jueves, 28 de abril de 2011

Extinción



Si las cosas extintas en mi vida supieran cuánto las he amado, se procurarían un alma solo para llorarme.

miércoles, 20 de abril de 2011

Los niños serán esqueletos




Los niños serán
esqueletos
algún día
y ninguno nos rebelaremos
contra lo que ha de llegar
porque de nada sirve.

La vejez irá germinando
como el desencanto
de los que comprenden su extravío
en una patera en el Atlántico,
de los que se sumergen en otros desiertos
desconocidos.

Quizá acabe derrotado y loco
y tal vez tú no llegues
o puede que sea al contrario.
De cualquier modo no es más fácil
morir que vivir.
No tiene botón de escape
este teclado.

Los rostros de los niños
serán calaveras
y ninguno será llorado
cuando pasen cien años.
No es tanto tiempo.
No somos tan importantes:
no es tanto el legado.

El miedo irá ocupando
su butaca en el estrado
para no perder detalle
de nuestros patéticos esfuerzos
por no quedar de lado
en este desfile triste
de a oscuridad condenados.

Peces locos escarbarán las cuencas
de nuestros ojos desecados
seremos paradójico cebo
para futuros gusanos.

Y no habrá un segundo de inquietud
cuando la eternidad nos haya olvidado.
Ese será nuestro haber
y todo habrá terminado.

domingo, 17 de abril de 2011

El futuro no es lo que era



(Dadle al play antes de leer. Así os entreteneis haciendo como que leéis.)







El futuro no es lo que era. Nos han engañado. ¡Joder!

Alguien me llama por mi nombre, pero, coño, ¡si no puedo ni moverme!

He dicho mil veces que iba a mandar a cagar la bebida. Y decir adiós a las malas mujeres. Y a las malas compañías. Pero qué cojones. Nunca se cumple. No cumplimos nada. Nunca. Porque no somos beatos. Porque la honestidad es una exigencia para los políticos. ¡Y ni ellos la cumplen! Si dejas de follar con putas, de beber la cicuta de los bares y de inhalar el dulce amoniaco de los tabacos infames, cuando te quieres dar cuenta eres el jodido Santo Tomás de Aquino y empiezas a dedicarle sacrosanteces a cualquier deidad inexistente. ¡Pero qué hartazgo! ¡Qué hatajo de gilipollas! ¡Qué existencia de mierda si no puedes narcotizarte para olvidar, aunque sea durante un ratito, la inconsecuencia de seguir vivo sin objeto alguno!

Yo iba en el metro. Mirando unas tetas. Algunas cualesquiera. En general me llaman la atención los apéndices vegetales gordos, como a todos, pero no es plan de discriminar a tan variopinto muestrario de ubres inclasificables. Porque uno ve de todo. Tetas perita de San Juan. Tetas estilo melón de Villaconejos-peludos. Tetas caídas estilo cabra montesa. Bueno, qué cojones, ¡surtido de tetas! ¡Fiesta de la breva! Como la mierda-caja esa de surtido Cuétara que compraba mi vieja en navidad. La vaciaba sobre una fuente de cristal y luego la ponía en el salón, cerca del belén mierdoso de plástico. Y todo dios buscaba los cuatro trozos aislados de turrón de chocolate… ¡que nunca estaban! Porque el resto era infumable. No había cojones a engullir el maldito turrón marrón ese: el que tiene más propiedades en común con el caucho que con cualquier ente deglutible. Si tienes huevos métete un pegote mazapánico sin agua. ¿Te atreves? ¡Intento de suicidio! ¿Y por qué todo el maldito año esperando las fiestas navideñas para luego empujarse con la cuñada por un triste trozo de turrón de chocolate con arroz inflado dentro? “1880, el turrón más caro del mundo”. ¡Pero qué cojones va a ser el más caro del mundo! ¡Si es una jodida tableta de Crunch! ¡Cuesta tres pavos! ¿Es que nadie se ha dado cuenta? ¡A la mierda los surtidos! ¡A la mierda las festividades judeo-cristianas! ¡A la mierda mi existencia tragicómica! ¡Si nunca he valido para nada!

Surtido de ubres. Memoria de mis tetas tristes. Hubiera sido curioso nacer hembra. ¿Miraría entonces los cimbeles? Paquetes abultados. Cojoneras copiosas. Insinuaciones de pitote orondo bajo medias de corredor de fondo. Pero qué insustancialidad más vergonzante, la nuestra. El auténtico logro sería alcanzar el hermafroditismo. Crujirse a uno mismo. Auto-darse-por-el-culo-o-por-donde-te-plazca. Eso sí que causaría sensación. Pero qué le vamos a hacer. Hemos sido programados para funcionar independientemente en casi todo. Dormimos al margen del mundo. Una ventana abierta a la fantasía. Una paja infértil; el chorro en la cara. Comemos sin que mamá nos meta la cuchara. Cagamos todos a una: sin ambages. De hecho, mientras relato esto siento que el topito araña calzoncillo a la entrada de mi gruta excretora. Pero me voy a aguantar. Voy a ser fuerte. Serenidad de espíritu y fortaleza de nalga. Si soltara toda la mierda que albergo no sé qué quedaría de mí. El pellejo, supongo. El forro de los cojones, que es infinito, como la pena que nos concluye. Bueno, el caso es que el ser humano puede hacer casi todo satisfactoriamente con carácter independiente. Y llega el fornicio y lo jode todo. ¡Qué inapropiado! Necesitamos a otra persona o animal o extraterrestre. Necesitamos el contacto físico. Algo caliente. Algo vivo. O al menos algo vivo hasta hace poquito, que si no raspa. ¡Menuda trampa! ¡El burro en la noria! ¡La rata en la rueda! ¡La vieja de Perrault en la rueca! ¿Por qué he dicho esto? ¡A cagar! Tener que soportar a alguien por el mero hecho de satisfacer las necesidades de nuestras concavidades torpes. Menuda tortura. Pero no creáis, la naturaleza piensa, no como los hombres. Si la ecuación del amor se pudiera resolver mediante crudo solipsismo, entonces el ser humano no albergaría espacio para la compasión. Se extinguiría. Uno perdona la vida a los demás pensando que, de algún modo, los necesita. O podría necesitarlos algún día, eventualmente. A algo habrá que follarse, digo yo. No todo van a ser ovejas y cabras. Cabras y ovejas. Dedo pulgar hacia arriba. Yo te perdono la vida. Porque eres follable. Porque necesito tus orificios. Mejor una homínida caliente que una yegua con las patas traseras atadas para evitar fatal coz genital-necrosante.

Me pierdo, ¡coño!

A ver. Iba en el metro. Catalogando apéndices mamarios. Entonces ocurre. Alguien me llama por mi nombre.

– ¡Ey Poyatos, cuánto tiempo! ¿Qué tal te va todo?

– (Murmurando, entre dientes) Yo también te odio…

– ¿Cómo dices, amigo...?

– ¡Que me escuece el higo! Nada, nada, ja. Todo bien. ¡Repleto de ilusiones y esperma que donar al mundo! ¿Aceptas donativos?

– ¡Jajaja! Tú siempre tan locuelo, pillastre. Bueno, pues resulta que yo estoy yendo al centro porque había quedado con…

¡Oh sí! ¡Qué vacío tan sanador! De nuevo uno de esos maravillosos espacios en blanco en mi cerebro. ¡Siempre tan oportunos! Sinapsis mental bloqueada crucialmente. Qué entrañable mi materia gris, auspiciando sorderas. A palabras recias-oídos ñordos. Espacios en blanco. ¡Espacios en blanco! Recuerdo ahora las clases de inglés. Había esos ejercicios de, ¿cómo eran? “Fill the gap”. Te ponían aquellos malditos blanks. Luego una grabación en inglés de un par de idiotas hablando de cualquier soplapollez. “At the airport”. “The meeting”. “The first fist-fucked pensionist”. “The anal raping of the mortgaged by his banker”. Al final tenías que haber captado cuales eran las palabras claves a rellenar en el texto, basado en la charla de la cinta. ¡Qué juventud desperdiciada! La de cosas por aprender netamente más útiles que aquella patraña. Qué se yo. Clases de incivismo público. Clases de homicidismo involuntario. Clases de estupidez a domicilio. De división de los panes y los penes para que te llegue el mes al fin del sueldo. Clases de suicidio económico: especulación mercantil con la hipoteca de una vida. Clases de ingesta de mierda seca que nos depara el futuro. ¡Así sí que estaríamos bien formados!

Vuelvo al vagón de metro. Post viaje astral. El inepto discursaba ante una audiencia huida. El tipo me miraba. A mí. A mis bellos ojos de sicario temeroso de mercado laboral no fiable. De antílope cercado por francotirador fanfarrón. De pensionista apuntalado por Estado-de-Malestar empeorable. No le estaba haciendo ni puto caso. Inope de mí. Encefalograma plano pre-mortem. Insensato corpúsculo de la Nada con mayúsculas, de esa nada que a todos nos tiene tomada la matrícula, agazapada como un tigre de bengala que, devorado de hambre, sueña con magnicidios; fiera furiosa que se desgarra a sí misma, presa de desesperación pabular. Conseguí largar a aquel fantoche de mala manera, fingiendo que me bajaba en la parada anterior a la que sabía que le tocaba a él y que me tocaba también a mí. Prefería el paseo. Le despedí amistosamente prometiéndole misivas y salvas que nunca emitiría. Emisario de las profundidades, sí, pero no para ti. ¡Opérate, joder! Ponte un coño. Una teta en la nuca. No conseguirás mi fidelidad pero seguro que conseguirás llamar mi atención. Admiraré tu valentía. Tu irreverencia. Mi gallardía se postrará ante tu suprema idiotez. Habrás descubierto vuestra mentira. Mi verdad: me atraen las tetas, no las mentes. Soy prosaico. Como todos vosotros que os creéis algo en cualesquiera esferas baratas del saber, del sentir; del no-ser. Celulitis lógica. Diarrea fálica. Perorata en la cepa infecciosa que es el conocimiento. Estoy como una puta cabra. Condenado como vosotros, pero bastante más creativo en mi ignominia. ¡Que te den, coño! ¡Hasta la polla de Bertolt Bretch! Yo me bajo en esta; tú te subes en esta (te muestro mi dedo corazón, afectuosamente).

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Qué interesante lo que me cuentas. Tu tatara-tatara-tartaja-buelo fue asesinado. En la guerra. En una de tantas. Claro que sí. Como tantos otros pobres diablos. Sin esperanza. Sin un coñito que llevarse a la boca. Sin picha, sustraída a fuerza de encogerla ante el estruendo de metralla. En la Batalla del Salado. Qué triste. Qué triste. ¡Qué triste! Y yo no podía dejar de mirarla a las tetas. Insustancial de mí. Insensible prohombre de las cavernas. Subalterno cutre de las almas auténticas. Primate involucionado, esbirro de la indiferencia turbia que puebla los ceniceros de la noche obscura. Cojón huero de pato. Diarrea líquida de garza ecuatorial. Esperaba que mirara melancólicamente hacia el exterior, a través de la ventana del bar. Luego inspeccionaba sus mamas. Esperaba que mirar ubres albergara alguna respuesta, pero ya ves, estamos todos más perdidos que un hijoputa el día de la madre. Y yo con esta resaca. Y tú con estos pelos, de coño. Si supiera que no te depilas no te daría coba. Maldito palique absurdo. Toda la humanidad chachareando, parloteando, cacareando, platicando, intentando abrir almejas con el poder de la palabra, en lugar de con el poder de la chistorra. Si supierais lo poco que vais a conseguir follar con vuestros ardides transmigraríais todos en vegetales profundos. Qué asco de todo, joder.

Mi definición de La Humanidad: esa otredad que hiede.

Me cago en Sartre. Me cago en Beauvoir. Me cago en Herbert Huncke, John Clellon Holmes y Allen Ginsberg. Qué copiosidad fecal la mía. Pienso que Nietszche se la cogía con papel de fumar. Era ocurrente pero vivía aislado en un pueblo. Demasiado tiempo libre mirando al gotelet. Así se instigan revoluciones o se acaba loco. El pobre Nietsz hizo las dos cosas. Un tipo prolífico, sí señor. ¿Kafka? Kafka era un pajillero que nunca invitó a putas. Un sociópata ingrato. Así le fue. Murió solo, anegado en esperma triste de lobo solitario. ¡Eso es! ¡Hablemos de lobos! Herman Hesse. Hesse me gustaba pero era algo así como muy correcto. Seguro que penetraba a niños o manoseaba carteras de agentes de seguros. Alguna perversión terrible de esas. Dos Passos ejecutaba su apellido dos veces para delante y dos veces para atrás y se convertía por arte de magia en Chiquito de la Calzada. ¡Os odio a todos, joder! ¡Mierda de literatos pestosos! ¡Vosotros me habéis acercado al manicomio de la ternura! Qué inutilidad de lecturas. Qué capacidad intelectiva más yerma. Qué tragicomedia vital más prescindible. Qué humanismo más zafio. Me cago también en mí. En mí prioritariamente. Escribir enfervorecido como el que apuesta su polla en un matadero, la pierde y trata de recuperarla a doble o nada, añadiendo en la apuesta la que siempre lleva de repuesto metida en el culo. Desde el nacimiento: a él no le sacudieron en el culo. Le metieron un dildo. Para que fuera aprendiendo de qué iba la vida. ¿Desenvolvimento e progreso? No. Come mierda y tente-tieso.

Qué interesante lo que me cuentas. Ahora que sé que tu vagina no será mía, declino tus trompas de Falopio, que ya estarán estragadas por algún neanderthal plañidero que ha despertado tu compasión fálica. Un idiota cuya única cuota moral es levantar pesas de cinco a seis, despertar en sí todo lo que en él hay de émbolo para epatar damas con la efervescencia de su musculatura torácica. Anda y que te den, jodido atlante de lo inútil. Eso me cuenta mi querido amigo Roberto mientras apura su cerveza tibia: que se quería crujir a la dama; al final todo resulta un eterno continuo, cherchez la femme. Que ella sólo tenía historias que no podrían ni conmover a una hiena beatífica. Que ella no quería cenar polla rellena. Que ella quería un confesor apóstata que la exonerara de crímenes celestiales sin pasar por la eucaristía de las copas de garrafa. Al final Rob se cansó, claro. De no follar se le va la paciencia a uno. A veces es mejor llorar como pajillero lo que no se sabe defender como follamentero.

–Es mejor follar de pie que sacudírsela de rodillas – le digo arrobado.

– Sí –contesta Roberto- pero es mejor follar de rodillas que sacudírsela de pie, ¿no crees?

–También es verdad. Especialmente para los cuatropatistas – asevero.

Y esta temática podría dar pie a una espiral de odio interminable, así que finiquitamos tema conversacional y alcanzamos el Nirvana por un instante fatuo que se escinde de nuestras manos como lepra de la joroba de un bosquimano. Roberto me termina de contar cómo intentaba llegarle a las bragas a la señorita mientras ella se soltaba la melena discursiva de destrucción masiva.

“¡Joder, qué tía más pesada! Yo pensando en sus glúteos turgentes tremulando al viento, como ondas de nácar hospedando mis apósitos de nata líquida y ella perorando contra las injusticias del mundo. Media puta hora de mitin anti sistema. Empecé a asumir que no me la iba a follar. Por eso me enfadé y esperé el momento adecuado para soltar mi réplica sarcástica. En el cenit de su discurso me dijo: ¡Sueño con un mundo mejor en el que se acabe de una vez por todas con el hambre y la pobreza!”. “¡Pues cómete un mendigo!” le dije. Desde entonces no me habla. Hoy profundizo en la forma de autocracia más inútil: la masturbación.

Roberto y yo. Yo y Roberto. Una cerveza. Otra. Otra más. Después no sé qué más. Joder Poyatos, vamos a parar. Menudo cebollón me estoy cogiendo. No me toques las palmas que me conozco. Pero no paramos. No sabemos. No lo intentamos. No nos diseñaron para eso. La contención es una propiedad de las presas. De las fosas sépticas. De los anaqueles bibliotecarios de Alejandría. Pero no de los humanos. Birra. Whisky. Chupitos de cicuta. Cirrosis a plazos. Asueto.

Acabamos en la disco. A mover el esqueleto. ¡Yuju! Culos. Tetas. Babosos. Ojos sin cuencas. Débitos carnales sin saldo. Larvas involucionadas. La miseria de los hombres, que es infinita. Como el tedio que arrastran. Ruinas de civilizaciones sojuzgadas por los mismos errores que ahora rememoramos. La brecha infinita de la estupidez que nos gobierna. El lobo es un hombre para el lobo. Caspa ancestral. Bueno, todo eso. Ya sabéis. Y si no sabéis es que no estáis vivos, carajo. No me hagáis evocar de qué vomito. Enfrente, un grupo de australianos. Rubios. Saludables. Agrestes. Necios. Esclavos de lo cotidiano. Anodinos como clavos. Vacíos como cauces que se secaron. Henchidos vanamente como pangeas del pasado. En medio del grupo dos australianas borrachas aceptando invitaciones a copas como el que acepta participaciones gratuitas para la lotería del fracaso. Hombres negociando con hígados para obtener oquedades lúbricas de bajo octanaje. Lo mismo de siempre, me temo. Pero Roberto no teme al peligro, tiene cojones duros como salmos, así que se mete en medio del grupo de fuertotes retrasados, máquinas expendedoras de vigor musculado, de testosterona concentrada como meada de jubilado, y comienza su expedición al Himalaya del cortejo precolombino. De la insistencia cenozoica. Freud diría que atraviesa su fase anal. Yo tengo complejo fecal. Me cago en todo y en todas. Yo nunca he tenido problemas de amor. Si alguien hace bien su trabajo, se le paga y punto. Pero Rob es un romántico soñador así que percute con paciencia con la más guapa de las australianas. A mi me toca la otra, la muñeca pepona. Es sabido. El que parte y reparte, por el culo va a darte. Roberto bajo el volcán. Roberto Lowry menudeando su vida, sin temer al peligro, pensando sólo en términos de entresacado, del simpático petit point de tu coño y mi nabo. No sé cómo lo hace, pero lo hace. Se congracia con las damas, congenia con los rudos atlantes, botadores de navíos que se deslizan hacia otros puertos, que los acabarán convirtiendo en náufragos de su propio deseo. Y luego, no sé cómo, nos las llevamos. Delante de la puta jeta de esos cromañones inveterados. Sin despertar susceptibilidades. Con suma elegancia. Como quien comete un desfalco. Como quien lustra su cogote ante la cita con la guillotina. Como quien trafica con órganos caducados. Para nuestra suerte, las australianas se alojan en una pensión que está justo al lado del garito. Hay noches en que parece que los astros se alinean para que metas el nabo. Hay otras noches en que pierdes la percepción de tu propia atrofia inhumana, ganas la medalla insigne que conmemora tu derrota pagana. Esta noche era de las primeras, así que fuimos a la habitación de las chicas para inaugurar una sesión a dúo de garrote vil, cortesía de dos discípulos del bastón de mando que se ensarta autoritario sobre la carne adocenada.

Me tocó la gordita, claro. Qué le vamos a hacer. Roberto es un viejo lobo de mar y yo soy un impúber cordero de frenopático, así que abrazo jubiloso el desigual reparto, como agencia de calificación de deuda, el “Standard & Poor’s” de la especulación amatoria, el pobre que da gracias a Dios por tener aún algo. Qué bien. ¡Mi primera cama redonda! Dos camas individuales en un cuartucho de pensión que se juntan, devienen en un hogar para represaliados. Nos desvestimos, pero no como cuando aquella vez que me desnudé sin quitarme la ropa para entregarte mi corazón y lo pisoteaste para largarte con otro ajusticiado. No. Esta vez nos arrancamos la ropa del cuerpo, no la piel del alma a tiras. Yo miraba de reojo a Rob. Cómo se desenvolvía. Su generoso nardo. El desnudo tamiz que formaba el turbador cuerpo-objeto de la dama postrada a su lado a la luz de la luna. Una luna enorme, vastísima, llena como hígado de pato preparado para el futurible Foie que a todos se nos prepara. Una iluminación estragante, omnímoda, que todo lo comprendía, que todo lo abarcaba en aquella habitación supurante de vapores etílicos y desvergüenza retráctil. Parecíamos deslumbrados por el foco interrogatorio de una nocturnidad que nos descubre a todos sospechosos de haber deseado. Y en medio de aquella claridad, yo buscaba la complejidad de lo convexo que anida al final de cada feminidad ventral, susceptible de acoger al garrote antediluviano que los hombres aún portamos. Bregué y bregué, pero el Santo Grial era un engaño.

Los cubanos tienen un dicho: mujer grande, coño grande. Mujer pequeña, todo coño. Pero hay algo peor que esto. Mujer sin coño. Yo intentaba sentir algo, pero debía haber una equivocación. Algún error, defecto de forma, negligencia fatal al configurar aquel bajo vientre insondable. Miraba hacia abajo alucinado. Me bailaba más que la compresa de una coja. Pensaba que lo mismo la estaba metiendo en algún lugar indeterminado entre el culo de la australiana chichosa y el colchón. Pero no podía tenerla dentro. Eso sería una mala noticia para el mundo. Stephen Hawkins al fin demostrado. Existen los agujeros negros, enormes agujeros de gusano, pero no son de materia interestelar. Habitan en el coño de la mujer que me estoy follando. O más bien con la que lo estoy intentando. Busqué alternativas, pero mi ebria psique andaba cerrada por derribo neuronal. Pensé en meter un pie para ver si calzaba. Pensé en meter la cabeza como en un video guarro que había visto y que pensé que debía ser un fake porque eso era inhumano. Pensé en meterle un zapato y huir para evitar la humillación de un pene de tamaño medio ante un coño amazónico: el coño más caudaloso del mundo. Pensé lo poco que pude, que no era mucho y luego desistí y apelé a lo cerval, a lo mucho de energúmeno que aún habita en mí. Entonces la propuse hacer sexo anal como alternativa digna al desarraigo. Accedió sin mayor negociación, acostumbrada, supongo yo, a penes de tamaño medio que no dan la talla y buscan auxilio en cavidades que no precisan tuneladoras de metro para sentir algo. Así que la empecé a encular sin mucho énfasis, un poco por pasar el rato. Por sentido de coherencia. Por automatismo fálico. Miré por la ventana. Qué bonita luna llena. Qué hermoso estar vivo. Qué hermoso poder emborracharse para sustraer el tedio de la ecuación del suicidio. Qué hermoso sentir algo medianamente prieto alrededor del nabo. El tiempo transcurre. Los segundos son minutos, los minutos son horas, las horas son días y yo empiezo a intuir que aquí dentro no se ha corrido ni dios desde los tiempos de Carlo Magno.

Roberto el follador. Roberto tornero fresador. Roberto Corazón de León. Roberto Benigni: la bebida es bella. Roberto el trepanador de vaginas reglamentariamente prietas. El colonizador del oscurantismo australiano. Un hombre llamado caballo. El hombre que pudo correrse. El tipo que apagó la luz al final del túnel. El que rellenó la zanja estrogénica con cemento líquido de nabo. Joder, Roberto ha terminado y tira el condón a un lado. ¡Ha conseguido correrse! Es el superhombre Nietzscheano. El nuevo dios ante el que otorgo mi credo. Y mientras yo aquí, mirando por la ventana la pálida luz de la luna, ese neón positivado en el revelado del firmamento. Mientras enculo a la impávida australiana. Una mujer hierática. ¿Se habrá dormido? Me pregunto. Me contesto. No. Sino no movería el culo con desgana. Apática. Desde luego, muy bien no se lo está pasando. A saber qué enormidades habrán conocido las paredes cavernosas de su esfínter. Me despisto. Se me sale el churro. ¡Joder, estamos buenos! Ahora, con el pito fuera, esperar mi corrida será como esperar que cierren un chino nocturno en malasaña: ¡esperar un imposible! Reviso el equipo de exploración. No me lo puedo creer. ¡Se me ha salido la chorra pero el condón se ha quedado atascado en el culo de la australiana! Esto es patético. Qué más puede pasarme. Mi escasa dignidad baja enteros a la velocidad del rayo. Me inclino como puedo y a la luz de la luna intento sacar el condón tirando del extremo. Y no hay manera humana. ¡No sale! Vaya estampa, joder. En estas, vuelve Roberto del baño, supongo que de enjuagarse el nabo. Y nos encuentra así, de esta guisa. Ella etilizada con los ojos en blanco: los tres. Yo intentando sacar el globito de niño del ojete en vano. Roberto se descojona a voz en grito. No le culpo. Yo mismo me reiría si no sintiese tanta pena de mí mismo. A la mierda. Así no hay quien se concentre. Me rindo. Ya la tenía medio blanda, pero esto es todo tan lamentable que ahora se me ha metido la picha en mi propio ojete, rebelando lo que hay en mí de canguro, como si se escondiera en su marsupio para pasar el invierno resguardada, esperando el estío. Entonces nos tumbamos todos, derrotados, un poco al alimón, las dos camas solapadas, juntos pero no revueltos. Solidariamente vencidos. La luna es enorme y pura. Su luminosidad vela por nosotros y engulle el misterio de la oscuridad a partes iguales. Huele a alcohol, a fluidos vertidos y a desencantado vuelva usted (a intentarlo) mañana. Ha pasado un rato. No sé cuánto. Nos hemos quedado un poco dormidos. No habrá sido mucho porque todos los elementos de la escena siguen intactos. Porque es la luna quien me acompaña. Porque es la australiana gorda con el condón aún el culo la que aparto con el brazo. Está sudada como el sobaco de un rumano que repara una fachada. Joder. No somos nada y vamos a menos. Miro a mi derecha y tengo a mi lado el culo de la otra australiana. Es un bueno culo. Joder, qué diferencia. Está delgadita y a la luz de la luna se atisba una figura muy apetecible. Así también me corro yo. Así cualquiera se corre. Lo difícil era lo mío. Sacudir la sardina triste en un pozo sin fondo. Sigo mirando ese culo de lado, ofreciéndoseme como corderito ritual en el altar del pecado. Decido conculcar el fracaso. Opositar a lo inesperado. ¡Qué cojones! ¡Voy a intentar enchufársela a esta tía, lo mismo ni se entera! A Roberto no creo que le moleste mucho. Se acaban de conocer y de todos modos él ya ha terminado. Así que ni corto ni perezoso me empiezo a acariciar la chorra que vuelve a erguirse con ilusión renovada. Entonces me acerco sibilinamente a la australiana buenorra, buscando el agujero a tientas por detrás. Al final parece que hago tope en algo entrecerrado. En un buen culo prestado. Es un buen culo joder, ¡vamos a enchufarla como es debido! ¡No todo está perdido mientras haya donde escurrir la manguera! Empiezo muy suavemente a hacer movimientos para ver si entra, pero cuesta. Debo haber dado con el ano. ¡Pues mejor! ¡Mayor perversión! ¡Hazaña bélica! ¿Cuánta gente puede presumir de haber sodomizado a dos damas en la misma noche y orgía? Toma ya. Soy un Sade. Soy un Miller. Rodolfo Valentino. Casanova. José Coronado. Me empiezo a encabritar al ver que no entra. Me estoy poniendo muy malo. ¡A la mierda la paciencia! ¡Si está dormida! Pego un empellón más fuerte y del impulso ensarto el capullo entero. ¡Al fin!

– ¡Aaaaargh! – se escucha un lamento atronador que atraviesa la habitación como flecha de Légolas el corazón de un orco enrabietado.

La siguiente frase creo que se pudo escuchar en toda la jodida pensión.

– ¡Pero se puede saber qué cojones haces, animal!

No me lo puedo creer. Giro un poco el cuerpo de medio lado al que le había ensartado el capullo y me encuentro un pecho palomo, bien peludito. ¡Me cago en mi vida, se la he ensartado a mi colega! ¡Puta luna traicionera! ¡Puto culo andrógino que ostenta mi amigo! ¡Esto no me puede estar pasando! ¡He cometido mi primera experiencia homosexual sin mediar mi propio consentimiento!

De los alaridos de dolor por la ensartada traicionera de fresón de temporada bien gordo en recto viril las chicas se despiertan. Joder, ahora no la tengo tan pequeña, ¿no? ¿En qué quedamos? ¿Mediana o grande? ¿Coño-pozo-sin-fondo u ojete encorsetado? Las tías, cuando se van percatando de lo que ha pasado se descojonan de la risa. No es para menos. Al final nos reímos un poco todos. ¡Todos a una fresa-ovejuna! Qué cojones, esto es una celebración de la vida. Del etilismo ilustrado. De nuestra propia condición tragicopatética, nuestra esclavitud priápica. Vamos a reír, vamos a olvidar los vastos coños, los amigos enculados que quedaron en el camino. Las lunas llenas que propician jornadas de locura en pensiones trasnochadas. Los miserables condones atascados en las oquedades del tiempo que desperdiciamos. ¡Menuda noche de locos! Al final, recapitulando, ni pude correrme, pero qué cojones, pasamos una noche fantástica. Roberto se aplicó agua caliente con una toalla en la zona dolorida, que siendo justos, no estaba tan dolorida porque aún llevaba un pedo de aupa cuando intenté ocupar el vagón de cola en el ferrocarril de su amor. Así que todo muy bien, todo muy símico, muy excesivo, muy recordable, muy perdurable en la pupila oscura de nuestra mente. Cosas que se recuerdan siempre. Escenas para conformar un mañana inolvidable, que afila sin prisas la guadaña que nos está esperando en el teatro último de la despedida; un mañana que parece querer gritarnos, ¡vamos coño! ¡Haced de vuestra vida algo digno de ser vivido! ¡Coleccionad anécdotas inolvidables! ¡Romped el puto molde de la mediocridad reinante! ¡No transitéis por la existencia sin pene ni gloria! ¡Salid de este suburbial antro de mala vida dando un buen portazo! ¡Que los demás tengan motivos para recordaros largamente y reírse con vuestras incontables tropelías dignas de un auténtico bufón de la nocturnidad y la alevosía! Y eso hicimos. Imprimir una noche inolvidable en la editorial de nuestras vidas. Volvíamos completamente borrachos, en la moto, haciendo eses, sin importarnos el peligro, sin temer a la caída, como equilibristas que se la juegan porque vale más intentarlo que no estar en la vida. Haciendo esfuerzos por no descabalgar del corcel esquivo del amanecer hepático. Y allí concluye nuestra noche. Allí finiquitamos el recuerdo. Con el viento susurrando en mi cara. Con las risas de un Roberto perjudicado: por el alcohol y por la estocada del Capitán Garfio de carne, un Roberto al que todavía le escocía el ojete por mi incursión violenta en territorio hostil, pero que había pasado una de las mejores noches de su vida. Después cerré los ojos asiendo fuerte su espalda, para reeditar su temor y mi risión, y me dejé llevar por esa marea de sueño que siempre termina en las resacas, de este mar tan vivo, que se llama seguir estando menos muerto que vivo.

jueves, 14 de abril de 2011

Lo insondable del insomnio



"Cuando el pájaro del sueño pensó hacer su nido en mi pupila, vio las pestañas y le aterró la red."

Ben al-Hamara. Poeta Árabe.

Strange Fruit




Bueno, esto era así. Básicamente.

Por si no os enteraisteis porque erais muy niños entonces o más bien os importaba tres cojones la suerte del negro en los Estates o donde fuera, me parece necesario colgar esta canción.

Habla sobre las ejecuciones y linchamientos de los negros en la américa profunda. Ataques xenófobos, nada nuevo bajo el sol, ¿eh? La tomaban con uno, el que fuera, el que pillara de paso, juicio popular sumarísimo y allá que se iban al arbolito de turno a colgarlos sin piedad. Esto era democracia, chicos. Y no hablo de que esto pasara hace trescientos años en la era colonial. No, joder. Hace ochenta años a lo sumo. Se nos olvida la barbarie y se nos ponen a todos las pollas muy duras con tanta democracia, Estado de Bienestar (o Welfare State, pongámonos europeístas) y derechos sociales ganados a tiempos precedentes bastante más crudos. Pues bueno, la barbarie está a la vuelta de la esquina cuasi siempre. Somos fundamentalmente ponzoña.

Y por eso cuelgo esta canción. Para que no se nos olvide. Porque es necesaria. Porque es triste de cojones y nos revela la condición humana en toda su inmundicia, en todo su lamentable esplendor. La canción se llama "Strange Fruit" porque la letra dice que los afroamericanos así colgados de los árboles se asemejaban a "extrañas frutas". Hay que joderse. Humor negro del de "maldita la gracia" pero esa es la gracia que nos ha sido otorgada a los humanos. La de joderlo todo y a todos por casi nada. Por pasar el rato. Por ver qué pasa.

La original es de Billy Holliday y no sé qué ostias más. Pero yo me canso de amanuensar lo rastreable.

Así que me callo.

Eso.

martes, 5 de abril de 2011

Esperar a que salga el sol

(¡Dadle al play antes, tunantes!)



Hay como arena. Arena fina en mis manos. Cuando mamá viene a buscarme. Me las froto con el baby y así me las limpio. Las niñas juegan a algo con eso. Sacan la arena fina de entre las piedras. Luego las guardan en montoncitos. También cogen un trozo de albal y lo alisan despacito, con cuidado. Cuando terminan parece nuevo, como si nunca se hubiese arrugado. Pero yo no hago nada de eso. Las niñas se divierten con cosas raras. Yo corro. Juego. A veces me enfado. Me pego con otros niños si se lo merecen o si me molestan. A veces hay globos de colores y es divertido. Los llenamos. Nos los tiramos. En verano es mejor porque no da tanto frío si te explota un globo encima. Pintamos cosas con las ceras. Como no huelen a nada y no se puede saber a qué saben, un día me comí un trozo, pero estaban malas. Las gomas Milán también sabían malas, pero huelen tan bien que dan ganas de comérselas aunque ya sepas que no te van a saber bien. Y esas cosas hacemos. Los niños.

A veces levantamos la falda a las niñas que se dejan o solo se ponen rojas pero no te intentan pegar. No sé. Nos divertimos lo más que podemos haciendo lo que sea en cada momento. Lo mismo que harán los mayores, me supongo yo, ¿no? Sino no se juntarían, no tendrían casas ni familias. Digo yo que la gente hará las cosas por algo. Para eso servirá ser mayor, ¿no? Haces tiempo para saber mejor lo que quieres y luego lo haces. Tener la vida que quieras después de aprender qué quieres en la vida. Aunque luego los mayores no parecen muy felices ni divertidos. Lo mismo no escogieron bien. A lo mejor no saben bien lo que quieren. A lo mejor se cambia de opinión. A lo mejor no es tan sencillo ser mayor. Vete tú a saber. Si yo me hiciera mayor, creo que no me pensaría tanto las cosas. Me pasaría el tiempo jugando. Así podría estar seguro de aprovechar el tiempo. Me divertiría en cada momento. Yo creo que la vida se trata más de eso que de lo otro. Sino para qué. ¿No?

A veces también es primavera. Es divertido porque en primavera hay muchos más bichos con los que jugar y a los que quitarles las patas o las alas. Y están las orugas, que son asquerosas y si las tocas se te irrita todo, pero se puede jugar con ellas con un palo. O espachurrarlas porque son malas y pican. También es mejor porque empieza a hacer calor y molesta menos lo de los globos. O caerse. Cuando hace mucho frío caerse duele más. Si te das en cualquier sitio con la mano fría y sin guantes duele muchísimo más. Como si fuera un trozo de ti congelado que se te puede caer con el golpe.

El colegio me gusta. No como a otros niños, que se quejan por todo. Juegas y estás con tus amigos. Están las clases, vale. Tienes que leer y hacer deberes pero los haces en casa. En el cole siempre pasan cosas nuevas. En casa es peor. En casa es mejor que no pase nada. Oscar es un niño quejica. Un llorón. Intentó escalar un árbol del patio y se cayó. Se cortó en la cabeza y al ver la sangre se asustó y lloró mucho. Siguió llorando en la enfermería y bastante rato después, ¡qué pesado! Hasta que le dieron un caramelo y entonces se calló. No le dolería tanto, digo yo. Hasta mamá es más valiente que ese niño idiota. Papá tiene problemas, porque está enfermo de bebida. Necesita ayuda, pero no se la dan bien. Grita y se siente un inútil. A veces, cuando papá llega tarde a casa después de estar en el bar se enfada con mamá y no se puede controlar. Mamá le grita, pero lo hace por su bien, como cuando me grita por portarme mal. Le grita para que aprenda, como a mí. Bueno, pues a mamá yo la he visto aguantar puñetazos fuertes en la cara sin soltar ni una lágrima. Casi ni hace ruido. Porque mamá es muy valiente. No como ese Oscar tonto y consentido. Yo también he aprendido a ser valiente y cuando pasan cosas malas en casa ya nunca lloro. Al principio sí porque me asustaba. Pero ya no. Ahora me digo que qué se le va a hacer. Cierro los ojos fuerte y me tapo los oídos. Supongo que es como todas las cosas malas. A nadie le gusta estar andando por la calle y que le pille una tormenta que le ponga perdido, ¿verdad? Pero las cosas malas pasan y a veces no se puede hacer nada. Lo bueno es que todo se acaba terminando y después sale el sol, aunque hasta hace un rato el día estuviera hecho un asco y yo creo que la vida es un poco eso.

Esperar a que salga el sol.

Es muy curioso eso de que en la vida todo se acabe terminando, ¿no? Para unas cosas es bueno pero para otras es raro. Cuando pasa algo malo, como que haya tormenta, es bueno que se termine porque podrías ponerte enfermo (además no te dejan bajar a jugar al parque). Pero cuando es algo bueno lo que se termina te da rabia que se acabe y no se entiende. Como el verano, por ejemplo, que se pasa volando porque te diviertes mucho. Da rabia que se termine, ¿verdad? ¿A quién se le ocurrió que las cosas tuvieran que ser así? ¡Es de locos! ¡Qué mal pensado está el mundo! Pero estas cosas, las buenas y las malas, las tormentas, el verano, o el frío o comerse un gofre calentito, son cosas que aunque se terminan, pueden volver a pasar. Cuando es raro es cuando lo que se termina ya no puede volver a pasar. Eso no se entiende. Es como cuando le pregunté a mi abuelo Jesús por qué la abuela ya no estaba con nosotros. Él me contestó que de donde se había ido la abuela ya no se vuelve más. Que es triste pero las cosas son así. ¡Qué cosa más rara! Entonces, ¿para qué irse? Pues porque al final nos tenemos que ir todos, me dijo el abuelo. ¡Nos tenemos que ir todos, me dice! ¡Y se queda tan pancho! ¿Y a quién se le ocurrió que todo esto solo fuera para un rato? ¡Qué desastre de plan! Pues sigo sin entenderlo. Si estamos en el mundo, pues estamos. Y si tenemos que irnos todos, ¡pues no sería mejor no haber venido y así nos ahorramos un viaje! Además, ¿cuál es ese otro sitio al que tenemos que ir todos? ¿Por qué no haber empezado estando todos allí desde el principio? Cuando le pregunto al abuelo todas estas cosas me mira con los ojos muy abiertos como si estuviera loco o algo. Y no sabe qué decirme. A lo mejor el loco es él por no haberse hecho las mismas preguntas o por no saber ya las respuestas, con la de tiempo que ha tenido, si es tan viejo, ¿no? Porque si yo tan pequeño puedo pensar estas cosas, a él ya le podría haber dado tiempo a enterarse o si no, a preguntarle a alguien más listo para saber, por lo menos, cuál es ese sitio al que vamos todos. Pero el abuelo es un listillo. Se hace el sordo y me cambia de tema. Y claro, así cualquiera acaba cansado de preguntar.

Aún así yo quiero mucho al abuelito Jesús porque me cuida mucho y me saca de paseo y me trae cacahuetes en una bolsa de papel, que me encantan. Si alguno está duro y me cuesta partirlo, se lo doy y me lo abre. Y cuando llega la primavera, me lleva el domingo con la cometa y me enseña, aunque todavía soy muy patoso porque soy pequeño y no se me da bien. Pero ya aprenderé. El abuelo Jesús es muy besucón y esa se supone que es una cosa buena pero como sus dientes son de mentira, pues no controla bien su saliva y a veces, al besarte, te moja. Es un poco baboso, pero no lo hace con mala intención y cuando te pellizca el moflete lo hace flojito, así como sin hacerlo y eso es porque es bueno y porque me quiere un montón, supongo yo que como quería a la abuela. Por eso la recuerda mucho y a veces se le mojan los ojos cuando hablamos de ella o se queda muy callado, como esperándola en sus recuerdos. Pero me supongo yo que ella no viene. Porque se tuvo que marchar al sitio ese del que ya no volvemos ninguno. Y es un fastidio, porque no se puede elegir si estar aquí o en el otro sitio. Hay que esperar. Cuando nos toca, nos toca. Así que yo al abuelo le digo que no se ponga triste y que no hay que preocuparse porque, aunque ahora la echa de menos, algún día se reunirán y que seguro que el otro sitio también tendrá cosas buenas y malas y que a veces eso es bueno y otras es raro. Y a él le pasa que al irse la abuela antes de tiempo, pues claro, le ha tocado que sea raro. ¡No va a ser bueno! Por eso se siente así. Pero yo le digo que no se desanime, que ahora está teniendo un poquito de tormenta, y que es normal ponerse perdido. Que a veces no se puede hacer nada. Hay que ser pacientes. Porque lo bueno es que todo se acaba terminando, y también lo malo, así que yo creo que la vida consiste un poco en eso.

En esperar a que salga el sol.

¿No os parece?

sábado, 2 de abril de 2011

Lo entiendo demasiado





ahora ha pasado mucho tiempo ya.
lo entiendo demasiado.
ahora estoy tan lejos para intentar encontrar un hogar en tu escritura.
un amigo que no conocí en el hueco que has dejado al marcharte.

una mujer te diría no quiero perderte.
tú contestarías: no se puede perder lo que no se tiene.
y tus palabras serían los aguijones más puros que ha portado el viento.
aunque puede que ni tu persona quede ahí para leer lo que te escribo.
lo entiendo demasiado.

si me contestaras, sé lo que dirías:
si pudiéramos comprender una sola flor sabríamos quiénes somos.
qué es el mundo.
pero no podemos.
y por eso estamos perdidos.
por eso sigo extrañándote.
por eso no me has respondido.