jueves, 23 de diciembre de 2010

La noche oscura del alma






La moribunda imagen desamparada de una esperanza que se pierde tras la noche oscura del alma.

Chet Baker transitando por el mundo, casi flotando. Como un espíritu extirpado de un cuerpo que ya no era capaz de habitar. Vivo pero muerto. Sin agallas. Sin polla. Sin nada que hacer salvo esperar algo indefinido e improbable. Marchitarse despacio asistiendo a esta grotesca tragicomedia que es la vida.

Mirada sin vida tras las oscuras cuencas de los ojos; apagadas. Esta turbia distorsión del tiempo jodiéndose a nuestras almas sin un mal beso. Perdámonos: “Let’s get lost”. Nunca más nos encontremos. No sirve de nada. Tarde o temprano vuelve la desesperación. Aguja certera que apuñala a un corazón medio derrotado. Desangrado. Henchido de no gloria.

Chet era un cadáver. Muerto pero vivo. Más vivo que la mayor parte de todos los imbéciles que nos atrevemos a llamar existencia a esta montaña de mierda que alimentamos cada día con nuestra mediocridad consentida. Un fugitivo de esa atemporal casa de putas siempre abierta que es el infierno, tocando como los ángeles: ángeles a la deriva. Qué hermoso es perderte cuando tener rumbo fijo no te lleva a ningún sitio. Todo cobra sentido.

Como la picadura de la serpiente a modo de elixir contra el olvido. Como el aguijón de las vidas cuadriculadas inoculando el veneno de lo gris. De lo plano. Culto al sinsentido.

Luego está la política. Están los amigos. La cultura. El arte. Las letras del coche. La hipoteca del piso. Esa estúpida diarrea sangrante de la jornada laboral mil veces repetida. Dentro de la rueda de la vida estándar sin solución de continuidad estamos nosotros. Los ratones desbocados corriendo como pollos sin cabeza. En pos de lo que se supone que es una vida adecuada, digna de ser vivida. En pos de aquello a lo que tantos y tantos dedican todas sus energías. Yo digo que os jodan. Yo digo, cuidado con esa rueda. Cuidado con esa jaula. Cuidado con este mundo. Gira sobre un eje podrido. Pasará sobre vosotros como el rodillo que amasa las vidas de los cobardes que no se atrevieron a jugarse las entrañas persiguiendo sus más profundos anhelos.

No hay que capitular. Hay que ir hacia lo que nos hace sentir vivos. Luego os joderán, por supuesto. Tenedlo por seguro. Pero no intentarlo tritura el alma. Depaupera vuestra dudosa y escasa valía.

Knut Hamsun estaba desesperado pero tenía que hacer lo que hacía. Necesitaba escribir sus novelas porque no entendía otra forma de vida. Malvivía, más pobre que las ratas. Porque ellas al menos atesoran la basura de los hombres, que es infinita.

El bueno de Knut ideaba historias mientras el hambre le carcomía. Un día no supo cómo continuar y comió carne de su propio cuerpo para sobrevivir. Se fagocitó a sí mismo. Como tantos oficinistas, contables, comerciales, agentes de seguros, brokers, publicistas, economistas, banqueros, representantes de la nada; engullidos por su hedionda ambición. Mártires del capitalismo. Con una diferencia. Knut se fagocitó en pos de un sueño. Buscaba redimir su alma. Escribía como el que vomita la amarga bilis del arte que corroe, que no consiente malograrse un día más allí dentro. Y alcanzó su sueño.

Desde su residencia de verano en Noerholm, ya anciano, se carcajeaba de los ineptos que ahora le otorgaban el premio Nobel. Ellos no sabían nada. Nunca lo habían sabido. Ni lo sabrían. Cuando era un pobre idiota soñador escribiendo como un demente del alba al ocaso en una destartalada cabaña en Lom a nadie le importaba: los virtuosos heredarán la tierra. Los menesterosos heredarán la mierda. El estiércol del destino. Pero eso es lo bonito de las pasiones verdaderas. Que son irracionales. Desesperadas. Extremas. Subyugantes. Nos fuerzan a transgredir los límites. A partir de ahí, todo y nada es posible. La distinción carece de auténtica relevancia.

Lo demás está muy bien. Reuniones con los viejos amigos. Esos a los que ya nunca ves porque no consigues sacar tiempo. Paseos por el parque los domingos por la tarde. Cenas de empresa. Los plazos de un televisor grande que te cagas. Vacaciones en Punta Cana. Un segundo coche. Tal vez niños. Tal vez, después de bastantes años, un apartamentito en la playa. Unas necesidades inventadas más grandes. Un consumo más grande. Una esclavitud aprendida. Un vacío más grande. Esa ajeneidad tan nuestra. Esa alienación tan consentida. Todo eso está muy bien. Genial. En serio. Pero si no hay de lo otro, para mí no hay nada.

Meteos lo superfluo donde os quepa, quedaos con lo esencial y entonces sabréis cuál es la verdadera medida de vuestras vidas: es esa extraña polla que tenéis metida en el culo sin daros cuenta. Y no os habéis percatado porque sois vosotros quienes os habéis sodomizado. Porque tal vez hayáis estado tan preocupados por todo eso que en vuestra vida quizá no haya más. Espero que no. Si es así, os compadezco. Os deseo suerte, de cualquier modo.

Y sí. En cierto modo, a mí también me la han metido. Soy otro puto inepto. No soy mejor que ninguno de los demás. Me han vencido. De momento. Pero no desisto. Puede que yo también esté perdido. Pero qué hermoso es perderte cuando tener rumbo fijo no te lleva a ningún sitio. Todo cobra sentido.

Hasta la muerte. Hasta el vacío.

lunes, 20 de diciembre de 2010

De algún modo


(Dale al play antes de leer si quieres entender)



Míralos correr. Como si la vida tuviera algún sentido. Míralos empaparse. Perdidos en su absurdo devenir. Bajo la lluvia. Presas de una confusión que no cesa. Sombras en la noche. Como todos nosotros. Mientras ellos gritan y arman alboroto, sé que ella aún sueña conmigo. Yo miro al cielo y espero al sentimiento que nunca llega. Cuando ella me llama me recuerda que me gustaría ser más fuerte. Pero sigo asustado por mis monstruos. Los de siempre. Son tantos. Miro al cielo. Su oscuridad, tan triste. Miro, pero no consigo ver nada.

Sabes que no puedes llamarme ahora. No estando tan lejos de mí. Ojala pudiera ser mas fuerte. Pero habito mi propia aflicción, de la que tal vez nunca sepa escapar. Como un interno desquiciado inicio la huida atropelladamente. Recorro los pasillos, las galerías, inmerso en la noche, en el ocaso de mi precaria conciencia. Temo tanto la oscuridad que tal vez me lance a ella para defenestrar la demora.

Hace semanas que no visito al especialista. En sus ojos podía leer la decepción, la resignación del que vuelve a la batalla a esperar el sino último de la muerte. Tiempo atrás dejó de creer en mi recuperación. Cree que soy la encarnación pura del pesimismo. No le culpo. Él no puede entender. Nunca podrá llegar a penetrar en mis pensamientos. No se lo permito. Pesimista es aquel que mira al cielo y piensa que lloverá. Yo hace ya demasiado tiempo que estoy empapado. Él solo cree en continuar. No le importa el precio. Y cree que todos debemos querer eso. Pero yo soy distinto. Me recreo en la antesala del vacío. Vivo gracias a la voluntad de mantenerme en las posiciones perdidas de la vida.

Soy un idealista en el desierto.

Cuando ella me llama sé que está herida. Pero no puedo hacer nada. No en este momento. Me gustaría ser un poco más fuerte. Pero son demasiados los demonios. Demasiado insignificantes nosotros.

La lluvia continua, implacable. Fuera y dentro. La gente sigue sumida en este espejismo. Porque nosotros, las personas, no somos lo que creemos. Porque quizá no existe la muerte. Tal vez todos integramos una conciencia colectiva experimentándose a sí misma subjetivamente. Esta vida es solo un sueño y apenas somos la imaginación de nosotros mismos.

Sé que alguna vez ella percibió calor en mí. Yo no pretendí desprenderlo. Hoy me siento como el hielo. Desprendo un vaho gélido. Amenazante. Generador de desapego.

Todavía veo monstruos. Habitan el recuerdo. Quizá acuda a su encuentro.

De algún modo.

Nada es original



«Nada es original. Roba de cualquier lado que resuene con inspiración o que impulse tu imaginación. Devora películas viejas, películas nuevas, música, libros, pinturas, fotografías, poemas, sueños, conversaciones aleatorias, arquitectura, puentes, señales de tránsito, árboles, nubes, masas de agua, luces y sombras. Selecciona sólo cosas para robar que hablen directamene a tu alma. Si haces esto, tu trabajo (y robo) será auténtico. La autenticidad es incalculable; la originalidad es inexistente. Y no te molestes en ocultar tu robo, celébralo si tienes ganas. En cualquier caso, siempre recuerda lo que dijo Jean-Luc Godard:

“No es de donde sacas las cosas, es en donde las pones.”»

—Jim Jarmusch,The Golden Rules of Filming.

viernes, 17 de diciembre de 2010

La vida

(Oooh, ¡qué tierno! ¡está para comérselo..!)
FRASE DEL DÍA:

La vida es una enfermedad de transmisión sexual.

Seguir tirando




(Dale al play primero o que te la muerda un carnero)



Un frío de cojones. Un frío que desnuda el absurdo, como juez perspicaz desmantelando coartada de culpable. El mundo es quizá, de nuevo, un lugar extraño. Menesterosos ateridos guarecidos en cubículos de cartón, mirando a través del melancólico vestigio del presente pasado, aquellos que olvidaron que hay caminos sin retorno, que a veces hay que aprender a vivir extraviado de recuerdo. Esquiador fuera de pista protegido por el manto combo de la avalancha, cuando cesa. Un tipo sentado en el metro. Percute con los dedos de las manos sobre algo que parece un casco de moto entre sus piernas. Cuando me acerco ya no sé si es un casco. Si es un instrumento muy raro. Una mujer se para a observarle. No parece sonar, aunque yo no puedo saberlo por los auriculares; los ventriculares. El estruendo desacompasado que mesura mi tiempo tasado.

Mi ilusión, mi esperanza, de algún modo yerma, vana. Irreal. Contrahecha. El parto triste de un niño concebido pero nunca alumbrado: nacido muerto. Presente del pasado.

Inicio la presión, exagero el gesto: sostengo la manivela del Cinexín de mi vida. Ese que proyecta un alma de la que carezco sobre un muro resquebrajado, podrido de penumbra, inhumano.

Lo demás es intentar asir lo que se pueda, este cáliz desperdiciado que se va perdiendo entre nuestras inútiles manos, este torrente sin cauces, este camino sin recodos, este vendaval desaforado.

Pasamos muchas horas a oscuras pero hace tiempo que soñar nos es negado.

Tantas veces morimos. Tantas veces deambulamos hacia ningún sitio. A veces no quedan fuerzas ni para equivocarnos. Sólo para hacernos daño, quedamente. Sin solución de continuidad, amigos, pues nuestra propia continuidad corpórea está en eterno entredicho. Que os la pique un bicho. A sacarle la lengua al desencanto.

Presentir el amor como el convicto ve la concesión del amnistiado: un imposible.

Asumir el absurdo y seguir tirando.

jueves, 16 de diciembre de 2010

Líbranos del bar, himén.



(Dadle al play antes de leer, ¡cenutrios!)



Trasnochar. Ser malo. Excederse. Incontenerse. Ensalmuerarse hepáticamente. Proyectar valores transaminasales hasta el infinito y más acá.

A quien madruga dios le ayuda. A quien trasnocha dios le empluma. Cuando nos sobrevienen estos pensamientos tan manidos, tan putrefactos de cotidianeidad, esas necróticas prospecciones de conciencia en las que se perjura que no se volverá a incurrir en los errores sempiternos, cíclicamente cometidos, nos sonreímos un poco. Así. De tapadillo. Tengo un familiar que más o menos una vez al mes, en su “estado” del Caralibro pone lo mismo: “no vuelvo a beber”. Yo os propongo un título alternativo que me parece infinitamente más realista y constatable de facto:

“No vuelvo a vivir”.

¿Qué por qué os cuento esto? Pues primero porque esta noche he dormido más o menos lo que dura una siesta larga y no sé qué hacer para no fenecer. Bueno. Sí sé qué hacer. Verborrear. Y segundo porque no estáis ahí. Me consta que tengo, como mucho, tres lectores o cuatro. Ello depende de si me salto alguna pastilla de mi medicación para lo del trastorno múltiple de personalidad o no. ¡Qué emoción jugar con el peligro y dejar que entren en escena esas vocecitas que conspiran en mi cabeza para que lleve a cabo las tropelías más disparatadas, tales como patentar el cóctel de ginebra con espumillón de hamster ruso y una pizquita de napalm restregada por el borde, mezclado, no sacudido!; o cardarme al estilo setentero el bello rectal. O qué sé yo. O qué yo sé. Sea como fuere, fuere como suele. Lo mismo me da que me da lo mismo. Cómo me gusta cuando entra justa. No se me pone dura cuando hay holgura. Pasapatraña. Comodín del público. Del bello público. Que alguien trate de detener esto, por dios.

Lo sé, lo sé. El engaño este del narrador. No cuesta tanto. Podría intentar conmover vuestras ateridas almas con frases pestosas pseudo literarias en plan:

“En aquella hora decisiva, Tulip se regocijó contemplando, quizá, la alborada más hermosa que sus avezadas pupilas habían aspirado jamás a aprehender: su humor vítreo reverberaba ante tamaña solemnidad visual manifiesta. Después aseguró la manguera al cierre de elevalunas eléctrico, encendió el contacto y realizó una profunda inspiración mientras el CO2 iniciaba su cadenciosa expansión por el interior del vehículo. Sabía que se hallaba poseído por una desmesurada determinación suicida, pero no cabía otra opción. La redención de sus pecados no era posible. Debía pagar el precio por haberse dejado llevar por la lujuria, acariciando furtivamente a un queso Gouda sin el consentimiento de su legítimo comprador.”

Pausa dramática para excretar. (Momentos de gran emoción). Ahora vuelvo.


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¡Esto es el no va menos! Escritura automática a tiempo real. ¡Increíble-ble!

Y a todo esto, ¿por qué leches sigo escribiendo y para contar qué y a quién? Me he autoconvencido: a cagar. ¡Ah, no puedo, si acabo de ir! (jujjujj, ¿habéis visto qué astucia la mía?, ¿cuán ponderable mi intelecto? ¡Qué desparpajo perifrásico y qué desenvoltura prosódica gasto!

Y no sé qué más. Bueno, sí. Me gustan los garrapiñados. Eso lo tengo claro, algo nada desdeñable en estos tiempos de naufragio moral e idiosincrático.

Y líbranos del bar, himén.

miércoles, 8 de diciembre de 2010

El otro yo

(Dadle al play antes de leer, ¡espantasuegras!)



El otro yo.

El significante hueco, evadido. Lo que verdaderamente somos, aunque evitemos asumirlo. Carcasa baldía rehuyendo el desencanto como a la patria el proscrito. Can esclavo de su ineludible báculo. Paciente crónico de priapismo. Visionario enfermo de presciencia. Polizonte del vacío, tratando de permanecer vivo en el ancho Mar de los Sargazos: interfecto de un tiempo antiguo. Emisario de las profundidades. De lo imperfecto. Cincelador de lágrimas como surcos de olvido. Rapsoda del desaliento. Cronista del desatino. Juggernaut del ser querido. Equilibrista del tedio. Encantado de ser desconocido. Sístole sin diástole de corazón pretendido. Apócope de la verdad. Liaison de tus descuidos.

Ése soy yo, el verdadero. No el otro. El fingido.

martes, 7 de diciembre de 2010

No sé qué más (chapter tú)


(Dadle al play antes de leer, ¡perros Sarracenos!)



¡Ah, sí! Ya me acuerdo de qué más.

Proseguí con mis reflexiones de ultrarumba. Se me iba a arreguñar el cacumen de tanto pensar del tirón. No sé por qué razón, evoqué la vez que más había llorado de tristeza en mi vida. Fue en el festival de Benicassitecaesporunpeñascomendrugo. Aún sentía, como celulitis en las anfractuosidades del alma, las lágrimas de dolor que me asaltaron cuando anunciaron por megafornica que se cancelaba la actuación de Donato y Estéfano. El camello que me vendió el peyote con el que intentaba sobreponerme de tan ominoso desajuste en el corazón me miró compasivo y me dijo: “Son cosas que pastan. En la pradera. Del dicho al hecho, berberecho. Be-derecho. Que sino te saldrá joroba. Y no querrás darle ese disgusto a tu madre, ¿verdad? Mal rollo. Luis XV”. Atendí a sus sabias palabras, me erguí ostentosamente y dejé de ser monárquico en el acto.

Mientras, en algún otro lugar allende los suburbios de la ciudad, Honorato Camelaunrato rasgueaba su ukelele melancólicamente a la luz de la luna. También tocaba su instrumento musical, sisando notas afligidas a la sonrisa sardónica que enarbola el desconsuelo al contemplarnos. Enfrentado al mundo. Enfrentado a la incomprensión. Enfrentado a cinco dedos prensiles de mandril que le asían la chistorra, como corbata talla S de Sepu al cuello (de pavo) de un pocero de Guarromán. Cuento esto (sin venir a) cuento, por jugar a la palindromía un rato. Adviértase con carácter previo la existencia del palíndromo, (excluyendo entreparentesizado anterior) y venérese la extraordinaria sapiencia, genialidad y modestia sin parangón del amanuense que aquí consigna. Pero enseguida retomamos la narración donde la habíamos dejado, en la casa de lenocinio y blenorragia, que luego se me duermen.


“¡Perdone las disculpas!” le dije a Cucufata, la meretriz que discutía sobre Heidegger y sus posibles concomitancias unimodales sinalagmáticas con la Crítica de la Razón Pura de Kant(o como el culo) con Aniceto. Interrumpí la animada charla. “¿Querida trabajadora bucal, adalid de la involución labial, me permite tomar prestado a su contertulio por unos breves instantes...? Graciaaas”.

Así al bueno de Mr. Hall de la levita como a un nabo por las hojas, como a un senegalés por el tronco; como a un caucásico por el tallo; como a un pekinés por el brote (de soja cárnica). Consternado se hallaba. “¡Es increíble, intolerable, insufrible, indignante, inaceptable, inadmisible, inenarrable, inasumible, insoportable, inextricable, incognoscible, inaprensible, infarto de miococo, in-bécil el que lo lea!”, mascullaba. Al parecer, Cucufata estaba totalmente a favor de la última emanación legislativa del Parlamento, que acababa de aprobar por mayoría mayoritaria la Ley de la Selva y la Ley del Embudo. Ella consideraba que, ante tamaña crisis que se cernía como una negra sombra sobre nuestras despreocupadas inconsciencias, lo más práctico era dar cobertura legal a lo que indudablemente iba a regir el comportamiento socioeconómico de los poderosos empresarios, multinacionales y entidades financieras supracomunitarias en relación a las clases trabajadoras (esclavas) en las fechas venideras. Tras sus abusivas prácticas empresariales de riesgo, se planteó refundar el capitalismo, hasta que descubrieron que era notablemente más fácil refundar a los siervos del sistema quitándoles un poquito más. Grandes fortunas contentos: todos contentos. Nada como subsistir en el fango para aprender a valorar lo bueno de la vida. En el fondo lo hacemos por vuestro bien. Habéis estado viviendo por encima de vuestras posibilidades y ahora os toca apretaros el cinturón. Por insensatos. Cuando los bancos obteníamos unos beneficios del 66% y los especuladores del suelo nos hacíamos millonarios tabicando las orillas del mar, ahí no os quejabais, ¿eeeh? Pues ahora, cuando vienen mal dadas por vuestros despilfarros en tiempos de bonanza, a recortar tocan. ¡He nicho!

Así estaba el mundo, pero en fin, hay que seguir bebiendo, ¿no? Pues dos tazas. De güisqui, a ser posible.

Horas después, transcurrida nuestra apasionante escapada nocturna al serrallo para debatir las abstrusas dialécticas que habitan tras el dinamismo moral en el matrimonio de lo gutural y lo divino, marchamos a contemplar, a las claritas del día, las vistas del amanecer sobre el viaducto. Una colorida paleta entre rojizo coágulo menstrual y rosado forro de vagina de bonobo del Kilimanjaro salpimentaba el hemoglobínico firmamento. Era como encontrar a tu agente de seguros atropellado por un trailer frente a tu puerta: una vista maravillosa. Los primeros suicidas de la mañana, intentando contravenir a las impertinencias de la muerte, trepaban ya sobre las placas de polimetacrilato instaladas para que los suicidas, poniendo un poquito de esfuerzo de su parte, cayeran desde mayor altura y se hicieran más daño. ¡Ah! ¿Acaso no era hermoso este mundo de mierda? ¿Acaso no podíamos por menos que congratularnos ante tantas beldades como acaecían a cada minuto a la humanidad merced de su propia idiosincrasia? Improvisé un poema mental, de tanta belleza prosódica como percibía en la condición humana:

Violación, violencia, ablación.
Zoofilia, zoquetez, zurraspas.
Pederastia, pedofilia, rinoplastia.
Genocidio, magnicidio; magnum almendrado.
Celulitis, celulares, colitis auditiva.
Políticos, policías: polla en tu culo.
Crímen, costas de Crimea, ¡crí-crí! (afirmó la cigarra)
Me la comían. Melancolía. Me la sacudo.


El lirismo sacudía mi ser como látigo de iraní los lomos y culos de los declarados judicialmente infieles. La creatividad bullía en mi interior como esperma en recto de oveja en celo de pastor soltero. Aniceto también se hallaba visiblemente perturbado por los estertores finales de la juerga que nos habíamos corrido aquella noche. Me confesó que le había tocado la patata una epatante frase de amor sincero que le había sido confesada aquella noche. “¡Sácamela más para adentro, tunante!”. ¡Ay! No somos nada, peleles desmadejados por las veleidosas sendas por las que nos extravía el amor. Pobres mortales al albur de las noches perdidas.

En mi caso, no hubo tal grado de catarsis metesacosa. Lo más bonito que me habían dicho era “¡Aaay! ¡No me hagas cagar para dentro, hijo de putativo!”. Esto es porque mi padre, Alfrenillo, no llegó a conocer a su verdadero padre, Quinquenario. Se sabe que mi abuelo marchó una vez a comprar tabaco, hallándose su esposa en estado y que jamás regresó. Mi abuela hubo de criar sola a mi padre. Se especuló con varias teorías. Unos dijeron que el motivo de su desaparición era su adicción al juego. De la rayuela. En repetidas ocasiones mi abuela sorprendió al abuelo en la intimidad dando saltos precisos y ordenados sobre las baldosas de la cocina al tiempo que entonaba extraños cánticos: “una, dola, trela… ¡catola!”. También fue sorprendido numerosas veces hurtando tizas de la pizarra cuando asistía a las reuniones de padres del colegio Nuestra Señora del Cenagal. El caso es que la semana que desapareció, casualmente se organizaba un torneo mundial de rayuela en Kuala Lumpur al que asistirían los más insignes y consumados especialistas en dicha suerte. Un amigo de Quinqué (tal era su apodo-logo) sospechó que tal vez éste tuviera pensado viajar a dicha localidad al ver asomar un billete de avión de “Kuala Lumpen Airlines” del bolsillo de su pechera. Al ser interpelado por la naturaleza de tal adquisición, Quinqué farfulló que había dejado pendiente una cuenta de finos y altramuces en el bar de las Torres Petronas y que tal vez se pasara una tarde para saldar la deuda. Los amigos no ocultaron su recelo, más si cabe al descubrir que corría el año 1940 y tan famosas torres ni siquiera se habían concebido sobre plano.

Y bueno, se especuló con otras teorías menos contrastadas, como un posible ajuste de cuentas por tráfico ilegal de mapaches estonios por la costa oriental de Torrepacheco, o alteración biomórficogenética de fertilizantes industriales fecales para su posterior uso como carne de hamburguesas en cadenas de comida rápida (esto posteriormente se supo que lo hacía Mc’Donalds, pero respetando puntillosamente todos los controles sanitarios exigidos para el tratamiento industrial de la caca animal). El caso es que ante tanta ignominia como pesó contra la familia y ante el impopular hecho de que mi abuela criara en soltería a mi padre Alfrenillo, éste, llegado el momento de la responsabilidad paternal para conmigo, decidió seguir la tradición iniciada por su patriarca y abandonar a mi madre como mandaban los cánones. Eso sí, fue mucho menos ingenioso en su huida. Montó un puesto de estalactitas recién hechas en Roquetas de mar que incomprensiblemente quebró y más tarde se recicló trabajando de temporero del fresón sus últimos años, hasta que falleció tiempo después en un poblado yonki, víctima de su adicción al algodón de azúcar de las ferias (era diabético).

Pese a todo, he de confesar que tuve suerte, pues poco tiempo después un agricultor de semillas de opio afgano que se hallaba de intercambio cultural con España (intercambiaba una estancia temporal en nuestro país por unos presentillos para un narcotraficante gallego en forma de heroína sin cortar) se hizo cargo de mí al enamorarse perdidamente de mi madre, pasando yo a ser hijo putativo suyo. Los dos tórtolos se conocieron en una pelea clandestina ilegal de poligoneros politoxicómanos encocados que se celebraba en Navalcarnero Ciudad Dormitorio cada noche de las calendas de mayo en la que el endoplasma de la soledad transmigraba en difteria.

Pero dejemos atrás el pasado irrevocable. Centrémonos en la hermosa alborada que nos auspiciaba los más prometedores presagios. Nos fuimos pasando la botella de vino en la bolsa de papel, pegándole buenos tragos mientras nos entreteníamos animando a los suicidas que resbalaban una y otra vez, se magullaban pero continuaban peleando por encaramarse a aquellas placas del averno que hacían tan utópico el abandono último de la oscuridad redentora.

¡Y de repente…!

No sé qué más.

miércoles, 1 de diciembre de 2010

Oh Yes


(¡Ya me diréis a qué leñes de play le vais a dar en este, jajaja! -risa bellaca.)


Charles Bukowski - Oh Yes

there are worse things than
being alone
but it often takes decades
to realize this
and most often
when you do
it's too late
and there's nothing worse
than
too late.


Muy buenas, querido hatajo de ignorantes que no leéis mi blog (y hacéis bien).

Así pues, me entrego a disertaciones solitarias para pensar por escrito en un portal huérfano de audiencia, como debe ser. El día que la mayoría de tus amigos y conocidos se empiezan a interesar por lo que escribes, puedes estar seguro de que estás haciendo algo mal.

Bueno, al turrón. ¿Cómo interpretáis este gran poema minimalista?
Había un soplapollas engreído y beligerante, el General Douglas McArthur, que afirmaba que la mayoría de las contiendas bélicas se pierden por dos palabras, "demasiado tarde".

Y bueno, luego estaba aquella película tan cojonuda, 2046, donde el personaje principal, (Cat)Chow, dice eso de, "El amor es una cuestión de tiempo. No sirve de nada encontrar a la persona indicada si el momento no es el adecuado."

El "Timing", que dicen los magos y los actores. Las cosas tienen su momento ideal concreto y si no eres capaz, por los motivos que sean, de anticiparlo y estar allí cuando debes, simplemente no podrá ser. Date por jodido.

Bueno, ya está bien de reflexiones vanas. Ahí tenéis el poema, que es cojonudo, a mi humilde modo de verlo. Extraed la gema de la duna de la estulticia. Aprehended la esencia. Dejad ya de tocar los cojones con la puñetera soledad: hay cosas peores.

Todos acarreamos nuestra propia tristeza, incomprensión, vacuidad e iniquidad, como un saco de cemento que nos atrae al hoyo. Y lo hacemos generalmente, en última instancia, solos. Yo digo: no es para tanto, zoquetes. Ocupáos del alma. De la melancolía insoportable. De lo que os venga en gana. Pero hacedlo solos. Nadie hará el trabajo por vosotros. Ya está bien de asideros. Ya está bien de dependencias.

Y ahora os tengo que dejar, porque mis hijos están llorando, mi mujer me está echando la bronca por hacer el cateto frente al ordeñador (de paridas escritas), y aún tengo que hacerle la cena, fregar los cacharros y meterme mi ración diaria de opio para soportar la angustia.

A cagar.
Dedicado a Chafardero, esposo y padre ejemplar, jaja.

Derecho de ateísmo


MIGUEL ÁNGEL QUINTANILLA FISAC

Miguel Ángel Quintanilla Fisac es Catedrático de Lógica y Filosofía de la Ciencia


El ateísmo no es una posición intelectual rara, feroz y anticlerical. Tampoco es una doctrina filosófica que necesite ser demostrada o justificada con argumentos refinados y abstrusos. Y desde luego, el ateísmo no es, en absoluto, una postura inmoral. Sin embargo, si uno escucha los mensajes que nos ha dedicado el Papa en su reciente visita a España, o los que propaló en Gran Bretaña, uno se lleva la impresión de que el mundo está realmente amenazado por una doctrina endiablada que defienden los ateos y laicistas.

Los ateos actuales son personas bastante cultas, que respetan que haya otras personas a las que les guste adoptar creencias irracionales que ellos no comparten. En realidad, los ateos no tienen que esforzarse mucho en defender su posición intelectual; lo que sí les resulta complicado es entender que un creyente asuma como propiedades de la divinidad, y sin mayores problemas, cosas mucho más increíbles que las que los niños atribuyen a Papá Noel.
Es verdad que los ateos prefieren el laicismo en la vida pública, es decir, que las leyes no sean confesionales y los poderes públicos no asignen privilegios a los miembros de ninguna confesión religiosa. Pero nadie debe extrañarse por ello: la experiencia histórica demuestra que la mezcla de creencias religiosas y poder político sólo ha servido para provocar guerras y matanzas, sobre todo en la cristiana Europa.

Muchos creyentes religiosos creen que si Dios no existe todo está permitido, y por eso son incapaces de entender el valor moral del ateísmo. Pero la experiencia histórica confirma lo contrario: es en nombre de Dios como se han cometido los mayores atropellos a la humanidad. Los ateos tienen una responsabilidad ética muy exigente, porque no disponen de ninguna coartada para justificar o ver perdonado un eventual comportamiento inmoral.
Si todo esto es así, y yo estoy convencido de que lo es, ya va siendo hora de reivindicar un derecho elemental: el derecho de ateísmo, el derecho a no tener que justificar la no adscripción a ninguna creencia religiosa, el derecho a sentirse ofendido si alguien, aunque sea el Papa o el ayatolá más respetable, identifica el ateísmo con la maldad, y a que esta actitud intelectual y moral sea reconocida y respetada de la misma manera y con el mismo rango, al menos, que las creencias religiosas que el ateo no acepta por considerarlas irracionales, falsas o perniciosas.