viernes, 26 de agosto de 2011

Como todos vosotros



Existía. Ezcribía. Su vida no estaba bien ni mal. Su vida era un islote en el desierto. Un sofá desvencijado en una cuneta. Un rapaz bulímico. Linotipia de hastío. Adenoides en las fosas oscuras que sustentan la podredumbre interior. Su vida podía decaer y alzarse como un globo recién abierto. Su vida a veces era una rara gema de valor incalculable. A veces era una puta mierda.

Se levantó escuchando Light My Fire. The Doors sí que sabían. Jimmy sí que sabía. Divertirse. Excederse. Consumirse. Drogas. Alcohol. Putas. Excesos. Más drogas. Más putas. Mamada en el baño. Coca entre las sábanas. Ácido lisérgico para digresionar la monotonía. Dormir la mona en un seto en Santa Mónica. Y un buen día, ups, se me fue la mano. Cosas que pasan. En realidad, todo da un poco igual. Tarde o temprano se jode el invento. Fuerza los límites. Exprime toda la pulpa de la vida, drena todo el jugo que pueda proporcionarte. No fuimos diseñados para vivir ochenta años. Hemos trascendido a nuestro propio cronómetro biológico. Nos hemos cagado en los planes de mamá naturaleza. Vivimos ochenta años y todavía nos agarramos como garrapatas al folículo de la existencia pidiendo más. Un poquito más de tiempo; un poquito más de sangre que succionar. Pero a qué fin. ¿En un mundo perfecto la gente no se moriría? Probablemente en un mundo perfecto la gente se moriría muy al final, de aburrimiento. Porque la eternidad es un concepto aterrador. De una fealdad siniestra. Imagínate ver morir culturas, edades, civilizaciones. Esa letanía que supone la concepción cíclica de la historia. Guerras: armisticios: más guerras: vuelta al principio. El ser humano no se aniquila por justicia sino por tedio. Algo habrá que hacer con tanta testosterona. En la sociedad actual las hordas de energúmenos permanecen controladas por el fútbol, la Play Station, el porno. El MARTIRI-MONIO, la familia, la depresión.

Preparó café, cogió unas magdalenas rancias y se sentó en el salón frente al televisor. Lo encendió y zapeó por la parrilla televisiva. Por la mañana los contenidos suelen ser bastante lamentables, pero al menos no abunda el cotilleo. Hay mesas camillas pero tratan temas de salud. Actualidad. Mierdas por el estilo. Puso el canal Cuatro. Estaba el Encantador de Perros. Qué cosa más repetitiva. Qué poca originalidad. Qué coñazo con los putos perros. Siempre la misma bazofia. Que si zona roja. Que si límites y limitaciones. Pensó en darle una vuelta de tuerca a ese formato y hacerlo infinitamente más atractivo a ojos del telespectador. Remozar todo el concepto. Rebautizar el programa. Cambiarlo de franja horaria. Convertirlo en un programa para adult(er)os. Ahora pasaría a llamarse “El encantador de perras”. La misión del amo es convertirse en el “lider de la mamada”. Debe conseguir que su perra le sople el flautín de Bartolo (con un agujero solo). Cuando su perra enloquece y entra en histérico trance extático, es señal de que ha entrado en “zona raja”. Lo que debe hacer el líder de la mamada es empalarla inmisericordemente hasta que vuelva a entrar en razón. En fin. Sería relativamente fácil hacer más entretenido el contenido televisivo si alguien le echara huevos al asunto. Pero ya se sabe, en los tiempos que corren no abunda la gente con huevos. La originalidad, la pulsión individual se castiga con el ostracismo, el oprobio de la masa embrutecida que no quiere ver cuestionada su estupidez, su simplismo idiosincrático, inculcado con tesón y perseverancia por los agentes sociales manipuladores de la conciencia social. Nos están vigilando. El ojo cosmológico está en todas partes, vigilante. Preparado para aplastarte en cualquier momento. Mantiene su pulgar humedecido proporcionando un suave masaje elipsoidal alrededor de nuestro agujero del culo, esperando el mínimo atisbo de significación personal, de razonamiento crítico infrecuente, para introducir el dedo de la justicia hasta el fondo y atraernos de nuevo con fuerza al redil, como buenos corderos de Dios. Qué cosas.

Cambió de canal. Esta vez debatían titulares de informativos. ¡Noticia de última hora! ¡Organizaciones falangistas advierten del uso excesivo del carril izquierdo en las carreteras españolas! Tengan cuidado al volante, conductores, ¡no se aparten del recto camino! Otorgaba una inmensa paz saber que las autoridades velaban por nuestra seguridad. Se sacó el nabo y empezó a juguetear con él como si fuera una juguetona lombricita de tierra. Su minga en relajación era minúscula, como un gusanito rijoso. Esto le había preocupado de adolescente porque pensaba que tal vez la tenía pequeña al ver en las duchas a algunos compañeros de clase. Luego aprendió que existen de dos tipos: las pollas de carne y las pollas de sangre. Las primeras suelen ser más grandes relajadas, pero luego cuando se empalman, no crecen excesivamente. Sin embargo, las pollas de sangre desinfladas eran minúsculas. Pero cuando se hinchaban lo hacían llenándose de sangre y multiplicando su tamaño considerablemente. Él tenía una de las de sangre. Cuando empezó a follar nunca se quejaron por el tamaño. Más tarde preguntó y le dijeron que la tenía de buen tamaño. Por eso ahora jugaba tranquilo con su gusanito, despreocupadamente. Ya crecería cuando le llegara el momento.

Miraba a la presentadora y se la imaginaba en bolas. Era guapa y tenía un polvo muy apetecible, aunque nunca podías estar seguro porque estas tías solían ir tan arregladas y maqueadas que perfectamente habrían podido ser tíos y a él se la seguirían poniendo dura. Se acordó de la primera vez que vio en la MTV a la presentadora Deborah Hombres sin saber que era un travesti. ¿Lo primero que pensó? Pues lo que solía pensar al ver a una tía de buen ver. Que le encantaría enchufársela. Luego cuando cayó en la cuenta de que era un maromo experimentó esa rara sensación de disgusto y desagrado con uno mismo que se tiene cuando se ha sentido segundos antes deseo por alguien astutamente disfrazado del sexo opuesto. Nos guste o no, nacemos programados. Uno no "se hace". Uno es lo que es. Y él había mirado a las tías con interés determinado pero firme desde antes de tener conciencia de que tenía un rabo que llevaba asociadas unas muy concretas funciones sexuales. Por contra, los tíos eran esos seres un poco estúpidos, torpes y despreciables que le hacían enfrentarse demasiado dolorosamente con la idiosincrasia que a él mismo le caracterizaba. No podía por menos que sentir indiferencia, cuando no molestia o innegable desapego hacia sus semejantes cromosómicos XY.

A medida que lo acariciaba, su nabo fue creciendo hasta adoptar sus prestaciones ensartatorias óptimas. Congeló la imagen en un momento en que la presentadora tenía los gruesos labios bien abiertos, justo antes de dar paso a uno cualquiera de tantos videos mierdosos. Se estaba poniendo muy caliente así que aumentó el ritmo de la sacudida. La cosa marchaba. Movió la imagen un poco deteniéndola de nuevo en otra expresión más cachonda de la presentadora. Imaginó que la tía le succionaba el capullo con virulencia exigiendo su trabajado tributo en forma de ración de leche caliente. No demoró más el momento y se la cascó a fondo. Ocurrió. Un chorro enorme cayó sobre la alfombra de pelo. También manchó un poco la tapicería del sofá. Se sintió liberado y también un poco ridículo. Ya estaba hecho. Se había quitado un peso de debajo. Respiró más lento. Fue al baño en busca de papel higiénico. Tedio.

El siglo XXI empezaba un poco como había terminado el anterior: decepcionantemente. Y no se podía esperar mucho a nivel colectivo de la especie humana. El dinero lo era todo. El trabajo un pretexto para no morir de aburrimiento; la sana dosis de esclavitud para imposibilitar el pensamiento. La familia era un despojo, una unidad multiorgánica perfeccionada por la iglesia para tener a todos los infelices cogidos por los huevos. La amistad era un señuelo. El amor un invento cultural para evitar que el varón asesinase a la hembra cuando esta no correspondiera a sus impulsos sexuales. Era una mañana como cualquier otra. Como de costumbre, operaba el desperdicio de la mayor parte del tiempo útil de nuestras vidas. Nada era crucial, ni demasiado solemne, ni demasiado sentido. Dejó caer un pedo silente entre los cojines del sofá de la salita. Luego esperó, sin saber muy bien el qué.

Como todos vosotros.


Dedicado a Rafael Fernández, Ezcritor.