martes, 28 de septiembre de 2010

Crisis



¡¡Que no panda el cúnico!!

¡El que no se consuela es porque no tiene mano!

Y todos tranquilos. Dentro de cien años, ¡ni nos acordaremos de la crisis!

El mar y un cielo azul interminable




El mar y un cielo azul interminable, inabarcable, estragante.

El verano infinito. Salitre en la piel. Brisa fragante. Cabello mecido. Destellos de rayos solares inclinando nuestros párpados. Solaz.

Donde las olas rompen es donde nace el suicidio cotidiano; todos los decesos son el mismo repetido. Ascender a la parte más escarpada de tu desolación y después, simplemente dejarte caer. Caer.

Caer.

Entonces era feliz. Es fácil ser feliz cuando no pasa nada. Ni el tiempo. El niño descubre el mar y exclama. El viejo regresa al mar y suspira. La ola torna espuma y se libera. La lágrima abandona el espectro y se sacraliza. El sueño frágil quiebra y germina el desvelo.

Aún recuerdo, y la memoria es el tormento. El patrimonio último del viejo.

Descenso.

lunes, 27 de septiembre de 2010

jueves, 23 de septiembre de 2010

Del desconcierto





Membranas. Texturas. Cavidades.

Los recuerdos de un escritor ausente. La maldita tristeza del tiempo. Ése engaño. Ésa rueca en el telar que no deja de girar sobre un eje enfermo.

Treinta siglos de mentirosos. No dejan de brotar. Como hongos en verano, allí se les puede ver, medrando, contando sus mentiras, multiplicándose; como el odio cerval. Como el vacío. Todos mudos en realidad, subproductos de sí mismos. Copias de imitaciones. Reproduciendo las mismas ideas, llegando a idénticas conclusiones. Vaciando un todo inhábil con su nada cegadora.

Afuera llueve. Las gotas golpean estúpidamente las superficies. Revierten contra el cristal esmerilado. Pero nada cambia. El cielo sigue siendo una promesa de herrumbre gris, un ancho manto de desespero.

A veces sueño con ella. Entonces, viene a mí y me dice que fue un error. Que aún es capaz de albergar sentimientos. Que no es un jodido lagarto. Que espera que lo entienda, de algún modo, aunque ya sea tarde.

Como si fuera posible.

Sin rencores. No se puede contravenir al pasado.

Cuando me habla así, oníricamente, algo se restituye en mi alma. Dura poco tiempo. Pero es mejor que nada.

Se puede estar finado rodeado de cadáveres vivientes. Se puede agonizar eternamente cuando nada de lo esperado termina sucediendo.

Vuelvo a la lluvia contra el cristal, al hombre frente al espejo. Al misterio de los tejidos, de lo vivo que muere. Del pensamiento llagado. De lo que somos, o tal vez no somos, en esencia.

Menos que cero igual a infinito desierto. Bajo la lluvia. Del desconcierto.

La tristeza


La tristeza vive
en una voz femenina
anunciando estaciones sin nombre
en el interior de un tren
que hiende el corazón de la noche.

La tristeza emana
del cuarteto de cuerda
interpretando “Por una cabeza”
durante el banquete de boda
que desnuda el atardecer.

La tristeza cristaliza
en ocasos como espinas.
Incapacidad de conservar algo
que trascienda al trámite
del latido irrecuperable.

La tristeza es un río
de cauces imprecisos
rayanos al desborde;
que involucra el caudal de tu alma
y la mía,
que compromete el destino
de nuestras riberas
hoy unívocas,
mañana, tal vez,
escindidas
en meandros
distantes:

Éste arenal en el que
nos hundimos.

martes, 21 de septiembre de 2010

Declaración de Intenciones


Bien.


Heme aquí de nuevo. Después de bastante tiempo de mandar la escritura al carajo, resulta que me aburro y tengo que canalizar la ignominia de mi existencia de algún modo. Las redes sociales, el marca.com y tanta soplapollez con la que la gente malgasta el tiempo a mí me acaban alienando más que si me autolobotomizara por el bien de la humanidad. Necesito escribir. Es una de las cosas que te mantiene alejado de acabar cruzado en la vía del tren.


Así que retomo la escritura, pero no con ansias de imprimir líneas inmortales ni trascender cuán pedo de monarca, sino para excretar tanta cosa que me pasa por la cabeza y no encuentra liberación. Liberémonos pues, truñemos palabras. Hagamos un templo a la excreción dorada.


En realidad quiero escribir por deporte, para no anquilosarme, para retomar la prosa fácil, por entrenamiento. Un poco como el tipo que se mata a pajas todos los días para estar en forma el día que ligue y poder echar tres sin sacarla con una diosa del amor que no cobre por servicios prestados.


Aquí comiendo a perorar sin público a la vista, enfrentado a la soledad e incomprensión absolutas de una audiencia ausente. Como a mí me gusta.


Hagan juego, señores.