mano. Es muy persuasiva. Ugu no sabe que el devenir histórico alumbrará un día en el que estas hermosas criaturas dominarán el mundo, esclavizarán a los varones, asesinarán a la mayor parte de ellos, conservando unos pocos aislados en cápsulas incomunicadas, para extraerles el esperma, el cual posteriormente se tratará genéticamente para engendrar únicamente hembras. Una sociedad ya no matriarcal, sino femenina. Pero no adelantemos acontecimientos.
Simplemente hay días en los que Ñara se muestra renuente. A veces se señala la cabeza. A veces cruza las patitas con fuerza. A veces le enseña el dedo anular, críptico gesto que Ugu aún no ha descifrado del todo pero que parece querer decir "acércate y morirás de hemorroides en racimo". Ugu, de temperamento respetuoso, siempre se ha apartado gentilmente en estas ocasiones pero hoy es distinto. Hoy se considera un "indignado" y va a hacer oír sus protestas. Ya está bien de que los altos poderes no tengan en cuenta las reivindicaciones de los débiles. La unión nos hará fuertes: así pues, se asocia con su mal genio, su aburrimiento y sus ganas de follamen. Se va a enterar esta.
Primero adopta una actitud agresiva y, como quien maneja una cachiporra, golpea con su pene enhiesto la cara de la esquiva hembra. Mal movimiento. Ella le suelta un mordisco terrible y ahora una notable brecha sangrante afea su maltrecho gusanito de carne.
En segunda instancia decide adoptar una estrategia más sutil. Ataca furtivamente a la hora de la siesta. Acerca un dedito juguetón a las latitudes inferiores del mapamundi corporal de Ñara. Lo introduce cuidadosamente en la cavidad rosada. Primero la puntita y luego dos dedos enteros. Ahora remueve despacito. No pasa nada. Así que continúa. Y nota un tacto considerablemente mojado. Esa señal le suena. ¡Está dispuesta! Alegremente congrega cuatro dedos y los invita al ceremonial del sube y baja vertical. De pronto, sin esperarlo siquiera, recibe un durísimo y fatal golpe en el coco con un fémur de felino dientes de sable. Aúlla de dolor. "¡Pero qué he hecho yo para merecer esto!" se pregunta. ¡Si estaba mojadito! Entonces observa sus húmedos dedos y los descubre empapados en sangre. En ese momento, Ugu aprende dos importantes lecciones: la primera, que no te puedes fiar de una criatura que sangra todos los meses y luego no se muere. La segunda que cuando ellas dicen que no, es que no.
Enrabietado y enloquecido a partes iguales, gruñendo enfurecido, descarga su enajenación sexual limpiándose la sangre de las manos con las paredes de la cueva. Luego moja sus manos en la herida abierta de su parietal y procede a hacer lo mismo. Cuando termina, casualmente, lo que ha quedado impreso sobre el muro de piedra se parece mucho a bisontes corriendo. Ñara alaba el acabado estético de la escena. En poco tiempo y sin pretenderlo, Ugu crea tendencia y poco a poco, en esos días difíciles en que las compañeras de cueva no quieren marcha, se empieza a generalizar la moda de utilizar los fluidos menstruales para hacer dibujitos en las paredes con los más variados motivos rupestres. Finalmente, los milenios pasan, los motivos y las causalidades se diluyen en el marasmo del tiempo y tenemos al profesor de paleontología Edelmiro Copón sosteniendo en su mano el provecto cráneo del Neanderthal Ugu frente a sus alumnos.
"Y como podéis ver, este cráneo presenta la particularidad de una fractura en la zona parietal, probablemente a consecuencia del ataque de un depredador o de alguna lesión cazando".
Sí, sí. Cazando.
El joven Ugu deglute su desdicha. Ñara no quiere. Eso da a entender. Sutilmente. Gruñidos guturoides mediante. Si se pone pesado, pellizcándole el triángulo boscoso del pubis con un pico de garza o seccionándole una tetilla con un aparejo de sílex. ¡Menudo carácter! Qué hacer. Sin tele. Sin fútbol. Sin Internet. Sin cerveza. Sin deudas, con lo entretenidas que son. ¿Por qué no querrá?
Contempla el prado melancólicamente. Imagina miles de criaturas, pequeños animalillos, roedores, mamíferos ungulados, insectos, todos ellos dale que te pego, cruje que te cruje, soslayando el tedio. Algunos apenas mayores que una mota de polvo, pero todos dotados de una providencial capacidad para el jinque. Y él allí, asuetoso, pelando la pava. El cuello de pavo, más bien. Se sacude la comadreja entre lágrimas de incomprensión. Es tanto el deseo y tan paupérrimo el consuelo manubrial.
Se aburre. Juega un rato a hacer chispitas con dos pedrolos de pedernal. Se echa unas tabas con un puñado de astrágalos resultantes del fino despiece de varios integrantes de una tribu rival. Amasa un voluminoso moco. Lo ingiere para luego saborearlo con indisimulado deleite. Se deja ver por el Dólmen y gruñe con los demás jóvenes al ensordecedor ritmo de los rudimentarios tambores de piel de escroto de babuino. Si al menos fuera valiente. Entraría en la cueva con la garrota por delante insinuando "esto es lo que hay". Su vecino de cueva, Gru, sí que sabe. Cada vez que su parienta esboza un atisbo de rechazo, le suelta un buen garrotazo en la cocorota y listos. Luego la baja a la pradera para no clavarse el duro suelo de piedra y la posee semi inconsciente. Pero Ugu lo hace mal. La deja gruñir de más, y por ahí le gana la mano. Es muy persuasiva. Ugu no sabe que el devenir histórico alumbrará un día en el que estas hermosas criaturas dominarán el mundo, esclavizarán a los varones, asesinarán a la mayor parte de ellos, conservando unos pocos aislados en cápsulas incomunicadas, para extraerles el esperma, el cual posteriormente se tratará genéticamente para engendrar únicamente hembras. Una sociedad ya no matriarcal, sino femenina. Pero no adelantemos acontecimientos.
Simplemente hay días en los que Ñara se muestra renuente. A veces se señala la cabeza. A veces cruza las patitas con fuerza. A veces le enseña el dedo anular, críptico gesto que Ugu aún no ha descifrado del todo pero que parece querer decir "acércate y morirás de hemorroides en racimo". Ugu, de temperamento respetuoso, siempre se ha apartado gentilmente en estas ocasiones pero hoy es distinto. Hoy se considera un "indignado" y va a hacer oír sus protestas. Ya está bien de que los altos poderes no tengan en cuenta las reivindicaciones de los débiles. La unión nos hará fuertes: así pues, se asocia con su mal genio, su aburrimiento y sus ganas de follamen. Se va a enterar esta.
Primero adopta una actitud agresiva y, como quien maneja una cachiporra, golpea con su pene enhiesto la cara de la esquiva hembra. Mal movimiento. Ella le suelta un mordisco terrible y ahora una notable brecha sangrante afea su maltrecho gusanito de carne.
En segunda instancia decide adoptar una estrategia más sutil. Ataca furtivamente a la hora de la siesta. Acerca un dedito juguetón a las latitudes inferiores del mapamundi corporal de Ñara. Lo introduce cuidadosamente en la cavidad rosada. Primero la puntita y luego dos dedos enteros. Ahora remueve despacito. No pasa nada. Así que continúa. Y nota un tacto considerablemente mojado. Esa señal le suena. ¡Está dispuesta! Alegremente congrega cuatro dedos y los invita al ceremonial del sube y baja vertical. De pronto, sin esperarlo siquiera, recibe un durísimo y fatal golpe en el coco con un fémur de felino dientes de sable. Aúlla de dolor. "¡Pero qué he hecho yo para merecer esto!" se pregunta. ¡Si estaba mojadito! Entonces observa sus húmedos dedos y los descubre empapados en sangre. En ese momento, Ugu aprende dos importantes lecciones: la primera, que no te puedes fiar de una criatura que sangra todos los meses y luego no se muere. La segunda que cuando ellas dicen que no, es que no.
Enrabietado y enloquecido a partes iguales, gruñendo enfurecido, descarga su enajenación sexual limpiándose la sangre de las manos con las paredes de la cueva. Luego moja sus manos en la herida abierta de su parietal y procede a hacer lo mismo. Cuando termina, casualmente, lo que ha quedado impreso sobre el muro de piedra se parece mucho a bisontes corriendo. Ñara alaba el acabado estético de la escena. En poco tiempo y sin pretenderlo, Ugu crea tendencia y poco a poco, en esos días difíciles en que las compañeras de cueva no quieren marcha, se empieza a generalizar la moda de utilizar los fluidos menstruales para hacer dibujitos en las paredes con los más variados motivos rupestres. Finalmente, los milenios pasan, los motivos y las causalidades se diluyen en el marasmo del tiempo y tenemos al profesor de paleontología Edelmiro Copón sosteniendo en su mano el provecto cráneo del Neanderthal Ugu frente a sus alumnos.
"Y como podéis ver, este cráneo presenta la particularidad de una fractura en la zona parietal, probablemente a consecuencia del ataque de un depredador o de alguna lesión cazando".
Sí, sí. Cazando.
viernes, 4 de noviembre de 2011
Salvo en éste caso
Katy da a luz a dos mellizos, uno negro y otro blanco.
Y Koné piensa en asesinar a Katy. Tan vulgar es.
¡Ay la vida, qué reveses tiene! La de veces que se habrá contado la clásica broma del tipo blanco que es corneado sin saberlo y cuando nace el retoño se descubre el pastel. De chocolate. Y ahora lo mismo, pero al revés.
En este caso al revés, porque Koné es negro. De Liberia. Y su pastel es merengue: un bastardo del Real Madrid. Hay que joderse.
Koné que tanto ha vivido, que tanto miedo ha visto refulgir como vómito de bulímica en las pupilas de sus víctimas.
Koné fue mercenario. Participó en conflictos armados. Por dinero, claro. Irak. Antigua Yugoslavia. Colombia: su programa estatal contra los cárteles. Finalmente, Costa de Marfil. Conculcó derechos humanos. Dificultó el derecho de autodeterminación de los pueblos. Reprimió manifestantes pacíficos. Masacró población civil. Con desdén. Como quien libera un pedo silente sobre el suave lino de un cojín terso. Como quien aplasta una hormiga. Emitiendo un plácido bostezo.
La empresa tapadera para la que trabajaba era una compañía privada de seguridad. Grandes pagadores. Gente seria. Que saben hacer las cosas. Así da gusto.
Después, la jubilación. A los treinta. Dejó el oficio porque ganó el suficiente dinero y siguió vivo para gastarlo. Se instaló en París. Fumó. Bebió. Inspiró temor y disfrutó con ello. Se corrió buenas juergas con las putas de Montparnasse, los gángsteres de baratillo, las barras últimas de la noche. Contempló infinidad de mujeres por la parte de las raíces hasta que una hermosa flor germinó en su tiesto: Katy. Una francesa colonial, de marfileña exuberancia, negra como un interno en estado crítico de la unidad de quemados, en el hospital del deseo inconcluso.
Koné se enamoró. Claro. Hasta el tuétano. Y la cagó. Ahora lo constata al ver ante sí un bebé negro y otro blanco. Qué hacer.
El médico dice que pudiera ser algún gen recesivo perdido. O tal vez en su árbol genealógico, o en el de Katy, hubiera algún blanco y lo desconocieran. Koné escruta al médico franchute. Es blanco. Blando. Mirada esquiva, temblorosa. ¿Y si fuera el padre? Koné está cabreado y cuando se cabrea se torna impulsivo. Se deja llevar por lo peor de sí mismo. A la mañana siguiente el doctor no acude al trabajo. Sus compañeros preguntan por él, extrañados. Ignoran que en éste momento su cuerpo descansa apacible, en el fondo del Sena, con una piedra enorme atada al cuello. Eso sólo lo saben Koné y el muerto. Pero los muertos no hablan. Están mejor callados. Sin hacer desafortunadas conjeturas sobre etimologías de bebés blancos.
El cabreo de Koné sigue en aumento. En la calle, con el carrito, el mendigo borracho del banco hace un chiste sobre los helados de nata y chocolate. El manchurrón de vino torna arroyuelo escarlata en su pecho cuando Koné le raja el cuello en un callejón desvencijado. Koné hace desaparecer el cuerpo en el alcantarillado. Quemando en su jardín manos, pies y dentadura del borracho. Un profesional es un profesional. Las ratas harán el resto.
Koné está triste, pero no puede hacer nada. No puede matar a Katy. No serviría de nada. Está enamorado. Condenado. Calienta dos biberones en el microondas y suspira ausente. Espera. Para esto ha quedado.
Es de suponer que sería más feliz si conociera mejor la historia de aquella joven mujer pobre. La que en su día lo abandonó en el orfanato de Monrovia por no poder hacerse cargo de él a causa de cinco hijos previos con un díscolo guerrillero de Sierra Leona. La misma a la que luego él asesinó por despecho. Por todas las miserias y maltratos soportados en el hospicio. Dejando a esos cinco hermanos destrozados. Como él, huérfanos. Si la hubiera dejado explicarle, habría conocido el motivo real de su puesta en adopción.
El caprichoso destino quiso verle nacer negro azabache, no mulato, ni blanco. Pero en realidad, Koné, era el resultado de una aventura extramarital entre su madre liberiana y aquel galante alemán, tan guapo, cooperante de ONG, que ayudaba con humanitario tesón en el orfanato del campo de refugiados. Algo había que hacer para no revelar el desliz a ojos del violento y celoso marido.
Pero la vida tiene estas cosas: la vida es una paleta de color inabarcable. Y la verdad se distrae en los matices. El mundo no se rige por el maniqueísmo. Las cosas no suelen ser blancas o negras.
Salvo en este caso.
Y Koné piensa en asesinar a Katy. Tan vulgar es.
¡Ay la vida, qué reveses tiene! La de veces que se habrá contado la clásica broma del tipo blanco que es corneado sin saberlo y cuando nace el retoño se descubre el pastel. De chocolate. Y ahora lo mismo, pero al revés.
En este caso al revés, porque Koné es negro. De Liberia. Y su pastel es merengue: un bastardo del Real Madrid. Hay que joderse.
Koné que tanto ha vivido, que tanto miedo ha visto refulgir como vómito de bulímica en las pupilas de sus víctimas.
Koné fue mercenario. Participó en conflictos armados. Por dinero, claro. Irak. Antigua Yugoslavia. Colombia: su programa estatal contra los cárteles. Finalmente, Costa de Marfil. Conculcó derechos humanos. Dificultó el derecho de autodeterminación de los pueblos. Reprimió manifestantes pacíficos. Masacró población civil. Con desdén. Como quien libera un pedo silente sobre el suave lino de un cojín terso. Como quien aplasta una hormiga. Emitiendo un plácido bostezo.
La empresa tapadera para la que trabajaba era una compañía privada de seguridad. Grandes pagadores. Gente seria. Que saben hacer las cosas. Así da gusto.
Después, la jubilación. A los treinta. Dejó el oficio porque ganó el suficiente dinero y siguió vivo para gastarlo. Se instaló en París. Fumó. Bebió. Inspiró temor y disfrutó con ello. Se corrió buenas juergas con las putas de Montparnasse, los gángsteres de baratillo, las barras últimas de la noche. Contempló infinidad de mujeres por la parte de las raíces hasta que una hermosa flor germinó en su tiesto: Katy. Una francesa colonial, de marfileña exuberancia, negra como un interno en estado crítico de la unidad de quemados, en el hospital del deseo inconcluso.
Koné se enamoró. Claro. Hasta el tuétano. Y la cagó. Ahora lo constata al ver ante sí un bebé negro y otro blanco. Qué hacer.
El médico dice que pudiera ser algún gen recesivo perdido. O tal vez en su árbol genealógico, o en el de Katy, hubiera algún blanco y lo desconocieran. Koné escruta al médico franchute. Es blanco. Blando. Mirada esquiva, temblorosa. ¿Y si fuera el padre? Koné está cabreado y cuando se cabrea se torna impulsivo. Se deja llevar por lo peor de sí mismo. A la mañana siguiente el doctor no acude al trabajo. Sus compañeros preguntan por él, extrañados. Ignoran que en éste momento su cuerpo descansa apacible, en el fondo del Sena, con una piedra enorme atada al cuello. Eso sólo lo saben Koné y el muerto. Pero los muertos no hablan. Están mejor callados. Sin hacer desafortunadas conjeturas sobre etimologías de bebés blancos.
El cabreo de Koné sigue en aumento. En la calle, con el carrito, el mendigo borracho del banco hace un chiste sobre los helados de nata y chocolate. El manchurrón de vino torna arroyuelo escarlata en su pecho cuando Koné le raja el cuello en un callejón desvencijado. Koné hace desaparecer el cuerpo en el alcantarillado. Quemando en su jardín manos, pies y dentadura del borracho. Un profesional es un profesional. Las ratas harán el resto.
Koné está triste, pero no puede hacer nada. No puede matar a Katy. No serviría de nada. Está enamorado. Condenado. Calienta dos biberones en el microondas y suspira ausente. Espera. Para esto ha quedado.
Es de suponer que sería más feliz si conociera mejor la historia de aquella joven mujer pobre. La que en su día lo abandonó en el orfanato de Monrovia por no poder hacerse cargo de él a causa de cinco hijos previos con un díscolo guerrillero de Sierra Leona. La misma a la que luego él asesinó por despecho. Por todas las miserias y maltratos soportados en el hospicio. Dejando a esos cinco hermanos destrozados. Como él, huérfanos. Si la hubiera dejado explicarle, habría conocido el motivo real de su puesta en adopción.
El caprichoso destino quiso verle nacer negro azabache, no mulato, ni blanco. Pero en realidad, Koné, era el resultado de una aventura extramarital entre su madre liberiana y aquel galante alemán, tan guapo, cooperante de ONG, que ayudaba con humanitario tesón en el orfanato del campo de refugiados. Algo había que hacer para no revelar el desliz a ojos del violento y celoso marido.
Pero la vida tiene estas cosas: la vida es una paleta de color inabarcable. Y la verdad se distrae en los matices. El mundo no se rige por el maniqueísmo. Las cosas no suelen ser blancas o negras.
Salvo en este caso.
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