miércoles, 15 de junio de 2011

La poesía, señor hidalgo





"Con este pisapapeles de carne, voy a aplicar mi papel secante a tu coño supurante."

"Con tuneladora venosa mediante, quiero horadar tu fosa, por detrás y por delante."

"Con mi apisonadora de cemento quiero alisar los pliegues de tu insaciable coño hambriento."


Y así ad eternum. ¡Ah! ¡La poesía, señor hidalgo! Jajaja. Quiero decir, que se me ocurren diez mil millones de frases guarras con una pizquita de imaginación y humor. Las habrá peores y las habrá mejores, naturalmente, y yo casi nunca me percato de lo sutil, de lo que cuenta. De cuándo acierto más y cuándo la cago menos. Yo suelto una frase tras otra por la coctelera de mi caótico torno fresador mental y luego hago recuento de víctimas, heridos y represaliados en su buen gusto por culpa de los daños colaverbales que ocasiono. Pero a la sazón, creo. Me aposento en la creación, en la esfera imaginativa, o al menos en sus alrededores. Una habitación (mental) con vistas. Me afano en remover cosas, rebuscar ideas, palabrismo cuasi inútil. Para bien o para mal intento exprimir la naranja del ingenio, unas veces con suerte y otras con pérdidas irreparables de pegada, reputación (ya de por sí escasa) o lo que cojones sea que entréis a valorar.

A estas alturas perorativas podríais preguntaros, ¿por qué cojones está contando esto el mindundi? Pues porque casualmente, hurgando en la red a la busca de savia nueva con que irrigar el árbol viejo de mi amor por Henry Miller, he dado con algunos relatos eróticos de autoproclamados escritores, aunque más bien eran columnistas en periódicos gratuitos de dudosa enjundia. Últimamente, estos medran de la nada, como líquenes en el lado romo de un pedrolo. Y, qué leches, está bien que todo dios escriba. Que la gente se ponga a prueba. A ver de qué se es capaz. A ver qué sale. Cuantos más, mejor. Algo de aceite habrá y terminará aflorando a la superficie, dejando abajo a la inmundicia, de mayor densidad. Bueno, pues eso, a propósito de Henry leía un relato erótico de un tipo columnista, y el relato no estaba mal. Tenía sus ingredientes necesarios, a saber, morbo, violencia, irreverencia, inmediatez, descaro. Bueno, esas cosas, nunca he sido un adjetivista. El caso es que al rato de leer, una sensación ingrata cala en el paladar del ojo lector. Da un poco la sensación de que el escribiente en cuestión es más un periodista que otra cosa. Un amanuense que refiere unos hechos con bastante poca parábola literiaria. Digamos que radiografía unos hechos y pensamientos asociados a los mismos de un modo escueto y telegramático. Ni atisbo de pensamiento alambicado o reflexión post “aquí te pillo, aquí te meto”. Aquí uno se acuerda de aquel “there must be something more than this” de… ¿Frank Zappa? Bueno, no me acuerdo, mirad la Wikipedia si sois fanáticos de la exactitud documental: a mí me la raspa. Yo he venido aquí a hablar de mi libro.

Ya me salgo del relato del tipo este que no viene al caso. Mi reflexión incide sobre otros derroteros. Leyendo aquello pensaba yo en la llamada generación perdida americana, ya sabéis, estos literatos que se cagaron en los estamentos, las formas, los estilos literarios y se dedicaron a vivir, a follar y a ponerlo por escrito como buenamente pudieron o quisieron. Hago especial mención a Bukowski, un referente tan sobado que ya huele un poco. Yo soy el primero que acabo aborreciendo reconocer parte de él en mí. En mi prosa, más bien. (Yo soy infinitamente más apuesto y galante. No es mi uso llevar la pechera sempiternamente manchada de vino y tristeza). Pero el hecho es que la aportación del viejo Buk a la renovación de los anquilosados márgenes literarios de su época a mí me parece capital. No fue únicamente obra suya, como es natural, pero él es un buen ejemplo de lo que luego tanta gente no solo tomó como referencia, sino que con mayor o menor descaro, copió descaradamente, cagándose en su estilo propio o pretensiones de originalidad. Y aquí está lo que pienso. Pienso que Bukowski tuvo la grandísima virtud de dar voz a los borrachos, putas, inquilinos perpetuos del lumpen y marginados que, hasta entonces, poco palio tenían para dejarse oír rivalizando con los tornasolados escritos que trufaban el ortopédico panorama literario unímodo que tan encorsetado quedaba por los editores y encargados de contenidos de los periódicos y revistas de entonces. En definitiva, Bukowski dio voz a la calle, permitió a cualquiera que tuviera que contar algo, por poco académicas que fueran sus formas, sentir que podía existir un espacio para él. Esta contribución a cagarse en los márgenes del exclusivísimo pavimento literario ya de por sí me parece una aportación cojonuda. Aunque solo sea por la heterodoxia de criterios formales y estilísticos a la que otorgó audiencia en los canales existentes, ya debería ser tenido en cuenta como renovador del medio. Pero también esbozó la génesis de un problema en el lienzo a enguarrinar por los subsiguientes escritores neófitos. Bukowski dio voz a la calle, sí, pero la calle no siempre tiene algo interesante que decir. Es mas, yo creo que en ocasiones la situación puede llegar a rizar el rizo y dar voz y voto anómalamente a escritores que parecen más reputados por sus formas que por sus contenidos. Es decir, un tipo que abandera la provocación como estilo, que se autoproclama antisistémico y contracultural, que recurre a la expresión llana y no elude los vericuetos del tema escabroso o la forma verbal agresiva, puede llegar a labrarse una posición de privilegio por el mero hecho de escribir “así”, de ese modo. Las formas. La imagen. La estética es la llave de todo. Y si no lo es de todo, sí de muchas cosas. Me parece cojonudo que la estética sea una llave, que conste. Pero no puede ser la llave, la puerta y lo que hay detrás de la puerta. No puede configurar un todo. Además de que me mole mucho cómo escribe Pepito Pérez, lo cual ya es una ventaja porque le leo con mayor curiosidad y atención si cabe, Pepito Pérez debe contarme algo con una estructura. Debe pensar constructivamente. Al menos, conexamente. Debe querer llevarme a algún sitio. Debe tener unas ideas y confrontarlas a mí, a lo que pienso yo, a lo que soy. Debe tener MIGA. No sé cuál, pero alguna.

Y eso es lo que veo yo que falta. En muchos bloggeros que cotilleo. En textos de escritores aficionados que publican en redes sociales de escritores. En el relato erótico del columnista. En el andamiaje mental, en el ideario o en el plan maestro de nuevos, novísimos escritores que le sacan la lengua al panorama literario actual para luego, mostrarnos que, en muchos casos, tras la lengua no hay faringe, esófago, estómago. Corazón, polla, alma.

Y es jodido. No digo que no. Escribir. Escribir bien. Cuidar el estilo. Tener ideas. Verlas germinar. Madurarlas. Hacerlas constar. Estructurarlas. Hilarlas con finura. Caracterizar personajes. Volverlos creíbles, consecuentes. Verter ingenio en los planteamientos, nudos, desengaños. Yo también velo mis armas en el puesto fronterizo de la escritura. Vuestra guerra es la mía. Y sé muy bien que es difícil estar ahí. Y puedo reconocer sin arrobo que yo también he huido del frente. De muchos frentes. Que soy cobarde. Que a veces es mejor dejar de atormentarse y esperar que fluya. Muchas veces es así como funciona. Pero no todas las veces. Hay que superar el caca-culo-pedo-pisto manchego. Bukowski estaba muy bien. Está muy bien. Estamos de acuerdo. Bregamos en el mismo bando. Pero cuidado. No os confundáis. Buk era más. Muchísimo más. Ahondad en su poesía y os daréis cuenta. Era un obseso de la sencillez. Del lenguaje llano. Pero os mostraba únicamente lo que quería. La punta de su iceberg. La punta de su estilete de escribano. La punta de la polla de su alma. Por debajo había mucho más. Un mundo subterráneo que, tal vez, es el necesario. El único. El que sustenta todo. Había mucho de eso en él. Llamadle señor. Mostrad respeto.

Y es aquí donde yo quería llegar. Ahora hay muchos que escriben de puta madre (bueno, no tantos en realidad). Gente que se lo curra mucho y son realmente entretenidos. Pero qué más. Más allá de los estilos subyugantes. De las novedosas formas de encarar un texto escrito. De las tramas cuasi geniales. Más allá necesitamos alma, sustrato, contenido. Por eso me repelo el culo repasando a los clásicos. Por eso Henry Miller. Por eso Buk. Por eso Hemingway. Por eso Fitzgerald. Por eso Ginsberg, Kerouak, Burroughs y la madre que lo parió. Porque ya, salvo honrosas excepciones, no es lo mismo. Y, ojo, no necesariamente me excluyo del saco. Todos somos un poco la misma mierda. Y ahí es dónde quería ir.

La escritura es insensatez y látigo. Pensadlo.

Ahí queda eso.

Y no me extiendo más, que estoy hasta los cojones de escribir.

Himén.

1 comentario:

  1. Me ha encantado, tienes mucha razón. Es verdad que en todo presente toda la mierda está junta y hay que filtrarla un poco para sacar esas gotas de aceite que todo lo pringan, pero hoy en día hay como un culto a lo estético, o a los envoltorios que aliena un poco. EStoy de acuerdo con que el gran mérito de todos los autores que mencionas fue romper moldes y hacerlo con una cierta sensibilidad literaria, pero hoy eso ya no sirve porque ser rompemoldes se ha convertido en una moda más. La cosa no está demasiado fácil

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