miércoles, 25 de enero de 2012

Por eso yo ahora, escribo.



Bueno, hay que escribir todo el tiempo, supongo. ¿Eso dicen, no? Y cuando no escribes, leer como un poseso. De todo, ansiosamente. No parar. Y más o menos así, si hay algo de talento en tu interior, acabas consiguiendo algo. Necesitas escribir mil páginas para sacar una primera página buena, algo así decía Balzac, creo. Me da pereza buscar la cita concreta. Y después de todo ese esfuerzo te das cuenta de que hay tíos con un talento que deja tus relatitos y escritos a la altura del betún. Escritores que describen cómo se mesan el ojete una desabrida mañana de enero y consiguen que llore un diputado o que una novicia deje los hábitos para hacerse felatriz de cine (X). Luego te dices a ti mismo “voy a apuntar más abajo. Vamos a tratar de emular a alguien con un estilo más accesible: pongamos Bukowski, Carver”. Y luego resulta que no es tan fácil y a ese escrito autocopiativístico le falta el alma que ponían esos otros escritores con su estilo eficazmente minimalista y directo. O su sentido del humor. O su singular y soterrada pulsión poética. Qué sé yo. Te falta que no eres él sino tú. Al final, terminas por comprender que tienes que buscar tu propio camino, tomar de aquí y allá lo que te gusta de unos y otros y finalmente tratar de encontrar una manera de contar las cosas que porte el germen de algo tuyo. Luego, si eres perseverante y evolucionas correctamente, si no te estancas en el proceso, si no desistes, tal vez acabes siendo un escritor con voz propia. Incluso, uno bueno.

Supongo que por eso estoy escribiendo, ahora mismo, este post que tres o cuatro personas leerán esperando encontrar alguna historia entretenida. Estos pocos lectores se mirarán en este punto exacto de mi escrito y dirán, “¿Por qué coño está Poyatos pensando en voz alta? ¿Es que no se le ocurre nada mejor?”. Y yo les repondería “pues sí, acertasteis. A veces se me ocurren cosas, pero tienen que tomar forma, hacerse grandes en el cajón del pensamiento hasta que puedan salir a ese muestrario depurado que es lo que se publica”. No se puede empezar a escribir una historia chapuceramente. Bueno, se puede, pero no se debe. Y hasta que tenga una historia decente, debo obligarme a escribir. Lo que sea. El ensayo está muy bien por eso. Para reflexionar no hace falta tener una historia. Hace falta tener ojos y oídos y auscultar con tu personal estetoscopio el imperfecto mundo. El intelectual piensa y le pagan por pasar por escrito lo que piensa. Evidentemente, al ensayista se le presupone un pensador original, acerado, constructivo y genial divulgador de su pensamiento. Yo carezco de estas cualidades (o no las he desarrollado lo suficiente, lo que viene a resultar en la misma incapacidad presente), por eso escojo escribir cuentitos cortos. No comprometen a nada y tampoco exigen un especial compromiso. Para más adelante quiero dar el salto a una novela, aunque haga una porquería, pero lo primero es crear el hábito. Leer a muchos otros y tratar aprender cómo se hace por mis propios medios rudimentarios.

Precisamente estos días atrás, he leído con mucho gusto el capítulo 22 de la novela “El Rey Pálido”, de Foster Wallace. Era un tipo al que seguía la pista y quería leer desde hace tiempo, pero ya se sabe, en esta vida hay tiempo para todo y nunca hacemos nada. Es curioso cómo a veces me sorprendo en el sofá, con los ojos entornados plácidamente, la espalda encorvada, la mente totalmente vacía de pensamiento, la expresión de un simio mirando a una hembra y con la única meta vital inmediata de ensartarla donde sea para expulsar el moco primitivo que alojamos en nuestras gónadas repletas. Y luego voy dándomelas de amante de la cultura, de diletante prohombre tardorenacentista en constante aprendizaje de todas las artes y saberes que merecen la pena en el mundo. Somos primitivos y sofisticados a un tiempo. Nuestra endocultura no debe hacernos olvidar el mono pajillero del que venimos.

El caso es que en este libro, hay un momento en que el personaje se cansa de tocarse el ukelele todo el santo día tras su pose guay y enrollada de pasota y nihilista y decide que eso ya no mola. Voy a introducir un pequeño extracto del libro, para no explicar eso mismo yo con mi torpeza narrativa que no viene al caso:

“Sentado allí, me di cuenta de que tal vez yo fuera un verdadero nihilista, de que mi nihilismo no era siempre una simple pose enrollada. Que yo carecía de rumbo y dejaba los estudios porque nada tenía significado, no había ninguna opción que fuera mejor que las demás; yo era libre de elegir lo que fuera porque nada importaba. Pero también esto obedecía a una elección propia: de alguna manera yo había elegido que nada importara. Lo que quiero decir es que, en virtud de aquella decisión, yo tampoco importaba. Yo no significaba nada. Si yo quería importar –aunque fuera importarme a mí mismo– iba a tener que ser menos libre y atreverme a tomar una serie de decisiones concretas. Aunque no fuera más que un simple acto de voluntad.
Lo que quiero decir es que me di cuenta, a cierto nivel, de que fuera lo que fuera un «alma perdida», yo era una, y que eso ni molaba ni era gracioso.”

Y de aquí, volvemos al principio. No basta con tener ciertas aptitudes para escribir. No basta con tener talento, porque el talento no transmuta en genialidad por sí mismo. Hay que trabajar, hay que estar todo el día inmerso en aquello que nos define, que nos realiza como creadores únicos. Hay que ahondar en la pasión que nos redime de nuestra mediocridad, que nos identifica de puertas al mundo, debemos rondarle incansablemente a las musas para que se dignen a echarnos un palete genial de cuando en cuando. Hay que hacer que sea posible. Exprimirse para sacar lo mejor de uno mismo (en sentido metafórico, guarros). En esta vida toda la gente que consigue algo no lo hace por casualidad. Lo hace con tesón y esmero. Si no tienes tenacidad y horas de trabajo interminables, no conseguirás nada. Si trabajas y careces de talento, es probable que tampoco. Pero mientras descubres si tienes talento o no, no dejes de intentarlo.

Por eso yo ahora, escribo.

jueves, 19 de enero de 2012

No son buenos tiempos



No son buenos tiempos, ya lo sé. La crisis, claro. La cosa está muy mal. Naturalmente.

Salgo de noche y ya, la vida nocturna que me gustaba, no es lo mismo ni por asomo.

Voy a los bares, me pido algo y espero. Espero que haya suerte, poder pescar a alguna tipa incauta a la que engatusar y llevarme a mi guarida, pero no hay manera.

A las pocas personas que pasan por allí las sigo con la mirada, intento llamar su atención, pero siempre están inquietas y esquivas. Como mucho se toman un par de cañas y luego se largan de allí. Todo el mundo parece estar de paso últimamente en esta ciudad. Menos yo. Yo sigo ahí, viviendo de noche, como he hecho siempre, pero la gente ya no sale como antes. De hecho, casi ni sale; un ratito y venga, para casa, que hay que ahorrar. Debe haber una epidemia de tristeza en la ciudad. Y yo hace como cinco siglos que no pillo. Llega un momento que me planteo probar cosas nuevas y miro a los hombres, jóvenes, no tan jóvenes y maduritos. Incluso acabo mirando a los tenderos. Soy un desesperado, lo sé. También un poco patético, pero así somos cuando nos sentimos solos, desasidos del mundo y de los seres humanos, sin un alma que llevarnos a la boca. Además, siempre prefiero salir, porque mi hogar es un sitio inhóspito y frío, un agujero en el que no podría vivir ninguna persona normal.

También he de reconocer que soy un poco especialito, distinto al resto. Por eso me cuesta hacer amigos. Además, no me fio de la gente. A la menor, te apuñalan, te dejan en la estacada.

¿Y sabéis una cosa? Anoche tuve suerte y me ligué a una guapa mujer. Pero no veáis qué chasco me llevé. Cuando la empecé a comer el cuello y la iba a hincar el diente me llevé una sorpresa desagradable: era demasiado tarde. Entre los bancos, los políticos chorizos, los impuestos, los recortes y la madre que lo parió, a aquella pobre chica le habían chupado la sangre, hasta la última gota, así que no hubo nada que hacer.

Son tiempos de crisis galopante también para nosotros, los vampiros.

jueves, 12 de enero de 2012